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México: cuando pasó el temblor

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La sociedad superó a la autoridad ante un sismo que el mismo día que en 1985, como en una efeméride de catástrofe, volvió a golpear a la Ciudad de México. En todas las calles se ve la respuesta ciudadana ante la pasividad gubernamental, que no sabe cómo hacer para responder, y sólo atina a subirse a caballo de la solidaridad de la gente, que le queda como una máscara impostada. Para los de abajo no hay secreto: basta con saber mirar para el costado.
Por Eliana Gilet de lavaca.org
Fotos de Ernesto Àlvarez
Cae la noche y la sensación dista del pánico de las crisis. La ciudad está agitada, en movimiento, cansada pero de pie. Aunque no hay luz, se mueven con linternas. En las esquinas complicadas los vecinos organizan el tránsito. Los conductores los respetan y esperan el turno del banderazo de paso.

México: cuando pasó el temblor

Escuela en la Ciudad de México afectada por el sismo de 7.1 grados.
Foto: Ernesto Àlvarez


La respuesta de la sociedad mexicana ante el segundo sismo que le cayó este mes rebasó a las autoridades, a los militares, a los medios masivos. Algunos todavía se niegan a aceptar el protagonismo de la gente en el rescate, insistiendo en que la manija de la cosa la lleva la Marina. A pie de calle se ve distinto: en los derrumbes, hombres y mujeres se ubican en filas que descargan los escombros, que van picando otras personas, en esa pirámide trunca que fue un edificio. La prioridad es el rescate de las personas atrapadas, que han sido halladas durante todo el día. Para hacerlo, los voluntarios se meten entre los huecos del derrumbe, afirman con un palo de madera la pared para que no los atrape adentro y van abriendo así una brecha en el desastre.
Hay gente de todas las edades pero la generación post 85 son mayoría, y todos mencionan al sismo que sucedió hace 32 años, aunque no lo recuerden o no lo hayan vivido, como motivo para estar ahí. Su respuesta es verdadera: aquella experiencia se metió en la genética colectiva, se hizo carne y reacción espontánea. Algo se aprendió, dicen los más veteranos, para que ahora la respuesta haya sido ésta, que les enorgullece y les infla el pecho.
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Derrumbe en la Ciudad de México por el sismo de 7.1 grados el 19 de sep del 2017.
Foto: Ernesto Álvarez


La aparición de los efectivos del Ejército y la Marina en los derrumbes desarticuló esa organización autónoma hasta que la desplazó. En uno de los edificios de la residencial Colonia Del Valle, minutos antes de las ocho de la mañana del día 20 (tembló el 19, a la una de la tarde) los uniformados desalojaron a los voluntarios, brigadistas y a la prensa que registraba una versión distinta de la oficial que emitían las televisoras; no nos olvidemos de ellas.
Ya al final de la tarde del día del sismo, la autoridad había enviado policías a todos los derrumbes para mantener a la gente a raya en los lugares del desastre (sin que se hubiese suscitado ningún conflicto para ello) hasta que finalmente los sacaron a todos. Al segundo día, los pibes solidarios formaban largas colas durante horas para entrar con su ayuda, pero no se lo permitieron ya.
La gente no se fue, no abandonó el lugar porque creció entre todos una duda que corrió como un rumor: la autoridad va a cortar la búsqueda de los sobrevivientes y comenzará a usar maquinaria pesada para mover los escombros y liberar la vialidad. Así lo denunciaron los vecinos que se mantenían junto al derrumbe de la maquila de ropa marcas New Fashion y Foley´s en la Colonia Obrera. Durante horas no se supo, y no se sabe aún, cuántas personas estaban trabajando cuando el lugar se vino abajo. Un grupo de feministas autónomas documentó que entre las víctimas rescatadas hay por los menos tres mujeres asiáticas. Denunciaron que no se conoce la cantidad de gente atrapada porque no existe una planilla registrada de los trabajadores, lo que las hace sospechar que el resto de las personas atrapadas sean migrantes indocumentadas trabajando en negro y sin garantías. El dueño de la fábrica declaró pérdidas totales y se metió bajo la tierra.
Los que no se metían directamente a sacar escombro acopiaron víveres o replicaron en sus grupos de Whatsapp las necesidades más urgentes en distintos puntos. Como la información que circuló también era falsa o vieja, los usuarios de las redes empezaron a publicar la fecha y hora de sus reportes, o a usar un hashtag simple pero de peso como #Verificado19S.
México: cuando pasó el temblor

Elemento de la Policía Federal desaloja civiles durante las labores de rescate en la Ciudad de México.
Foto: Ernesto Álvarez

