CABA
Conferencia de Mike Davis: reflexiones frente al abismo
Esta es una conferencia del urbanista y escritor Mike Davis, publicada por SinPermiso, de cuyo Consejo Editorial Davis es miembro. Se trata de un análisis diferente sobre la crisis financiera global, rompe las comparaciones “keynesianas“, desnuda la falta de ideas en el establishment norteamericano, además de anunciar que Estados Unidos tendrá pronto su primer presidente ciego.
Mike Davis es un norteamericano nacido en 1946, profesor de Teoría Urbana en California y autor de libros como Prisionero del sueño americano, Ecología del miedo y el más reciente Planeta de suburbios, sobre las periferias urbanas como escenario político y social decisivo del futuro. Miembro del Consejo Editorial de la revista española SinPermiso, brindó una charla en el San Diego City College cuyo texto en castellano ha transmitido la propia revista. Una mirada sobre la crisis financiera y el anuncio de que los Estados Unidos, según parece, y gane quien gane las elecciones, están a punto de tener su primer presidente ciego.
Este es el texto completo de esa conferencia, dictada este 13 de octubre.
¿Puede Obama ver el Gran Cañón?
Permítanme comenzar esta charla de una forma harto oblicua, y aun extraña, con el Gran Cañón del Colorado y la paradoja implícita en todo intento de ver más allá de los precedentes culturales o históricos.
El primer europeo que pudo asomarse a las profundidades de la gran garganta fue el conquistador español García López de Cárdenas, en 1540. Quedó tan horrorizado por la visión, que retrocedió al punto, alejándose del Borde Sur. Hubieron de pasar más de tres siglos antes de que el teniente Joseph Christmas Ives, del Cuerpo de Ingenieros Topógrafos del Ejército de los EEUU, accediera al sitio en calidad de segundo visitante. Como García López, se sintió preso de un “pánico que hasta resulta doloroso recordar”. Aunque entre los miembros de su expedición figuraba un artista alemán muy conocido, no por ello dejaron de resultar los esbozos hechos del Cañón extremadamente distorsionados en lo que hace a escala y perspectiva.
En otras palabras: ni el conquistador ni el ingeniero del ejército lograron dar sentido a lo que vieron; a tal punto quedaron sobrecogidos por el horror y por el pánico primitivos que experimentaron. En un sentido fundamental, su ceguera emanaba de la falta de conceptos para organizar una visión coherente de un paisaje totalmente novedoso para ellos.
Sólo empezó a haber retratos fieles del Gran Cañón una generación después, cuando el lugar se convirtió en la obsesión de un héroe manco de la Guerra Civil, John Wesley Powell, y de sus celebrados equipos de geólogos y artistas. Eran éstos como astronautas victorianos en otro planeta: la Meseta del Colorado. Tomó años de brillante trabajo de campo construir un marco conceptual que lograra dar un sentido perceptible acorde con la realidad del paisaje.
El resultado de su trabajo, La historia terciaria del Gran Cañón, publicado en 1882, está ilustrado por obras plásticas maestras que, según dejó dicho Wallace Stegner, “son más fieles que cualquier fotografía”, porque reproducen detalles estratigráficos que, normalmente, escapan a las imágenes tomadas con cámara. Cuando hoy visitamos alguno de los puntos de observación famosos, la mayoría somos conscientes no sólo del grado en que esas imágenes icónicas han llegado a entrenar nuestra mirada, sino también de hasta qué punto estamos imbuidos por la idea, popularizada por Powell, del Cañón como un museo del tiempo geológico, espectacularmente revelado en una suerte de pastel de capas superpuestas en una milla de profundidad de estratos sedimentarios.
¿Y por qué estoy hablando de geología? Porque, como los primeros exploradores del Gran Cañón, lo que tenemos a la vista es un abismo de turbulencias económicas y sociales que confunde nuestras tradicionales percepciones del riesgo histórico. Nuestro vértigo se ve intensificado por nuestra ignorancia de la profundidad de la crisis y porque los sentidos no alcanzan a percibir la distancia que nos separa de la zona abisal a la que podemos finalmente abismarnos.
