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“La policía quiere recuperar su caja negra”: Silvia Delfino y Lohana Berkins hablan de los incidentes en la Legislatura
Silvia Delfino, miembro del área Queer del Centro Cultural Ricardo Rojas,| y la travesti Lohana Berkin venían organizando la resistencia a la reforma del Código Contravencional porteño desde febrero pasado. Estuvieron en la maifestación del viernes pasado y aseguran que los hechos de violencia fueron provocados por infiltrados que buscaban justificar las reformas criminalizando a los opositores. Los desconocidos de la marcha y los insultos conocidos. Los que primero tiraban piedras y después se llevaban gente detenida. De cómo una víctima se convierte en victimario.
Ya nadie debate sobre el nuevo código contravencional porteño. Ya nadie recuerda que la nueva ley viola dos tratados internacionales que suscribió la Argentina. Ya nadie cuestiona que se aprobaron nuevas pautas de convivencia sin consenso. Ahora se habla de los incidentes de la Legislatura del viernes pasado, cuando un grupo de personas rompió vidrios, destrozó un auto e incendió una puerta del edificio de Perú al 100. Silvia Delfino, miembro del área Queer del Centro Cultural Ricardo Rojas y la travesti Lohana Berkin venían organizando la resistencia a esta reforma desde febrero pasado, estuvieron en la última manifestación y aseguran que los hechos fueron provocados por infiltrados que buscaban justificar las reformas criminalizando a los opositores.
«Jamás propusimos algo así -asegura Delfino-. Llevamos siete meses trabajando contra el código y nuestras protestas siempre fueron marchas, cantos, pero no hechos de violencia». Profesora de la Universidad Nacional de Buenos Aires y también de la de Entre Ríos, Delfino llegó al mediodía al frente de la Legislatura y enseguida advirtió que algo no estaba bien: «Por cada uno de nosotros había como diez que no conocíamos. Estaban con la cara tapada, algo que nunca había pasado en nuestras marchas, sin pancartas ni banderas. Cuando nos acercamos a preguntarles de dónde eran, vagamente nos respondieron que eran de Once y de Lezama».
A Delfino también le llamó la atención los handies que portaban esos desconocidos y, sobretodo, la manera en que se burlaban de los travestis. «Hemos hecho un importante trabajo con piqueteros, cartoneros, desocupados, todas víctimas de este nuevo código. Y entre estos grupos hay un cuidado muy grande entre ellos, un respeto donde no existe este tipo de insultos. En todo este tiempo, yo nunca había escuchado algo así. En cambio, es la manera habitual que la policía denigra travestis y mujeres en estado de prostitución».
Berkins señala que lo que el viernes vivieron las travestis no fue otra cosa que lo viven de manera cotidiana en las comisarías y las calles. «Lo mismo que los vendedores ambulantes y las mujeres en estado de prostitución. Vieron que se reproducía los hostigamientos de todos los días. Es difícil de abstraerse en esas situaciones sin reaccionar. Pero acá se está hablando de los efectos y no de las causas».
Delfino y Berkins coinciden en que la mayoría de los manifestantes se desconcentró cuando advirtió qué estaba sucediendo. «Era todo bastante confuso. Yo tuve la certeza de lo que pasaba cuando vi que los mismos que rompían lajas del piso después llevaban detenida a la gente», señala la docente de la UBA y agrega: «Esto tuvo que ser orquestado por los sectores ligados a la Policía Federal y la Secretaría de Inteligencia del Estado que se benefician económicamente con el nuevo Código, que permitirá volver a las extorsiones y el cohecho en el espacio público. Es el mismo sector que a nivel nacional lo perjudica las medidas que se tomaron contra los desarmaderos de autos, los secuestros, los robos. Con hechos como los del viernes se justifica la necesidad de este nuevo código, que le da más atribuciones a una Policía, a quien se la quiere mostrar inactiva. Ahora resulta que nosotros que luchamos contra la represión aparecemos como violentos y peligrosos. Esto me hace acordar mucho a la bomba que estalló en Plaza de Mayo el 20 de diciembre».
«La policía quiere recuperar su caja negra», coincide Berkins y agrega: «Esto es contra los pobres. Quieren eliminar la pobreza de la ciudad. Yo también, pero a través de políticas sociales de inclusión, no de represión». Después se pregunta: «¿De qué violencia hablamos?» ¿No es violencia que a las travestis nos denieguen la personaría jurídica? ¿No es violento que la Cámara de Casación diga que no debemos tenerla porque no brindamos ningún beneficio a la sociedad? Vamos a recurrir a la Corte. Resulta que ahora nos demonizan. Somos las víctimas y quieren convertirnos en los victimarios».
Delfino admite un error en la estrategia de la resistencia al código. «No percibimos -reconoce- que esto había adquirido una magnitud tal que para los defensores de las reformas ya no alcanzaba con generar una gran campaña de opinión pública, era necesario también pasar a la acción. Y así lo hicieron. Estuvo claro que la del viernes fue una acción planificada y en nuestras reuniones nunca se tocó si quiera el tema de una acción violenta. Además, llama la atención que en el grupo que realiza el ataque hay gente de todo tipo y edad. No son todos de mediana edad, que podrían ser vendedores ambulantes. Tampoco son todos jóvenes, que podrían ser piqueteros. Tampoco son todas travestis. Hay como una especie de selección»
Para Delfino este es un momento crítico. Después de una década de trabajo para instalar como un problema político la discriminación contra las minorías, los incidentes del viernes amenazan con tirar todo el esfuerzo por la borda. «Luchamos para que haya políticas sociales activas para estos grupos que padecen la discrimanación y represión que no deja de ser una forma de exterminio y ahora se los visualiza como productores del caos. De todas formas, puede ser que finalmente pase este código, pero a todos les quedará claro que este un código represivo que no da las respuestas sociales que hacen falta».
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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