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Preguntas para romper la idealización y construir relaciones de equidad
El suicidio del director teatral Omar Pacheco desató una redada mediática en contra de las denuncias por abusos y acosos machistas. Compartimos aquí nuestra reflexión junto a la psicóloga gestáltica Susana García para pensar los cambios profundos que requieren este tipo de casos, desdibujados por la misma máquina machista y violenta. ¿Qué hicimos para llegar hasta acá, y qué queremos?
“Esto está ocurriendo en todos los espacios”, alerta Susana García, psicóloga gestáltica. Lo que dice no es una excusa: es una alerta que enciende sobre un accionar sistemático antiguo y que persiste a la vista de todxs. La frase vale para el rock, los ámbitos de militancia, etcétera: “En el ámbito del teatro, muchos directores que no fueron denunciados podrían ser denunciados en cualquier momento, te diría que casi no conozco profesores de teatro que no hayan salido con sus alumnas como una cuestión sistemática”.
Susana tiene gran experiencia coordinando grupos de mujeres; en el último tiempo sumó grupos de varones. Aclara: “Trabajo con varones que abusaron de sus privilegios, no atiendo violadores. Hay una diferencia abismal entre un escrachado y Cristian Aldana”.
Por WhastApp Susana se enteró el mismo viernes del escrache al director teatral Omar Pacheco. El video que circulaba por redes sociales estaba acompañado de un escrito de mujeres integrantes del Grupo Teatro Inestable del Teatro La Otra Orilla, que él dirigía. El título del escrito es claro: “Escrache público al director teatral Omar Pacheco Violento, manipulador y abusador”.
La noticia saltó a los medios comerciales recién cuando dos días después Pacheco apareció colgado en su teatro (la versión más sólida es que se suicidó). La lectura mediática tendió entonces a unir los dos hechos de manera confusa y tendenciosa. Recién hoy se difundió que Pacheco dejó una última carta a amigos y familiares y que las razones del suicidio podrían estar vinculadas a (otras) particularidades de su vida. Más acá, elegimos pensar el escrache como una herramienta que visibiliza una maquinaria abusiva. Es decir, eso que llamamos patriarcado, que también está en el teatro.
Aclaración: no tenemos respuestas, sino muchas preguntas. Y las compartimos con quienes compartimos. Susana: “El hombre siempre habla del consentimiento, de que fueron relaciones consentidas, pero lo que pasa es que el consentidas hay que tomarlo con pinzas: eran hombres grandes con chicas jóvenes. No eran menores, por lo cual no es algo que pueda ser denunciado, pero sí ellos estaban en un lugar de admiración, de respeto, de una admiración que roza el fanatismo. En un determinado momento empezaron a existir directoras pero hasta ese momento todos los directores de teatro y de cine eran hombres. Y sigue siendo un ambiente mayoritariamente masculino, pero si vas a las escuelas, el público es mayoritariamente femenino aun hoy en día. Cuando vos vas a una obra, a la preparación de una obra, al ensayo, la presión que ejerce el director sobre los actores es muy fuerte: eso se ve”.
En el escrito que circuló junto al video, las mujeres de La otra orilla denuncian sobre Pacheco: “En estos años ejerció abuso de poder donde, entre otras cosas, construía relaciones sexo-afectivas con sus alumnas, imprimiéndole su posesión enfermiza en el completo ocultamiento ya que la no vinculación extra profesional era para él un requisito excluyente para ser parte del proyecto”. Y siguen: “Dentro de su manipulación en dos de sus vínculos más recientes con alumnas, recurrió a la mentira para construir enemistad y competencia entre ellas, subestimando, insultando y agrediendo, tratándolas de caprichosas, histéricas, locas y acosadoras. Los talleres formativos constaban de lo que él llama «trabajo de piso, que consiste en relajarse plenamente en el piso en condición de total oscuridad, con estímulo sonoro y olfativo, para lograr un estado pre-consciente en donde «liberar» todas las censuras y resistencias que nos inculcaron desde la infancia. Hoy vemos que muchas veces él se aprovechaba de este estado de vulnerabilidad para meterse cuando él quisiera y sin aviso previo en el piso, manosearnos y manipularnos corporalmente”.
Susana analiza que “el abuso es una manipulación emocional”, y desde su experiencia agrega un norte: “Estamos tratando es de ir hacia relaciones de equidad”.
En este momento Susana está investigando varones, entre 20 y 75 años, en sus relaciones sexo afectivas. Para los varones de más de 60 años pidió ayuda a sus amigos: “Porque los varones de 60 no llegan a terapia, cuando están muy desbordados van al psiquiatra, sino por allí andan con sus ideas retrogradas. No sabes qué hacer con ellos: empiezan a hablar y dicen barbaridades, tienen un nivel de violencia verbal y de ningunearte de distintos modos que es muy fuerte”.
Frente al escrache ve dos reacciones: “Los mayores tienden a hacer descargos públicos aunque vos le digas que no lo hagan, tienen una compulsión a hacer descargos públicos y después le saltan a la yugular. Los más jóvenes no, el trabajo que hacen es interior y se la bancan, pero si lo que hacen es que hablan con la persona, a veces el escrache fue anónimo pero ellos saben quién es: la contactan y le piden disculpas”.
En la música, al igual que en el teatro, “los grupos escrachados lo que dicen es que los otros grupos que todavía no han sido escrachados pueden ser escrachados en cualquier momento; ellos lo saben, porque se siguen conduciendo igual. El público lo sabe, las fans lo saben, migran, cuando se desencantan de un grupo migran a ser fans de otros, y no cortamos con el fanatismo”.
Es entonces cuando Susana propone una (otra) pregunta esencial para pensarnos: ¿Qué queremos? Apenas una idea: “Yo lo que quiero es que las cosas cambien. Me encantaría que las mujeres podamos dejar de idealizar a los hombres. Esta cosa de ser elegida por el que más brilla termina siendo un resabio de la fantasía del príncipe azul que tenemos que trabajar mucho. Inflamos ese ego del varón que esta ya de por sí está ego centrado. Si yo estoy inflando a un varón como un globo y negándome a ver quién ese varón es, tampoco tengo empatía, porque yo no estoy con vos: estoy con la película que me hice que le puse tu cara. Tenemos que salir de la idealización. Yo quiero llegar a relaciones de equidad, respetar, ser respetada, elegir. El afecto incluye respeto, cuidado, pero para poder respetarte tengo que verte. Si te idealizo, no te veo”.
Abrimos los ojos para pensar y preguntar.
Quizá sea momento de construir desde los escombros.
Algo está claro: lo que mata no es el escrache, sino el machismo.
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Campaña: Encontremos a las/los nietos de Oesterheld
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Cien

Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día.
La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán.
En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.
En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas.

En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica.

En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.
En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.
Más información en www.observatorioluciaperez.org
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5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
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