Nota
“Este es el inicio del trabajo, no el final”
Frente a la casa de Salta en la Capital Federal, la delegación Alerta Salta exhibió los materiales recogidos en su viaje iniciado el 16 de enero. Entrevistas con los detenidos de la Unión de Trabajadores Desocupados de General Mosconi y con los miembros de la Comunidad Ava Guaraní son algunas de las imágenes que se proyectaron en las calles del centro porteño. “Esta provincia es un caso testigo del daño social y ambiental que provocan las multinacionales”, explicó un miembro de la agrupación
Eran las 12 del mediodía y las persianas rojas de la Casa de Salta en Buenos Aires comenzaron a descender. En minutos las oficinas parecían cerradas. Sin embargo, entraban y salían empleados haciendo extrañas contorsiones por una pequeñísima abertura. En vano, simulaban ignorar a la pantalla cinematográfica que bloqueaba la puerta de la delegación provincial y a las varias decenas de personas que escuchaban con atención la conferencia de prensa que ofreció la misión Alerta Salta, ya de regreso en la Capital Federal.
Alerta Salta es un grupo de profesionales, periodistas e integrantes de movimientos sociales argentinos y estadounidenses que se conformó durante las jornadas de Enero Autónomo para llevar adelante una campaña de denuncia, solidaridad e información sobre la situación que atraviesan los integrantes de la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de General Mosconi y de la comunidad Ava Guaraní El Tabacal, ambas en conflicto con grupos empresarios multinacionales.
El compromiso que había asumido la delegación que viajó el 16 de enero para conocer de modo directo la realidad salteña era presentar el 27 de enero, en una conferencia de prensa, el material recogido en la travesía. Y aquí estaban, reunidos en torno a una mesita de madera con un proyector, dos parlantes y una pantalla para visualizar las entrevistas realizadas. Escuchaban algunos periodistas, un puñado de activistas locales y un grupo de estadounidenses que tenían colgados, en pechos y espaldas, carteles que decían: “Soy de los Estados Unidos y yo sé que hacen las corporaciones de allá en la Argentina”.
“Este es el inicio del trabajo, no el final”, advirtió Claudia Acuña, integrante de lavaca.org y miembro de Alerta Salta. “Esta provincia es un caso testigo del daño social y ambiental que provocan las multinacionales –agregó-. Pero no sólo eso, también demuestra que la respuesta a la gente que se organiza es la represión y la cárcel”.
Enseguida resumió el caso de los diez piqueteros de la UTD, detenidos durante más de 50 días, acusados de robo, incendio e instigación a cometer delitos por la empresa Tecpetrol. Las pruebas que se presentaron en contra de los dirigentes fueron dos videos de noticieros locales en los que –según las pericias oficiales- no se puede identificar a ninguno de los imputados. Mientras la delegación de Alerta Salta se encontraba en el lugar, la justicia decidió liberar a los detenidos, aunque todavía mantiene procesados a siete de ellos.
En la pantalla, comenzaron a verse imágenes de los familiares de los detenidos que protestaban frente a la casa del juez de la causa. De pronto, apareció la imagen de uno de los procesados, Rubén Sedán, que hablaba desde la cárcel. “Somos presos políticos”, dijo y agregó: “Es triste estar preso, pero más triste es ver que uno tiene hijos formados que no consiguen trabajo”. Acuña relató cómo fueron detenidos, desnudos y a las patadas, los miembros de la UTD. También contó que estaban hacinados en celdas y sin poder, si quiera, ir al baño.
Mientras Alerta Salta se encontraba en Mosconi, dos de las cinco madres de piqueteros asesinados en distintas represiones se acercaron a la comisión para denunciar que ninguna de esas muertes está siendo investigada. “Quisieron hacerme creer que mi hijo tuvo un accidente”, se la escuchó decir en la pantalla a una de esas mujeres. “Las pericias demostraron que tenía un balazo en la nuca”, aclaró Acuña. Otra de las denuncias que recibió la delegación fue un video que demuestra el daño ambiental que Tecpetrol ocasionó en las reservas acuíferas de la zona. Allí se ve como los desechos de petróleo tiñen de negro los ríos. Una botella con esa agua negra y espesa fue exhibida durante la conferencia de prensa.
Emilio Spataro, integrante de Defensorías Populares Autónomas e integrante de Alerta Salta, prosiguió con el relato. Contó cómo los ingenios azucareros de la zona fueron transformando la selva espesa en monocultivos de cañas. Después recordó que en setiembre la comunidad Ava Guaraní quiso recuperar las 5000 hectáreas que pertenecían a sus antepasados y donde aún subsiste la selva, con sus plantas medicinales, sus cementerios y sus plantaciones. Pero fue violentamente desalojada, sin mediar orden judicial. A partir de ese momento, los aborígenes comenzaron una marcha a pie hasta Salta capital en busca de una reunión con el gobernador Juan Carlos Romero. Fue en vano. Entonces, decidieron seguir la procesión. Llegaron a Tucumán arriba de un camión de pollos y después arribaron a Buenos Aires. Los atendió la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner y prometió una solución que aún no llegó. “La empresa estadounidense Seabord compró el ingenio azucarero San Martín en 1996 y despidió a 6000 empleados. Pero donó un camping en medio de la selva a la coimunidad, ese es lo que entiende por colaborar con la comunidad”, explicó mientras en las imágenes se veía La Loma, el sitio que reclaman los indígenas.
Jennifer Schockemnoehl, miembro de la United Students Against Sincats Hops y de Indymedia Richmond, Virginia, agregó que en su país ya comenzaron campañas de boicot y de información sobre empresas como Seabord, que aquí distribuye el azúcar Chango. La escuchaba Silvia Cañanima, integrante de la comunidad Ava Guaraní que presenció la conferencia de prensa: “Vine a Buenos Aires para hacer conocer nuestro problema”, señaló.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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