Desde arriba

Al igual que con el sismo del 7 de Setiembre, que tuvo su centro en el sur del país y afectó mayormente a los estados de Oaxaca, Chiapas y Tabasco, la respuesta del Estado fue llamar a la solidaridad de la gente. Ni para los damnificados de aquel, ni menos para los de éste han soltado un peso ninguno de los niveles de gobierno existentes en México. Su respuesta oficial fue habilitar algunos lugares públicos, como centros deportivos o las casas de las oficinas delegacionales, para funcionar como albergues y centros de acopio de las donaciones ciudadanas, que ellos se encargarían de distribuir entre las zonas afectadas.
Uno de los albergues del sur de la ciudad, en el deportivo Rosario Iglesias, está rebosante de gente que ayuda a descargar autos y camionetas que llegan cargados de donaciones. Todo el hall central y un gran salón del costado están llenos de víveres. En la parte de atrás del deportivo, está el albergue. Apenas tres familias están allí, a pesar de que el lugar es enorme. Esto se repite en la mayoría de los que montó el gobierno de la ciudad: están vacíos. Por un lado, eso responde a que dos de las zonas más dañadas, las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez, son zonas centrales y codiciadas, donde vive gente con un poder adquisitivo que no necesita a dónde ir. Por otro, la gente cuyas casas no han caído, no se anima a abandonarlas.

México: cuando pasó el temblor

Mujer en la Ciudad de México, quemada por una explosión de tanque de gas durante el sismo.
Foto: Ernesto Álvarez


A menos de diez cuadras del albergue, una cuadra de casitas de chapa y pasillos laberínticos, el barrio Las Cabañas, dónde la gente está instalada en la vereda desde que tembló. En una de las casas de la esquina explotó un tanque de gas en el momento del sismo y dejó heridas a varias personas, entre ellas dos niños menores de tres años y su mamá. La tía, la señora Guadalupe, también sufrió la explosión y está acostada en una carpa en la vereda, toda vendada, mientras dice que el médico le dijo que no tenía quemaduras graves y que podía irse a casa.
Otros vecinos de la misma cuadra reclaman que nadie ha venido a saber de ellos, principalmente que no han llegado los técnicos de Protección Civil para que certifiquen si sus casitas sencillas son habitables. Como hubo una fuga de gas, no han podido guisar, dice Micaela, una de las vecinas. A esa cuadra no ha llegado nada de los tantos acopios ciudadanos que el gobierno concentró (y hay uno a diez cuadras) ni tampoco los de la Cruz Roja. En la tarde del segundo día, dos médicos de la Delegación Coyoacán habían llegado al campamento improvisado, en donde ancianos duermen en la calle y decenas de niños corretean por ahí. Sólo tienen capacidad de dar atención primaria, explicó la doctora Claudia Gómez, y vacunar contra el tétanos que amenaza a la gente que convive sin agua corriente.
Mientras hablamos en la vereda y sobre nosotros se apilan unas nubes que cargan la lluvia que no ha caído en dos días, en la televisión se sigue paso a paso el rescate de la niña Frida Sofía, en una escuela primaria privada derrumbada a pocas cuadras de dónde conversamos. Micaela dice que uno de sus hermanos se fue corriendo a prestar ayuda a esa escuela, llamada Rébsamen, en cuanto oyó que había niños atrapados. Ahí también la Marina desalojó a todo el mundo y desde ese momento, el tema se convirtió en el centro de la atención de las televisoras, que transmitieron en vivo, día y noche, desde el punto del rescate. Se había anunciado que la niña estaba a salvo junto a otros cinco compañeritos, estaba su nombre, testimonio de sus padres y la decisión del Secretario de Educación Pública de ser parte del grupo que entrara a rescatarla. Ahí se concentró toda la ayuda oficial, hasta que la propia Marina -que era la fuente de esa información – anunció que todo era falso.
No hay niña atrapada: todo fue un montaje melodramático que sirvió como escenario para que la autoridad desplegara una eficiencia inexistente; y que desnudó, como nunca, el maridaje que tiene el poder con las empresas televisoras, a las que ya no les cree nadie.
México: cuando pasó el temblor

Médicos de la Ciudad de México en el Hospital 20 de Noviembre atienden víctimas del sismo de 7.1 grados.
Foto: Ernesto Álvarez


Ese maquillaje descarado de la realidad reforzó la distancia entre la demagogia oficial y la respuesta genuina y espontánea de la gente. Quienes, uno tras otro, exaltan la solidaridad como parte de una identidad que los mexicanos han creado para sí mismos, a pesar de sus gobiernos.
Como dijo Italo Calvino: hay que buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
Mientras escribo estas líneas apuradas para volver a salir, la vecina de junto, la China, viene a golpearme la puerta. Trae un plato de arroz rojo en las manos, que preparó para llevar a los voluntarios del rescate en la maquila de la Obrera, a pocas cuadras de dónde vivimos. Se lo rechazaron porque le dijeron que ya tenían comida suficiente. Entonces ella regresó y repartió su arroz entre los vecinos. Estaba riquísimo.
México: cuando pasó el temblor

Población civil durante derrumbe en la Ciudad de México por el sismo.
Foto: Ernesto Álvarez

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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