Nota
Otra textil recuperada: a Brukman le nació una hermana
La planta textil Ceres, del barrio de La Paternal, fue recuperada por las trabajadoras para evitar su vaciamiento y defender la fuente de trabajo. La síndico de la quiebra les otorgó la guarda de los bienes. Ya confeccionaron 60 prendas, y recuperan a los clientes. “Veíamos a las mujeres de Brukman, pero nunca nos imaginamos que nos iba a pasar lo mismo”. Detalles sobre la conjugación de los verbos ocupar, resistir y producir.
Marcela y Alba ríen nerviosas. No lo dicen en voz alta, pero tienen un poco de miedo. Por primera vez, después de 20 años de trabajo en la fábrica Ceres, se quedarán a dormir dentro de la planta textil. Son las siete de la tarde. El resto de sus compañeros se retirarán en minutos y ellas dos, solas, pasarán la noche haciendo guardia entre las máquinas de coser. Buscan evitar el vaciamiento del edificio que ocuparon el 11 de mayo para defender su fuente laboral y, como para que no queden dudas de cuál es su objetivo, ya comenzaron a producir camisas sport y de vestir. Cuando el proceso de recuperación de empresas parecía haber entrado en una meseta, una nueva firma comienza a ser gestionada por los obreros.
Para la tranquilidad de Marcela y Alba, Ceres no parece una fábrica llena de fantasmas. Todo indica que en ella hay mucha vida. Los pisos están tapizados de retazos y sobre una silla se apilan decenas de prendas recién confeccionadas que esperan ser planchadas. Las máquinas de coser tienen carretes de hilos en sus bobinas y sobre una mesa hay cientos de alfileres para sujetar las camisas a esos cartones que tanto cuesta desprender cuando uno quiere estrenarlas. En los primeros tres días de ocupación, los trabajadores consiguieron tres clientes y ya confeccionaron 60 unidades.
Situada en el corazón de la Capital Federal –Camarones al 1500, a metros de Donato Alvarez, en el barrio de Chacarita-, Ceres lleva cerca de cuatro décadas en el mercado textil. En sus épocas de gloria llegó a emplear a 200 trabajadores que atiborraban el edificio de tres plantas. “Pero en los 90 la importación lo arruinó todo”, dice Nino, uno de los únicos dos hombres que ocuparon la fábrica dominada por las mujeres. En aquella década nefasta, sin embargo, medio centenar de costureras todavía producía camisas que compraban Casaquintá y Jean Cartier, entre otras firmas. “En los últimos cinco años todo se fue deteriorando. En los últimos tiempos fueron puros despidos”, señala Nino, el cortador. A principios de este año, quedaban nada más que once empleados: ocho maquinistas, dos administrativos y un vendedor. Ninguno tenía menos de doce años de antigüedad. Son ellos quienes tomaron la planta. “Mi señora no estaba muy de acuerdo, pero entendió” comenta Nino.
Ceres entró en concurso de acreedores hace dos años. “Acá había como 200 máquinas, ahora quedan 10. Nosotros pensamos que el dueño estaba abriendo otra planta en otro lugar”, comenta Nino, a quien le deben los salarios desde noviembre. Lo mismo ocurre con sus compañeros. Pero no sólo eso: hace cuatro años que la empresa no realizaba los aportes obligatorios ante la ART, las AFJP ni la obra social. A pesar de que en los recibos de los empleados aparecían puntualmente los descuentos correspondientes. “Nos desafiaba todo el tiempo. Nos decía: ´Háganme juicio”, recuerda Marcela, administrativa y madre de una niña de tres años.
Pero Ricardo Cichowolsky, el dueño de Ceres, no les dio tiempo a iniciar el juicio. El martes 4 de mayo no abrió las puertas de la fábrica y los obreros no pudieron entrar. “Nos dijo que era porque su hijo estaba enfermo, pero había un montón de laburo por entregar. Porque acá había trabajo, el problema era que el patrón estaba inhibido judicialmente”, explica Loly, otra de las administrativas. Al día siguiente las puertas seguían cerradas y los trabajadores decidieron quedarse a “hacer el aguante” en la puerta de la planta textil. Además, se presentaron en el juzgado para exponer la situación. El juez citó al titular de la firma para una audiencia: “Mintió –asegura Loly-. Dijo que los sueldos estaban al día y que la fábrica estaba abierta”.
