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La Malaerense. Presiones policiales en Olivos: crónica de un día agitado

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Unos 120 integrantes de la Policía Bonaerense se congregaron en plena pandemia protestar frente a la Quinta de Olivos. Bombos, redoblantes y sirenas de patrulleros como música de fondo. Los reclamos salariales, los bizcochos. Menciones montoneras, cubanas y venezolanas. La fiesta del virus. Las críticas a sus propios jefes, y un episodio que culminó en abrupta huida de los policías cuando llegó un grupo de 100 personas de organizaciones sociales. Por Sergio Ciancaglini.

La Malaerense. Presiones policiales en Olivos: crónica de un día agitado
Fotos: Nacho Yuchark

Maipú al 2100, puerta de la quinta presidencial de Olivos.

Hay 70 patrulleros policiales, 120 policías, hombres y mujeres, cuatro bombos y tres redoblantes. Las sirenas de los patrulleros taladran el aire húmedo. Dos policías sacuden sendas banderas argentinas con el sol en la franja blanca. Algunos autos de vidrios polarizados y/o 4×4 saludan con bocinazos a los manifestantes de uniforme azul y borceguíes negros. También tocan bocina celebrando algunos colectiveros de las líneas que van hacia el norte.

Hay cajas con botellas de agua mineral como para una espera larga. Una religiosa con mirada constantemente alarmada dice “viva la Patria”, cosa que tal vez no aplicaría a conflictos puramente salariales. En la puerta de la Quinta pegaron un cartel escrito a mano. “El pueblo apoya a la policía”, supone. Otro cartel, impreso, dice: “No es política, es necesidad”. Sobre el asfalto hay una pintada anterior, en la que nadie parece reparar: «Fue la Policía Bonaerense. Encubren todo. Dónde está Valeria López» (joven desaparecida en enero de este año).

Fuera del sistema

Una mujer de borceguíes lleva una remera con la frase “ni un policía menos”. Otra exhibe dos hojas A4 escritas a mano con marcador rojo: “Somos personas con derechos. No nos excluyan del sistema”. Segunda hoja: “Salarios dignos. Basta de dádivas”. Le pregunto por el primer letrero: “No estamos en el sistema porque los sueldos son de 35.000 pesos y las horas core (extras) de 40 pesos. Este no es un reclamo político, es puramente salarial”. La cuarentena rompió rutinas de trabajo policiales y cantidad de extras de todo tipo, legales y paralelas, lo cual exacerbó la sensación de caída salarial.

La Quinta está custodiada a larga distancia, un par de cuadras, por la Policía Federal, pero nada parece justificar la mirada alarmada de la religiosa.

Hay 9 cámaras de televisión enfocadas hacia el hueco en el que está la pintada   por Valeria López. Esperan que allí aparezca alguien que diga algo.

Pero la policía está a un costado, mientras los patrulleros siguen gastando la batería con sus sirenas. Las manifestantes bailan por momentos al ritmo de los bombos. Dicen que a las 6 de la tarde el gobernador Axel Kicillof se reunirá aquí con el presidente Alberto Fernández.

Un grupo de policías vuelve de compras con bizcochos Don Satur. Los movileros los miran, esperando cazar alguna imagen. Los policías se hacen selfies, mientras todo sigue en modo espera y los micrófonos no saben hacia quién apuntar.

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Fotos: Nacho Yuchark

Invitación rechazada

No hay público civil salvo la religiosa alarmada y tres personas sub 70: un hombre canoso, una mujer de lentes oscuros y una señora que bajo su campera luce un delantal azul con grandes bolsillos verdes (camuflaje habitual de las maestras jardineras). Gritaba la mujer mirando hacia la Quinta: “¡Váyanse montoneros! Váyanse todos!”. Tal vez Diego Capusotto y Pedro Saborido no sean humoristas, sino escribanos que dan fe sobre los sucesos argentinos.

En la vereda contraria, que va hacia Capital, un joven detiene su auto y sube a todo volumen de su estéreo la marcha Los muchachos peronistas. Una mujer con bandera argentina, retirada confesa de la Bonaerense, se acerca a gritarle: “Cubano, zurdo, andate a Venezuela”.

Dos funcionarios salen de la Quinta de Olivos a proponer a los manifestantes policiales una reunión de ocho de sus referentes puertas adentro. Son Juan Pablo Biondi, vocero, y Julio Vitobello, secretario general de la Presidencia, dos de los principales y más cercanos acompañantes de Alberto Fernández. Invitan a que algunos de los manifestantes se reúnan con el propio Presidente.

Alguien grita: “Aquí no hay representantes”. Otra voz: “No tenemos voceros”. La policía tal vez descubrió la horizontalidad, aunque no se sabe qué puede significar eso en este caso. Otro manifestante, pero vestido de jogging y en un estado de visible excitación, grita: “Si el Presidente quiere hablar que salga, venga acá y hable con todos”. Los funcionarios vuelven a la Quinta.

La horizontalidad luego sufre mutaciones: efectivos musculosos ejecutan bombos y redoblantes, mujeres de la fuerza insinúan una danza, pero a un costado un grupo de cinco personas, que incluye a un oficial canoso, discute acaloradamente qué hacer, cómo seguir, pendientes de los celulares.

Otra acompañante muestra su letrero manuscrito: “Policía plata y miedo nunca tuvo. Sueldo digno ya!”.

