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Dunga dunga laboral, tercera parte: la noticia que no es chiste

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En esta tercera nota lavaca dialoga con dirigentes gremiales que analizan qué revela la negociación de la cúpula de la CGT con el gobierno por la reforma laboral sobre la situación del sindicalismo y cómo impacta en los gremios. Responden Hugo Yasky (CTA de los Trabajadores) y Walter Correa (Curtidores), cuyo gremio integra la Corriente Federal de los Trabajadores en la CGT. Su definición: «Hay que salir a la calle: el pollo no negocia con el cocinero».
El dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica de Tierra del Fuego y diputado nacional, Oscar Martínez, firmó un acuerdo que congela los salarios por dos años: dijo que era muerte o dunga dunga. Fue la previa y el marco del acuerdo entre la CGT y el Gobierno por la reforma laboral. Si bien algunos dirigentes del triunvirato valoraron que el Gobierno diera marcha atrás a algunos de los artículos más resistidos (por ejemplo, la creación de un “banco de horas”, la incorporación de la figura de “trabajador independiente”, el fomento a las tercerizaciones), muchos sectores sindicales cuestionaron el principio de acuerdo del proyecto que, ahora, será girado al Congreso nacional.

Dunga dunga laboral: una noticia que no es chiste


¿Cómo interpretar esta noticia?
Lavaca dialogó con Hugo Yasky, secretario general de la CTA de los Trabajadores, y Walter Correa, secretario general del Sindicato de Obreros Curtidores de la República Argentina, uno de los gremios que integran la Corriente Federal de los Trabajadores dentro de la CGT.

“Se trata de una actitud vacilante y timorata”

“Ni quiero opinar porque es poco serio”, dice Hugo Yasky, secretario general de la CTA, en relación a los dichos de Martínez respecto al congelamiento de salarios (que denunció como una “extorsión”) y el dunga dunga. “Los problemas que tenemos son lo sufientemente graves como para dedicarnos a utilizar cualquier metáfora”.
-¿La reforma laboral es un ejemplo?
-La reforma laboral es una evidencia que forma parte de la iniciativa del Gobierno de Mauricio Macri de pretender utilizar el envión de la última elección para implementar un paquete de ajuste que incluye tres variantes. Una es el cambio de la movilidad jubilatoria, que significa retrotraer 10 mil millones de pesos anuales que corresponden a los jubilados. Lo segundo es la reforma fiscal, que favorece a los grupos más concentrados de la economía. Y, por último, una reforma laboral congruente con ese ajuste, que tiene como objetivo declarado bajar el costo laboral en la Argentina. Esta agenda, y particularmente la reforma laboral, no forma parte ni de las necesidades ni de las iniciativas de las centrales sindicales. Someterse a esa voluntad y aceptar discutir hoy una reforma cuando el principal problema que tenemos es el poder adquisitivo que va mermando día a día mientras el desempleo sigue creciendo, es aceptar la lógica del Gobierno según la cual se van a poder generar oportunidades de empleo en la medida en que el salario se achate. Eso es falso: es lo que quieren los empresarios, no lo que queremos los trabajadores. Y el movimiento sindical organizado tiene que seguir esa agenda, no la de los empresarios. Por eso no sólo rechazamos la reforma sino también discutir cambios en la legislación laboral en el marco de un paquete de ajuste.
-Algunos sectores piden un plan de lucha y otros sostienen que la negociación no es perjudicial en tanto exista diálogo entre las partes. ¿Qué piensa usted?
-Esto no es un diálogo entre las partes: es un monólogo que ejecuta el Gobierno tomando de la A a la Z todos los mandatos que los empresarios han formulado a lo largo del encuentro de IDEA, en los contactos que tuvieron en Washington con las corporaciones multinacionales y los contactos con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Un diálogo supone partes en una igualdad de condiciones para discutir: acá es el Gobierno el que impone. Y, en todo caso, el camino que han elegido los de la CGT es optar por el mal menor. No estoy de acuerdo que entre los trabajadores aceptemos eso: lo que tenemos que discutir es de qué manera resolvemos esto.
-Desde el triunvirato de la CGT valoraron que, al menos, el Gobierno haya retrocedido en los puntos más cuestionados como el “banco de horas”, las tercerizaciones y la incorporación del “trabajador independiente”. ¿Qué es lo que queda, entonces?
-Habrá que esperar a ver el proyecto. La CGT ya fue desairada hace menos de dos semanas. Parece que tuvieran poca memoria: dijeron públicamente que no iba a haber reforma ni proyecto de ley y que iban a discutir gremio por gremio, pero al otro día el Gobierno salió con esta reforma brutal. Ahora, hasta que no veamos el proyecto, no tenemos ninguna certidumbre porque está claro de que se trata de una actitud vacilante y timorata, mientras el Gobierno avanza y especula llevarse por delante a todas las organizaciones sindicales.

Dunga dunga laboral, segunda parte: una noticia que no es chiste

“El pollo no negocia con el cocinero”

“Acá hay un mundo que se cierra y nosotros nos abrimos para que conteiners de mercadería de India o China invadan la industria nacional”, dice Walter Correa, secretario general de Curtidores. “Lo que estamos viviendo es un plan sistemático en contra de la industria. Hay un intento de volver a un preperonismo en materia de legislación laboral y con un país agroexportador”.
-Curtidores forma parte de la Corriente Federal de Trabajadores, uno de los núcleos críticos dentro de la CGT. ¿Qué evaluación hacen?
-Como parte de la Corriente, nosotros rechazamos de plano este proyecto de precarización laboral, porque de reforma no tiene nada. Estamos convocando para el 20 un acto con eje en la soberanía nacional, para traccionar una movilización en rechazo a la flexibilización y, también, a la reforma previsional, que también atenta contra nuestros compañeros jubilados. La mayoría del pueblo trabajador, por medio de innumerables regionales y sectores de base, la ha rechazado.
-¿Qué piensa respecto a que algunos valoren la negociación con el Gobierno mientras otros sectores reclaman salir a la calle?
-Hay que salir a la calle. No tenemos dudas: consideramos que el pollo no negocia con el cocinero. No tengo otra reflexión. La flexibilización de hecho y de legislación ya la vivimos en los ´90, y la verdad que quedamos todos en la calle: eso no generó nuevos puestos de trabajo. Pör eso el 20 estamos invitando a todos los sectores sindicales y movimientos sociales para debatir y discutir, entre todos y todas, la generación de un ámbito de acción para poder salir a la calle con una marcha masiva en repudio de todo lo que nos está pasando. Somos optimistas con la participación de vastos sectores: será en el predio del la Asociación de Empleados de Farmacia en Luján, a partir de las 9 de la mañana. La idea es culminarlo con un acto a las 16.
-¿Cómo se interpreta el dunga dunga como concepto en este escenario?
-No significa nada bueno para la clase trabajadora. Significa que hay un acorralamiento en dejar de subsidiar a la industria en una región de la República totalmente adversa para cualquier habitante, como es Tierra del Fuego. Los trabajadores están haciendo patria allí, y los acorralaron desde el sector empresario y el sector político. En definitiva, los compañeros no tuvieron otra opción, porque esto fue votado por los trabajadores. Me parece que es un muy mal precedente para nosotros y un caso testigo del accionar de la política cuando hace complicidad con el sector empresario. No escuchamos a la gobernadora (Rosana Bertone) defender a los trabajadores. Todo lo contrario: coaccionó con el sector empresario. Esto es una parte más de una avanzada de este Gobierno neoliberal junto a sectores que están colaborando con él.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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