Un día después de esa audiencia, el martes 11, las costureras –que conformaron la Cooperativa de Trabajo Ceres- ocuparon las instalaciones. “Tenemos todos entre 40 y 62 años. Con esa edad uno es un viejo para este sistema laboral, quedás marginado de la sociedad. No teníamos muchas alternativas”, subraya Nino.
Ese día, decenas de trabajadores de otras fábricas recuperadas se reunieron batiendo bombos y cebando mates en la puerta de Ceres. “Nosotros estábamos trabajando y ellos afuera. La verdad es que la situación me tensionaba mucho. Nunca me imaginé ocupando un lugar. Ninguno de nosotros tiene ningún tipo de militancia, sólo queremos trabajar. Al principio nos asustó un poco ver a la gente de las otras fábricas, pero después nos contuvieron mucho, nos contaron sus experiencias. Porque ellos ya pasaron por esta”, comenta Marcela. Sin embargo, algunos relatos, aunque cargados de buenas intenciones, no hicieron más que aumentar el temor de las costureras. “Las chicas de la clínica IMECC –agrega Marcela- nos contaron como las sacaron de los pelos y con gases lacrimógenos. Entramos en pánico. Estela, otra compañera, me dijo que me sacara los lentes por si tiraban gases. Con el pasar de las horas vimos que no sucedía nada y nos fuimos calmando”.
El mismo día de la ocupación, el dueño presentó una demanda por usurpación y daños. El subcomisario del barrio se presentó por la tarde en Ceres para constatar la denuncia. No encontró nada roto y se retiró. La síndico de la quiebra otorgó la custodia de los bienes a los trabajadores y el Centro de Gestión y Participación (CGP) de la zona comprometió bolsones de comida para las costureras. Además, el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas ya colgó una bandera en la puerta y la Asamblea Popular de La Paternal redactó un volante para que el barrio se solidarice con los obreros.
“Por ahí uno va por la calle y lo agarra un corte de piqueteros y putea. Te tiene que tocar a vos para comprender a los demás y ser solidario. Yo veía a las mujeres de Brukman y nunca me imaginé en su lugar. Somos todos parte de los marginados que dejó la fiesta de unos pocos”, confiesa Marcela, que le pide a Víctor que le encienda la estufa para no pasar tanto frío a la noche. “Estás loca. Aumentó un 36 por ciento el gas”, contesta él. Lo dice en broma. Pero el ahorro existe en otros rubros. “Antes, si teníamos que ir al Once, nos tomábamos un remise y pagaba la empresa. Ahora vamos en colectivo”.
En los primeros tres días de gestión obrera tres clientes encargaron trabajos. “Y hubo otros que llamaron. Esto va a andar”, se entusiasma Víctor, el vendedor. “Mientras entreguemos con la misma calidad, no vamos a tener problemas con los clientes. Nosotros, encima, somos más cumplidores. Si prometemos el trabajo para un día, lo respetamos. No somos como el patrón” informa Marcela, algo que los propios clientes parecen haber valorado.
Por ahora, las costureras trabajan “a façon”: los clientes les proveen las materias prima y la cooperativa cobra por la mano de obra. Así ya hicieron sus primeras 60 prendas. “Tenemos que apurarnos a comprar nuestros primeros rollitos de tela. Se viene el día del padre y esa es una buena oportunidad”, calcula Víctor. Las máquinas de coser siguen tableteando: es la forma en que en estos lugares se confecciona una nueva idea de futuro.
Nota
La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos

Este domingo a la madrugada murió María Teresa López, asambleísta contra la contaminación en su ciudad natal, Caleta Olivia, luego mudada a Capital Federal y parte del grupo Jubilados Insurgentes. Mary se enfermó de cáncer producto de la contaminación que ella misma denunciaba, y luego fue abandonada por el Estado en modo motosierra: el PAMI se negaba a entregarle medicamentos, pese a amparos judiciales a su favor. Una historia que genera bronca e impotencia, pero que a través del recuerdo de sus compañeras de lucha se revela como una lección de vida, en el más profundo sentido de la palabra: lo colectivo frente a lo personal, la idea de no perder el tiempo, la movilización permanente, la generosidad, la sabiduría, y qué es la muerte.
