Nota
Desobediencia de vida: la historia del padre genocida que quiere desheredar a su hija
Analía Kalinec es parte del grupo de hijos de genocidas Historias desobedientes que nació en 2017 para romper el silencio familiar y pelear por Verdad, Memoria y Justicia. Su padre, Eduardo Kalinec, detenido por crímenes de lesa humanidad, firmó desde la cárcel una notificación judicial (avalada también por sus dos hermanas, trabajadoras de la Policía Federal) para quitarle la posibilidad de acceder a la herencia de su madre. Cuál fue la reacción de Analía. Qué sintió, pensó e hizo. Lo que dice: «Subyace en el escrito la lógica de eliminar al que piensa diferente. Y otra lógica que subyace fuertemente es la patriarcal: “Acá se hace lo que yo digo que soy el que manda”, y todas las mujeres de la familia deben acatar este mandato». La carta #InfelizCumplePadreGenocida que le escribió a su padre como respuesta el día de su cumpleaños. El flamante libro que recorre las historias de los hijos e hijas de genocidas. Y el 24M.
“Justo me llegó hoy, el día de tu cumple número 67, la notificación por cédula judicial que me querés desheredar y declarar indigna. No soy, según tus criterios, una digna hija tuya. Tal vez en este punto podamos ponernos de acuerdo: no me considero digna de un padre genocida. Ahí tenés a mis hermanas, acompañando con su firma el escrito en el cual sostenés que fui ‘detectada por grupos activistas en la Facultad de Psicología’, el escrito en el que te hacés el desentendido de los crímenes que cometiste por los cueles estás cumpliendo condena, el escrito en el que te erogás el derecho de decir que heredar a mi madre implica beneficiarme del “fruto de tantos años de trabajo policíaco honesto”. Ahí están mis hermanas, dignas hijas de un padre genocida”.

Analía retratada para la revista MU.
Con estas palabras urgentes tituladas “Infeliz cumple, padre genocida”, Analía Kalinec, psicóloga y docente, hija de Eduardo Kalinec (alias “Doctor K”), condenado por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura, resumió en las redes sociales la notificación judicial que recibió el 22 de febrero, el día del cumpleaños de su papá represor. En ella, pudo leer que su padre le había iniciado un juicio por “indigna” para quitarle la posibilidad de acceder a la herencia de su madre, fallecida en el 2015, y cuyo juicio por sucesión se celebra desde entonces.
Analía es, además, integrante y co-fundadora de Historias desobedientes, el colectivo integrado por hijas e hijos de genocidas, que, en 2017, irrumpió como una llama –otra más– en la larga lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia, en el marco del fallo del 2×1 de la Corte Suprema de Justicia.
En diálogo con lavaca, Analía, reflexiona lo que le representó la noticia: “No te digo que la celebro porque es un bajón, pero es una forma de expresión frente a alguien que venía manteniendo un silencio atroz”. “Es una primera aproximación a algo que dicen los genocidas. Obviamente sigue reafirmando la lógica de pensamiento criminal, de eliminación a quien piensa diferente, negacionista, pero está documentando: es un escrito presentado en un juzgado civil”.
Concretamente, en el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nº 27, con sede en la ciudad de Buenos Aires, bajo el expediente: “KALINEC, EDUARDO EMILIO Y OTROS c/ KALINEC, ANALÍA VERÓNICA s/EXCLUSIÓN DE HEREDERO”, N° 46902/2018.

La referencia a “OTROS” que tiene el expediente remite a sus dos hermanas menores (ambas integrantes de la Policía Federal), que acompañaron la presentación escrita y firmada de puño y letra por Kalinec desde la cárcel, bajo el argumento de “indignidad” que el Código Civil y Comercial contempla.
La voz de Analía suena firme, limpia y suave. Almacena dosis de dolor, también, pero es una voz que no se corta, que no se quiebra: es potente y decidida. Dice: “El escrito lo presentó para que yo no pueda heredar a mi mamá. Dentro de los argumentos descabellados alega que fui detectada por grupos activistas en la Facultad de Psicología, que hice declaraciones difamatorias; se presenta en el juzgado como una persona con prisión preventiva, cuando en realidad tiene sentencia firme. En ningún momento hace algún reconocimiento o alusión a los crímenes que cometió por los cuales cumple condena. Es un escrito totalmente tergiversador”.
Así, expone la sorna de los genocidas, atentos a las herencias de sus descendencias pero no al repudio que éstas le dispensan.
Lo que narras va en la tónica que vienen manteniendo los perpetradores
–Sí, es absolutamente negacionista y muy agresivo hacia mi persona. Subyace en el escrito la lógica de eliminar al que piensa diferente. “Vos no pensás como nosotros en esta familia, sos una hija indigna, entonces te desheredamos”. Otra lógica que subyace fuertemente es la patriarcal: “Acá se hace lo que yo digo que soy el que manda”, y todas las mujeres de la familia acatando este mandato. Las que quedan de la familia son mis dos hermanas menores porque mi mamá falleció y mi hermana más grande también se distanció. Hay una frase dentro del escrito en la que él mismo le dice a la jueza “no voy a permitir que se vea beneficiada con el fruto de tantos años policíacos en esto”. Él ya decide qué me va a permitir y qué no, más allá de lo que decida la Justicia. Además, como si heredar a mi mamá, tuviese que ver con el trabajo de él.
