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Palo Pandolfo, la luz de todos los colores cantando

Pablo Marchetti despide a Palo Pandolfo (1964-2021) a través de un recorrido musical exquisito que se detiene en cada etapa (o década) del genial artista, de Los Visitantes y Don Cornelio a las andanzas como solista, del rock al tango. La originalidad, la autenticidad, las alianzas musicales, el lugar y la huella de Palo en la música argentina y en la Argentina, ¿el éxito?, y la opción de clickear en los discos que repasa Marchetti para acompañar la lectura con la música de cada época.
Por Pablo Marchetti
“El hundió su nariz en la espuma de las olas
los rebotes del sol coronaron su final”.
No puedo creer estar recitando esto a manera de epitafio, a manera de despedida. De tu epitafio, de tu despedida, Palo querido. Las palabras que da la impresión que vos mismo escribirte para este adiós dolorosísimo. Lo siento, hoy estoy muy triste, muy triste.
Es curioso, pero esas palabras tienen que ver con primera reinvención de Palo Pandolfo. Así se presentaba en sociedad Los Visitantes. En realidad, era el primer momento en el que Palo nos marcaba la diferencia con Don Cornelio.
Salud Universal, el disco debut de Los Visitantes, arrancaba con un rocanrol furioso, “Abajo en la ciudad”. En lo que sería un paseo por la ciudad en épocas oscuras. En ese sentido, Palo seguía siendo nuestro Baudelaire de la canción. El Cadícamo de «Niebla del Riachuelo», el Homero Expósito de «Afiches», pero del post punk.
Sin embargo, con Los Visitantes Palo abandonaba la oscuridad feroz de Don Cornelio y se adentraba en un mundo algo más complejo y contradictorio. De luminosidades truncas o aparentes.
Palo parecía más luminoso en Los Visitantes. Pero no, nada que ver. Desde su oscuridad, desde las profundidades poéticas que necesariamente son oscuras (aún bajo el sol) Palo se permitió cuestionarse todo. Inclusive aquello que había sido su bandera dark en Don Cornelio: el rock, la distorsión.
La luminosidad de Los Visitantes nunca perdió profundidad. Ni siquiera cuando recurrió a onomatopeyas (en temas como «Pi Pa Pu», o «Bi Bap Um Dera»), ni siquiera cuando habilitaba a armar la pista del fogón oscuran-hippie. Claro que los signos de identidad folk que aparecían en Los Visitantes habían dado algunas pistas ya en Don Cornelio.
Empezando por el nombre de la banda: Don Cornelio y la Zona. Un mix entre el presidente de la Primera Junta de Gobierno tras la Revolución de Mayo (Cornelio Saavedra, porque Palo fue al Colegio Don Cornelio Saavedra) y la obra que reinventa la ciencia ficción, la película Stalker o La Zona, del ruso Andrei Tarkovski.
El primer disco de Don Cornelio se llamó igual que el entonces nombre completo del grupo. Salió en 1986 y lo produjo Andrés Calamaro. Tuvo un éxito de esos que no terminan de ser hits y está bien. No se trata de canciones ATP ni ATR. Más bien es un tipo de canción que ubica a un artista en el lugar de conocido y reconocido, pero no de número uno.
En el mundo angloparlante, esa combinación te puede convertir en Nick Cave. Por la combinación de calidad y repercusión. En la Argentina, en cambio, te lleva a ser Palo Pandolfo. Ese sería el lugar de Palo desde entonces.
El artista al que legiones de artistas colocan como uno de los más grandes, como un caso único. Pero que justamente por eso no termina de ser masivo. Aunque tampoco lo suficientemente marginal. Si me preguntan a mí, el lugar ideal. Aunque a veces tengas que hacer malabares para pagar las cuentas.
El segundo disco de Don Cornelio (así firmó la banda su segundo y último trabajo) se llamó Patria o muerte. Salió en 1988, un año después de que se aprobabra la Ley de Obediencia Debida y dos antes de que Carlos Menem firmara los indultos a los represores de la dictadura.
Estos parecen datos sin conexión. Pero es curioso que un disco de rock new wave post punk llevara como título la consigna que una década antes habían utilizado los Montoneros. Además, el título en el disco de Don Cornelio, estaba escrito sobre una bandera argentina.
No había un mundo menos vinculado con el término “patria” o con las reminiscencias a la lucha armada de los 70, que una banda con la oscuridad que tenía Don Cornelio en los 80. Pero en eso consistía la búsqueda estética de Palo Pandolfo.
