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Angélique Del Rey es una filósofa francesa que investigó las escuelas de las periferias de París y del conurbano bonaerense. El resultado es un libro que alerta sobre el desembarco de una nueva pedagogía que convierte a cada aula en una oficina de Recursos Humanos del mercado.

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¿Para qué sirve la escuela? Comencemos con un test antes de que venga la profe: ¿Estás de acuerdo con que…

la escuela debe estar vinculada a lo laboral.

la educación debe tener un sentido práctico.

las materias deberían tener un eje transversal entre ellas.

El profesor debe aplacar los conflictos de los alumnos.

El profesor no debe ser tan exigente.

Los alumnos deben ser tratados todos por igual.

El alumno es el centro del dispositivo educativo.

Si contestaste que sí, estás desaprobado por la filósofa parisina Angélique del Rey, al frente de esta clase.

Tomá nota.

Angélique del Rey es profesora de filosofía en una escuela del conurbano parisino para chicos con capacidades especiales. De nuevo: escuela del conurbano, chicos con capacidades especiales, ¡filosofía! Muchos dirán que esa ecuación no resulta. Sin embargo, un resultado muy potente es el primer libro de Angelique, titulado Las competencias en la escuela, una visión crítica del rendimiento escolar, que interpela los discursos de democratización escolar de allá, Europa, y de acá también.

Angélique recorrió, investigó y analizó escuelas parisinas y bonaerenses para diseñar un mapa conceptual de preocupaciones comunes y así trazó un zócalo muy preciso que le permitió detectar la doctrina actual que atraviesa el sistema educativo: el sistema de competencias. Su libro es una apasionada crítica a ese sistema y explica por qué: sus alumnos (marginados, especiales) eran las primeras víctimas de ese discurso.

Compitiendo el capital

Las competencias educativas se filtran de distintas maneras en programas y prácticas académicas, pero pueden resumirse en su objetivo: formar a los estudiantes con un fuerte acento en el saber hacer, que les permita afrontar situaciones complejas y cambiantes. El test del comienzo sintetiza algunas de sus frases inapelables.

Básicamente, las competencias vienen a dar respueta a la afamada “crisis de la educación”. Angélique da vuelta la tortilla: “Si la escuela está en crisis es porque los valores de la modernidad occidental, el humanismo y el progreso sociocultural de los individuos lo están. Y si estos valores están en crisis es porque sus condiciones materiales lo están: el progreso de las ciencias y de las técnicas, la industralización, el crecimiento económico”. Este es el camino que hace el libro una y otra vez: entender los proyectos educativos como la arena en la cual grupos y actores sociales disputan el poder.

Angélique está convencida de que el sistema de competencias no es la solución a los problemas de la escuela actual, sino el problema mismo. “Se introduce el sistema de las competencias con un discurso progresista, como un aparente intento de  democratización de la escuela y como opción para abatir el fracaso escolar”, alerta. Si bien la autora considera que en Argentina su aplicación es “dispersa y sin impacto real”, y esta más presente en las instituciones privadas que en públicas, debates recientes sobre el proyecto de eliminar los aplazos del método de calificación o la sustitución de planes de estudio hablan de un problema de aquí y ahora, que todavía está en punto de discusión.Su mirada, entonces, es oportuna.

Angélique alerta sobre lo que representa esta “modernización”: “Lo que busca este sistema es que vos, si aprendés a gestionar tus emociones en el aula, luego lo vas a poder hacer en cualquier otra situación. Es la capacidad de adaptarse al conflicto lo que cuenta, como si la situación no existiera y no fuera parte de él”.

En su libro Las competencias en la escuela, Angelique propone una definición más polémica: “Las competencias corresponden a un modelo globalizado, una suerte de Coca-Cola educativa que se impone a través de la influencia de organismos financieros internacionales no necesariamente especializados en educación”. La indagación y documentación que muestra en su libro desnuda esta intención de transformar a las escuelas en una suerte de oficina de Recursos Humanos para educar a los estudiantes en los valores de una vida moderna estandarizada, productiva y sintonizada con el mercado. Aprobar esa escuela se convierte en sinónimo de lo que será “el éxito” en la vida laboral.

Este programa de competencias persigue, así, formar mano de obra flexible y competitiva, ajustada a ciertos criterios de empleabilidad de las empresas.

