Nota
En Plaza de los Prostituyentes, a cielo abierto
Desde las 14 del viernes, organizaciones que producen y crean en la calle expusieron sus reclamos en la Plaza de los Prostituyentes (ex Once). Debates al paso sobre prostitución, espacio público y cómo prepararse para lo que se viene.
-¿Cuánto cuesta este collar? – preguntó una joven que le apuntaba con sus ganas y con su índice izquierdo a un colgante celeste, hecho con alambre esmaltado y vidrio líquido.
– Hoy no estamos para vender. Esto es una feria de protesta porque nos quieren quitar la calle. Tomá un volantito, que explica todo –contestó Mariano, un joyero artesanal que suele exponer sus trabajos en el Pasaje Giuffra, de San Telmo, desde que lo echaron a palazos policiales de la Plaza Cortázar.
El diálogo fue uno de los tantos que sucedieron en Experiencias a Cielo Abierto, la expo-feria a cargo de personas y organizaciones que utilizan la calle como un espacio de expresión y producción que tuvo lugar el pasado viernes en Plaza de los Prostituyentes (ex Once), en el marco de las Primeras Jornadas de Recuperación del Espacio Público La Calle es Nuestra organizadas por la Cooperativa de Trabajo lavaca, junto al colectivo de mujeres rebeldes Las Locas y la Asamblea Popular de San Telmo.
“¡Qué lindo que haya artesanos en la plaza!”, exclamó una mujer, de piloto negro, que se presentó como trabajadora del Hotel Pueyrredón, ubicado frente a la plaza. “El año pasado un grupo intentó colocar puestitos y lo sacaron carpiendo. Siempre me pregunté por qué casi todas las plazas tienen artesanos y esta no”, completó.
“La consigna es limpiarnos de la calle”
Desafiando la permanente llovizna, los puestitos se alinearon sobre la avenida Jujuy, llegando casi a la ochava de Rivadavia. Las organizaciones expusieron carteras, gorras, libros, collares, hebillas, revistas, cholitas de cerámicas, remeras estampadas y tangueros de hierro fundido, entre otras cosas. Lo más llamativo fue, sin duda, la escenografìa aportada por el colectivo de mujeres Las Locas. En su stand colgaron vestidos-parlantes que mostraban leyendas del tipo: “El código contravencional es la caja policial”, “Jueces, candidatos y presidentes son prostituyentes” o “Perdí la vergüenza y no la quiero encontrar”. Las portadoras de los atuendos eran relucientes escobas, símbolo de las brujas, aquellas mujeres rebeldes que fueron quemadas en hogueras acusadas de locas. Además, una serie piernas de maniquíes plásticos, enfundadas en coquetas medias y con todo tipo de zapatos ambientaban los puestos. “Las piernas son sinónimo de movimiento, son las que recorren las calles”, explicaba Alejandra, una de Las Locas, a los ocasionales transeúntes.
Un vendedor que exhibía aros y anillos en la recova de Rivadavia, justo frente a la Plaza, se cruzó y saludó la presencia de los feriantes: “¡Qué suerte que vinieron, para nosotros es mejor. Más protección. Igual me parece que ahora no es nada en relación a lo que se viene a partir de diciembre. La consigna es limpiarnos de la calle”.
Una, dos, tres, cuatro veces se acercaron tres agentes de policía exigiendo permisos para montar los puestos. “¿Por qué todos esos pueden vender garrapiñadas, panchos y nosotros no? ¿Por qué ellos pueden y yo no?” se quejaba, insistente, Santiago de la Asamblea de San Telmo mientras señalaba a los puestitos que habitualmente están en la plaza. “Ninguno de nosotros tiene trabajo, ninguno de nosotros tiene ingresos. Queremos laburar”, protestaba el hombre, un ex comerciante textil que con la crisis de 2001 perdió todo y nunca pudo recuperarlo. “Yo no soy artesano, no me preparé a lo largo de mi vida para serlo, pero tengo que comer”, repetía.
¿Quién tiene cara de puta?
El puesto que más polémica generaba lo atendía Sonia Sánchez, que promocionaba el taller “Todas Tenemos Cara de Puta”. Los carteles, por cierto provocativos, concitaban la atención de hombres y mujeres.
-Se fueron al carajo–dijo un joven de anteojos y carpetas bajo el brazo.
-¿Por qué? ¿Qué diferencia hay entre tu mamá y esas chicas? – preguntó la anfitriona señalando a las mujeres que se prostituyen en la plaza- Pensá: las dos son mujeres. Entonces ¿qué cara tiene una puta sino de mujer?
-Tenés razón: una cosa es lo que es y otra lo que hace –concedió el muchacho.
Una adolescente se acercó al puesto que atendía Sánchez y comenzó a hojear con avidez el libro Ninguna Mujer Nace para Puta. Repentinamente se alejó cuando advirtió que la cámara del Canal 4 Darío y Maxi, de Avellaneda, registraba la situación. Algunos pasaban por el stand y lanzaban el chiste fácil, otros se trenzaban en discusiones.
-Yo antes de venderles el cuerpo a los tipos me pego un tiro –dijo una señora canosa de ojos celestes, intentando culpabilizar a las mujeres en estado de prostitución.
-Ninguna de esas mujeres está parada porque quiere. No hay prostitución consentida –le respondió Sánchez-. Si piensas eso, es porque piensas que el hambre es consentida.
– Pero yo, antes de prostituirme, prefiero pegarme un tiro- insistía la mujer.
– No es tan fácil. Nadie puede hablar sin haber pasado por la situación. A veces, no hay escapatoria, porque no tienes otros recursos para subsistir ni para alimentar a tu familia. – la interrumpió una jovencita con apuntes universitarios bajo el brazo.
-Es un tema muy complejo que usted simplifica. No es algo tan sencillo como hacer un pete para comer un sándwich. La mujer que llega a eso es porque está en estado de desesperación –intervenía otra joven en la polémica-. ¿Por qué le va a pedir a esa mujer que se pegue un tiro y deje aún más indefensos a sus hijos? Que se pegue un tiro el prostituyente, que se aprovecha de esa situación. Pero ojo: que a lo mejor es su vecino, su marido o su hijo.
La mujer canosa abrió sus ojos, en evidente gesto de sorpresa.
-Bienvenida al mundo real- le dijo una de las jóvenes y dio por cerrada la conversación. Enseguida se acercó un grupo de vendedores ambulantes de Parque Centenario para averiguar de qué se trataba la movida. “Estamos tratando de no estar cada uno suelto, batallando por su lado, sino de armar una red”, le explicaba una artesana que vendía estatuillas de hierro fundido.
De fondo resonaban las alabanzas a Dios que un pastor evangélico formulaba a cielo abierto. Ya era la hora de la vuelta a casa. Las colas en las paradas de colectivo comenzaban a crecer mientras la noche se avecinaba. La Expo-feria se levantó con un resultado tan alentador que todos se hicieron la promesa de volver a ganar, juntos, la calle.
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Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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