Es curioso. Palo parece (y es) un artista inclasificable, que rompe moldes y prejuicios. Pero al hacer un repaso por su obra nos damos cuenta que es muy simple de clasificar en décadas.
Los 80 fueron para la oscuridad del rock dark de Don Cornelio. La salida de la dictadura, la respuesta al rock que se había vuelto mainstream tras Malvinas, el grito de una generación nueva, la intrincada elegancia de los raros.
Todo eso está allí. ¿Te gusta el rock pero no te gusta el rock que nos quieren vender? ¿Creés que tenés que esperar a que vuelva The Cure porque en la Argentina no tenés quién te identifique? Pues acá está Don Cornelio.
Los 90 son el pasaje al encuentro con ritmos locales, con Los Visitantes. El asunto es gradual. Comienza con Salud Universal, el más rockero de todos los discos, que da cuenta de algunas luminosos destellos dark. Como «Playas Oscuras», el tema de la cita del comienzo.
Luego llega Espiritango, el disco en el que Palo lo hace de nuevo. Año 1994, 20 canciones (¡20 canciones!) otra vez un disco producido por Andrés Calamaro. Otra vez, la clave aparece en el título. El tango aparece aquí como la lucha armada en Patria o muerte.
No hay un solo tango en el disco. Pero al mismo tiempo todo el disco dialoga con el tango y hace explícita la pregunta que venía dando vueltas hacía tiempo: si ciertos paisajes urbanos donde habitaban muchas canciones de rock no eran los mismos que había habitado el tango.
Es decir, si no hay una continuidad lírica entre el tango y el rock. Y si no es esa la clave por la que el rock argentino se volvió un fenómeno que tiene mucho más de argentino que de rock.
Justamente, con Los Visitantes, Palo se vuelve más argentino que rockero. Pero esperen: no estoy hablando de nacionalismo, mucho menos de chauvinismo. Estoy hablando de autenticidad. De no caer en impostaciones. De no ser lo que no se es.
Sí, dark. Sí, oscuridad new wave. Sí, existencialismo post punk. Pero esto no es Nueva York ni Londres. Esto es Buenos Aires, estos son los 90, esta es una ciudad donde crece el desempleo y las personas que duermen en las calles, pero hay mucha gente que viaja a Miami a hacer compras.
Espiritango no es sólo un disco. Ni siquiera es sólo una obra maestra. Que lo es. Igual que Don Cornelio y La Zona. Y también, igual que el primer disco de todos, el segundo disco de Los Visitantes es, además, un germen. Una referencia, el campo fértil sobre donde iba a florecer lo que antes no sabíamos que existía.
Busquen en Youtube. Van a ver a Hernán Cucuza Castiello cantando «El Ente», junto a Palo y Acho Estol. Todo eso que sucede allí es parte de Espiritango. Las presentaciones de Espiritango fueron tan grandiosas como desbordantes. Y, si me permiten, desprolijas.
Fueron en el Teatro Astros. Palo comenzó a jugar como nunca con su voz, a aportar una dimensión teatral a su expresividad vocal. La banda se hacía ancha y por momentos se iba a cualquier parte. Pero ese espíritu lúdico era bienvenido, porque formaba parte del riesgo.
El disco en vivo En caliente se grabó en vivo en Obras en 1995. Allí sí hay tango: Palo canta una versión de Sur, acompañado por el bandoneonista Ernesto Baffa.
El viraje de Los Visitantes hacia eso que en los 90 se llamó “rock latino”, llamó la atención de la multinacional MCA, que firmó a Los Visitantes como primera banda en su desembarco en la Argentina, para hacer un disco para el “mercado latino”.
Maderita fue, efectivamente, el disco más “amable”, limpio y menos distorsionado del grupo. Y, viéndolo con perspectiva, de toda la obra de Palo. Maderita es un disco, que honra a la madera a la que hace mención en el título. Que tiene zamba y folklore, pero además, letras más luminosas, vinculadas a la tierra, menos urbanas.
El hit del disco fue «Estaré», un tema de un optimismo hasta entonces inédito en Palo. Pero al mismo tiempo no había allí un cambio, sino una relectura, una mutación. Que incluyó un tema bizarro como «Bip Bap Um Dera», con un video clip aún más bizarro, que sonaba una y otra vez en MTV y Much Music.
Maderita fue producido por Afo Verde y cuenta entre los músicos invitados a León Gieco, Lito Vitale y Héctor Limón García, ex cantante de Vía Varela, que luego formó parte de Bersuit Vergarabat y actualmente está en Rascasuelos. Es decir, otro rockero que recaló en el tango y que hoy es un prolífico autor de tangos del siglo XXI.