Por Franco Ciancaglini
Algunos dirán que Mary era bajita y otros que tenía el porte enorme de Nora Cortiñas.
Desde la pandemia solía esconder su sonrisa detrás de un barbijo, aunque sus motivos de alegría eran cada vez menos:
- su salud era cada vez más delicada;
- los medicamentos oncológicos no llegaban;
- y la lucha que encaró desde siempre —primero en su Caleta Olivia natal contra la contaminación, luego contra el sistema de salud público y, al final, como parte del grupo Jubilados Insurgentes— cada vez implicaba poner más el cuerpo.
Fue su cuerpo lo que, este domingo 21 de julio, dijo basta.
Mary se convierte así en algo odioso: un símbolo. Un símbolo de la muerte sistemática que genera un sistema que enferma y abandona. Pero también en un símbolo de lucha por la vida, en el sentido más profundo de la palabra.

Contaminada
María Teresa López nació en 1959 en Caleta Olivia, Santa Cruz. Falleció el domingo pasado a sus jóvenes 67 años, en un hotel de la calle La Rioja, en Once, ciudad de Buenos Aires. Sí: vivía en un hotel. Sola, producto del desarraigo que le produjo tener que trasladarse para atenderse de un cáncer de hígado.
Ese fue el diagnóstico médico: una metástasis que avanzó en el último tiempo al ritmo frenético de una motosierra.
La causa que no figura en su partida de defunción es aquella que ella misma denunció hasta el final: a Mary le negaban medicamentos oncológicos indispensables para su tratamiento.
Lo que tampoco figura en su partida es que Mary fue arrancada de su Caleta Olivia natal porque se enfermó, al igual que decenas de personas de esa localidad, producto de la contaminación del agua por actividades extractivas en la zona.
Contaminada
La vida de Mary fue la de una militante social de una estirpe rara: austera, firme, silenciosa, estudiosa, imparable.
Sus compañeros reconstruyen sus historias: que de chica le hicieron un test de inteligencia y un profesional le dijo a su madre que ella era más o menos superdotada; que seguramente podría hacer dos carreras universitarias a la vez; que terminó la secundaria antes de tiempo y luego cursó dos carreras; que se enganchó con el ambientalismo muy joven y empezó a investigar cuando las empresas petroleras negaban la contaminación de las napas de agua.
Formó parte de la Asamblea Ambiental de Caleta Olivia, desde donde luchó sin descanso contra la contaminación provocada por el fracking. Mucho antes de enfermarse, denunciaba que el agua que llegaba a las casas estaba contaminada con petróleo. Lo sabía por la evidencia científica más contundente que tiene una comunidad contaminada: que sus vecinos, familiares y amigos enfermen y mueran.

Ante los medios Mary describía lo que vivía y veía alrededor: “La gente se muere o queda discapacitada”. En una entrevista para el programa Conciencia Solidaria, precisaba sobre su territorio:
- “Caleta Olivia… tiene un problema grave: falta de agua potable, y encima está contaminada por la industria petrolera. Los muestreos de agua que hemos sacado y analizado han dado positivo: está contaminada el agua que estamos tomando.”
- “La situación es muy grave, se está muriendo muchísima gente de esas 11 localidades, 9 están en terrible condición… además tuvimos un caso muy grande de gastroenteritis que afectó a 340 personas”.
También contextualizó el vínculo entre agua contaminada y salud pública: “Los metales pesados son cancerígenos, mutagénicos, van mutando de una generación en otra… nacen chiquitos con problemas… o fallecen de cáncer».
Denunciaba en Caleta Olivia la presencia de hidrocarburos, arsénico y metales pesados en el agua, además de enfermedades poco frecuentes que, como decía ella, “no tienen cura” y crecen en esa región patagónica. Alertaba con claridad: “No es solamente cáncer, sino Enfermedades Raras o Poco Frecuentes. Muchos pacientes no están bien atendidos… La situación se agrava cuando se trata de estas patologías: solo se ofrecen tratamientos paliativos.”
Un mal día le tocó a ella, ya con la certeza profunda de que la contaminación ambiental fue parte del combustible de su cáncer de hígado.
