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Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces

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La instalación El Cuarto de Lucía se despidió -tras un mes de exhibirse en La Manzana de Las Luces- con una ceremonia que combinó arte, música y reclamo de justicia. Las voces de Lula Bertoldi y Brenda Martin de Eruca Sativa, el hip hop de La cultura está en el barrio, las infancias de la organización Niñez y Territorio protagonizaron el cierre, que también contó con una llamada candombera por las calles de San Telmo. Las voces de familiares sobrevivientes de femicidios. Y las palabras de la familia de Lucía: “Este cambio lo vamos a lograr porque estamos unidoa”.

Realización audiovisual: gonzalo villalobos.

En la tarde de un viernes nublado, el histórico patio de La Manzana de Las Luces está muy concurrido porque es el último día en que se puede visitar El Cuarto de Lucía y se programó un encuentro de despedida. El patio dio cobijo a decenas de niñes que hicieron una larga fila para entrar al Cuarto: el movimiento Niñez y Territorio, que pone el foco en las infancias, trasladó a les niñes desde Fiorito. Sobre las baldosas dibujaron en una bandera blanca el rostro sonriente de Lucía Pérez y escribieron sus nombres alrededor. La ofrenda fue entregada a la familia. También están presentes integrantes de la Campaña Nacional Somos Lucía, el grupo de hip hop La Cultura está en el Barrio y la murga estilo uruguayo La Gorda Nelly, que llegaron en micros muy temprano desde Mar del Plata para asistir a la ceremonia final.

El director de la Manzana, Gustavo Blazquez, dio inicio: “Para nosotres es un orgullo haber reabierto La Manzana de las Luces con El Cuarto de Lucía. Este es un intento de reparar los propios daños que el Estado produce. Todo femicidio es evitable. Tenemos que trabajar y luchar para eso, el arte y la cultura sirven para eso”.

Tomó la palabra Marta Montero, la mamá de Lucía: “Un mundo mejor le queremos dejar a ellos —dijo, señalando a les niñes que estaban a su lado—. Este es el mundo mejor que necesitamos, este es el cambio que queremos. Por eso luchamos con El Cuarto de Lucía y por tantas Lucías que nos han llevado. La lucha es de todas y de todos, la lucha no tiene color político, es nuestra, es de las personas que todos los días salimos a pedir un mundo mejor. Queremos que ellos puedan salir, puedan ir a la escuela, ser felices, como era Lucía. Este cambio lo vamos a lograr entre todos”. Marta les agradeció el regalo de la bandera “que hicieron todos juntos con tanto amor”. Y aclara: “Con Guillermo hacemos todo desde el amor, no desde el odio. Pedimos justicia para Lucía, no venganza”.

Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces
Fotos: Lina Etchesuri.

Marta abrazó a Luna, hija de Analía Aros, asesinada en Mar del Plata y explicó que la mamá de Analía no pudo asistir. Luego fue pasando el micrófono para que les familiares se presenten. Gustavo, el papá de Natalia Mellman, se refirió al femicidio de su hija de 15 años raptada por policías en Miramar en 2001, por el que tres policías fueron condenados a reclusión perpetua y ahora están pidiendo la libertad condicional. “En este camino he conocido a muchos familiares y todos estamos en la misma situación, en la búsqueda de justicia. Esta lucha feminista va a ser transformadora”. Continuó Miguel Osorio, papá de Cristian, desaparecido en Mar del Plata en 2018 cuando se hundió el buque pesquero Rigel: “Seguimos peleando contra la injusticia, casi a tres años de la desaparición de mi hijo, no hemos recibido los certificados de presunción de muerte, ni las pensiones que corresponden por ley a las madres, a los hijos. Estamos con una herida abierta, vamos a luchar para que las cosas mejoren”.

Elena de la Hoz, familiar de Marcelo Islas, desaparecido hace más de cuatro años en el hundimiento del pesquero Repunte, cuenta que el juez no termina la etapa de instrucción. “El dolor es el mismo. Cada uno desde su lugar pide justicia por su ser querido”.

Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces
Fotos: Lina Etchesuri.