Angélique: “Hasta el momento teníamos en la educación un sistema disciplinario, que al menos podía producir un tipo de resistencia. La llamada ‘mala conducta’ es la expresión de ese ‘no quiero disciplinarme’. Cuando pasamos a la escuela de las competencias todo cambia: es un sistema de control muy difícil de resistir, salvo con el aburrimiento.

¿Por qué?

Porque ya no se necesita más ubicar al individuo en un lugar especial. Eso hacia el sistema disciplinario: establecía cuál era tu lugar y una vez ubicado ahí, se adaptaba el que podía y el que no resistía. Lo que necesita el sistema ahora es entrenar emociones. Y esto es más peligroso porque el alumno no logra desarrollar una resistencia activa, que tenga que ver con la vida, con desarrollar otra cosa. La única resistencia posible tiene que ver con el aburrimiento.

Convengamos que la escuela siempre fue, es y será aburrida…

No es que vamos a poder cambiar el sistema para que sea puro deseo. Eso es un sueño, no existe y no me parece muy interesante como objetivo ya, real. Lo que estoy señalando es que dentro de la escuela que existe hoy no es posible, o cada vez es menos posible, desarrollar un deseo. Uno solo. Por ejemplo: si un alumno tiene afinidad por la música, quizá encuentre en la escuela un espacio pequeño, marginal, para desarrollar esa afinidad, pero lo que seguro va a encontrar es a todo el sistema educativo diciéndole que como músico no tiene futuro, que tiene que encontrar otra cosa más interesante, importante. Y esos valores los construyen las oportunidades de trabajo. La escuela tiene que enfocar toda la vida y toda la formación de los estudiantes de acuerdo a lo que propone el mercado de trabajo. Ya no se trata entonces de encontrar un sitio en la sociedad, sino de encontrar un sitio en el mercado de trabajo. Es decir, funciona al revés de lo que del deseo: el deseo crea el lugar social.

¿Esa es la escuela que vos asimilás con una gerencia de Recursos Humanos?

Exacto. Es la escuela que nos enseña que estamos en una sociedad determinada, con lugares determinados y vos tenés que adaparte a los lugares que hay. Y eso me parece un gran peligro en la educación porque hay que buscar maneras de desarrollar un deseo, de poner el sistema al servicio de este desarrollo. Y no al contrario.

Alertás que estas políticas siempre vienen acompañadas con discursos sobre la democratización de la escuela, ¿por qué?

Cuando hablan de democratización de la escuela, el enfoque es si produjo empleabilidad. Es lo único que se mira. Y la democratización no tiene que ver sólo con este enfoque: hay que mirar si la gente pudo alfabetizarse, desarrollar un pensamiento propio, sus propias potencias, ese tipo de cosas. Vos podés tener un empleo muy mal pago y, al mismo tiempo, una vida creativa formidable. Las dos cosas son diferentes. Si, por ejemplo, lo que te gusta es la música, la escuela puede ayudarte a desarrollar tu propia forma de hacerlo: eso es vida. Si eso, después, te permite ganar dinero, es además una vida lograda, sostenible.

Calificados

En tema que en Argentina abrió, al menos, un debate es el sistema de evaluación.

Se evalúan recursos, no individuos. Y eso sucede porque en la escuela pasamos de la disciplina a la gestión. La disciplina tiene que ver con individuos: en lugares cerrados hay un sitio para cada uno, donde se ubica a cada uno, y desde esos lugares se comparan los unos con los otros. Pero el sistema de competencias propone otra cosa: el control. Y el control tiene una herramienta: la gestión. La gestión tiene que ver con flujos que se administran. Por ejemplo: saber hablar, tomar la palabra. La escuela gestiona ese tipo de competencias que son valoradas por el mercado, porque si vos no tenés esa habilidad -que hoy es muy valorada- no vas a estar calificado para conseguir empleo. Hablar bien, correctamente, de acuerdo al guión esperado, es hoy un signo de que estás adaptado. Con este ejemplo específico lo que quiero señalar es que ya no es el individuo el que interesa, sino el pedazo de ese individuo que entra en el flujo con el mercado. En la escuela esto se traduce en una medición de los objetivos escolares: de la medida del acto se ha pasado a la medida del ser. Lo que se mide ya no son producciones o saberes, sino un nivel de adquisición de aptitudes. Así la evaluación escolar se transforma en una evaluación del ser mismo, de la persona. Un ejemplo: los tests de inteligencia. Ese tipo de evaluación no sólo produce una medición de lo real: la crea. La evaluación de competencias crea una distinción entre aptos y no aptos para ser exitoso en la vida.