Permítanme confesarles que, como viejo socialista que soy, a menudo me hallo en una situación como la del testigo de Jehová que abre su ventana para ver las estrellas caer del cielo. Aunque durante décadas he estado predicando la teoría marxista de las crisis, nunca creí que viviría para ver el suicidio del capitalismo financiero.
Mi primera reacción al desplome de 777,7 puntos en Wall Street hace dos semanas fue de una euforia retro, muy años sesenta: “¡La clavaste, Karl!”, grité. “¡Cómanse sus derivados financieros y revienten, cerdos de Wall Street!” Como la del Gran Cañón, la caída de los bancos puede ser un espectáculo aterrador al par que sublime.
Pero los culpables reales, huelga decirlo, no van camino de la guillotina, sino que están bajando plácidamente a tierra munidos con paracaídas de oro. Nosotros estamos todavía atrapados en un avión incendiado y sin piloto, pero el despreciable Richard Fuld, que se sirvió de Lehamn Brothers para saquear fondos de pensiones y ahorros de jubilación, anda enfurruñado en su yate, rodeado de lujos.
Ante una nueva Depresión que augura a las gentes un ignoto mundo de dolor desde Wasila hasta Tombuctú, ¿cómo tenemos que reconstruir nuestra comprensión de la economía globalizada? ¿Hasta qué punto pueden servirnos de ayuda Obama o McCain para analizar la crisis y luego actuar efectivamente para resolverla?
Si el debate del pasado lunes en Nashville sirve de algo para responder a esa pregunta, hay que decir que pronto tendremos nuestro primer presidente ciego. Ninguno de los dos candidatos tuvo los cojones o la información suficientes para responder las sencillas cuestiones planteada por una audiencia ansiosa: ¿qué pasará con nuestros puestos de trabajo? ¿Cuánto empeorarán las cosas? ¿Qué medidas urgentes habría que tomar?
Más todavía, cual si anduvieran presos de sus hojitas volanderas, los candidatos se aferraban a un guión obsoleto. La única sorpresa que tenía reservada McCain era otra innovación falsaria: un plan de ayudas hipotecarias, ya debatido en el Congreso, que vendría primero en socorro de los bancos.
Obama recitó su programa de cuatro puntos, infinitamente mejor, en principio, que la opción preferencial de su contrincante por los ricos; pero abstracto, carente de detalles, más una promesa retórica que el esbozo de una maquinaria para la reforma. Hizo sólo una referencia de pasada a la fase siguiente de la crisis: el desplome de la economía real y un probable desempleo masivo, en una escala desconocida desde hace setenta años.
Es verdad, como argumentarían algunos de mis amigos, que en 1933 ni Franklin Delano Roosevelt ni nadie tenía un programa bien engranado. Lo que tenía (supuestamente) era una gran empatía con la gente común y una disposición a experimentar con todo tipo de intervenciones públicas. Obama, de acuerdo con este punto de vista, podría ser su reencarnación en el siglo XXI: calmo, sólido y dispuesto a aceptar el consejo de los mejores y más brillantes espíritus del país.
Lo que pasa es que esta analogía esperanzadora yerra, o resulta insuficiente, al menos en tres aspectos capitales:
Primero: la analogía entre la Gran Depresión y la situación actual podrá resultar adecuada, pero no lo es la analogía con el New Deal como fórmula resolutoria. Es verdad que hay mucho de déjà vu en los frenéticos intentos de templar el pánico y asegurar que lo peor ya ha pasado. Muchas de las afirmaciones de Paulson podrían ser calcos de las de su predecesor en el cargo Andrew Mellon (el secretario del Tesoro de Hoover), y ambas campañas presidenciales se mecen crispadamente en una retórica heroica procedente del New Deal.
