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Congreso de la Ciencia Digna, día 3

Crónica del último día del 7° Congreso Socioambiental de Ciencia Digna en Rosario: el cuerpo-territorio, la in-justicia ecológica, las huertas urbanas y el testimonio que llega desde la localidad santafesina de Cañada de Gómez: voces y hechos para repensar el modelo productivo desde la salud. Y el juicio ético y popular a las empresas y personas que atentan contra la vida. Compartimos extractos de esta larga jornada que, como dice el cronista, no cierra sino que abre toda una perspectiva que profundizaremos en la próxima revista MU.
Por Francisco Pandolfi
Desde rosario
El tercer y último día del VII Congreso de Salud Socioambiental no cierra: abre.
Y arranca con música, con empatía, porque el cantante compositor entrerriano Ale Ciancio entona y recita con dulzura “vamos a sembrar para sanar; vamos a sanar, para sembrar”, y agradece a las y los integrantes del Instituto de Salud Socioambiental, dirigido por el médico Damián Verzeñassi, por “poner el cuerpo, la mente y el corazón, incluso muchas veces sin cuidar los propios cuerpos”; y “por militar un tema indispensable”. “Nos iluminamos y nos componemos de estos encuentros”, dice, entre tema y tema, que son la antesala de la presentación del libro “Pedagogías del cuerpo-territorio”, un cuadernillo metodológico para espacios educativos con técnicas de educación popular creado por el instituto organizador del evento. “No somos cuerpos que habitan un territorio, somos cuerpo-territorio”, cuenta Gabriel Keppl, uno de sus sistematizadores.
Pese a la jornada fría, el Congreso no hiela, caldea, más aún cuando se presenta el libro Argentina en llamas, de Marina Wertheimer y Soledad Fernández Bouzo; y ni hablar cuando en un panel se diserta sobre (in)justicia ecológica. También se repiensan las ciudades, mediante la voz y las ideas de dos referentes como Antonio Lattuca, creador de la agricultura urbana en Rosario exportada para el mundo, y de Carlos Briganti, referente del colectivo El Reciclador Urbano; y se baja el telón con un juicio ético y popular a los ecocidas como última actividad.
Pero en realidad, el tercer y último día del VII Congreso de Salud Socioambiental no cierra, abre.
O intenta abrir. E intentar, nunca es poca cosa. Abrir caminos, abrir conciencias, abrir debates. Este encuentro tuvo experiencias compartidas de territorios colombianos, ecuatorianos, paraguayos, argentinos, franceses, brasileros, italianos, uruguayos. Tuvo decenas de paneles, de talleres, de trabajos científicos expuestos. Todo desde una ciencia digna militante en causas justas. Quizá sea por eso que Virginia, una de las investigadoras que está en el público y escucha atentamente, agradece: “Gracias a todes los que hicieron posible este encuentro necesario, urgente y en emergencia continua; y ante todo, por la calidez en tiempos de tanta violencia”.
Hay otra mujer que también escucha y construye la simbiosis entre la ciencia y los territorios, entre la academia y la base popular. No es nada menor que esté ahí, acá, en el cierre del Congreso de Salud Socioambiental, porque voces como la suya marcan el camino de la ciencia digna. Ahí está, abriendo la garganta sin puntos y aparte, de corrido, para decir justo un 16 de junio, justo el día que nació Andrés Carrasco, justo el día que el Congreso de Salud Socioambiental dice que termina pero continúa perpetuando la lucha por y con testimonios urgentes como los de Norma Cabrera, 48 años, vecina fumigada de la localidad santafesina de Cañada de Gómez:
“Empecé a denunciar en 2015 cuando comenzaron a fumigar desde el campo que está frente a mi casa, a quince metros, solo separados por una calle. Fumigaban hasta cuando había viento del norte y venía toda la deriva hacia donde vivo. El dueño del campo se llama Carlos Pelagagge, que en 2015 arrendó a Jesús Moscas, productor agropecuario que sigue fumigando. Fue ese año cuando empezaron todos mis problemas de salud: primero fue una alergia y luego se me deformó el vientre, la panza. Conocí a mis abogados ambientalistas y a la organización Paren de Fumigarnos, con quienes denunciamos penalmente a la intendenta Stella Clérici por no cumplir las ordenanzas, por no cuidarnos. Teníamos una ordenanza de 3000 metros que imposibilitaba fumigar y la intendenta la bajó a 150. Mis denuncias se movieron mucho y ganamos una cautelar de 500 metros. Pero los daños de salud los tengo. Se me hizo un prolapso muy grande (cuando los músculos y tejidos pélvicos no pueden soportar los órganos por debilitamiento o daño); se me salió toda la vagina para abajo como si fuera una vaca; cada dos o tres meses me tengo que cortar los labios de la vagina porque se me llena de pus, no puedo tener relaciones sexuales porque son muy dolorosas para mí y estoy con una alergia; de los pechos me salía sangre y vivo rascándome continuamente. Estoy con medicamentos porque muchas veces me pica la cola y me da vergüenza. Me mataron todos mis animales. Yo tenía gallinas, pavos, corderos, chanchos, ovejas. También tenía una huerta y la destruyeron, pero ahora la estoy haciendo de nuevo, junto a chicos de la escuela. Es muy importante esta oportunidad de hablar y que la gente sepa, porque para una mujer filmarse la vagina y mostrarlo, duele mucho. La fumigación me marcó. Me destruyó como mujer porque no puedo tener relaciones sexuales como tenía antes, no puedo desarrollarme como quiero porque es muy doloroso. Todo es consecuencia de los agrotóxicos y por eso debemos seguir luchando, en red, tejiendo de a poquito. Este Congreso fue una muestra de eso, fue maravilloso. No hay otra que seguir y seguir, para vivir sin veneno. No tengo dudas de que podemos lograrlo”.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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