Matías, hermano de Lucía Pérez, se sumó al pedido de justicia “por nuestros muertos que desde algún lado nos deben estar viendo y para que no quede en el olvido”. Alfredo Barrera, el papá de Carla Soggiu, contó del martirio que sufrió su hija por parte de su ex marido. Carla fue encontrada en el Riachuelo, luego de activar tres veces el botón antipánico. Martín, hermano de Agustina Fredes, asesinada hace cinco años en Mar del Plata: “No existe la justicia, no la atienden a mi madre, pasan los años, estas chicas ya no están”.

Daniel Basaldúa, papá de Cecilia, asesinada en Capilla del Monte, dijo: “Cecilia era una viajera, una deportista. Viajó durante cuatro años y medio por toda Latinoamérica. Era una persona libre. Volvió un año antes de la pandemia, pasó las vacaciones con nosotros. Cuando empezó la pandemia se fue a Córdoba a escribir un libro y no pudo hacerlo. La estuvieron buscando durante veinte días hasta que apareció muerta. La justicia es corrupta, agarraron a alguien inocente que por ser humilde lo metieron preso. Los culpables andan dando vueltas por ahí. La unión hace la fuerza, pedimos que nos reciba el señor Presidente para que le contemos todo lo que estamos pasando”.

Carla Ventura contó que a su hermano Octavio le pegaron un tiro en el pecho para robarle el celular en 2018. Los jueces Pablo Viñas y Facundo Gómez Urso, los mismos que liberaron a los asesinos de Lucía, liberaron al asesino de su hermano. Susana Reyes, mamá de Cecila Basaldúa agregó que el cuerpo de su hija aún sigue en la morge de Córdoba y que la fiscal Paula Kelm quiere enjuiciar a una persona inocente. La hermana de Agustina Fredes, Diana, aseguró que “es una herida que nunca cicatriza, esto tiene que cambiar y es entre todos”.

Por último, Guillermo Pérez, papá de Lucía agradeció a la Mazana, a todes les presentes y gritó: “Fuerza que estamos unidos”. Los aplausos y los gritos repetidos de justicia retumbaron en el patio de la calle Perú: “Somos muchos, no nos van a derrotar”.

Llegó el momento de la música y la primera intervención fue la del grupo marplatense de hip hop La Cultura está en el Barrio, que con voces, guitarra, bajo y batería le pusieron ritmo de rap al atardecer de San Telmo. El primer tema fue Ella, y siguió Ya no nos calla nadie. Para el tercer tema Somos Lucía se acercó al escenario la murga estilo uruguayoLa Gorda Nelly e invitaron al público a sumar sus voces. Para ello, repartieron hojas con la letra impresa. Dice el estribillo: Danos fuerza que tu luz nos guía / alzamos la voz porque Somos Lucía / Estamos luchando como vos lo harías / Esto no se para hasta encontrar justicia.

Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces
Fotos: Lina Etchesuri.

Luego y a capella, se escuchó la voz de Lula Bertoldi, la cantante de Eruca Sativa, quien interpretó el tema de Fito Páez Yo vengo a ofrecer mi corazón. “Es para mí una emoción muy grande estar acá aportando música, arte y palabras que están en las canciones, para decir algo que no se puede decir. La música tal vez sea un canal para poder expresar algo de todo esto que se vivió hoy”, dijo Lula. Junto a Brenda Martin, también de Eruca Sativa tocaron y cantaron Creo, que dice: “Seremos primavera, que no haya sido en vano el dolor”.

El último tema fue un pedido de Marta. “Es una canción que nos acerca, como sobrevivientes, como personas que renacen. Lucía está renaciendo en cada une de nosotres, cada una de estas personas que hoy no están y lo único que necesitan es justicia”, afirmó Lula antes de cantar Como la cigarra, la emblemática canción de María Elena Walsh.

Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces
Fotos: Lina Etchesuri.

Apenas terminaron de cantar Lula y Brenda se acercaron a abrazar a la familia y comenzó a escucharse la clave de candombe desde la carpa ubicada detrás de la instalación del cuarto de Lucía. Algunas chicas repartieron pequeños carteles con el rostro de Lucía. En fila, las candomberas y sus tambores colgando, se fueron acercando e invitaron al público a seguirlas. Salieron a la calle con su música de raíz afrouruguaya, doblaron por Adolfo Alsina, luego por Bolívar, Moreno y nuevamente Perú. La vuelta a la Manzana incluyó danza y también los cantos de las chicas de la Campaña Somos Lucía que brotaron en las marchas que la marea verde emprendió para luchar por sus derechos. El derecho a elegir, el derecho a vivir.

