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Galponeando
La Orquesta Típica Ciudad Baigón comparte los desafíos de pasar de la calle al propio espacio. Autogestión y después.
A plena luz del día no hay nada que llame la atención en el portón negro. Todo parece indicar que detrás puede haber un taller mecánico. Uno más, que no desentonaría con el paisaje de la calle Cochabamba, en el muy porteño barrio de San Cristóbal. Pero varias noches a la semana ese portón se abre y un pasillo al aire libre nos indica el camino hacia Galpón B, el lugar que desde hace poco más de un año, cambio de nombre mediante, se transformó en un espacio de música, teatro y arte gestionado íntegramente por los miembros de la Orquesta Típica Ciudad Baigón, una formación tanguera que libró sus primeras batallas en las calles de San Telmo. “Los domingos nos levantábamos a las 9 de la mañana y teníamos que cargar el piano en un carrito para transportarlo 6 cuadras, en contramano por la avenida”, rememora Gabriel, violinista y letrista y hoy también a cargo de la prensa y difusión de este espacio. En aquellos días, el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entregaba un permiso que los habilitaba para trabajar en la calle dentro de un horario bastante amplio. Con el arribo de la gestión macrista la regulación de los espectáculos callejeros pasó de depender del área Espacio Público. El hostigamiento de agentes municipales y del personal policial se convirtió en moneda corriente. Hernán -pianista que hoy hace las veces también de encargado de asuntos legales- lo recuerda así: “Aguantamos un par de años, con situaciones bastante violentas con la policía. Llegaron a disponer un patrullero especialmente en la esquina donde tocaba la orquesta”. Abandonar ese lugar no fue una decisión fácil si tenemos en cuenta que fue precisamente tocar “a la gorra” y en la calle, todos los domingos, la manera que tuvo el grupo de poder financiar la grabación de su primer disco y costearse una gira por Europa.
“Ante la necesidad de tener un espacio arrancamos con esto”, sintetiza Gabriel. Pero arrancar tampoco fue fácil. El galpón estaba deteriorado y con muchas deudas. Para empezar a ponerlo a punto tuvieron que invertir todo el dinero que habían juntado tocando en la calle. Se organizaron en asociación civil, formalidad necesaria para poder acceder a créditos y subsidios, que reconocen indispensables para hacer de este proyecto algo económicamente sustentable. Durante 4 años funcionaron con el nombre de Teatro Orlando Goñi. Fue una gestión compartida con otros grupos, enfocada exclusivamente al tango y a la milonga como espacio de baile. Hoy la apuesta del renovado Galpón B pasa por abrir el juego a otras propuestas musicales y artísticas en general. Con el Club Atlético Fernández Fierro (CAFF) como referencia ineludible si hablamos de espacios culturales autogestionados.
“Primero tuvimos que plantearnos si era posible sostener el espacio o no. Ahí se fueron definiendo los roles: quién se iba a encargar de la programación, quién de las luces, quién de la atención en la barra, y así…”, cuenta Hernán para describir el trabajo que hoy ocupa a tiempo completo a 6 de los 12 miembros de la orquesta. Germán, contrabajista y encargado de mantenimiento del galpón, resume: “Hay que saber ocupar espacios para los cuales ninguno de nosotros nos preparamos. Todos estudiamos música, pero si querés tener un espacio así tenés que saber que vas a ocuparte de cosas a las que quizá desearías no tener que dedicarles la mayor parte de tu tiempo”. ¿Cómo se hace? “Conformando un equipo”.
Sostener el espacio les cuesta tiempo y dinero. Para poder brindar un espectáculo con condiciones dignas de sonido e iluminación es necesario invertir en infraestructura. ¿Cómo lo resolvieron? Otra vez es Hernán quien habla: “Una vez que estás habilitado, podés salir a buscar subsidios. A través de Mecenazgo (nombre del Régimen de Promoción Cultural de la Ciudad de Buenos Aires) pudimos comprar un piano. También poner la calefacción. Necesitamos de eso para poder crecer. Una consola de luces cuesta 60 mil pesos. Los grupos profesionales te piden eso. Y nosotros, como orquesta, necesitamos lo mismo. Lo primero que pensamos es hacer algo que esté bueno para nosotros, porque a partir de ahí va a estar bueno para quienes vengan a tocar. Lo mismo pasa con los precios de las bebidas y las empanadas: que gente como nosotros pueda pagarlo. Esa es nuestra política de cómo decidir las cosas”.
Hay que animarse
Hoy en el galpón ensayan, además de Ciudad Baigón, otros dos grupos de tango y uno de teatro. El hermano de Hernán utiliza el espacio para enseñar Kung-fu y también cada uno tiene la posibilidad de dar clases de su instrumento musical. Los shows, por ahora, están acotados al horario nocturno: música en vivo de jueves a sábado, sin limitaciones de géneros, aunque predominen el tango y el rock. Más adelante, dicen, les gustaría ampliar la oferta de talleres diurnos.
Gabriel: “No estamos solos. Hay toda una movida de gente que esta empezando a armar cooperativas y autogestionarse. Quizá lo interesante de nuestra experiencia es comprobar que esto se puede hacer. Que requiere mucho esfuerzo, pero que no lo estamos pensando desde una ecuación económica. La vida no pasa solo por lo económico. Tenemos amigos del colegio secundario que, tal vez, económicamente están mucho mejor que nosotros, que hicieron carrera. Pero quizá no están tan felices con su laburo de 9 horas metidos dentro de un cubo”.
Viendo todo el esfuerzo que requiere embarcarse en un proyecto de estas características y ante la evidencia de que el factor económico no es, ni por asomo, la principal de las motivaciones, la pregunta que queda flotando en el aire es… ¿y por qué lo hacen? Germán: “Lo hacemos por una necesidad de pertenencia. Es como tener tu casa. Lo sentimos como nuestra casa. Podemos hacer las cosas que queremos como queremos hacerlas”.
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