En agosto de 2015, en un foro en defensa del agua organizado en Comodoro Rivadavia, otras asambleístas como Lidia Campos, de la asamblea contra el fracking de Allen (Río Negro), la conocieron personalmente luego de años de tramar resistencia contra el extractivismo: “En el Foro en Comodoro había gente de todos lados… Y estaba Mary, que ya tenía problemas, como un problema en la boca del estómago… No se sabía bien… Uno tapa esas cosas y habla de la lucha, la salud quedaba en segundo plano. Mary no era de hablar de lo personal; siempre se preocupaba más por lo colectivo».

La describe así: “Era menuda, callada. Pasaba desapercibida. Pero cuando abría la boca, te dejaba con la boca abierta. Sabía muchísimo. Y tenía una convicción inquebrantable.”
Recuerda Lidia que, en 2019, Mary pasó de la denuncia mediática a la judicial: presentó un amparo colectivo ante la Corte Suprema contra la contaminación del agua con hidrocarburos, arsénico y metales pesados. Denunciaba así, ante el máximo tribunal argentino, el abandono del sistema cloacal, basurales a cielo abierto, y exigía la puesta en marcha de una planta de ósmosis inversa paralizada (actualidadjuridicaambiental.com). En ese expediente Mary detallaba:
- “Frecuentes interrupciones en el suministro… agua contaminada con hidrocarburos totales y arsénico… napas freáticas contaminadas por fracking…”.
- Solicitaba medidas cautelares urgentes: provisión gratuita de agua apta, saneamiento cloacal, cierre de basurales y puesta en funcionamiento de la planta de ósmosis inversa.
Esa presentación inédita, que firmó ella misma, reflejaba años de trabajo comunitario, denuncias y… enfermedades. Pero su denuncia fue ignorada, archivada y judicialmente ninguneada: tras seis años, la Corte se declaró “incompetente” y desestimó el recurso, sin resolver la situación de fondo.
Mary no se rindió: en 2020 fue caminando hasta Balcarce 50 para presentar a través de Mesa de Entradas de la Casa Rosada una carta firmada por una red de organizaciones en defensa del agua dirigida a Alberto Fernández, denunciando la contaminación del agua y relacionándola lúcidamente con argumentos que el ex Presidente daba como recomendaciones durante la pandemia.



Lidia Campos es la que recupera y comparte a lavaca este documento, y la que como asambleísta define su legado: “Lo que ella hizo fue histórico. Vale la pena hablarlo para las próximas generaciones… En esta época hemos perdido tanta humanidad que a nadie le importa. Pero acá hay alguien que dio su vida. Dio, literalmente, su vida.”
El último recuerdo que Lidia conserva data del 14 de julio de 2023, durante una jornada de lucha contra Mekorot, la empresa nacional de agua israelí que intentaba desembarcar en Argentina con intenciones sospechosas. Relata Lidia: “Ella estaba afuera del Anexo del Congreso con los Jubilados Insurgentes para protestar… Después fuimos a una confitería. Le pregunté si había comido al mediodía… no había comido nada. Le sugerí unos tostados o medialunas con queso. Pidió un té. Cuando llegó lo que pedimos, no lo pudo comer”. Igual, se sacaron esta hermosa foto compartiendo. Y ese mismo día, antes de despedirse, Mary le regaló una pashmina rosa a Lidia para protegerla del frío.

Abandonada
Cuando se enfermó y vio que su asamblea se desarmaba –entre otras cosas precisamente porque muchos enfermaban- Mary se trasladó a Buenos Aires. Pretendía resistir y atenderse bien, cosa que logró durante muchos años: su lucha logró que PAMI le asignara el Hospital Italiano para su tratamiento.
Tuvo un cáncer controlado que se descontroló al ritmo del deterioro del sistema de salud: primero Macri, luego Fernández, la pandemia y finalmente Milei como garrotazo final.
Desde 2023 su situación empeoró drásticamente. Su compañera Zulema, de Jubilados Insurgentes, relata: “El PAMI decía que tenían medicamentos para esa patología, pero no eran los que había indicado su médica… entonces no los aprobaban. A veces los recursos judiciales salían favorables, pero el PAMI tampoco los entregaba. La impotencia era terrible».
Sino miren este video.
María Teresa López dice claramente: “El mecanismo es simple: es eliminarnos, gastando menos… llegar al déficit cero… matándonos.”
