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Crónicas del más aca, por Carlos Melone.
Llegué a Fernández avanzada la noche. Se me había hecho lento el trajinar por la ruta ya que había parado varias veces, todas por razones recreativas: matear un rato en un paraje desierto, dar una vuelta por un pueblito pintoresco, detenerme a ver grupos de cabras de mirada displicente y sobradora sentadas en el medio de la ruta.
Fernández está a unos 80 kilómetros de Santiago del Estero Capital. Se autotitula “Capital del Agro” según informa un modesto cartelito al frente de un aún más modesto edificio comunal. Ya se sabe: los desvelos identitarios de los pueblos y ciudades los llevan a enunciados del tipo “Capital Nacional del Chancho Rengo” o “Ciudad del Alfajor de Aloe Vera”. Incluso la reconocida Tandil, ciudad natal del actual presidente de la Nación, ha ratificado su nobiliario título de “Capital Nacional del Salame” dando lugar a rumores incómodos en Balcarce 50.
Instalado en el hotel, cumplí con mi rutina de dar la vuelta al perro por la plaza principal. Las plazas centrales dicen bastante de los pueblos. No editorializan, pero titulan.
En una esquina, el cartel sobre la ochava de una vieja casa informaba: Confitería Victoria. Entré.
Un salón enorme, de unos cien años mal llevados, pintado de azul hace mucho tiempo, según indicaban las paredes descascaradas. Puertas postigo altísimas con banderolas que fueron abiertas por última vez en 1930. Ventanales de doble hoja de desplazamiento vertical manual, cada uno de aproximadamente tres toneladas de peso según Newton. Una gran cantidad de mesas todas distintas. Las sillas también: todas distintas. Nunca sabré si había allí un oscuro talento decorativo o una brillante capacidad de rejunte.
Dos mesas de billar en silencio. Al costado de mi mesa, colgado en la pared, un calendario 2018 de gran tamaño en donde se veía una señorita muy rubia, sonriente, en gesto presuntivamente provocador, vestida de enfermera con las tetas al aire. Mi mamá es enfermera. La señorita no era mi mamá. Tampoco era enfermera.
Casi en el centro del salón, cuatro señores jugando al truco y otros dos observando. Las edades entre los 40 y los 60. Todos vestidos prolijamente, sin rasgos de pobreza, tomando gaseosa. Ni vino ni cerveza. Gaseosa. Todos.
Nadie gritaba ni hacía aspaviento. No había plata ni porotos a la vista. Tres fumaban a pesar de un cartel, evidente de todas las evidencias, que prohibía hacerlo.
Alejado algunas mesas, otro señor sentado solo. Muy delgado, vestía muy humildemente y tenía el rostro curtido a hachazos de sol y pobreza. No consumía nada y miraba al vacío.
Mientras tomaba mi cerveza y comía una picada frente a una ventana, observé una robusta langosta en la blanca mesa al lado de la mía. Tal era el tamaño de la langosta que si me pedía la picada se la daba sin discutir.
El señor delgado se levantó y salió. Tomó su bicicleta (flaca y pobre como él) y vio que una rueda estaba pinchada. El hombre agarró un inflador y empezó a bombear. Pero la cosa no iba. El señor delgado se iba fastidiando y, mientras intentaba inflarla, le hablaba a la bicicleta. Lo hacía en un susurro y como una letanía decía “Ingrata, porqué me hacés esto”. Lejos del insulto estridente, un reproche de amor y desengaño al borde de un oído esquivo e indiferente. Tras varios intentos, se resignó y partió caminando con la ingrata a su lado.
Cuando me fui, la enfermera rubia en tetas seguía allí, en un pueblo donde nadie es rubio. Y una partida de truco con el tiempo y el olvido se seguía disputando.