La alegría de la percusión, a cargo de Kuyén Tambor, desembocó en el gran espacio empedrado contiguo al patio, donde se formó una ronda espontánea. Luego del candombe, cantó la murga La Gorda Nelly con el acompañamiento de redoblantes y platillos. Marta y Guillermo volvieron a agradecer, a pedir justicia por Lucía y la murga siguió cantando.

Que no haya sido en vano el dolor: el conmovedor cierre de El Cuarto de Lucía en La Manzana de Las Luces
Fotos: Lina Etchesuri.

El cuarto de Lucía se despidió de La Manzana de las Luces con la certeza del valor indiscutible de lo colectivo. Las familias se saben acompañadas y eso las alivia y fortalece. Una vez más el arte es el soplido tibio que acaricia las heridas, el pequeño brote al extremo de la rama que parecía seca. Como cantó Lula Bertoldi, este encuentro selló una promesa: Seremos primavera. Y como aseguró el grito incontenible del rap: Esto no se para hasta encontrar justicia.

Que así sea.

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Fotos: Lina Etchesuri.

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Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

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La marcha en La Matanza, a dos semanas del triple narcofemicidio.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro/lavaca.org

En silencio.

La marcha empieza 21:29, horario en el que las chicas se subieron, hace dos semanas, a la camioneta Chevrolet Tracker blanca. Para quienes no conocen este lugar –rotonda de La Tablada, cruce de Camino de Cintura y avenida Crovara, La Matanza–, el silencio que acompaña la movilización de las familias de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez no se termina de dimensionar.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El perímetro está cortado desde muy temprano por la policía bonaerense y apenas algunas motos del barrio o ambulancias urgentes pasan por una intersección que, en un día común, es puro bocinazo, ruido y tránsito sin parar. 

Así, en silencio, esta marcha grita que hace dos semanas ya no hay ningún día común. 

“El barrio está de luto”, dice Brian, un joven muy dulce que acompaña a la familia de Morena. “Antes se escuchaba música, había fiesta, baile. Ahora, nada”.

Eric, de 28 años, al lado de la familia de Brenda: “El barrio está triste”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las chicas que acompañan a Estela, mamá de Lara Gutiérrez, mueven la cabeza de un lado a otro: “Queremos justicia”, dicen. No quieren decir más. ¿Hay algo más?

De a poco, desde los monoblocks que custodian esta rotonda bajo la mirada de murales del Papa Francisco y Diego Maradona, los vecinos fueron llegando. Algunos volvían de trabajar, otros se sumaban después de cenar. Hay jubiladas, adolescentes y muchos niños y niñas que sostienen velas en cuellos de botellas de plástico. Sabrina, la mamá de Morena, marcha mirando el frente. Paula, mamá de Brenda, lleva en brazos a su nieto de un año. Hay mucho dolor, y son los niños los que marcan con una mirada de fuego una fotografía fuera de lugar, una cámara que parece no respetar este duelo.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, nadie habla. 

Solo los pasos en una ronda a la rotonda en sentido inverso a las agujas del reloj, como las Madres en Plaza de Mayo, o los jubilados en el Congreso.

Quizá de manera inconsciente, sin saberlo, en este gesto las familias respondan una pregunta innecesaria que circula en algunos colectivos que se desvían de recorrido por el corte: “¿Por qué marchan si hay detenidos?”. Precisamente, porque el nunca más se sostiene en movimiento, como una forma de gritarle a la agenda política y social que este horror no tiene justicia. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, la ronda termina. 

Las familias se reúnen y sacan bengalas y globos blancos que todo este barrio que marcha estuvo inflando durante la tarde. “Ahora”, ordena Sabrina, y los globos se sueltan.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las bengalas se encienden.

Las familias se abrazan, se descargan. 

