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Los hombres de lavaca
Manu Chao con Hugo López: las corporaciones, las comunidades, el modelo extractivo de ideas, sueños y bienes comunes. La política, la depresión y el futuro. Temas para esta charla inolvidable del músico francés y nuestro colifato ilustre.
Apenas lo vimos en Ferro, el 19 de marzo pasado, Hugo López le preguntó: ¿Cómo hacemos para no perder la alegría, Manu?
“Pasito a paso, Hugo… como las vacas”, le retrucó Manu Chao.
Aquella respuesta nos dejó pensando…
Manu Chao y Hugo López se conocieron en 2005 en los jardines del Hospital Borda, desde donde transmitía su programa Radio La Colifata, del que Hugo es uno de sus fundadores. Unos días después Manu tocó en un recital en el estadio de All Boys y le pidió a Hugo que lo presentara. Hugo no sabía muy bien que decir, pero la poesía y la pasión lo inspiraron hasta arrancarle a la multitud enardecida la ovación y el aplauso. Años después ambos lo recuerdan en este reencuentro. Y ríen.
“Estamos en medio de una tormenta económica y climática. Quiero vivir para ver qué pasa después y para volver a encontrarme con mi amigo Manu Chao”, dice Hugo, 81 ardientes años, integrante desde 2010 de nuestra cooperativa y conductor del programa de salud mental y derechos humanos El hombre de lavaca.
“Soy el hombre de la vaca, Manu, ¿Sabés que no es un personaje inventado: existió de verdad?”, arranca Hugo. Y cuenta la historia: “Omar Viñole era un poeta, veterinario y periodista que, en los infames años 30, para demostrar su descontento hacia la política de los gobierno y las corporaciones realizaba manifestaciones acompañando de una vaca. Se presentaba en la Sociedad Rural o en el Congreso Nacional con su vac,a que siempre dejaba una deposición en el lugar porque él le daba algún laxante. La performance constaba de eso: un discurso que cuestionaba a los conservadores de su época y recitaba a viva voz, como hablándole al animal, y la bosta de la vaca como respuesta. A Viñole enseguida se lo llevaba la policía, pero más de una vez la que fue presa fue la vaca”. Manu se ríe.
Hugo pregunta:
¿Qué significa hoy plantarse frente a las corporaciones y junto a las Madres del barrio Ituzaingo, de Córdoba?
Manu Chao: Irme a dormir con la conciencia tranquila cada noche. Hacer lo que puedo para apoyar movimientos y luchas que son indispensables. Cada uno desde su lugar, desde su sabiduría, desde lo que pueda aportar, tiene que hacer algo. Se trata de eso. No sirve que aporten cinco, tenemos que aportar todos si queremos cerrar Monsanto, porque la única solución pasa por ahí. En mi caso yo necesito sentir que estoy haciendo algo útil en mi vida, para mis hijos, para los de todos. Tenemos que hacer mucho para dejarles un futuro posible porque las expectativas son pesimistas. Hay un argelino increíble en Francia llamado Pierre Rabhi, agricultor, impulsor del agro-ecologismo. Él dice tener la solución para resolver el problema del hambre en el mundo. Sin Monsanto y sin Round Up, porque no se trata sólo de denunciar, sino de aportar soluciones. Él siempre cuenta una historia: “Se incendia la floresta y entonces todos los animales huyen. Sólo el pajarito se queda e intenta apagar el fuego con una gotita de agua, entonces los otros animales le dicen: ‘pero estás loco no ves que tu gotita no sirve de nada’. Entonces él les responde: ‘yo he hecho mi parte’. Creo que hay optimismo en el sentido de que cada vez más gente está tomando conciencia del problema y la lucha contra Monsanto se está ampliando, no sólo aquí sino en el mundo entero. Lo de Monsanto ha tocado la fibra de mucha gente, incluso gente que no está politizada. Tengo un cierto optimismo de que se va a conseguir que Monsanto se vaya. En algunos países se ha prohibido el uso de Round Up. La Organización Mundial de la Salud declaró que el glifosato puede provocar cáncer. Monsanto ya sabe que tiene un problema.
¿Qué es lo que te ha llevado a un compromiso con comunidades que luchan en distintos lugares del mundo?
No sé decirte si la conciencia política y social llegó antes o después de la música. Crecí en una familia donde existía esa conciencia. De pequeño, a mi casa llegaban refugiados políticos de España, de Argentina, Uruguay, Chile. En esas reuniones yo escuchaba sus conversaciones, aunque quizás no entendiera todavía, pero ya estaba en el ambiente. La educación que puedas tener en casa, de niño, te abre la cabeza. Determinadas visiones de lo colectivo o lo individual te van marcando. Crecí con una visión de lo colectivo.
