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Generación Indio

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Una reflexión urgente y en primera persona sobre cómo impactaron las noticias del recital de El Indio Solari en Olavarría en una generación que vive la precarización de sus vidas en forma cotidiana.

(por Franco Ciancaglini) Escribo estas líneas sin ver las ultimísimas noticias, manijeado Whatsapp y charlas telefónicas y de las otras con mis amigos y mi novia – casi toda gente que solemos ir a ver al Indio- con temor a alimentar a la máquina de tirar mierda pero con la convicción de que es peor el silencio.
Escribo con el siempre nefasto diario del lunes arriba de la mesa, apuntándome.
Escribo sin saber con certeza cuál es la cantidad de muertos en el recital de ayer, pero sabiendo que es un dato menor porque -más allá de operaciones mediáticas y políticas- de esto hay que hablar. Y parece ser ahora, porque nos hicimos los boludos siempre.
Escribo con la memoria de haber ido a ver al Indio a cinco ciudades distintas y pasarla bien y mal al mismo tiempo.
Bien porque disfruto de escuchar la música que me gusta en vivo; mal porque fue a cualquier precio.
Bien porque disfruté de las famosas “misas” – en las que nadie puede negar que se la pasa bien-, esas que hoy se convirtieron en un funeral.
Mal porque está todo bien, hasta que está todo mal.
Escribo con la conciencia de saber que formo parte de una generación precarizada, acostumbrada al borde del abismo, en la calle, en el trabajo, en la vida cotidiana y, está claro ahora, en los recitales.
Cuidarnos
El Whatsapp con mis amigos empieza por el principio: dice que es siniestro que un “pelado que no puede salir del country le grite a 300 mil personas aplastadas que ´el lujo es vulgaridad´”. Así como se puede sintetizar al fútbol como 22 millonarios que patean una pelota, esa frase es también parte de los mundos que vivimos.
Primero, aceptarlo: tenemos razones artísticas, pasionales, catárquicas, tenemos muchas razones para ir a ver a un pelado que vive en country y que nos diga cómo vivir. Lo que no tenemos – como siempre en estos casos- son razonamientos, argumentos de tesis de doctorado.
¿Qué tenemos?
Experiencias:
“¿Qué nos pasa que nos cuesta tanto cuidarnos entre nosotros?”, pregunta alguien fanático del Indio en el grupo.
Otro salta: “¿Vos no manejás borracho?”.
La discusión sigue: “Todo sería hipócrita si lo vieras así. Si lo personalizás, no llegamos a nada: es un dispositivo más complejo”.
Otro dice: “No podés culpar a la gente de no cuidarse: hay responsables y no son precisamente las víctimas”.
¿Entonces quién?
“El problema es del Estado que no está presente”.
Otro apunta: “la organización”.
Alguien se anima: “el Indio”.
“¿Qué Estado?”, retoma otro. “¿El que te caga a trompadas arriba de un caballo y con un palo? Yo nunca sentí que poniendo más policía se pueda resolver algo de lo que pasa en un recital del Indio. Al contrario: se arma la 4° Guerra Mundial”.
Creo que todos tienen razón.
Tienen razón porque tienen experiencias.
Tienen razones.
Los Bulacios
La imagen del Estado montado al caballo y con un palo me lleva a otro episodio de rock y muerte que me pasó por al lado, cuando Viejas Locas tocó en Vélez. Esa noche la policía mató a Rubén Carballo, un Walter Bulacio con menos prensa, el Walter Bulacio de mi generación sub 30, esa que nunca llegó a ver a Los Redondos.
Después y antes hubieron otros Bulacios, sí, pero para mí es éste: Rubén Carballo. Estuve ese día, vi cómo la policía reprimía, cómo la escalada violenta te esperaba en la puerta hasta que pude meterme al recital y zafar. Ese día, además, detuvieron a muchísima gente y mis padres salieron a recorrer calabozos porque yo no contestaba el celular; a mí no me había pasado nada y hasta luego pude ir a ver a Rubén al hospital, cuando peleaba por su vida.
No creo que el de Rubén Carballo sea el caso – la policía suele elegir sus blancos-, pero alguien en el Whatsapp menciona la palabra “suerte”. Yo creo que usar la palabra “zafar” es mejor, porque en un punto uno puede hacer cosas para zafar o no. Suerte es un meteorito que te cae en la cabeza.
Cuando veo la larga cadena de mensajes lo primero que me llama la atención es el grado de vehemencia con la que discuten mis amigos vía celular, sin que los que fueron a verlo y los que no se planteen como dos bandos opuestos. Es un todos que  agrega matices y caras a la moneda. Veo entonces que no solo hay experiencias: así como hubo y hay una Generación Cromañón, hay una Generación Indio – y hay una Time Warp- aunque no hayamos ido a esos recitales.
Incluso mi novia, que no escucha para nada la música del Indio, me dijo que quería ir un día al recital: le prometí que sí. Hoy nos abrazamos y aprendimos un poco más: no podría hacerme cargo de otra persona que no sea yo en medio de una marea de gente amontonada. Ahora le pregunto por qué ella me pidió que la lleve: “Por el mito, es un hito contemporáneo”. Bien o mal, eso es cierto. Yo mismo me lamento no haber podido ver nunca a Los Redondos, el verdadero mito que originó todo esto. Nadie quiere perderse algo que es caracterizado como mito, incluso los que no adoran al dios. Es como para un turista ir a ver un River-Boca aunque no le guste el fútbol.
La experiencia de zafar
Ahora mi novia me dice: “No sé cómo es que tenía ganas de ir ahí, con todo lo que me contaste”. Y me hace recordar que mis relatos sobre los recitales no solo estaban teñidos de “lo bien que la pasé”, sino de cómo eran las condiciones antes y después de que la música estallara. Sin entrar en detalles de cada ciudad y su organización, en general el pésimo sonido, la lejanía de los predios y del escenario, la desorganización hecha caos, hacía que el disfrute se mezclara con el tormento. Hubo mejores y peores recitales, mejores y peores misas, pero hay algo de razón cuando mi amigo de Whatsapp dice: “En cualquiera pudo haber muerto gente. De hecho, pasó en las rutas más de una vez”. No lo dice como alguien que no sale a la calle por miedo a que lo roben. Lo dice porque estuvo ahí y lo disfrutó y lo padeció: “En todos hubo heridos, ¿cuál es la diferencia?”