Y un nene, que no llega a los diez años, dice lo único que hay que decir: “Justicia”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

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La sociedad contra el narco: cómo se organizan los barrios

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Cómo enfrentan el avance narco dos centros barriales de la Villa 21/24 (CABA) y Puerta de Hierro (La Matanza) que reciben a jóvenes adictos. Lo que cuentan esos jóvenes: la realidad del barrio, los transas, los efectos de la crisis, las cosas que logran transformar vidas. Lo que se puede cambiar y lo que no en esta investigación que compartimos: La vida como viene, publicada en la revista MU.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro

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Femicidios territoriales: las tramas de la violencia

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Lo narco, la violencia, los femicidios. Un tema que acaba de provocar el horror a partir tres crímenes: Lara Gutiérrez, 15 años, Brenda del Castillo, 20 años y Morena Verdi, 20 años. El Observatorio Lucía Pérez y la Cooperativa lavaca vienen siguiendo e investigando desde hace años esta realidad. Ese trabajo se plasma en un libro que ya está en imprenta: Femicidios, narcotráfico y Estado, del cual adelantamos aquí el prólogo. El concepto femicidios territoriales abarca a aquellos que no se ajustan a los modelos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. La definición de lo «narco», el sentido y el contenido del territorio y sus tramas de relaciones, el poder. Y los cuerpos que narran una historia personal y colectiva, que debemos comprender para trazar una radiografía de época.

por Claudia Acuña, Florencia Paz Landeira y Anabella Arrascaeta

Desde el Observatorio Lucía Pérez registramos e interrogamos todos los días las cifras de la violencia patriarcal. Desde ese ejercicio cotidiano sostenido durante ya doce años proponemos la categoría de “femicidios territoriales” para intentar comprender la singularidad de crímenes como los de Lucía Pérez, Melina Romero, Iara Rueda, Luna Ortiz o Araceli Fulles, por citar solo algunos casos paradigmáticos. Se trata de femicidios que no se ajustan a los modelos epistémicos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. Participación activa, en tanto que genera condiciones de posibilidad para estas muertes en esos territorios; y también participación concreta, al garantizar y perpetuar la impunidad de esos femicidios, falseando pruebas y entorpeciendo procesos judiciales. Marta Montero, madre de Lucía Pérez, prefiere llamarlos “narcofemicidios”. Sumamos a este concepto la referencia al territorio porque quizá nos permita enfocar los factores que los producen: los narco-femicidios se originan en narco-territorios concretos en los cuales la actividad delictiva ya cuenta con impunidad estatal.

En primer lugar es necesario definir a qué denominamos “narco”:

  • Narco es un término que hace referencia a una actividad criminal que se lleva a cabo “con la participación ilícita de actores del Estado2. “
  • Lo narco opera a través de una necromáquina cuya tarea es acallar, atemorizar y doblegar resistencias hasta esclavizar las fuerzas de producción necesarias para extraer capital de todo lo vivo: cuerpos, territorios, medio ambiente, datos.3
  • Lo narco produce una forma característica de femicidio porque le otorga a ese crimen un significado político y cultural. En palabras de Reguillo, “mata dos veces: la del asesinato y la de tu muerte convertida en dato”. Tal como define la filósofa italiana Adriana Cavarero cuando traza una relación entre el genocidio del Holocausto y estos crímenes, en ambos casos se trata de “una violencia que no se contenta con matar porque sería demasiado poco: al destruir el cuerpo singular constituye el acto del fin no de la vida, sino de la condición humana”.

Lo narco gobierna territorios azotados por las políticas neoliberales que durante décadas destruyeron tanto puestos de trabajo como instituciones estatales que debían contener y reparar las consecuencias.

Estas características unen la postal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, con la de Palpalá, en Jujuy, escenas del crimen de los femicidios de Araceli Fulles y Iara Rueda. Dominan también puertos como los de Mar del Plata y Rosario, ciudades hermanadas por los nombres de Lucía Pérez y cada una de las mujeres masacradas en balaceras. Pero son solo aquellos femicidios que con gran esfuerzo de sus familias y su comunidad han logrado trascender con nombre y rostro la opacidad que caracteriza toda narco- actividad – desde la venta de sustancias hasta sus crímenes y fundamentalmente, sus activos financieros y redes políticas- lo que nos ha obligado a fijar la mirada en esos territorios.

¿Qué vimos?