¿Cómo se sale de la tristeza, de la depresión? Porque yo estuve internado, pero es mucha la gente que tiene problemas de ánimo.
También pasé por ahí. Tuve mis fases depresivas. Decir cómo se sale es difícil porque cada camino es diferente. No creo que haya una receta para todos. La receta que te da la sociedad hoy en día es la peor de todas: la pildorita. Y tenemos a mucha gente bajo píldoras para poder aguantar. No se trata de eso. Hay que salir de eso. A mí, de ese mal paso, me sacaron las vacas.
Misterio rumiante
Manu no quiere agregar mucho sobre este tema de las vacas: “Ya se los contaré en otro momento. Lo único que puedo decir, ahora que ya pasaron muchos años, es que fue una época muy difícil y muy triste de mi vida. Y las vacas me ayudaron muchísimo. Pero hoy en día estoy contento de haber pasado por ahí porque cuando salí me di cuenta que era mejor persona: al final me sirvió. Me hizo crecer. El momento no se lo deseo a nadie, pero si consigues salir de eso, sin entrar en la facilidad de la pildorita, acaba siendo un paso de la vida positivo”.
Estuve internado justo en los años de la dictadura. Siempre pensé que de alguna manera me había salvado, porque sino podría haber sido un desaparecido. Pero hoy en día pareciera haber más salidas: el arte, la música, el juntarse con otros, ¿lo ves así?
Pero si tienes la voluntad. Cuando estás deprimido ni siquiera te apetece el esfuerzo. No tienes fuerza. Ese es el problema, porque recursos hay. Siempre llevé dentro esa pequeña tristeza. Hay que aprender a convivir con ella porque ¿cómo puedes vivir feliz en un mundo tan feo? Ser feliz cuando las cosas van tan mal sería de un egoísmo radical. Pero creo que conseguí transformar esa energía negativa en algo positivo a través de la música. Mis conciertos son alegres, pero si lees las letras de mis canciones vas a notar que son tristes. Yo encontré en la música una terapia personal para aguantar y positivar la tristeza.
¿Cómo definirías el modelo extractivo?
Inconciencia suicida colectiva.
¿Y no se puede pensar que hay también un modelo extractivo de nuestras ideas, sueños, sentimientos?
Hombre, sí. A través de los medios de comunicación, de los videojuegos. Los juguetes de los niños son un arma de condicionamiento del pueblo. Yo soy de la generación de la televisión. Fue la tevé la que nos formateó a nosotros. La mitad de los chicos de mi barrio querían ser Bruce Willis. Y tener las Nike, las Adidas, el auto de Ronaldo y el dinero de Messi. Porque es lo que muestra la tevé. Hoy en día hay más diversidad. Se multiplicó la información con Internet. La tevé sola ya no puede canalizarla. Hay tanta información que acaba volviéndose desinformación porque no nos dan el tiempo para digerirla. Estamos en la época de la Torre de Babel, un cachivache de palabras. Es un momento curioso. Ni positivo ni negativo. Personalmente me preservo un poco, ya no quiero participar tanto en esa Torre de Babel, por eso paso poquísimo por los medios de comunicación. Lo positivo es que uno sabe dónde ir a buscar la información que realmente le interese y que hay muchas más posibilidades que hace unos años atrás.
Se mueven las vecinas
El otro día estuve conversando con jóvenes españoles de Podemos…
Está bien lo que hacen, aunque ellos eligieron la vía electoral. Yo elijo la vía del vecindario. Creo que enfrentarse globalmente al sistema ya no sirve. Creí en eso cuando era joven. Ahora donde veo resultados y me siento verdaderamente útil es trabajando a nivel local, en comunidades que se organizan entre ellos para buscar la solución a los problemas. Ganar pequeñas batallas locales. A nivel local uno ve que es posible pues se están consiguiendo cosas. Además de la sabiduría de cómo hacerlas. La única manera de tocarles los huevos a las corporaciones es no consumir.
Conseguir una hectárea para sembrar y consumir de nuestra propia huerta….
Es la única manera para realmente asustarlos. Podemos salir 4 millones a la calle a manifestar y a las corporaciones no les molesta porque saben que después nos vamos al supermercado. Pero si esos 4 millones no consumieran, ahí se les jode todo el sistema, porque todo el sistema está basado en el consumo. Entonces la solución es intentar la ayuda entre vecinos, compartiendo alimentos y sabiduría: eso significa menos consumo para el sistema. El trueque, el huerto. No sólo para tener nuestros propios alimentos, sino porque es un remedio contra la depresión. En los barrios donde hemos hecho huertos nos agradecen las señoras, que al cuidarlos vieron que las ayuda para sacarse los malos pensamientos de la cabeza. Entonces, cuando puedes hacer las cosas tú mismo, te comes tu tomate plantado en el terreno abandonado que pertenecía antes a un banco, y que ocupaste para montar el huerto junto a las vecinas entonces… ¡a ver quién las saca a las señoras del huerto!