“Yo mismo me puedo contar como un herido en Junín”, dice uno que en uno perdió ese día la zapatilla y volvió con los pies ensangrentados.
Entre el compendio de sensaciones desagradables en el marco de estos megarecitales se puede hablar de fríos hipotérmicos, caminatas hasta no sentir los pies, sequedad crónica de boca, dolores varios de cuerpo, dormidas en plazas, embarradas que arruinan ropas  y otras cosas que no se pueden contar, pero que fueron necesarias para llegar y volver de un recital del Indio, por múltiples razones que incluyen culpas propias, está claro.
Un amigo que está volviendo de Olavarría me habla de esto: “Lo peor fue cuando empezó el recital”. Si se lee la frase otra vez, resulta increíble. Está claro: el mejor momento es antes del recital. Cuando se entra y, sobre todo, cuando sale, la cosa cambia. “La pasé mal a la salida. Mal mal”, sigue vía Whatsapp sobre Olavarría. “Ahí me cayó la ficha de que no se puede dar un recital para 300.000 personas”.
Otro amigo que también va volviendo dice que, en los trece recitales del Indio a los que fue, “jamás viví algo como lo de ayer”.
¿Qué vio?
“La gente estaba muy violenta, era raro”, responde y menciona teorías conspirativas que se apoyan en el propio Indio (un posteo en su Facebook antes del recital llamado Un último secuestro, no) para decir que el caos pudo haber sido provocado.
¿Por quién?
El Indio dice que “es un momento especial, hay intereses oscuros que con pocos miembros pueden alterar la fiesta”. Mi amigo lo interpreta: “Juntar 300 mil personas en este momento del país es peligroso. El que antes venía un fin de semana, ahora llega sobre la hora; el que antes pagaba la entrada, ahora no; el que tomaba falopa, ahora viene a robar”. La famosa teoría de la olla a presión: “Hay que ver dónde encendés el fósforo”, dice el Whatsapp antes de perder señal en la ruta.
Recién entonces recuerdo porque decidí – medio inconscientemente- no ir a ver al Indio a Olavarría.
La última vez, en Tandil, a la salida del show tuve miedo. Miedo a la muerte, aunque parezca exagerado. Miedo o sensación de sentirme un alfiler dentro de una marea que podía aplastarme. Aclaro que nunca antes en los otros recitales me había pasado de esa manera.
Fue, precisamente, cuando salimos del recital: la gente se amontonó al intentar pasar por una de las puertas que salía a una calle lateral. No sólo estábamos muy apretados sino que la sensación de que no te podías mover, de que el equilibrio no dependía de vos y de que si alguien se caía se iban todos encima, era asfixiante.
Pensé: decí que tengo 26 años, soy hombre, tengo buena salud, etc.
Zafé.
Al lado mío había chicos, padres, mujeres y personas que no sé cómo pasaron ese momento.
Por eso ahora, cuando se mencionaban las “avalanchas” sentí escalofríos.
Tanta gente
Hoy también recordé cuando me tocó entrevistar a uno de los guitarristas del Indio. Me cayó bien y pareció un tipo simple, que de pronto – y de hecho, por una audición- se había subido a un tren de dimensiones inimaginables. Me habló de lo que significaba a nivel sonido la puesta en escena a cielo abierto y para 300 mil personas: “Imposible que se escuche bien”.
Desde lo técnico del sonido hasta la señora de Olavarría que abrió su casa para vender choripanes y gaseosas hay una cadena de variantes que suceden más por el negocio que por buen gusto. Mi novia me pregunta: “¿por qué lo hacen para tanta gente? ¿Es más caro, sino? ¿Es más democrático?” Una respuesta segura: es más guita.
Mi novia me cuenta cómo fue el recital de los Rolling Stones en La Plata, y relata, en particular, una situación que vivió en la fila, afuera: cómo unas personas intentaban colarse y agitaban violentamente. “Parecían agentes del mal”, dice ella, lo cual me parece una definición genial, aunque probablemente la explicación sea más simple: no tenían entradas.
En el Indio ese tipo de violencia se había disipado simplemente dejando pasar a quienes no tenían entradas, o haciendo la vista gorda o abriendo directamente las puertas apenas empezado el recital.
Yo mismo las cinco veces que fui a ver al Indio Solari jamás pagué la entrada. No recuerdo cómo, desde la primera vez, supe que no hacía falta pagarla: era más joven, más rápido y también más inocente. Con el tiempo, me fui convirtiendo en un simple pelotudo que no pagaba la entrada por cuestiones económicas más que por audacia. Esta vez me ofrecieron viajar por 850 pesos, con asado y entrada trucha incluida, y dije no, aprovechando otras excusas del fin de semana para justificarme, como si se tratase de faltar a la escuela.
Fue la primera vez que pudimos cumplir con una frase que se había vuelto entre mis amigos ricoteros: “No vuelvo nunca más”, decían varios al salir del recital, para luego reincidir a la fecha siguiente.
Es que es así: no tenemos argumentos, ni siquiera acumulamos esas experiencias.
O quizá lo hagamos en el sentido literal del verbo: las ponemos unas arriba de otras, contamos cuántas son, a veces las recordamos, y muchas las tapamos.
La hipocresía, el capitalismo, el Estado, los medios, la crisis, Olavarría, el Indio, las entradas, el pogo, las avalanchas.
La precariedad hecha máquina.
Y también y al mismo tiempo, mis amigos, mi novia, nosotros, los muertos.
Siempre es temprano para reaccionar.
Si estás vivo.
Por eso escribo.
 