En San Martín vimos que Araceli Fulles, de 22 años, estuvo venticinco días desparecida sin que ninguno de los rastrillajes organizados por la policía la encontraran. Su cuerpo fue hallado finalmente por su hermano el 27 de abril de 2017, enterrado debajo de la cama del sospechoso, Darío Badaracco, quien justo en ese momento estaba declarando ante la fiscal, que lo dejó ir. El hombre fue detenido en otro barrio de la periferia dos días después y gracias a que una mujer paraguaya, embarazada y en ojotas, lo corrió y entregó a los gendarmes que militarizaban el barrio. Tiempo después ese único detenido fue asesinado: le hicieron tragar agua hirviendo en la prisión de Sierra Chica, en la que el Servicio Penitenciario tenía a cargo su custodia hasta el juicio. Finalmente, en un tribunal rodeado por miles de personas que clamaban “Justicia por Araceli”, los autores materiales del femicidio fueron condenados a prisión perpetua, pero en enero de 2024 la Sala I del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires absolvió a Marcelo Ezequiel Escobedo, Hugo Martín Cabañas y Carlos Damián Cassalz, quienes habían sido condenados el 4 de noviembre de 2021 por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 3 de San Martín. Los jueces Daniel Carral, Victor Violini y Ricardo Maidana ordenaron su inmediata liberación, cuestionando el accionar del perito Marcos Herrera, quien había ofrecido gratuitamente sus servicios a la familia de Araceli en aquellos desesperados días de búsqueda. Los magistrados en su fallo ordenaron que la Fiscalía General de San Martín investigue su actuación en esta causa, ante la posible comisión de un delito de acción pública, y solicitaron al presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense y a la Procuración General que “se evalúe la posibilidad de establecer protocolos de actuación en materia de rastros odoríficos, así como en la acreditación de las certificaciones y habilitaciones”. La posible actuación dolosa de este perito dejaba, así, inválida la sentencia. La familia apeló el fallo y hasta hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación adeuda una respuesta. En tanto, los imputados están en libertad.

Por el crimen de Araceli no fueron sometidos a ningún proceso judicial ni el comisario ni los agentes que encubrieron a la banda de narcomenudeo que operaba en el barrio y mató a Araceli. Hubo, sí, varias condenas a autoridades policiales en otros procesos judiciales contemporáneos al que investigó el femicidio de Araceli y que probaron las vinculaciones en ese territorio entre bandas narcos y fuerzas de seguridad. Una de ellas fue en septiembre de 2023, cuando la jueza federal Alicia Vence procesó con prisión preventiva al comisario Osvaldo Javier Calderón y dos oficiales de la Comisaría Primera de San Martín que fueron filmados mientras recibían coimas para liberar a dos integrantes de una banda narco.

Territorios, cuerpos y violencias

Al hablar de territorio nos referimos no solo a la base material y orgánica de los ecosistemas, sino también a la historia y las relaciones que se han entretejido de modo constitutivo. El territorio aparece entonces como una trama de redes de relaciones que, en su dimensión conflictiva y contradictoria, configura experiencias y sujetos singulares marcados por variables procesos de jerarquización y de desigualdad.

Hay en la palabra “territorio” una serie de sentidos contradictorios anudados. Por un lado, en su propio origen etimológico aparece asociada a una voluntad de control y de dominio, en un lenguaje bélico y de conquista. Pero el territorio, en sus usos sociales y locales, también alude al saber de la experiencia, a una relación de alteridad respecto de espacios institucionales y burocratizados. El territorio, en este sentido, puede ser una analogía de la calle o, para decirlo en términos más amplios, del espacio de la vida cotidiana. El territorio también es, en un sentido más literal, la tierra. El cuerpo –nuestro cuerpo– puede ser también vivido e interpelado como territorio, pero no todos los cuerpos se constituyen en territorios en disputa, sino especialmente aquellos cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y marginados. Se va armando así un mapa imaginario de cuerpos y territorios simultánea e inextricablemente sometidos a procesos de desvalorización, violencia y explotación; de despojos múltiples de la vida en todas sus formas.