Pero, como se ha encargado de adoctrinarnos durante años la prensa económica, esta no es la Vieja Economía Norteamericana, sino un engendro completamente nuevo construido de piezas externalizadas y sobrecargado con mercados mundiales instantáneos de todo lo imaginable, desde dólares y euros hasta tripas de cerdo y futuros metereológicos. Estamos asistiendo a las consecuencias de una perversa reestructuración que, desde los tiempos de Reagan, ha logrado invertir las proporciones de la industria manufacturera (21% en 1980; 12% en 2005) y de los servicios financieros (15% en 1980; 21% en 2005) en la composición de nuestro producto nacional. En 1930, las fábricas podían estar cerradas, pero la maquinaria estaba intacta; no había sido subastada y saldada a cinco céntimos el dólar a China.
Por otro lado, yo no pretendo subestimar las maravillas de la tecnología contemporánea de mercado. El capitalismo de casino ha demostrado su fibra transmitiendo a una velocidad sin precedentes el virus letal de Wall Street a todos los centros financieros del planeta. Lo que a comienzos de los 30 llevó tres años –la globalización de la crisis—, se ha conseguido ahora en sólo tres semanas. Dios nos ayude si, como parece, el desempleo arrolla a los sufridos contribuyentes a la misma velocidad.
En segundo lugar: carecemos de la ventaja que tenía Roosevelt al disponer de una incipiente teoría económica (luego llamada keynesianismo) de la intervención estatal y de la gestión pública de la demanda, una teoría que se convirtió en idea-fuerza merced a un levantamiento de los trabajadores industriales que marcó toda una época histórica.
Si han visto el triste cortejo de gurúes económicos que ha desfilado por el show televisivo de McNeil-Lehrer, estoy seguro de que coincidirán conmigo en que las estanterías intelectuales de Washington están vacías. Ninguno de los dos grandes partidos dispone sino de unos pocas cáscaras dispersas de tradiciones de políticas públicas distintas de las del neoliberalismo (ademanes pseudopopulistas aparte): No está nada claro que nadie en el anillo periférico, incluidos los consejeros económicos de Obama, esté en condiciones de pensar rectamente más allá de los esquemas cognitivos doctrinariamente impartidos por Goldmann-Sachs, el origen empresarial de dos de los más prominentes secretarios del Tesoro de la última década. Keynes, tan frecuentemente traído a colación estos días, está en realidad más muerto que vivo.
Más decisivo aún resulta el hecho de que, ni aun poseídos de un optimismo superlativo, resulta fácil anticipar un momento obrero norteamericano capaz de recuperarse de la derrota de una manera tan espectacular como lo hizo en 1934-37. Desde luego que yo seré el último en negar la posibilidad o la necesidad del resurgimiento de los trabajadores, pero tenemos que entender claramente que el New Deal no manó por generación espontánea de la Casa Blanca rooseveltiana. Al contrario, el pragmatismo keynesiano fue una respuesta que trató de integrar al mayor movimiento de la clase obrera que registra nuestra historia, en un período en el que el desafío del marxismo ejercía una extraordinaria influencia en el paisaje intelectual norteamericano.
El tercer problema que ofrece la analogía con el New Deal es el más importante. El keynesianismo militar ya no está disponible como deus ex machina. Se me permitirá explicarme.
En 1933, cuando Roosevelt tomó posesión del cargo, los EEUU estaban en plena retirada de los enredos en política exterior, y había pocas disputas sobre la necesidad de traer a casa unos cuantos centenares de marines destinados en Haití y Nicaragua. Se necesitaron dos años y una guerra mundial, la derrota de Francia y la amenaza de un colapso inmediato de Inglaterra, para conseguir una mayoría en el Congreso capaz de votar a favor del rearme, y cuando la producción de material bélico comenzó en 1940, constituyó un gigantesco motor de generación de empleo, la verdadera cura de los deprimidos mercados de trabajo de la década de los 30. La conversión de EEUU en una potencia mundial y el pleno empleo parecían andar positivamente correlacionados, y de forma tal, que se ganaron la lealtad de varias generaciones de votantes obreros.