Selva es un pueblito de Santiago, colgado en el límite con Santa Fe, muy cerca de Ceres, ciudad del Oeste de la bota, de abolengo griego y guita criolla. Al pasar por la entrada de Selva vi a dos maestras haciendo dedo.
Me detuve y subieron. Las chicas, jóvenes, iban a la Capital Santiagueña. Me contaron que vivían en la semana en Selva (alquilaban un departamentito) y los sábados y domingos iban a sus casas (Santiago queda a más de 300 km). Y siempre hacían los viajes a dedo.
Una de ellas, mamá de dos pequeños que tienen “un padre medio pavo pero presente” (magister dixit). La otra vivía con “el papá” (sic), esa expresión tan deliciosa que caracteriza a nuestros paisanos de tierra adentro. Unos pocos kilómetros más adelante, en otra entrada a un pueblo, otras tres maestras haciendo dedo.
Pensé dos segundos y el arribo impetuoso de la categoría analítica “má sí” se impuso.
Con las 5 maestras adentro arranqué, en infracción de cuanta ley de tránsito existe en esta tierra y países vecinos. Los primeros kilómetros fueron más o menos silenciosos pero de a poco se fueron soltando.
La crónica sería interminable.
Todas contaban que generalmente las levantan camioneros. Camioneros que les ofrecen manejar; camioneros que las piropean pero se comportan como caballeros; camioneros que no hablan ni una palabra; camioneros que tienen el camión como si fuera un quirófano; camioneros que lo tienen como un galpón y dos casos de camioneros de otras tierras que manejaban con una importante dosis de alcohol encima y que, en uno de los casos, le preguntó a una de las chicas cuánto cobraba por un servicio sexual. La respuesta de la maestra es irrepetible -porque los tonos y los cantitos son intrasmisibles-, pero empezó con que “usted podría ser mi abuelo” y siguió con que “no sea chancho, hombre grande”. Además, la susodicha no se bajó del camión. Se pasó como 30km retándolo al camionero, que todavía debe estar arrepentido.
Entre todas empezaron a reírse y a discutir un tarifario pedagógico para servicios a camioneros. Todo con picardía indispensable y sin guarangadas innecesarias. Casi vuelco de la risa.
Otra situación relatada sucedió con otro chofer de la misma condición etílica, que quiso hacer avances concretos y ante los firmes rechazos, sugirió sobre quién la iba a buscar si desaparecía. La chiquita (era la más joven de todas, 23 años) a pesar del terror que sintió, se puso más firme aún y le exigió que parara inmediatamente, que se bajaba. El fulano se negó en primera instancia y luego cedió. La dejó en medio de la pampa santiagueña. Pasado el dramatismo del relato, nuevamente se empezaron a reír.
Una tercera contó acerca de subirse (feliz) a un Toyota Corolla flamante (finalmente, algo diferente a un camión), conducido por un señor que declaraba 85 años, que decía que se iba a Santiago para tratarse de un intenso dolor en las rodillas que no lo dejaba caminar ni conducir bien, que lo disculpara que estaba bastante sordo ya que se le había roto el audífono. Todo esto mientras iba a 180 km por hora.
A la maestra lo único que se le ocurrió es enviarle un mensaje al papá diciéndole que si no llegaba era (sic) porque se había “reunido con diosito”. Cuando llegó a Santiago era el papá el que quería reunirla con diosito por el susto que le había dado.
Se fueron desparramando por la ruta y la desolación de este país inmenso. Chicas que me decían “somos un pueblo alegre, acá celebramos siempre”, mientras se reían de sí mismas, de la vida, de las cosas.
No se sentían protagonistas de ninguna épica, no asumían ser cruzadas de ninguna causa. Tampoco eran tontas que ignoraban los peligros a los que se exponían.
Maestras.
En la tierra de Felipe Ibarra.
Maestras nomás.

