#NiUnaMás
#ElEstadoEsResponsable: ataque policial a mujeres en el 3J
Balas de goma, chorros de agua y gas pimienta fueron parte del kit que utilizó la Policía Federal para atacar desde la Catedral a un grupo de mujeres durante la desconcentración de la masiva movilización del 3J. Dos de ellas fueron rociadas con gas pimienta en la cara. Una es Alelí Acuña, trabajadora de prensa de Télam: “El objetivo puntual era que no sacáramos fotos”. La otra es Mónica Buján, una motoquera que sufre de asma y EPOC y aún continúa con nebulizaciones: «Que quede bien claro: no es que la policía fue agredida y por eso ´respondió´, sino al revés”. Testimonios y fotos del momento del ataque.
La foto muestra el momento exacto en que Alelí Acuña Berrenechea, 32 años, es rociada con gas pimienta por un policía identificado de la Federal, mientras le sacaba una foto.
Alelí Acuña es periodista, fotógrafa y trabaja en el archivo fotográfico de Télam. Dice a lavaca: “Nunca me habían rociado con gas pimienta. No sabía muy bien de qué se trataba y ahora te puedo asegurar que es una mierda”. Alelí es una de las miles de personas que el sábado marcharon en todo el país bajo el grito #NiUnaMenos y #VivasNosQueremos, mientras en la calle, en las paredes y en la sensibilidad colectiva se instalaba un reclamo concreto: el Estado es responsable de la violencia hacia las mujeres.
Alelí fue una de las dos mujeres que denunciaron que la Policía Federal las roció con gas pimienta durante la desconcentración de la marcha. Ese día Acuña había ido a cubrir la movilización y sus fotos se publicaron en la cooperativa Infonews. “Me entró en la boca y de a ratos me arde y siento el gusto. La cámara y el celular me quedaron todos impregnados”.
Durante la semana, el grupo Autoconvocadas había presentado junto al movimiento Mujeres de la Matria Latinoamericana (MuMaLá) un hábeas corpus colectivo y preventivo para garantizar el derecho de mujeres, lesbianas, trans y travestis a manifestarse el 3 de junio. Tras la cacería policial del #8M -ocasión en la que se realizó el Paro Internacional de Mujeres, en la que 20 mujeres fueron detenidas en una cacería policial sin orden judicial-, el habeas corpus presentado solicitó que la justicia ordenara al Ministerio de Seguridad que se abstuviera de portar armas de fuego y realizar acciones represivas, homofóbicas y criminalizadoras, que estableciera personal policial mayoritariamente femenino y debidamente identificado.
El testimonio de Alelí ilustra qué ocurrió finalmente.
“Todo pasó entre 8:15 a 8:20. La marcha fue esplendorosa, pacífica. Yo estaba cerca de la boca del subte D, sobre Diagonal Norte. Había una pequeña fogata, minúscula, algunas pocas chicas en tetas que sólo estaban cantando, sin disturbios. Yo me voy con un grupo de 10 fotógrafos. Ahí escucho el primer disparo. Ya había gas, estaba en el aire. Yo ya me estaba yendo, pero lo que me salió, con la cámara en la mochila, fue ir y mostrar las caras de los que estaban reprimiendo. Tengo un lente 50 y para retratar tengo que aproximarme porque, si no, no se ve nada. Ahí veo que eran alrededor de 40 y 50 policías entre civiles y uniformados. Todo estaba cercado, ellos detrás del vallado con la Catedral como su tótem. Encontré un hueco, me acerco a ellos a unos 10 cm y tomo la primera foto. Era una oficial mujer. Luego saco la segunda: todo perfecto. Cuando voy a sacar al tercero de la fila, ese me dispara el gas, en la boca”.
A Alelí Acuña le sorprendió la actitud del policía. “Lo hizo con la naturalidad de quien masca chicle: con una mano tiró el gas mientras en la otra sostenía un cigarrillo”.

El policía que roció con gas pimienta a Alelí Acuña Berrenechea, fotografiado por ella misma. Tenía identificación a la vista.
-¿Qué pasó?