La situación hoy, huelga decirlo, es radicalmente distinta. Un presupuesto mucho mayor del Pentágono no logra ahora crear centenares de miles de puestos de trabajo estables en las fábricas; buena parte de la producción está ahora externalizada, y el vínculo ideológico entre empleos con buenos salarios e intervención militar, entre buenos puestos de trabajo y viejos laureles gloriosamente conquistados en el exterior, aunque no un vínculo roto, es estructuralmente más laxo que en cualquier otro momento desde los tiempos de la Ley de Facilitación del Crédito [en 1941].(1) Hasta en las actuales fuerzas armadas (una casta ampliamente hereditaria compuesta de blancos pobres, negros y latinos) la desmoralización está llegando al punto del descontento activo, abriéndose paso ideas alternativas nuevas.
La expansión de los servicios militares, la guerra de las estrellas, una misión tripulada Marte: todas ellas son, desde luego, formas de gastar centenares de miles de millones de dólares, muchas de ellas aplaudidas por ambos candidatos; pero no traerán consigo la oferta de puestos de trabajo decentes, ni lograrán hacer que la cosa se ponga en marcha. Pero lo que sí puede lograr un gigantesco presupuesto militar en medio de un hondo desplome es la total destrucción de las modestísimas pero esenciales reformas que figuran en el programa de Obama y en sus planes de asistencia sanitaria, energías alternativas y educación.
La amalgama rooseveltiana de cañones y mantequilla, por decirlo con otras palabras, se ha convertido en una contradicción en los términos, y la campaña de Obama está forjando deliberadamente un catastrófico rumbo de choque: sus compromisos con la seguridad nacional van contra sus objetivos en política interior. ¿Por qué no ven el Gran Cañón?
Tal vez lo vean, en cuyo caso el engaño se habría verdaderamente convertido en factor nutricio de la política norteamericana.
Por si alguno de ustedes se ha perdido los debates, permítanme recordarles que el candidato demócrata se ha atado a sí mismo de pies y manos, salga el sol o caigan piedras de punta, a una estrategia global que mantiene el propósito de “victoria” en Oriente Medio como premisa directriz de la política exterior, y que procede a un afeite de la hybris constructora de naciones de los neoconservadores presentándola como una fe “realista” en una estrategia de “estabilización”.
Es verdad: la enormidad de la crisis económica puede forzar a Obama a renegar de algunas de sus más sonadas promesas, como sostener el idiota sistema de defensa basado en misiles o insistir en la provocativa inclusión de Georgia y Ucrania en la OTAN. Pero, como no se ha cansado él mismo de declarar, la derrota de los talibanes y de Al-Quaeda es, junto con la defensa de Israel, la clave de su agenda de seguridad nacional.
Sometido a una presión simultánea de los republicanos y de los halcones demócratas para recortar el presupuesto y reducir el crecimiento exponencial de la deuda nacional, ¿qué decisiones se verá Obama forzado a tomar al comienzo de su Administración? Es más que probable que la asistencia sanitaria universal quede en los puros huesos, si no menos; y que las energías alternativas acaben en el fraude del “carbón limpio”; y que lo que reste de presupuesto en el Tesoro, luego de que los beneficios de retiro de los estafadores empresariales lo hayan saqueado, sirva para pagar bombas que destruyan más aldeas pashtunes y que produzcan unas cuantas generaciones más de mujahidines encolerizados.
¿Me estoy poniendo indebidamente cínico? Tal vez, pero yo viví los años de Johnson y fui testigo del desmantelamiento de la Guerra contra la Pobreza, el último programa genuinamente inspirado en el New Deal, para pagar el genocidio en Vietnam.
Amarga ironía, pero, fundado en mi experiencia histórica, descuento como seguro que una campaña presidencial sostenida por millones de votantes por su promesa de terminar con la Guerra de Irak ha quedado ya hipotecada con su escalada –“más duro que McCain”— hacia una guerra contra toda esperanza en Afganistán y en la frontera tribal de Pakistán. En el mejor de los casos, los demócratas se habrán limitado a cambiar una guerra brutal por otra. Mucho me temo que a lo que aguardamos no es a la resurrección de la esperanza, sino a su despertar.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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