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La Estela: tierra guaraní en escena

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Las actrices Casandra Velázquez e Ivana Zacharski crearon un unipersonal sobre una niña litoraleña que descubre aventuras al amparo del monte misionero. El calor agobiante, la siesta obligatoria, los árboles de yerba mate y las leyendas de ese territorio se cruzan con la inspiración de Clarice Lispector como punto de partida.

Por María del Carmen Varela

A la hora de la siesta el pueblo entra en una pausa obligatoria barnizada por un calor agobiante. Ni el sueño ni el sofoco detienen a la niña, que abandona su cama con sigilo y logra escapar al amparo del monte. Encuentra en la intemperie el abrigo que no es costumbre en su casa. Cada día la espera una aventura distinta, aunque no siempre hay juego y risas. Rebelde, divertida, decidida, busca compañía para sus andanzas y si no la encuentra, transita en soledad.  La salvación a cielo abierto, la naturaleza como sostén y una fascinación: “La Estela”.

La actriz y bailarina Casandra Velázquez y la actriz y directora de teatro Ivana Zacharski dieron luz a esta niña litoraleña sumergida en la vastedad de un paisaje indómito y deslumbrada por Estela, la joven esquiva con mirada de pantera. Ivana y Casandra se conocieron a sus 18 años tomando clases de actuación con Pompeyo Audivert en el Teatro Estudio El Cuervo, poco tiempo después de que cada una viniera a estudiar teatro a la Capital. Casandra nació en Rosario y creció en Venado Tuerto (Santa Fe), Ivana es de Apóstoles, Misiones, donde se desarrolla esta historia que juntas llevaron a escena. Este universo, recorrido por Ivana, de tierras guaraníes surcadas por árboles de yerba mate y leyendas de peligros a la hora de la siesta, fue la inspiración para La Estela.

Ivana tenía ganas de dirigir un unipersonal y eligió a su amiga Casandra para actuarlo. El punto de partida fue un cuento de Clarice Lispector: La relación de la cosa. Casandra: “Los primeros encuentros fueron sin texto, nos acercamos a la obra desde el cuerpo, la respiración y la carne. En los primeros ensayos bailé un montón, unas danzas extrañas, medio butohkas, transpire, canté, corrí, toqué el bajo. Ivana empezó a escribir y yo a probar y actuar todos esos textos e hipótesis, el insomnio estaba presente, la obsesión con el tiempo, los fantasmas del futuro, algo vinculado a la materialidad del agua y el devenir del río. Aparecieron unos cuentos protagonizados por distintas niñas en paisajes litoraleños. Nuestro personaje de ese momento: una mujer en medio del insomnio, se contaba esos cuentos a ella misma para poder dormir”.

La Estela: tierra guaraní en escena

Foto: Gentileza La Estela.

Después de que Ivana hiciera un taller de escritura con Santiago Loza y Andrés Gallina, la historia fue tomando fuerza. Cuenta Casandra que algo se abrió y comenzó a aparecer la trama: “La obra apareció y nos empezó a hablar. Nos metimos adentro de esos cuentos, de esos paisajes y de esas niñas y dejamos de lado todo lo demás. Apareció algo muy mágico entre nosotras, algo de eso que las obras permiten, que es crear un universo común, descubrir conexiones y relaciones nuevas. Sentía que la obra estaba apareciendo y tenía voz propia, apareció el cuerpo de la obra y una forma de narrar”. Casandra recorre el escenario y su fuerza expresiva invita a adentrarse en la historia de esta niña llena de vitalidad y asombro. La vemos en su habitación, presa del calor de la tarde, en busca de libertad y juego, invocando protección divina cuando algo se le escapa de las manos, trabajando en el puesto rutero, pateando una pelota, como se patea a la injusticia, hipnotizada al descubrir la mirada felina de “la Estela”.

El entusiasmo de la juventud, las tragedias inesperadas, las súplicas, el goce de la novedad caben en ese cuerpo palpitante de sueños. Ivana y Casandra apelaron a sus propias vivencias para hilar la narración. Casandra: “Las dos pasamos nuestras infancias y adolescencias medio punkis en distintos paisajes litoraleños, lejos de esta ciudad, sus ritmos y velocidades. Había algo de ese universo común, de elegir siendo muy chicas irnos de las ciudades donde crecimos, que empezó a operar, casi telepáticamente. El ejercicio de revisitar esos paisajes y poblarlos de ficción fue fascinante, mirar el mundo con ojos de infancia nos abrió mucho permiso y nos devolvió mucha vitalidad, nos permitió vincularnos con la violencia, el dolor y la crudeza de crecer desde un lugar de mucho delirio y mucho juego. La obra es bastante impune en ese sentido, el relato no pide permiso, ni da explicaciones, sólo sucede. Justicia poética, decimos, un conjuro de liberación”.

Al cabo de dias de ensayo, la voz de la niña litoraleña comenzó a asomar y Casandra hizo un trabajo específico con la coach vocal Mariana García Guerreiro. El actor Iván Moschner también se sumó a pulir el fluir de la voz. Escuchar radios misioneras, discos y entrevistas a Ramón Ayala y otrxs artistas misionerxs colaboró con esa tarea. La niña que sube el escalón hacia la adolescencia, la que se enfrenta al monte y sus amenazas, se abre paso en la oscuridad con la lumbre de su irreverencia. Salvar y ser salvada, desafiar la imposición de la siesta, para correr a soñar despierta.