Pensados los territorios como configurados por relaciones de poder, las desigualdades de género se despliegan y concretan en ellos de un modo fundamental. Desde esta perspectiva, entonces, el territorio aparece como espacio tallado en donde se producen y reproducen desigualdades étnico-raciales, de género, de clase, de edad y deviene, así, un espacio de disputa. Los territorios son campos de fuerza, producto y objeto de disputas, resistencias y dominios. Por lo tanto, están siempre en devenir, nunca acabados, nunca cerrados; contingentes.

¿Es posible trazar una frontera clara y objetiva entre el cuerpo y el territorio? ¿Qué paisaje habita nuestros cuerpos? Al respecto, la filósofa feminista Donna Haraway pregunta provocadoramente por qué nuestros cuerpos deberían terminar en la piel. Los cuerpos están situados e interconectados de forma profunda con la trama de la vida. Pensar en lo viviente desde la interconexión, la interdependencia y la existencia de flujos continuos nos abre la mirada a reconocer patrones comunes que, en nuestro espacio y tiempo, hablan de formas sistemáticas de extracción de valor, despojo y violencia extractivista. Se trata de advertir la concurrencia entre procesos de pobreza y desigualdad, de violencias de género y ambientales, que expresan una lógica depredadora común que exponen cotidiana y persistentemente a las personas, a los territorios y, en última instancia, a la vida.

Hace ya décadas que, desde los feminismos, se han señalado analogías entre la explotación de los territorios desde la lógica de la ganancia capitalista y la explotación de los cuerpos feminizados desde la lógica patriarcal. En este sentido, Vandana Shiva afirma que la apropiación de recursos crea una cultura de la violación: violación de la Tierra, de las economías locales y también de las mujeres. El modelo extractivista concibe a los territorios y los cuerpos feminizados como recursos a explotar y como zonas a sacrificar en función de consolidar una forma de dominación. De hecho, en la base del ordenamiento moderno-colonial, no solo se saquearon territorios, sino también cuerpos racializados y esclavizados. En la actualidad, esta cualidad extractiva, apropiadora y cosificadora de los cuerpos aparece como nodal a la violencia femicida.

Desde esta lente, el extractivismo no es solo un modo de saqueo y explotación de la naturaleza, sino que también implica una racionalidad y una relacionalidad particulares. Es un modo de concebir las relaciones con otros humanos y no humanos y el espacio que co-habitamos. Las prácticas extractivistas se asientan en jerarquías raciales, de género y clase, multiplican las formas de violencia y exacerban las injusticias.

El extractivismo configura no solo territorios sino también relaciones sociales y las subjetividades de quienes los habitan. Se trata de prácticas sistemáticas de extracción de la vida en todas sus formas y dimensiones. Las violencias de todo tipo son consustanciales al extractivismo y se refuerzan como forma de producción de lo social.

Esta relación inherente entre extractivismo y violencia se expresa en la desestructuración de las tramas sociales y comunitarias, en el despojo de los medios de subsistencia y de sostenimiento de la vida, en la polarización y estratificación social, en el agravamiento de la criminalización y la represión estatal y, también, en la violencia contra las mujeres y el recrudecimiento de formas patriarcales de dominación y opresión. Para nombrar este entrelazamiento entre las formas neocoloniales del despojo de los espacios de vida y la profundización de las jerarquías de género, se ha propuesto el concepto de “repatriarcalización de los territorios”. Sobre todo, han sido los estudios sobre proyectos extractivistas vinculados a la minería y los combustibles fósiles los que alertaron cómo estos conducen a la masculinización de los territorios, con un aumento significativo de la violencia de género y la explotación sexual.

En el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries de 2023, en un taller sobre Pueblos fumigados, una mujer decía que nuestros territorios nos exponen y nos entrampan entre el femicidio y el cáncer. En este y otros espacios de activismo, queda claro que las mujeres no son las únicas afectadas por este entrecruzamiento de violencia ambiental y de género, sino que también son las primeras en advertir las consecuencias del modelo extractivista en sus cuerpos, los de sus hijos y los de sus comunidades. Se constituyen, así, en la primera línea de la defensa de los territorios y rápidamente se vuelven blanco de persecución y amenazas cuya expresión más extrema son los femicidios extractivistas.