Podría pensarse que, a pesar de que sus temas sonaron bastante, Los Visitantes no logró transformarse en esa banda exitosa que se esperaba. Pero, ¿eso hubiera sido un éxito? Antes de responder esa pregunta hay que aclarar que en 1998, Palo cerró el siglo con el último disco de estudio de Los Visitantes: Desequilibrio.
Aunque suele pasarse por alto porque a veces las cosas se miden en función de estándares comerciales, Desequilibrio es un discazo que vuelve a abrir caminos. Tiene candombe y ska y termina con un electro rock crudo: «Si vas, yo voy», que tiene como subtítulo «Candombre».
La producción de Desequilibrio es del ex integrante de Riff, Michel Peyronel, el baterista de heavy metal que fue el creador de la primera FM de Buenos Aires dedicada exclusivamente al tango.
Y ya que hablamos de los títulos de los discos y de algunas pistas en las portadas de los discos, en la de Desequilibrio, Palo aparece con un vestido, travestido. Hermosa manera de terminar el siglo XX.
El siglo XXI fue para Palo el de su etapa solista. Una etapa plagada de búsquedas y de síntesis. A través de los sueños, de 2001, es el disco que lo pone entre los grandes solistas del rock argentino. Como el Nadie sale vivo de aquí, de Calamaro.
Desde entonces, su obra combinaría toques electrónicos con el pulso sanguíneo de su banda La Hermandad, con quien hizo esa joya que es Esto es un abrazo, discazo de 2013, producido por Goy Ogalde y Charlie Desidney.
En 2016 salió el disco siguiente de La Hermandad, Transformación. Transformación fue un disco y también un documental dirigido por Iván Wolovik, que registra la gestación y grabación del disco, e incluye una charla del director con Palo.
Aquello que Palo plantó con Espiritango floreció años después. Aquel disco sería clave en la conformación de una escena dark-tanguera. Que tendrá un momento fundacional cuando la entonces desconocida banda Reincidentes tocó en 1996 como telonera de Nick Cave.
No, la mención a Nick Cave y la comparación con Palo que hice antes no fueron al azar. Y las similitudes son muchas, en muchos sentidos. Desde entonces, Reincidentes pasaría a ser la Pequeña Orquesta Reincidentes, una banda surgida al calor de Los Visitantes.
Tanto que hoy el bajista de Don Cornelio y Los Visitantes, Federico Ghazarossian, integra Acorazado Potemkin, junto con Juan Pablo Fernández, cantante y compositor de la Pequeña Orquesta Reincidentes. Pero estába hablando de Palo.
Si hay una orquesta tanguera que representa como nadie a la escena dark del tango, esa es la Fernández Fierro. Pues bien, Palo escribió un par de letras para la Fernández Fierro: la milonga Azucena Alcoba y el tango Sierpe. Temas con música de Yuri Venturín (contrabajista y director musical de la Fierro) y que Palo nunca grabó ni tocó en vivo. No, fueron temas especiales para la Fernández Fierro.
Palo estaba grabando un nuevo disco cuando se murió de golpe, sin avisar. Estaba caminando por la calle, se cayó y se murió. Así de simple. Tenía 56 años y una obra monumental. La última canción que compartió en Spotify fue Tu amor, con la colaboración de Santiago Motorizado. El tema iba a formar parte de su nuevo disco que tenía previsto publicar en la primavera.
Durante su vida, Palo colaboró como invitado de muchos artistas. Grabó un par de temas de Acho Estol, en los discos solistas de Acho Buenosaurios (el tema «Putas flacas», que luego versionaríamos junto al Conjunto Falopa, con arreglos increíbles de Fede Marquestó) y en La calle del desengaño, donde grabó «¿De qué te vas a disfrazar?», otro tema de Estol.
Acho fue otro de sus hermanos musicales, de los artistas con quien no puedo dejar de relacionarlo. Palo tenía la misma edad que Acho, aunque La Chicana comenzó cuando Palo ya había sacado sus dos primeros discos con Los Visitantes y los dos de Don Cornelio. Y sí, sería imposible entender a La Chicana sin la existencia de Los Visitantes.
Lo dije antes y lo repito: estoy muy triste. Odio que la muerte nos marque la agenda. Pero no me sale otra cosa que evocar a uno de los más grandes de la canción de estos años. A un creador enorme, de esos que dejan obra con raíces profundas, pero que también tienden puentes a través de los estilos, las épocas y las almas. A un tipo hermoso, generoso. A un artista imprescindible
Buen viaje, Palo querido. No sabés lo importante que fuiste, sos y serás en la vida de mucha gente. Te vamos a extrañar mucho.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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