La Estela

El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, CABA

Sábados a las 18  hs, hasta el 27 de septiembre

@laestela.obra

@casandravelazqz

@ivanazacharski

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Litio: nace un nuevo documental

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Este viernes 29 de agosto se presentará un nuevo contenido de Cooperativa de trabajo lavaca: Litio. Un documental dirigido junto a Patricio Escobar que refleja la lucha de las comunidades originarias y el paralelismo entre la reforma (in)constitucional de Jujuy, como experimento hacia la Ley Bases votada a nivel nacional.

“Te cuento esta historia, si me prometés hacer algo. ¿Dale?”.

Así arranca el documental Litio, una historia de saqueo y resistencias, que continúa…

Un documental independiente y autogestivo de cooperativa lavaca y dirigido en conjunto con Patricio Escobar, que traza un hilo conductor entre la reforma (in)constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).

Este proyecto tiene algunas particularidades: por un lado, no se trata de una única pieza audiovisual, sino de varias. Una más larga, de 22 minutos; y otras más cortas, de menos de 6 minutos. Por otro lado, se propone un documental en construcción permanente, al que se le irán agregando nuevas piezas de una cadena extractivista que parece no tener fin. Para esto, creamos una página web (que también estrenaremos el viernes 29) en la que iremos agregando los nuevos eslabones que surjan a futuro relacionados al oro blanco. 

LITIO muestra cómo viven las comunidades de la puna jujeña en la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, y a la par, zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo. Dato insoslayable: para obtener un kilo de carbonato de litio se utilizan hasta dos millones de litros de agua. Las imágenes se entrelazan con los ostentosos congresos mineros, la represión policial a las manifestaciones por la reforma (in)constitucional y la resistencia de un pueblo que no otorga la licencia social a la explotación minera.

“¿Cuánto cuesta, cuánto vale… nuestra Pacha?”, cantan las comunidades originarias. Esa bandera hecha canción – y esa pregunta- se construye a través de distintas entrevistas a las comunidades Santuario de Tres Pozos, Lipán, El Moreno, Tres Morros, Potrero de la Puna, así como a otros actores. También evidencia el silencio de las autoridades, que no quisieron hacer declaraciones públicas. “Todas las Salinas están cuadriculadas de pedimentos mineros. Allí viven las comunidades y debajo, en el subsuelo, están las minas”, cuenta Alicia Chalabe, abogada de las comunidades.

El documental plantea una premisa: la reforma (in)constitucional de Jujuy en 2023 impuesta por el entonces gobernador Gerardo Morales –a merced de la explotación del litio, ya que modificó el régimen de agua, de tierras fiscales y de la propiedad privada, y ratificó la propiedad exclusiva de la provincia sobre los recursos naturales, entre los que incluye el subsuelo y el mineral de litio– fue el experimento que sirvió de antesala a la Ley Bases aprobada en 2024. Esta profundizó no sólo la matriz extractivista mediante enormes beneficios fiscales a empresas mineras, petroleras y del agronegocio, sino también las relaciones carnales con Estados Unidos y particularmente con Elon Musk, dueño de la empresa Tesla que construye autos eléctricos, para lo cual el litio es fundamental.

LITIO termina con tres palabras, y se erige como punto de partida:

“Esta historia continuará

¿Dale?”.

Te invitamos a seguir construyendo esta historia, este viernes 29 de agosto a las 20, en MU Trinchera (Riobamba 143, CABA).

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CABA

Super Mamá: ¿Quién cuida a las que cuidan?

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¿Cómo ser una Super Mamá? La protagonista de esta historia es una flamante madre, una actriz a la que en algún momento le gustaría retomar su carrera y para ello necesita cómplices que le permitan disfrutar los diferentes roles que, como una mamushka, habitan su deseo. ¿Le será posible poner en marcha una vida más allá de la maternidad? ¿Qué necesitan las madres? ¿Qué necesita ella?