El video la muestra junto a sus compañeros de Jubilados Insurgentes en un reclamo frente al PAMI por sus medicamentos.
Sigue: “Es más fácil eliminarnos de manera nefasta e inhumana… Para mí ustedes son asesinos, y les importa un bledo”.
Hoy, un año y mes después, Mary tenía razón.
Zulema continúa: “Ella no podía hacer la quimio porque la droga fundamental no estaba… íbamos al PAMI con compañeros, hacíamos reclamos, pero no facilitaban nada. Cuando le autorizaban un tratamiento de ocho sesiones, solo le entregaban dos dosis. Nos confesaron que no se molestaban en dar el tratamiento completo porque muchos morían antes… Pero Mary resistía, resistía… llegó un momento en que el cuerpo no resistió más».”
Una de las últimas veces de manifestación ante el PAMI, sin Mary, el personal de seguridad preguntó por ella en la puerta: “¿Cómo está Mary?”
La respuesta era obvia: mal.
Insurgente
Pese al deterioro físico, Mary se unió a los Jubilados Insurgentes. Entendió que el sistema no solo descarta a quienes enferma, sino también a los que ya no pueden “producir”.
Zulema recuerda: “¡Tenía un carácter! Ese carácter es el que la hizo resistir cuando muchos se daban por vencidos”.
Llegó a ese espacio dos años atrás, íntimamente vinculada con su enfermedad. “Se metió en todo lo legal… recursos, fiscalías, Comodoro Py… sabía de litigio ambiental”, dice Zulema.
El 12 de junio de 2024, durante la lucha contra la Ley de Bases, estuvo firme en Plaza los Dos Congresos. “Nosotros la cuidábamos porque estaba débil, pero se escapaba, quería seguir.” Conocía a todos. “Era muy luchadora. Y hablaba con energía. Siempre nos pedía que unamos las luchas».
Lo que posiblemente sea su último legado lúcido: unir las luchas del ambientalismo con las banderas de los jubilados.
Sobre su convicción, Zulema dice: “Cualquier cosita que ella hacía la asumía con total responsabilidad… vino con cartulina, se traía el cartel… Cuando asumió Milei hizo un cartel que decía ‘Toda la clase política es responsable de la debacle del país’, lo diseñó ella misma”.

Otra anécdota: “Una vez vino a una reunión, con anotador en mano, ya predispuesta. Algunos comenzaron a hablar de su vida personal, y se enojó. Se levantó, juntó sus notas y se fue. Dijo: ‘acá se pierde tiempo, no van a llegar a nada’. Pero volvió. Con dramas y todo, no quería perder el tiempo: estaba alerta. Era consciente de que la tarea era enorme, y le ponía ímpetu”.
Mary sabía que no le quedaba mucho tiempo y por eso nunca bajó la guardia.
Siguió yendo cada miércoles a las rondas frente al Congreso, siempre con barbijo, para cuidarse y cuidar. Participó del Malón de la Paz, llevó agua, militó con grupos ambientalistas, jubilados y religiosos. Organizó actos, escribió cartas, e insistía en que el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, había que salir a las calles. Siempre. Aunque lloviera, aunque doliera.
Porque Mary enseló que la muerte no es algo que ocurre al final: es eso que va sucediendo en vida ante la indiferencia, el silencio de los tribunales, el apagón de las protestas, la descomposición del cuidado, la impunidad de los contaminadores y la complicidad del silencio.
La muerte es el abandono.
La muerte es el olvido.
Y en ese sentido, Mary sigue más viva que nunca.
odas las agrupaciones de jubilados que se juntan los miércoles a protestar en Congreso, preparan un homenaje a Mary y, a través de ella, “a todas las víctimas del sistema y de este plan siniestro de exterminio de los más vulnerables”.
Será mañana, después de la marcha, en un acto en Plaza de Mayo.
Mary: gracias.
Hasta mañana.
