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La izquierda y el 2001: Más allá de lo viejo

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La presentación del libro Más allá de la vieja izquierda, de Ezequiel Adamovsky, propuso repensar en tono crítico tanto la cultura militante como la experiencia autónoma, post 19 y 20. Raúl Zibechi, a su turno, trató de identificar la herencia de aquellos días y terminó hablando sobre cómo entender desde aquí lo que ocurre en Irak. Como para alentar el debate, publicamos dos de los seis ensayos que integran este libro. La izquierda, la moral y otros dilemas.

Día emblemático, con símbolos de la época a la vista. Ese fue el telón de fondo de la presentación del libro Más allá de la vieja izquierda, de Ezequiel Adamovsky, que se realizó el 19 de diciembre en el marco de las jornadas “Rebeliones, asambleas y comunas” que organizaron los institutos Goethe y Gino Germani, en el Centro Cultural de la Cooperación. A esta altura ya se sabe: lo aquel 19 de diciembre todavía interpela a la política moderna. Los símbolos de la época, en cambio, todavía no se sabe muy bien qué representan: la ciudad estuvo detenida durante dos horas, en 30 puntos clave, por los piquetes organizados por el gremio de la UOCRA en reclamo de “mayor seguridad laboral”.
Sobre ese contexto, las palabras del uruguayo Raúl Zibechi intentaron señalar algunas de las principales huellas de aquella rebelión que emergió a finales de 2001. En primer lugar, señaló la cantidad y diversidad de lecturas disponibles sobre ese acontecimiento. La segunda, son las nuevas ideas que fueron posibles poner en juego a partir de aquellos días, “lo cual nos permitió pensar de otras maneras las mismas cosas”. La tercera, es que ese pensamiento pudo originarse “desde el caos”, desde la desintegración. Y desde allí mismo surgieron también formas de reconstrucción y construcción. Del caos a lo nuevo. Del caos hacia la “normalización”, con su despliegue de estrategias: judicialización de la protesta, cooptación, institucionalización, entre otras artimañas.
Surge, también, la nueva postal de estos tiempos. Un escenario donde queda en evidencia, señala Zibechi, la dimensión de la grieta, que él llama “quiebre social”. “Los desocupados ya no son el ejército de reserva. Hoy ese concepto no funciona. Hay gente que ya no será afectada por el grado de desarrollo económico que alcance un determinado modelo. Y esta es una mutación histórica que impide pensar en función del concepto de sociedad como una sola cosa, como un conjunto”.
¿Cómo entender las guerras de estos días?
Como si se tratase de un paréntesis, Zibechi remarcó así uno de los puntos más interesantes de su reflexión. “Hoy las periferias de la mayoría de las grandes ciudades están militarizadas. Y esas periferias del Tercer Mundo son, para algunos pensadores, el nuevo escenario del futuro. La sociedad de control se juega allí. Hoy el tema de las pandillas o de los grupos marginales son temas militares. Irak se ha convertido en un gran banco de ensayo sobre el control de las ciudades periféricas. En la clásica guerra moderna, el ejército tenía dos objetivos claros: combatir al enemigo y adiestrar a las tropas en las funciones de control policial, que luego aplicaría en los territorios locales o coloniales. Irak deja en claro que ahora la democracia, aún como formalidad, es un objetivo militar. Por ejemplo, es un objetivo concreto convocar a elecciones y establecer un gobierno, como forma de tener aliados locales para justificar al mismo tiempo la militarización de las periferias.”
Sobre esos márgenes, entonces –dirá Zibechi- se establece el territorio de combate de estos tiempos. Al ejército con que el poder ocupa los territorios de pobreza urbana se le oponen formas de producción y reproducción totalmente autónomas, que crean lo necesario para la vida, no solo para escapar de esa condena, sino para intentar nuevas formas de vida. “Es necesario fortalecer estas iniciativas, por pequeñas que parezcan. Porque si hoy somos capaces de dirigir una fábrica sin técnicos ni patrón, creando nuevas relaciones sociales, quizá mañana seremos capaces de avanzar a partir de esas experiencias hacia nuevos desafíos”.
La diferencia entre lo bueno y lo correcto
A su turno, Adamovsky ofreció una guía de lectura de su libro, que compila seis ensayos escritos entre el año 2000 y el 2006. El esquema propuesto por el autor los divide en tres partes. En la primera, la pregunta que guía sus hipótesis es: ¿qué entramado conforma la llamada cultura de izquierda? “Pensar la cultura de izquierda casi desde el punto de vista antropológico, es decir, desde aquellos signos que construyen una identidad: los modos de relación, imágenes y paradigmas que determinan qué es un militante de izquierda y qué no. Es el tramo más autocrítico y en donde, entre otras cosas, trato de analizar la relación histórica que permitió la consolidación de esa cultura en cuanto tal. Ese siglo 19 marcado por un clima de euforia específico: el que alentó el saber científico. Mi hipótesis es que ese apego a la idea de que la política deriva del saber científico generó limitaciones para conectarse con las necesidades reales y las experiencias concretas creadas por y desde la gente”. El saber que derivaba de los grandes libros, chocó –por eso mismo- con el saber cotidiano de las personas.
El segundo tramo, dirá Adamovsky, está enmarcado por la inquietud de repensar la izquierda desde una ética de la igualdad. Lo resumirá de manera bien simple: “Pensarla a partir de lo bueno y lo malo, y no de lo correcto o incorrecto. Pensarla a partir de la pregunta ¿qué es bueno para el nosotros, qué es bueno para los iguales?”. Contó que siempre la izquierda frente a la pregunta “¿qué es lo bueno?” se pone a la defensiva: “Lo toma como algo moral, y la moral no forma parte de lo que debate la izquierda. Inmediatamente lo traduce a lo científico, en términos de “correcto o incorrecto”.
La tercera pregunta ronda sobre la identidad: ¿quiénes somos nosotros? “Una identidad que debemos dejar de concebirla como d homogénea y comenzar a pensarla a partir de una negociación de las diferencias, que incluso ayude a potenciarlas.”
Por último, el gran tema que deriva en la pregunta con que finaliza este libro: ¿qué hacer? El interrogante de Lenin retorna ahora para Adamosvky como una tarea que necesita compartir con, entre otros, sus lectores. “Repensar qué tipo de mundo estamos intentando construir y también la estrategia para alcanzarlo: cuál es el camino. Ir un paso más allá de las formas de autoorganización que iluminan ese camino, pero sobre las cuales es necesario reflexionar para poder ir más allá.”
Queda claro, entonces, que aquel 19 y 20 es un símbolo de estos tiempos líquidos: fluye y humecta diversas experiencias sociales, pero se escurre entre los dedos cuando quiere capturarse en el recipiente del análisis académico. Quedan, al menos, estos intentos de registrar su torrente, aportes para una hipótesis sobre los desafíos pendientes, que no son ni ajenos ni extraños: son nuestros, contemporáneos.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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