Por María del Carmen Varela

Como meterse al mar de noche es una obra teatral —con dirección y dramaturgia de Sol Bonelli— vital, testimonial, genuina. Un recital performático de la mano de la actriz Victoria Cestau y música en vivo a cargo de Florencia Albarracín. La expresividad gestual de Victoria y la ductilidad musical de Florencia las consolidan en un dúo que funciona y se complementa muy bien en escena. Con frescura, ternura, desesperación y humor, abordan los diferentes estadíos que conforman el antes y después de dar a luz y las responsabilidades en cuanto al universo de los cuidados. ¿Quién cuida a las que cuidan?

La escritura de la obra comenzó en 2021 saliendo de la pandemia y para fines de 2022 estaba lista. Sol incluyó en la última escena cuestiones inspiradas en el proyecto de ley de Cuidados que había sido presentada en el Congreso en mayo de 2022. “Recuerdo pensar, ingenua yo, que la obra marcaría algo que en un futuro cercano estaría en camino de saldarse”. Una vez terminado el texto, comenzaron a hacer lecturas con Victoria y a inicios de 2023 se sumó Florencia en la residencia del Cultural San Martín y ahí fueron armando la puesta en escena. Suspendieron ensayos por atender otras obligaciones y retomaron en 2024 en la residencia de El Sábato Espacio Cultural.

Se escuchan carcajadas durante gran parte de la obra. Los momentos descriptos en escena provocan la identificación del público y no importa si pariste o no, igual resuenan. Victoria hace preguntas y obtiene respuestas. Apunta Sol: “En las funciones, con el público pasan varias cosas: risas es lo que más escucho, pero también un silencio de atención sobre todo al principio. Y luego se sueltan y hay confesiones. ¿Qué quieren quienes cuidan? ¡Tiempo solas, apoyo, guita, comprensión, corresponsabilidad, escucha, mimos, silencio, leyes que apoyen la crianza compartida y también goce! ¡Coger! Gritaron la otra vez”.

¿Existe la Super Mamá? ¿Cómo es o, mejor dicho, cómo debería ser? El sentimiento de culpa se infiltra y gana terreno. “Quise tomar ese ejemplo de la culpa. Explicitar que la Super Mamá no existe, es explotación pura y dura. No idealicé nada. Por más que sea momento lindo, hay soledad y desconcierto incluso rodeada de médicos a la hora de parir. Hay mucho maltrato, violencia obstétrica de muchas formas, a veces la desidia”.

Durante 2018 y 2019 Sol dio talleres de escritura y puerperio y una de las consignas era hacer un Manifiesto maternal. “De esa consigna nació la idea y también de leer el proyecto de ley”. Su intención fue poner el foco en la soledad que atraviesan muchas mujeres. “Tal vez es desde la urbanidad mi mayor crítica. Se va desde lo particular para hablar de lo colectivo, pero con respecto a los compañeros, progenitores, padres, la situación es bastante parecida atravesando todas las clases sociales. Por varios motivos que tiene que ver con qué se espera de los varones padres, ellos se van a trabajar pero también van al fútbol, al hobby, con los amigos y no se responsabilizan de la misma manera”.

En una escena que desata las risas, Victoria se convierte en la Mami DT y desde el punto de vista del lenguaje futbolero, tan bien conocido por los papis, explica los tips a tener en cuenta cuando un varón se enfrenta al cuidad de un bebé. “No se trata de señalarlos como los malos sino que muestro en la escena todo ese trabajo de explicar que hacer con un bebé que es un trabajo en sí mismo. La obra habla de lo personal para llegar a lo político y social”.

Sol es madre y al inicio de la obra podemos escuchar un audio que le envió uno de sus hijos en el que aclara que le presta su pelota para que forme parte de la puesta. ¿Cómo acercarse a la responsabilidad colectiva de criar niñeces? “Nunca estamos realmente solas, es cuestión de mirar al costado y ver que hay otras en la misma, darnos esa mirada y vernos nos saca de la soledad. El público nos da devoluciones hermosas. De reflexión y de cómo esta obra ayuda a no sentirse solas, a pensar y a cuidar a esas que nos cuidan y que tan naturalizado tenemos ese esfuerzo”.

NUN Teatro Bar. Juan Ramirez de Velazco 419, CABA

Miércoles 30 de julio, 21 hs

Próximas funciones: los viernes de octubre

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