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

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Todo lo que se narra a continuación sucedió mientras, en el Congreso, la policía reprimía a mansalva a jubilados, periodistas –incluido Lucas Pedulla, integrante de lavaca– y personas que se acercan a movilizarse cada miércoles. Fin.

Crónica de Franco Ciancaglini. Fotos de Sebastian Smok.

La historia comienza así: el partido del gobierno La Libertad Avanza organizó un acto de cierre de la campaña del vocero presidencial y candidato a legislador porteño Manuel Adorni, en Plaza Mitre, Recoleta.

El montaje del escenario afirma: “Adorni es Milei”.

Se espera que ambas personalidades estén y hablen hoy.

Pero falta para eso.

Media hora antes de la convocatoria, en distintas esquinas de la avenida Libertador, hay grupos de personas que, muy organizadas, esperan.

En las esquinas la mayoría va vestida de negro pero, en un acto de magia política, luego se las verá llegar a la plaza con la misma remera violeta, puesta arriba de sus verdaderas remeras o incluso de buzos y camperas.

Un notero de TN primero y luego de C5N hablaron con estas personas, que confesaron haber sido convocadas para trabajar en “prevención” bajo la promesa de una paga de 25 mil pesos.
El Whatsapp de la convocatoria, revelado a cámara por uno de ellos, decía: “Ahy (sic) un acto político de 17 a 21. 25 mil pesos. El que quiere se anota”.

