Nota
Moreno: volver después de la muerte
A tres meses de la explosión en la que murieron la vicedirectora Sandra Calamano y el auxiliar Rubén Rodríguez, el colegio vuelve abrir sus puertas. En el medio, pasó de todo: las denuncias que nunca se escucharon, la naturalización del desastre, la gobernadora María Eugenia Vidal diciendo que los docentes hacían política, el Estado que dejó de mandar las viandas, el secuestro de la maestra Corina y la media sanción de un Presupuesto que recorta en 77 por ciento las partidas de Infraestructura escolar.
Por Ezequiel Scher para lavaca.org
Gritaban presente y lloraban. Un nombre y presente. El otro y presente. Las venas estaban dibujadas en cada rostro. Como tomates a punto de reventar. Debe ser difícil ser profe y llorar delante de un alumno. Llovía y hacía frío. Cada madre que tendrá que inventar razones para que sus hijas no tengan miedo. Hubo un cuerpo que voló casi cincuenta metros en el aire. Una escuela estalló. Fueron hacer el desayuno y reventó. Un encargado tiró un lápiz desde un segundo piso hacia abajo y, antes de cayera, vio pasar el estruendo. Nunca tocó el suelo. Por veinte minutos no fue el Cromagnón más trágico de la historia argentina.
Tres meses después, un Congreso va a aprobar un presupuesto que reduce la plata para las escuelas.
Moreno es el western del lejano oeste. El olvido del olvido.
Qué te sacan cuando ya te lo sacaron: cómo se hace para decir lo que hay que decir que es que no hay más clases si no garantizan la seguridad.
El pasto estaba quedando sepultado en el barro. Hacía una hora y media, una ronda gigante había enterrado en el Jardín de Paz a un cajón donde estaba Sandra. Hacía diez minutos, a cien metros, había terminado la misma ceremonia para Rubén. Ocho denuncias había habido. Se había naturalizado la posibilidad del desastre y ocurrió. A los nenes y a las nenas de buzo de egresados rosa fosforescente los mocos se les mezclaban con lágrimas y con la lluvia. Las gentes se iban y a unos diez pasos de la lápida quedaba parado un hombre gigante, con los brazos cruzados atrás de la espalda, un poco parpadeando la realidad y otro poco controlando que nadie quedara colgado. Hernán Pustilnik, maestro de tercer grado de la escuela explotada, hablaba con la lengua pasada embarrada de tristeza:
-¿Qué sentís?
-Que fueron héroes. Los pibes le deben la vida. Si no, explotábamos todos.
La escuela 49, la Nicolás Avellaneda, tres meses después vuelve a clases. Vidal dijo que los docentes hacían política con esto. El referente de Cambiemos en la zona llegó a declarar que era una trampa. El Estado desapareció: entre el 2 y el 20 de agosto dejó de mandar viandas de comida. Empezaron las obras. Con las maestras haciendo marca personal a los funcionarios.
¿Cuánto puede degenerarse la vida comiendo todos los días montañas de fideos bancados con colectas y sin poder ir a la escuela?
Vuelve, como regresaron otras trece entidades educativas. Faltan cien. En el medio, además de las amenazas, hasta entraron a robar en la escuela donde trabaja Mabel, la compañera de Rubén.
Escribe Gabriel García Márquez en las Gratitudes del libro Noticias de un Secuestro: “Para todos los protagonistas y colaboradores va mi gratitud eterna por haber hecho posible que no quedara en el olvido este drama bestial, que por desgracia es sólo un episodio bíblico en que Colombia se consume desde hace más de veinte años. A todos ellos lo dedico, y con ellos a todos los colombianos -inocentes y culpables- con la esperanza de que nunca más nos suceda este libro”.
Morenazo le puso la jerga a la gesta histórica de estos docentes de asumirse, primero, muertos y, luego, vivos y proponerse pelearle al Estado hasta el último polvo para que ponga las escuelas en condiciones. La 49, tres meses después, abre.
Sandra y Rubén, entonces, presentes en esta historia que ojalá nunca más vuelva a ocurrir.

Foto: Nacho Yuchark.
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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