Hijas de represores: las voces de las historias desobedientes
Prontuario
Eduardo Kalinec es un comisario retirado de la Policía Federal Argentina. Fue juzgado por su participación en el circuito ABO (en referencia a los centros clandestinos Atlético-Banco-Olimpo), y condenado, en diciembre de 2010, por el Tribunal Oral Federal Nº 2 de Buenos Aires, a la pena de prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua, por ser “partícipe necesario del delito de homicidio calificado por su comisión con alevosía y con el concurso premeditado de dos o más personas, en concurso ideal con el de privación ilegítima de la libertad agravada por haber sido cometida por funcionario público con abuso de sus funciones o sin las formalidades prescriptas por la ley, por mediar violencia y amenazas, como así también por su duración de más de un mes, en concurso ideal con el de imposición de tormentos, estos últimos dos en calidad de coautor”.
Desde hace años, Analía no tiene vínculo con él (ni con sus hermanas) y ha repudiado sus crímenes desde 2009 cuando, al ser detenido, comenzó a enterarse del accionar de su padre, asunto del que no tenía referencia ni era algo que se conversaba en el seno de su familia. Desde entonces, llevó a cabo un proceso personal y social que, un par de años después, germinó en la creación del colectivo Historias desobedientes, con el propósito de repudiar los crímenes de sus propios padres y promover la defensa de los derechos humanos.
¿Había pasado algo similar con las hijas o hijos de otro genocida?
–Algo tan bizarro y alevoso, no. Sí pasó en el caso de Pablo Verna (miembro del grupo y autor del proyecto de ley que el colectivo presentó en 2017 para modificar los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal, que son los que determinan que lxs hijxs de represores no pueden declarar contra sus padres, precisamente, porque son sus padres), que recibió amenazas de parte del padre, hizo la denuncia correspondiente intervino la Justicia.
–¿Creés que la presentación que hizo tu papá está ligada a tu participación en Historias desobedientes?
–Sí. Nunca pudo aceptar mi distanciamiento y mi cuestionamiento y siempre estuvo ubicado en un lugar de padre todopoderoso. No puede tolerar una discrepancia y además cual: no convalidar sus crímenes. De fondo está esta cosa de sentirse dueño de la verdad, con todo el poder, aún desde la cárcel, condenado a cadena perpetua.
Desobediencia de vida: hijas e hijos de genocidas piden declarar contra sus padres
Para Analía, la pertenencia a este colectivo que supo crear la hace sentir “contenida y acompañada” (el grupo emitió un contundente comunicado en su apoyo y en repudio a su padre). Siente además, que Historias desobedientes está en “franco crecimiento”, sobre todo luego del Primer Encuentro Internacional de Historias Desobedientes, llevado a cabo el 24 de noviembre en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA): “Pasaron muchas cosas que dan cuenta de un recorrido y de una capacidad autogestiva, con estatuto, con una organización fuerte, madurando y creciendo todos los días un poquito más”.
Como parte de ese crecimiento, además, este sábado 23 presentaron, en el Centro Cultural Haroldo Conti (en la ex ESMA, nada menos) el libro «Escritos Desobedientes. Hijas, hijos y familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia» (Marea Editorial). Se trata de una recopilación de textos redactados antes y durante la creación del colectivo, que recorre sus historias: cómo desafiaron los mandatos familiares, los tabúes sociales, los dolores más profundos. Como se señala en la contratapa, desde ese lugar los textos resaltan “los sutiles y perversos vínculos entre el genocidio y la familia como núcleo de silenciamiento, sumisión y violencia patriarcal”.
Además, el domingo participarán de la marcha en repudio al 43º aniversario del golpe cívico militar, en el marco de las movilizaciones por el Día Nacional de la Memoria, la Verdad y la Justicia: “Viajaron compañerxs de Francia, de Chile, de Alemania, de Santa Cruz y de Santa Fe para estar en la marcha, la segunda en la que estaremos colectivamente”, dice poniéndole énfasis a esta última palabra.
El día que recibió la notificación judicial, Analía hizo lo que sabe y lo que cura: compartir su historia.
Se hizo preguntas.
Se las respondió.
Y así la terminó:
“Puede él acaso desheredarme de esta historia, de los recuerdos, del afecto? ¿Puedo ser excluida de la familia? ¿Pueden eliminarme por pensar diferente? ¿Me convierte mi posicionamiento personal y subjetivo frente a los crímenes de mi padre en una hija indigna? Quisiera pensar que mi padre tiene vergüenza de ser honesto, vergüenza de sus crímenes y de su imposibilidad de asumirlos, pero su intención de querer declararme indigna y desheredarme, sus argumentos volcados en el escrito no hacen más que reconfirmar su pensamiento criminal, su falta de arrepentimiento y su imposibilidad de hacerse responsable por lo que hizo. Mi padre no solo no desobedece, está de acuerdo con los crímenes que se cometieron y que cometió. El silencio que mantiene es un silencio cómplice y criminal. Él esperaba que me subordine y obedezca, que haga silencio, que no pregunte, que no cuestione. Por mi parte, aunque esto le parezca indigno de una hija suya, no estoy dispuesta a hacerlo.
Tonta de mí pensando que algún día, en el algún momento podías llegar a arrepentirte de algo. Tonta de pensar, de sentir alguna vez, un cariño sincero de parte tuya.
Cuánto odio.
Cuánta crueldad.
Cuánta maldad.
Fue Gino quien recibió esta mañana la cédula del juzgado. No abrió la puerta ente el insistente timbre pensando que podía tratarse del “cuento del tío”, dejaron el sobre por debajo de la puerta. Es el cuento del padre, el cuento del abuelo. Le expliqué.
#InfelizCumplePadreGenocida”.
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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