Finalmente no era para prevención, sino para “presencia”.

Pero lo peor no es nada de esto, sino que finalmente no les pagaron los 25 mil, sino que quisieron darles 10 mil; ante la presión, algunos recibieron 20 y otros, nada: “Porque no me quiero poner la remera esa sucia no me quieren pagar”, denunció el más sincero ante las cámaras.

Fin.

Lo cierto es que estas columnas de unas 50 personas cada una fueron las que lograron ocupar una plaza Mitre que estaba semivacía.

Temprano, los remera violeta se negaban a hablar con la prensa, aún disciplinados por la promesa de la paga. Luego, ante la deflación de lo prometido descargaron su bronca ante las cámaras dejando en evidencia cómo trabaja el puntero Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires, de donde provenían estas personas, para el cierre de una campaña porteña.

Alicia es jubilada pero no está marchando alrededor del Congreso, sino que está acá, colándose entre los violetas para saltear unas vallas y pasar más rápido hacia el sector del escenario. Hace un año y medio que se afilió al partido en la Comuna 13 Belgrano, Núñez. Habla de Milei como obnubilada, apurando su paso como ansiosa por la posibilidad de verlo en vivo. Faltan, al menos, dos horas.

Describe a Milei como un “bocho en economía” y se ríe al recordar que en la última elección, hace dos años, votó al actual jefe de gobierno, Jorge Macri. Está claro que no repetirá voto: “Está la ciudad muy abandonada. Mucho linyera, ratas por todos lados. En mis 82 años nunca había visto ratas en la ciudad”. Voto cantado: Adorni, a quien define como “alguien muy correcto”.

Sobre el otro Macri, el Mauricio, dice que “en su momento gobernó bien” pero ahora lo ve fuera de escena. No está al tanto de sus últimas apariciones contra Caputo, Karina y al propio Presidente, o no le interesan.

Alicia prefiere no hablar más y busca un lugar cerca del escenario para ver a su Presidente.

Lucía y Paula, también jubiladas, vinieron de Vicente López y prefieren mirar la escena desde atrás de todo. Es que llevan dos perritos de raza, o de diseño: Coca y Cola. ¿Qué les gusta de Milei? “Te puede gustar o no pero él habla desde el sentimiento. De lo que sentimos muchos”, dice Paula. Lucía suma: “Me gusta porque va a fondo”.

Sobre Mauricio Macri: “Yo lo voté. Ahora, de política no entiendo mucho, pero me da un poco de tristeza porque creo que tienen (con Milei) más coincidencias. Pero tiene que haber una oposición con responsabilidad. Tal vez Macri sea la oposición”.

Marta también es jubilada de 87 años bien llevados. Por qué vino acá (y no al Congreso): “Porque quiero escuchar quiero informarme quiero saber. Son tantos años de lo otro, que esto merece una oportunidad”.

Sigue sola: “El tono no me gusta. Cuando dice malas palabras es un mal ejemplo para la juventud”.

Qué le pedirías al gobierno a nivel Ciudad: “Por favor que saque las villas. La 31 es infernal”. Se pregunta y se responde: “¿Porque avanzaron tanto? Porque les han dado plata”.

¿Marra? “Sí, me gusta. Qué paso ahí, no sé. Me gusta, te soy sincera, pero ahora hay que unir fuerzas”.

¿Está de acuerdo con la medida anti-inmigratoria? “¿Vos te podés hacer ciudadano dinamarqués, o paraguayo? Acá entran todos. Los chorros, los burros. Y si no les gusta que se vuelvan a sus países”.

¿Y la pobreza? Marta cambie el eje: “Basta de decir ‘hagan lío’. Francisco se terminó. Basta de decir la iglesia de los pobres. Pepe Mujica era comunista. Se han hecho ricos con los pobres”.  

Precisamente Mujica pareciera que no. Ella: “No sé. Déjame dudar. Pero basta”.

¿Qué representa para vos Mujica y qué Milei? “Apoyo a Milei y lo nuevo. Y que dios nos ayude”.

¿Y si sale mal? “Creo que ya no voy a estar con vida. Que se arreglen los que quedan”.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Fotos: Sebastian Smok

A su lado hay un joven con una pala gigante. Posa sonriente para decenas de cámaras. Parece haber logrado su objetivo: llamar la atención.

