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La regla ecológica: otras formas de llevar la menstruación

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A partir de sus propias experiencias crearon emprendimientos que ofrecen alternativas a las formas comerciales que producen basura no reciclable. La copa menstrual y las toallitas de diseño son dos muestras de una tendencia de consumo que crece.

La regla ecológica: otras formas de llevar la menstruación

Ultra fina, tela extra suave, centro azul, con alas, hasta 6 horas de protección, anatómico, cola less, de maternidad, con gel, nocturna, normal. Absorbe el flujo, lo aleja de tu cuerpo. Invisibles. Para usar, para descartar.

Esta son algunas de las descripciones que se leen en los envases con los que seducen a millones de mujeres, mes tras mes, para consumir toneladas de toallas higiénicas y tampones que se han instaurado como necesarios e indispensables a la hora de enfrentarse con uno de los eventos biológicos más demonizados y silenciados: la menstruación.

Una cuarta parte de la población mundial está menstruando en éste mismo instante.

Las corporaciones advirtieron este dato y crearon un gran negocio al mantener el tabú y convocando al asco y al silencio, al tiempo que se presentan en el mercado como la única alternativa para ocultarlo.

La menstruación no cambió, el mundo un poco sí.

Hay otras alternativas, que existen desde hace mucho y volvieron, renovadas, reutilizables, bonitas y se fabrican en Argentina. Dos ejemplos: la copa menstrual y las toallitas de tela. Otro más osado: convertir  la sangre menstrual en arte.

Copada

Luciana Comes y Clarisa Perullini son socias y amigas. Cada una por su lado comenzó una búsqueda hasta que se encontraron. “Ése día terminamos la charla mirándonos a los ojos y diciéndonos: las bases son lo social y la inclusión. Y es lo que no se tiene que mover sino latir, porque es el corazón del proyecto. Ahí empezamos”, cuenta Luciana sobre el día en que se conocieron en una feria en el año 2011. Fue el primer movimiento que le dio origen a Maggacup, la empresa social que fabrica la primera copa menstrual en Argentina.

Luciana tiene 39 años y el pelo enrulado. De chica tenía una pesadilla recurrente: “Iba al colegio con pollera escocesa y menstruaba sin bombacha, ¡un horror!”. Cuando le pregunto cómo fue su primera menstruación, la que la sorprendió a los 10 cuando vivía en España, acompañando en el exilio a sus padres, dice: “Era muy chica y mi mamá no supo qué decirme”.

Luciana viene del área de la comunicación y el marketing: “Llevaba 10 años viviendo en Europa, había decidido salirme del mundo de la publicidad, ya conocía la copa y la usaba. Me dije: no quiero poner en el mercado publicitario  mis herramientas y mis servicios”. ¿Por qué? “Porque hacía sufrir y sufría yo también”. Fue entonces cuando volvió a la Argentina “a buscar coherencia con mi ser y con mi hacer”. Tenía 34 años.

Clarisa tiene 33 y los ojos celestes. Es psicóloga y docente. “Profesionalmente había desarrollado un perfil ligado a lo lineal, a la productividad y al éxito”, comenta Clarisa, quien trabajó muchos años con personas en situación de vulnerabilidad y, fundamentalmente, con mujeres que tenían niños en situación de discapacidad. Historias dislocadas, personas que venían migrando de otros lugares y se desconectaban de su lugar de origen y se encontraban con un sistema de salud muy fragmentado. Algo le empezó a hacer ruido: “Estaba en un momento muy bisagra: había llegado a la cresta de la ola con 26 años, en una oenegé muy prestigiosa, trabajando para la Organización Mundial de la Salud, viajando por diferentes partes del mundo y lo que encontré fue un vacío de sentido: no había un compromiso profundo”. En ése momento se encontró con la copa menstrual: se la trajeron de Canadá. La aunó con sus experiencias de campo y la imaginó como la punta de una flecha que cambiaría la dirección de su vida. Viajó, meditó mucho y cuando volvió, renunció. “Salí de esos lugares jerárquicos de poder, ¡en bolas total! Me bajé de todo a los 28”.

Luciana y Clarisa quedaron embarazadas casi al mismo tiempo cuando decidieron parir su propia empresa. “Nos miraban y nos decían: ‘¿qué quieren hacer? ¿Vender copas? ¿Menstruales? ¡Embarazadas! ¿Un solo producto?’  Era casi como desafiar las leyes de la gravedad”, dice Luciana.

Con investigación, materias primas, permisos, marketing, comunicación institucional y ganas crearon Cíclica, que tiene su sede en un espacio físico muy luminoso en el porteño barrio de Belgrano y que alberga de forma itinerante a las siete mujeres que componen el equipo permanente, más las iniciadoras que integran la red que vende y distribuye la Maggacup.