Para que quede claro Angélique denomina a este sistema calificador como “winners y losers”.

El apartheid educativo

La cuestión pedagógica pasa a ser política cuando Angélique apunta que este sistema impone “una visión que niega los conflictos. La idea del progreso, hoy en día, implica la represión de los conflictos. Implica una gestión de apartheid, dividiendo a la sociedad entre los que están adentro -y están adentro porque están en la norma- y los que están al margen, que son vistos como amenaza”.

Cuando traslada esta visión a la escuela, lo que encuentra es que el sistema de competencias logra separar a la persona de su época, de su sociedad, de sus vivencias. Los problemas de la época son percibidos como exteriores a los individuos, cuya violencia y sufrimiento se presentan como “incomprensibles”.

La consecuencia: los problemas vuelven a la escuela como boomerangs: lo que se impone (y se niega) es la complejidad.

Una respuesta posible

Lo que nos propone Angélique, entonces, es volver a preguntarnos lo principal: ¿para qué sirve la educación? Su libro nace de esa pregunta simple y fundamental. La respuesta la encontró en la escuela de gestión social Creciendo Juntos, conurbano bonaerense, municipio de Moreno, Argentina. Y la cita en su libro en más de una ocasión. Cuenta Angélique: “A una de sus fundadoras, Cristina, los inspectores del Estado le preguntaron para qué servía todo lo que estudiaban ahí. Y ella les respondió: ‘Para nada. Acá sólo estudiamos para aprender cosas, por curiosidad, por el deseo de aprender’. Gran lección. No tenemos que aprender algo para que sirva para algo: lo que sirve es aprender. Eso es valioso en sí mismo”.

Angélique propone poner al territorio en el centro del dispositivo educativo. “La ideologia actual es que no haya territorios, no haya situaciones, que todo sea lo mismo, que vos actúes siempre en cualquier lugar, en cualquier momento, con cualquier sentimiento. Es el actuar de manera operacional. Por supuesto que este modelo educativo incluye situaciones, pero están modelizadas, previstas, guionadas. ¿Para qué? ¿Con qué objetivo? Para que en esas situaciones se detecten los recursos productivos y se desarrollen a partir de ahí las capacidades útiles para el mercado”.

Pregunta clave: ¿cómo gestiona hoy la escuela la violencia?

La idea sería lograr que no todo conflicto se transforme en violencia, en oposición. El conflicto es una unión de muchas cosas diferentes, de muchas tensiones, que son parte de la vida. Cuando un conflicto se endurece, se transforma en violencia. Hoy tenemos que aceptar que en muchas escuelas el conflicto, la tensión, ya creció sin intervención y la violencia es el punto de partida. En el libro cuento la experiencia de una escuela a la que los alumnos iban con armas. Y no se quién decidió -si el Estado o los profesores- que iban a aceptarlo como punto de partida: “Vamos a poner cajas para que dejen ahí las armas antes de entrar al aula”. Contrariamente a lo que se podría creer, no aumentó la violencia en la escuela. Las bandas opuestas encontraron un espacio de tregua y los enfretamiento fuera del recinto se hicieron cada vez menos conflictivos. Pero las autoridades del colegio tuvieron una infinidad de problemas para poder sostener esta medida. Preferían que no aceptaran la realidad en la que estaban.

Son ejemplos aislados, únicos. ¿Es posible pensar el cambio del sistema desde allí?

Justamente en situaciones concretas en dónde se puede pensar mejor la educación. El sueño del movimiento de la llamada “escuela nueva” de los años 70 era educar al Hombre para la sociedad socialista futura, perfecta, del mañana. No pretendía, entonces, hacerse cargo de la situación hoy, concreta, y tratar de entender por dónde pasa la vida, o por dónde pasa la potencia para hacer vida. Porque hoy en día lo que está muy amenazado es la vida misma. La experiencia de Creciendo Juntos, por ejemplo, nos enseña que el objetivo de ellos, en ese barrio y en esa situación, es crear lazos. Y los lazos son la forma de proteger esa vida que hoy es amenazada.

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