Ahí está el poder…
Sí, es re-encontrar esos lugares comunitarios que en las grandes ciudades nos están quitando. Sobre todo en Europa. Yo crecí en las afueras de París donde los únicos lugares comunitarios que tenía el barrio eran el bar y la gasolinería. ¡Mucho mejor el huerto! Creo que eso está creciendo: cada vez más gente hace sus propios huertos. No son solamente de verdura: yo los llamo huertos humanos. Son huertos de humanidad. Cada vez menos gente cree en el sistema. Cada vez más gente tiene el instinto de conservación dentro de su barriga. Y no sólo personas politizadas o que pertenezcan a determinados movimientos, sino que cualquier persona sabe hoy, en cualquier lugar del mundo, que algo anda mal, que las cosas no pueden seguir así. No sé si vamos a ganar la pelea contra el monstruo, porque estamos en una carrera contra el tiempo que es cruel. El monstruo es tan rápido y tan descabellado que capaz que nos vamos todos a la mierda dentro de poco. Porque se va a montar un caos generalizado de un momento a otro. No sé si habremos tenido tiempo con nuestros huertecitos de llegar a desequilibrar la balanza para el otro lado, pero el intento es necesario. Y no hay otra salida. Creo que en estos últimos diez años el 80 por ciento de la población del planeta tomó conciencia de que tenemos un problema.
Me acordé de una poesía de Tejada Gómez que dice:
Aquel hombre de corazón tierno
se pasó su vida trabajando doce horas.
Un día su pobre corazón estalló
en una esquina.
Se fue al cielo.
Dios bondadoso, acariciándole la espalda,
le dijo: ¿Qué cuentas de la vida?
Y aquel hombre de corazón tierno dijo:
¿Qué vida?
El camino de la autosuficiencia es de una lucidez absoluta. Para ello necesitas tierra. Para tener tierra tienes que comprarla o de lo contrario ocuparla. El problema no está en el campo sino en las periferias. Hace poco estuve en una toma en Cali, Colombia, y la gente me decía: “Nosotros somos personas humildes del campo, pero nos consideran pobres y, sin embargo, en nuestras casas nunca ha faltado la comida: vamos al río a pescar y nuestros niños tienen comida. Ahora nosotros sabemos que esos pescados tienen cianuro. Entonces: ¿qué hacemos? ¿Les damos ese pescado a nuestros hijos? ¿Los dejamos con hambre o los envenenamos?”
Las nuevas mafias
¿Cómo ves el futuro?
El futuro es un gran interrogante. Puede pasar de todo. Seamos utópicos y positivos ¡y que los huertos ganen la carrera! Mi lucha es ganar esa carrera. Pero lo cierto es que si muchos vamos contra el sistema, el sistema reacciona cargándose la democracia. Tiene que recurrir a la dictadura para seguir funcionando. El día que el pueblo diga “No”, la economía va a decir: dictadura. Claro que una dictadura bajo nuevas formas mafiosas.
Pero entonces, ¿qué hacemos?
Nuestra lucha cotidiana tiene que lograr que cuando llegue ese momento nosotros seamos la mayoría. Tenemos que lograr que no se implanten las mafias. Mirá lo que sucede en México, en Rusia, me atrevería a decir en Francia. Quién manda: ¿los políticos o las organizaciones mafiosas?
Te respondo con otro poema:
Los colifatos, los artistas, los poetas, los músicos decimos:
La era del Homo Normalis debe ser barrida
antes de que en su estupidez
haga explotar el planeta entero.
Desde la enfermedad gritamos
a favor de una mutación antropológica
a la única revolución digna de llamarse así.
Es simple:
¡Queremos vivir nuestras vidas!
¡Tenemos el derecho de ser felices!
No vamos a hacer ninguna revolución.
¡Somos la revolución!
¡El homo normalis acabó, Hugo! Ahora tiene que llegar el homo mutantis. Le tengo confianza a la juventud. Porque esos chavales ya no piensan como nosotros, son más rápidos, activan en su cerebro otros caminos. Ahí está la esperanza.
Para despedirme te voy a dar un diploma de Colifato Ilustre Planetario porque viajás por todo el mundo. Te lo doy de todo corazón, con el permiso de mis compañeros y de su inventor, que se llamaba Trinity.
Un honor Hugo, ahora que tengo diploma voy a pasearlo por el planeta.
Entonces, Hugo despliega un diploma imaginario que Manu toma en sus manos con una solemnidad que conmueve.
Quien escribe estas líneas fue testigo de ese momento, mágico por irreal, pero también por la alegría de permitirse el juego.
Eso también es arte.
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