La burocracia les impidió ser una fundación porque iban a vender un producto. Intentaron formar una cooperativa y tampoco: los trámites demoraban más que las necesidades de producción, en tiempos en que las crisis de importación expulsó a los tampones de las góndolas. Se pusieron en marcha bajo la premisa de respetar los ciclos, proponiendo otro sistema de planificación y producción, lejos de la línea de producción fordiana. Luciana: “Queríamos hacerlo de una manera sana, como menstruar”. ¿Cómo? “Tirábamos algo y si veíamos que volvía, avanzábamos: arrancamos a partir de nuestra intuición y seguimos de acuerdo a la respuesta”. El primer lote salió a la venta el 24 de agosto de 2013, fecha de nacimiento de la primera copa menstrual de manufactura nacional. Ya suman 12.000 usuarias.

Volver al origen

Micaela Sourigues tenía puesta una corona de flores que había armado con sus amigas el día de su cumpleaños número 13 cuando la encontró su primera menstruación. Recuerda a su mamá explicándole cómo se pegaba la toallita a la bombacha. Varios años después y como era habitual, mes tras mes, volvió a menstruar, pero su entorno era muy diferente. Estaba en compañía de Augusto, su compañero, en una ecoaldea en las sierras de Rocha, Uruguay. El pueblo más cercano estaba a 25 kilómetros. “Alrededor sólo habían colinas onduladas y la hermosa nada. Estando ahí vino mi luna y mi primera reacción fue preguntar quién podía traerme unas toallitas. Pero aquel día nadie iba al pueblo y me advirtieron que ahí todo se reciclaba. Me hicieron notar que estaba pidiendo que me trajeran algo que iba a transformarse, días más tarde, en basura. Fue muy gráfico: ver el principio y final de las cosas de un modo muy cercano, muy palpable”. Por recomendación de las chicas de la ecoaldea usó tela. Ella colaboraba en la huerta y cuando se tenía que cambiar, en vez de ir al baño que estaba muy lejos, bajaba al río, lavaba su toallita, la colgaba en el árbol y se ponía la que ya estaba seca.

Cuando volvió a Buenos Aires quiso mantener el hábito, pero no era fácil. Así fue que puso en práctica su formación en diseño gráfico e industrial y comenzó a darle forma a su propia línea de toallitas. “Fue todo a prueba y error. Recuerdo coser la muestra e ir al baño a probármela”.

El proyecto comenzó a tomar forma de emprendimiento cuando logró hacer un modelo funcional, “Hacíamos dupla con mi compañero. Yo cosía, él las daba vuelta y yo volvía a coser; luego empezó él también. Se cosió un par de dedos hasta que aprendió”. Así nació Recibe tu Luna, el proyecto productivo que desde el 1 de octubre del 2009 se dedica a diseñar, confeccionar y distribuir toallitas de tela reutilizables y que llevan adelante Micaela y Augusto, su socio y compañero.

Desde su taller en Liniers hicieron la primera escala en la Feria del Encuentro en Caballito, luego en el Galpón Agroecológico de Chacarita, donde recibieron mucho apoyo. Estuvieron durante dos años atendiendo de día el lugar y de noche, cosiendo. Ahora sus productos se han distribuido en Chile y Costa Rica y actualmente han llegado a Bélgica, España y la Isla de Pascua.

Números en rojo

Según el último censo poblacional del INDEC las mujeres sumamos más de 20 millones. Casi 11 millones están en edad de menstruar. Si calculamos el uso de 5 apósitos diarios por 5 días, durante 35 años de vida fértil, tenemos un resultado de alrededor de 10.500 apósitos por mujer. Lo cual multiplicado por el total de mujeres asciende a más de 125 mil millones de apósitos a usar, sólo en Argentina. Un fabuloso negocio que todos los meses nos espera en la góndola del super, sin ningún resquicio de pregunta sobre el destino final de miles de millones de tampones y toallas descartables. Toneladas de basura, toneladas de dinero que sólo sabrán las grandes corporaciones a qué océanos y a qué bancos irán a parar.

Promover la creación y venta de productos sustentables, acercarlo a muchas mujeres, enseñar a confeccionarse sus toallitas de tela y a usar la copita como una herramienta de independencia, no sólo es una alternativa para gestionar la menstruación: es una invitación a pensar todo lo que hay detrás de ella. Nos lo dice Micaela: “No es imprescindible sumar mayor activismo en la vida, sino prestar atención a qué consumís. Abrí la billetera y pensá a quién le das tu dinero”.

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