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Fotos: Nacho Yuchark

Distancia social cero

El virus que contagia la Covid-19 no se ve, obvio, pero debe haber pasado una tarde maravillosa: barbijos caídos, nula distancia social, y ni hablar cuando comienzan los conciliábulos entre grupos.

Podría tejerse una secuencia: el surgimiento de la pandemia, la acertada respuesta oficial en sus comienzos, la desvencijada e impotente salida actual de la cuarentena, los cañones del malhumor apuntando al gobierno, una crisis social histórica, y el virus que sigue haciendo lo suyo. Puede agregarse, en lo político, la sospechosa aparición de un ex presidente hablando de inestabilidad y hasta de golpes de Estado (que luego atribuyó a un “brote psicótico”), la exacerbación de la oposición, el clímax de la supuesta grieta, la inconsistencia oficial para dar respuestas, la sinuosa figura del ministro Sergio Berni, de quien el tiempo aclarará su rol en estos días. La maestra jardinera: “Estos son todos chorros, pero yo tampoco estoy con los de la oposición: estoy en contra de todos los políticos. Y de los medios también. En la marcha de Nisman me sacaron re mal”.

Le pregunto a una de las policías retiradas si sus propios jefes se hacen eco del reclamo salarial. Se ríe: “Les entra por una oreja y les sale por otra. Por eso ves que acá están estos muchachos, los retirados que los acompañamos, pero de la oficialidad, nadie. Y como nadie les da pelota, salieron en muchos lugares y se vinieron hasta aquí”. Las jerarquías de la Bonaerense no sufren los sinsabores económicos de sus subordinados.

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Fotos: Nacho Yuchark

Tarados

El grupo de los cinco delibera y llama al resto. “Los medios están diciendo que tenemos una posición diferente a la de los del Puente 12. Así que nadie habla más con los medios, que siempre mienten”.

El Puente 12, en La Matanza, es la sede principal del reclamo. Uno de los policías dice: “Que vengan acá los forros esos, que  esto sale a nivel internacional, en Inglaterra, en Brasil, qué sé yo”.

Una mujer ofuscada se acerca a los periodistas: “Lo que está en juego es la democracia. ¿Ustedes son tarados? ¿No se dan cuenta de que puede venir la dictadura como en Venezuela y Cuba? Yo sé cómo son las cosas. No soy ignorante. Soy contadora”.

Un policía diagnostica: “Baradel protesta y le dan aumento. Moyano protesta y le dan aumento. ¿Cómo es la cosa? ¿No podemos protestar?”. Una de las retiradas ilustra: “La policía no puede tener sindicato, pero podría tener paritarias. Armar un grupo con representantes de cada departamental, y que discutan los sueldos”.

En ese momento comienza a correr la versión de que algunos grupos podrían acercarse a la Quinta en defensa del gobierno. A las 18.25 pasa un helicóptero volando bajo rumbo al helipuerto de Olivos. Dato movilero: “Ese era Kicillof”.

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El olivo

El abogado Andrés Juricich conversa cerca de las rejas con periodistas. “Esto es un simple reclamo salarial”. Cerca de las 19, horario pico televisivo, Juricich se acerca a ese lugar al que apuntaban las cámaras, sobre la pintada de la joven desaparecida, y comienza a hablar. Se encienden todas las luces y todos los micrófonos, se abalanzan los movileros. Apurado, Juricich dice: “Soy abogado de los policías, se entregó el petitorio y ahora se van a retirar los efectivos porque ya cumplen sus horarios. Yo me quedaré esperando una respuesta. Toda la fuerza está de acuerdo en negociar el tema salarial. La policía está pasando una etapa muy difícil, en plena pandemia. Esta no es ninguna desestabilización. Si usted no tiene para dar de comer a sus hijos a fin de mes, sale a reclamar. Tienen sueldos irrisorios. No es un reclamo nuevo. Esto se lo presentamos al gobierno anterior. Y se presentaba también a los jefes a cargo, que lo transmitían al ministerio. Pero con la crisis, la situación y el estrés, llegaron a este extremo de venir personalmente porque dicen ‘nunca nadie nos escucha’, estamos en riesgo de nuestra familia, pero los jefes no hacen nada. El gobierno tiene que decir ‘les damos tanto, no esto otro’, pero bueno, esperamos la respuesta”.

Dio media vuelta Juricich, y en ese momento los policías ya empezaban a irse velozmente, mientras por la vereda de enfrente llegaba un grupo de unas 100 personas cantando “Presidente, Alberto Presidente” y otro grito inusual: “Democracia, democracia”.

La policía aceleró su salida y en minutos no quedó patrullero ni uniforme a la vista, salvo el de los custodios de la Quinta de Olivos.

Los recién llegados pertenecían a agrupaciones sociales y políticas de la zona norte. Cruzaron la calle al ver que la Bonaerense había partido, y ocuparon la vereda de la Quinta. Carlos Pisoni, de HIJOS: “Me invitaron unos compañeros. Si la policía tiene un reclamo salarial y lo hace en Puente 12, que lo haga. Pero no aquí, en la Quinta presidencial. El reclamo salarial salió de su eje. No tengo ninguna opinión sobre Berni ni las internas. Me produce mucho repudio ver a la policía armada manifestándose, sobre todo teniendo en cuenta de qué policía hablamos. Lo que interesa es que defendamos la democracia”. 

A las 19.28 el reclamo había terminado. Las 4×4 y algunos colectiveros pasaban en la noche húmeda, sin tener a quién dedicarle bocinazo alguno.

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