En este contexto, lo narco resulta un eslabón clave de la cadena de extracción de ganancias en cuerpos y territorios que han sido oscurecidos por la desigualdad social producida por las políticas económicas neoliberales. Lo narco convierte en consumidores y productores a aquellas poblaciones que el sistema formal descarta. La antropóloga Rita Segato lo describe como un segundo Estado. Sin embargo, consideramos que en países no europeos esa dualidad es, en realidad, una unidad y que ese desdoblamiento es la clave constitutiva en la que se establecieron los Estados coloniales para garantizar la gobernabilidad. Recordamos también que en Argentina se utiliza el término “en blanco” y “en negro” para distinguir la economía “formal” de la “informal”, entendiendo por “formal” la del mercado y por “informal” la ancestral. Aquello, entonces, que habita el “Estado en Negro” es la resistencia y lo narco es la respuesta para neutralizarla, ante la impotencia del “Estado en Blanco”.

Desde la perspectiva que venimos sosteniendo, todavía parece necesario remarcar el carácter sistémico y civilizatorio de esta crisis y continuar desanudando las lógicas androcéntricas y patriarcales de las formas de producción basadas en el despojo, la extracción y el aniquilamiento de cuerpos y territorios.

Las víctimas de femicidio y sus familias organizadas en busca de justicia nos enseñaron que para deconstruir las violencias que culminaron en estas muertes no basta con problematizar el amor romántico y los ideales de pareja. Ni tampoco alcanza con desafiar las fronteras de lo doméstico, ni las estrategias de empoderamiento. Se volvió necesario indagar en las fuerzas estructurales y cotidianas que están minando las tramas comunitarias de sostenimiento y reproducción de la vida. Y situar a los femicidios en un aumento generalizado de la violencia, la narcocriminalidad con alto involucramiento policial y penitenciario y de la crueldad y, en términos más amplios, en procesos extractivos y de despojo y precarización de las condiciones de existencia donde todos los bienes aumentan su valor a ritmo constante hasta volverse inaccesibles, excepto la vida, que cada vez vale menos. Mejor dicho, algunas vidas: el componente de clase y raza marca a fuego la categoría de femicidios territoriales.

Desde esta óptica pusimos la lupa en Rosario, ciudad que nos señala cómo el cuerpo de las mujeres emerge como un renovado territorio de disputa en el contexto del entramado narco-policial-penitenciario de la ciudad. Coincidimos con Rossana Reguillo cuando caracteriza a estas violencias como “pasillos”: “vestíbulos entre un orden colapsado y otro que todavía no es, pero está siendo. De ahí su enorme poder fundante y su simultánea ligereza”. La tensión actual es producto de la crisis del Estado en Blanco que deja expuesto al Estado en Negro y provoca la disputa por el control de todo el aparato.

Lo que la violencia hace emerger sin pudor es a aquellos territorios en disputa, sí, todavía. Pero una disputa desigual, invisibilizada por los supuestos creadores de sentido social: medios y academia.

La sociedad mexicana y en especial las mujeres de Ciudad Juárez, batallan desde hace décadas contra la máquina femicida ante el monumental silencio académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mayor unidad de producción de teoría social iberoamericana. Silencio que funciona como un enorme operativo de lavado epistémico de lo narco.

Los territorios argentinos que luchan hoy para que el narco-fascismo no termine de capturar el aparato del Estado y con él, la democracia, requieren toda la luz y compañía que muchos sectores políticos, culturales y sociales les siguen negando.

Los femicidios territoriales abren surcos y dejan al descubierto hilos de injusticias e impunidad que, como fibra poderosa sedimentada en el tiempo, amenazan a la vida en su totalidad y refuerzan modos estructuralmente desiguales de ser y estar en el mundo.

Acá estamos, entre ruinas, caminando con la tierra resquebrajada de muerte a nuestros pies.

Las mujeres, travestis y trans nos vemos empujadas a pensar desde el dolor para intentar regar nuestros territorios arrasados y dotarlos de horizontes de verdad y de justicia.

Nuestras muertas nos duelen, pero también nos hablan.

Sus cuerpos narran una historia personal y colectiva.

En tiempos de análisis políticos y especulaciones electorales, ¿no son las historias de estos femicidios y transfemicidios las que debemos comprender para trazar una radiografía de época?

Es urgente: enfrente está la muerte.

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