Se llama Santiago y se tomó dos colectivos desde “la zona más fea de la provincia”, Florencio Varela, donde vive. Tiene 21 años, camisa manga larga a cuadros y una enorme mochila roja sobre la que ató un pañuelo celeste.

Cuenta sobre el sentido de la pala: “Hay que trabajar en este país. Nada se puede conseguir gratis. Todo es trabajo en la vida”.

De qué trabaja: “Soy Rappi y Pedidos YA”. ¿Cuánto gana? “Un poco, mi mamá me decía: muy bien Santiago, ese dinero lo sacaste de tus esfuerzos”. No dice números. Y finalmente revela que ahora ya no trabaja.

Al joven de la pala lo interrumpe Franco, otro joven, vestido de traje, que quiere sacarse una foto con el instrumento. Me da la cámara y posa de mil maneras para fotos que luego subirá a su Instagram. Franco Vera, sabré después, es un joven militante que ha irrumpido hace pocos meses en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo –estando él domiciliado en el conurbano- para postularse como Presidente del centro de estudiantes de la institución.

Franco Vera es de estatura pequeña pero en el debate del centro de estudiantes miró a sus contendientes de la lista oficialista, asociada al peronismo, y al ver que eran 8 personas dijo: “Yo estoy solo pero me la aguanto”. Primera gran ovación del público que recién lo conocía en un debate que ganó con comodidad con palabras clave como fútbol, Messi, Dios, diversidad.

Su lista, hasta antes del debate compuesta por él solo, se llama Ruge el cambio.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Vera, candidato a presidente por la lista Ruge el cambio del centro de estudiantes del colegio Nicolás Avellaneda.

Ahora tiene una decena de seguidores, más después de su segunda jugada: hacerle una cámara oculta a la directora. En la cámara, subida a las redes, se ve cómo la mujer lo apercibe por una serie de hechos difíciles de entender desde afuera, supuestas actitudes de Franco desde que llegó al colegio. Es cierto, se lo nota sobre excitado y concentrado en su carrera estudiantil. Y si bien el video no lo muestra, él asegura que el objetivo de la directora es censurar a Ruge el Cambio para que no se presente –y gane- las elecciones del centro.
Así utilizó la cámara oculta para denunciar la censura institucional.

Su historia merece un documental aparte, que no entra en esta nota. Sobre la elección porteña, él no puede votar. Y pese a las preguntas sobre la actualidad él hablará como representante de los jóvenes de LLA en tono candidato y pedirá que sea a través de videos: “Menos Estado es menos peso al sector público. O sea… Si una persona no capacitada no nos sirve, ¿para qué lo vamos a tener como empleado? Necesitamos tener personas capacitadas. Hay que aprender en esta batalla cultural que los que nos gobiernan son personas normales, no son entes superiores, no tienen título de nobleza”.

¿Los Menem no serán parte? A Franco no le entra una bala: “Los jóvenes somos el cambio” responde en casete y mostrando su sonrisa de dientes con aparatos. Corta la charla para seguir sacándose fotos que subirá tanto a su Instagram como al de la agrupación Ruge el cambio, actividad que le sale muy bien: durante la tarde noche logrará cosechar selfies con personajes como el Gordo Dan o el diputado Martín… Menem.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Lila Lemoine apareció vestida de playera de YPF.

Otras celebridades que se llevan las miradas:

El Zorro con la bandera de Argentina.

Mickey Mouse con un cartel que dice “Aguante Adorni”.

Lila Lemoine vestida como playera de YPF.

Una mujer que tiene tatuada en la cara, justo arriba de su ceja, la palabra “Castrate”. Hay que acercarse bien para entender bien de qué va… o no tanto. En su cachete izquierdo amplía las siguientes consignas:

  • Castrá
  • Adoptá callejeritos
  • Educá
  • No compres
  • No + piroctenia

Son tatuajes.

En la cara.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Franco Carcedo es autor de un libro recién salido del horno que se llama Milei: Conexiones filosóficas. Lo escribió junto a su esposa en La Pampa, donde vive, de donde llegó hoy 7AM y a donde vuelve hoy mismo a las 22. Vino, además de para ver a Adorni y Milei con el objetivo concreto de vender su libro. Lleva 5 ejemplares en la mano, y cuenta que ya vendió otros 5. “Es un camión”, anuncia. Y cuenta sobre su contenido: “El libro relaciona distintos acontecimientos que sucedieron durante la vida de Javier Milei, lo que hizo y muchas veces lo que dijo y dice”. ¿Un ejemplo?