-Me empiezo a ahogar, los ojos se me irritaban. Ahí lo sigo y lo filmo y le digo de todo. Él se va y se refugia. Después vuelve con una escopeta y pienso: “Estaba armado hasta los dientes”. Sigo sacando fotos, ellos tiran agua y cuando vuelvo al lugar donde había estado, me tiran gas de nuevo. El objetivo puntual era que no sacáramos fotos porque tiraban al grupo de fotógrafxs. No cometimos ningún tipo de delito: nuestros elementos contundentes eran nuestras cámaras. En cambio, ellos sí violaron su protocolo de seguridad. Todos los policías estaban sin identificación. Y cuando vemos que todo se ponía más denso empezamos a escuchar sirenas. Llegaron dos patrulleros en contramano por Diagonal Norte. Había algunas compañeras del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa), Ana Laura Torna y Nancy Acosta (de la Secretaría de Mujeres y Géneros del gremio), que estaban pasando por la plaza y se tuvieron que refugiar en el subte. El ambiente era de terror.
Contra las fotógrafas
Una de las fotos captura el momento exacto en el que el policía tira gas pimienta a Alelí mientras ella lo retrataba. La imagen la tomó la fotógrafa freelance Polly Palacios. Dice a lavaca: “Los policías se armaron todos atrás de la valla. Ahí veo a muchos fotógrafos que se acercan y empiezan a sacar fotos. Me acerqué para ver lo que estaba pasando: sólo estaban tomando imágenes. Entonces veo que llega caminando un policía y le tira a una chica que estaba pegada en la valla. Era Alelí. No había nadie tirando cosas, sólo tomando fotos. Ya habían tirado gas desde antes, no te podías acercar mucho: estaban como manteniendo una distancia. Incluso le tiraron gas a una señora que era asmática”.
Esa señora es Mónica Buján. “No soy fotógrafa profesional, sólo cubro estas movilizaciones porque me interesa dejar registro. Soy motoquera y fumigadora”, dice a lavaca mientras pide perdón porque no para de toser. “Tengo asma, EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y estoy con nebulizaciones. A mí también me tiraron”.
Mónica tiene 55 años y cuenta qué pasó. “Cuando la concentración sale de la plaza había una fogata frente a la Catedral. Yo llevo mi cámara, una chiquitita, para dejar un registro para la gente que no fue o no pudo ir. Cuando voy para allá no había incidentes, nada, y me acerco a la valla para sacarle fotos a los policías. Tengo una cámara de porquería, por eso me acerco, y es ahí que me tiran directamente a la cara, a menos de 10 cm. Yo respiro por la boca, así que tragué todo el gas. Me ahogué mal, muy mal. Creí que me iba a dar un paro: ya tuve dos en mi vida y no quiero un tercero”.
Buján sacó su puff. “Quería darme aire pero no entraba. En ese momento las chicas que estaban enfrente responden a la agresión que yo sufro. Que esto quede bien en claro: no es que la policía fue agredida y por eso ´respondió´, como informaron por ahí, sino recibieron una reacción producto del ataque que me hicieron. Ahí empezaron a tirar. Balas, agua, gas, pero que quede escrito que la situación se detona cuando ellos o ellas me tiraron gas”.
Buján no se fue. “No me quería ir, no quería dejar a las chicas que me estaban defendiendo. Tenía miedo de que pase lo que ocurrió después del Encuentro Nacional de Mujeres o la cacería después del Paro del 8 de marzo. Ahí veo que a Alelí, que no sabía quién era porque no la conocía, le tiran en la cara. También vi a una compañera que estaba vomitando mal”.
El sindicato de prensa SiPreBa repudió la represión a través de un comunicado: “Este ataque por parte de la Policía es un claro intento de cercenar la libertad de prensa. Exigimos el inmediato esclarecimiento de los hechos y la separación de los responsables materiales y políticos de la represión”.
Las mujeres confirmaron a lavaca que avanzarán con una presentación conjunta para denunciar el accionar policial.
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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños
El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.
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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.
Por Claudia Acuña
El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación: es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.
Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.
¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.
A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.
Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.
El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.
Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.
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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez
Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.
Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.
En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.
Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.
A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.
En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.
Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.
Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?
Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.
Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.
Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.
La pregunta es: ¿por qué?

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