Nota
Pablo Grillo: llaman a indagatoria al gendarme Guerrero a seis meses de un disparo criminal

El 2 de septiembre el gendarme que disparó una granada de gas lacrimógeno por fuera de todos los protocolos de la fuerza deberá comparecer ante la justicia. La decisión la tomó la jueza María Servini de Cubría más de cuatro meses después del hecho. Pablo Grillo luchó por su vida, perdió masa encefálica y hoy se encuentra en plena rehabilitación. Todo lo que deberá explicar Héctor Guerrero y que implica a su principal defensora y la responsable de la violencia estatal: Patricia Bullrich.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cuatro meses y una semana pasaron desde el miércoles 12 de marzo. Ese día, durante otra violenta represión a la marcha de jubilados y jubiladas, el Gendarme Héctor Guerrero le disparó fuera de toda legalidad una granada de gas lacrimógeno al reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo impacto casi lo mata, y por el que perdió parte de la masa encefálica, estuvo casi tres meses internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía y por el que hoy continúa en proceso de rehabilitación. Cuatro meses y una semana pasaron hasta hoy, lunes 21 de julio, en el que la jueza María Servini citó a indagatoria al gendarme, autor material de lanzamiento, para el próximo 2 de septiembre.
Es decir: entre la ejecución y la audiencia habrán pasado 131 días, casi seis meses, casi medio año.
El camino de la in-justicia
En un primer momento, la jueza había rechazado el expediente y el caso había pasado al Juzgado Federal N° 12, donde tramitaba otra denuncia por los mismos hechos. Como ese juzgado estaba vacante y subrogado por Ariel Lijo, quien también se declaró incompetente y declinó la competencia, el expediente regresó al Juzgado N° 1 el 28 de marzo y la jueza Servini lo tiene en sus manos desde el 10 de abril, a la vuelta de una licencia.
La cronología detalla el tiempo que una familia debe atravesar para exigir justicia por un hecho de violencia estatal: desde el 21 de marzo en que el papá, la mamá y el hermano de Pablo se presentaron en la causa como querellantes, solicitaron se llame a Guerrero a declarar “en calidad de imputado, por tentativa de homicidio agravado por abuso funcional, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Pero no hubo respuesta. Por eso, el 6 de junio, reiteraron el pedido con estos argumentos: “Desde el inicio de la investigación, todas y cada una de las pruebas recabadas por el Juzgado corroboran lo que planteamos en nuestra querella del 21 de marzo: el cabo primero Héctor Jesús Guerrero de la Gendarmería Nacional Argentina fue el autor del disparo de la pistola lanzagases que hirió de gravedad a Pablo Grillo el 12 de marzo a las 17.18hs”. Y agregaron: “En el pedido que presentamos ante la jueza Servini ofrecemos una descripción de los hechos y un análisis pormenorizado de los elementos de prueba existentes hasta el momento”.
Y no hubo dos sin tres: el 15 de julio se le volvió a exigir al Juzgado que lo cite a Guerrero.
Y la tercera fue la vencida: este lunes, Servini citó a prestar declaración indagatoria al cabo Guerrero como autor del disparo con cartucho de gas lacrimógeno calibre 38mm que impactó en la cabeza de Pablo Grillo. La audiencia será el 2 de septiembre a las 10.
Guerrero es el primer efectivo formalmente imputado en la causa por el operativo policial del 12 de marzo.
Desde la querella informaron: “El juzgado ordenó la realización de una pericia balística a cargo de la División Balística de la Policía de la Ciudad para reconstruir con el mayor nivel de precisión técnica posible el disparo que hirió de gravedad a Pablo. Si bien la jueza consideró que ya existen elementos de prueba contundentes respecto de la responsabilidad de Guerrero para esta instancia, sostuvo que la pericia es necesaria para afianzar la reconstrucción de la dinámica del hecho”.
La pericia tendrá como objetivos precisar:
-La trayectoria y velocidad del proyectil que impactó en la cabeza de Pablo Grillo;
-La posición del arma al momento de efectuarse el disparo y el ángulo de salida del proyectil;
-Analizar si el proyectil impactó previamente contra otra superficie, y si eso alteró su dirección o energía.
-Las ubicaciones de Grillo y de Guerrero al momento del disparo.
El juzgado también ordenó, previo a la pericia, una inspección en el lugar del hecho (la esquina de Hipólito Yrigoyen y Solís) que incluirá un relevamiento fotográfico terrestre y aéreo y la elaboración de un croquis detallado de la escena.
Además, le prohibió a Guerrero la salida del país.
Compartimos el perfil de Pablo que realizamos en la edición 203 de MU.
Nota
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