Lo que sigue es literal y no está trucado ni escrito maliciosamente: es parte del libro editado por la editorial Dunken, que cualquiera puede comprar. Dice Franco: “Cuando habla de la felicidad él sin saberlo está hablando de algo que dijo Oscar Wilde en 1888”. ¿Cómo? “Cuando Milei dice que la felicidad es no tenerle miedo a la muerte. Oscar Wilde dice algo parecido”.

La pido mejor hojear el contenido; al inicio hay dos citas. Una de Napoleón que dice: “Los hombres excepcionales son parte de un momento excepcional”. Y otra de Javier Milei: “No seré reconocido como economista sino como rockstar”. Ahí nos vamos entendiendo.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Franco Carcedo y su libro.

En el libro, profundiza Franco, “hay referencias a Nietzche, Maquiavelo, hay cosas de Spinoza… y la frutilla del postre”. Atención: “La cita de Wilde de la felicidad es de 1888. Milei en 1998 funda una banda que se llama Everest. ¿Sabés cuantos metros tiene el Everest? 8848.88”. Ante mi mirada atónita, Franco Carceda prosigue: “Pero hay más. El día que nació Milei se jugó un partido amistoso para homenajear a Arsenio Erico (futbolista paraguayo muy querido en Independiente). En ese partido debutan Bianchi, Carrascosa y César Laraignée. Ese día nació Milei”.

¿Y entonces? Franco Carceda repite: “El día que nació Milei ellos debutan con la casaca argentina”.

¿Pero cuál sería la conexión filosófica: “Es algo piola porque Milei es fanático de Boca y Bianchi es casi el máximo ídolo de Boca, con Riquelme y Palermo, ponele”.

Vuelvo a pedirle el libro. Sobre el nacimiento de Milei, se informa también que nació el mismo día que el guardameta ruso «Araña» Yasín (¡dos arqueros!) y que se editó un álbum del conjunto Jackson 5 de donde saltaría a la fama Michael Jackson.

Fin.

Equivalencias y bebidas.

Una señora envía videos a un grupo y le responden “como quisiera estar ahí”, “cuidate” y le ponen emojis de un león.

Una nena con la careta de Milei y una motosierra posa para las fotos mientras la mamá, al lado, tiene una careta de Adorni, un caniche y muchos pañuelos celestes atados a la mochila, como si los hubiera llevado para hacerse unos pesos.

Un remera violeta grita “viva la libertad” y otros remera violeta, alrededor, lo miran y estallan en carcajadas. Él también.

Franco Vera me contará luego, orgulloso y dolorido, que le tocó la mano a Milei pero que eso le costó que, literalmente, que los seguridad lo tiraran al piso y le pisaran la cabeza: “Estoy bendecido”.

Suena en el escenario un tema con acordes punk cuya letra asegura que Milei es “el último punk” y “el último superhéroe de la libertad”; eso significa que están al caer el Presidente y también Adorni, a quien nadie parece esperar demasiado. Menos que nadie, los remera violeta.

Aparece más allá otro contingente de remeras violetas que ahora llevan bengalas violetas y tocan bombos violetas, siguiendo a una bandera sostenida por jóvenes prolijos y sonrientes sin remera violeta.

La inscripción de la bandera en la cabecera dice «Jóvenes LLA» y otra atrás “Lugano”. La entrada es de cancha: se canta “el domingo cueste lo que cueste” y “un minuto de silencio para Macri que está muerto”.

Otro de los hits son “El que no salta es radical” y uno que cambia la palabra “Perón” por “León”.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado

Un hombre de 40 y pico, vestido de traje, es el que saca las canciones y agita.

Lidera a la barra hasta meterla en el centro mismo del escenario.

Mientras este cronista anota otras cosas, como la presencia de francotiradores en las terrazas de Recoleta y al lado del escenario, se ve que el hombre sale del tumulto, ofuscado.

Le han robado el celular.

Habla con una persona de seguridad, que abre las manos en señal de “no puedo hacer nada”.

El hombre está visiblemente afectado, dice “no lo puedo creer” y pide un celular para “dar de baja las tarjetas”.

Consigue una cómplice, a quien le confesará lo que él cree es la razón del robo:

-Es que está lleno de negros.

Fin.

Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
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