Nota
Revertir el dolor: un nuevo amanecer para Bolivia. Por María Galindo
María Galindo analiza desde otra mirada las recientes elecciones de Bolivia que devolvieron al MAS al gobierno. ¿Qué significa ese triunfo? ¿Cómo leerlo política y socialmente? Lo que el voto vetó: al racismo, a la quema de la whypala, al abuso policial, a la corrupción. La paliza social al golpe de Añez, Camacho y Quiroga. La inteligencia colectiva en momentos extremos, y la capacidad de reinvención, una vez más: «Esa capacidad de revertir la presión fascista y convertirla en su contrario ha sido en el escenario de las elecciones bolivianas un acto colectivo gigante. Calcularon mal la represión y el fascismo, calcularon mal el miedo, calcularon mal porque nos llevaron al extremo un extremo leído socialmente como el fin de algo. Ese lugar donde el oscuro se vuelve claro y donde el dolor se vuelve rebeldía».
Por María Galindo
Lo que ha sucedido en Bolivia en las últimas elecciones es un mecanismo social por demás interesante que vale la pena y la alegría compartirlo con ustedes, no importa el lugar donde estén.
La lectura triunfalista del Movimiento al Socialismo y de la izquierda internacional de una ratificación de su proyecto es una lectura casi neurótica de autoengaño, tanto como lo es, en sentido inverso, la lectura de los grupos fascistas derrotados que aún insisten en denunciar fraude. Grupos fascistas que han pasado de ser amenazantes a ser ridículos.
Suspiro hondo y aún siento entremedio de las costillas un cuerpo no sólo cansado sino adolorido: músculo por músculo, cavidad por cavidad, vena por vena, es el cuerpo de la sociedad boliviana.
Frente a la papeleta no fuimos individuo, fuimos multitud[1]
Las papeletas electorales se han venido convirtiendo en una especie de set experimental para ratas de laboratorio que somos l@s votantes donde se calcula nuestro comportamiento en base al miedo, al odio, a la manipulación mediática, en base a las fakenews en redes y un largo etcétera que forma parte de un aparato que se mal llama “marketing electoral”.
Al mismo tiempo las opciones de votación no son lo que anuncian “formas de representación” política de voluntades colectivas, programas o planes de gobierno, sino opciones dentro un tablero cerrado donde tu voto suma o resta, pero no cuenta en sí mismo.
En ese contexto nada puede fallar: todo voto parece ser un voto contra las luchas. Parece que estuvieras ante un juego de mesa imposible de revertir. En Bolivia lo hicimos y quiero contarte cómo, porque quiero creer que el mismo método puede funcionar en otras latitudes, e inclusive en los EEUU frente a Trump.
El voto destinado a estar vacío de contenido adquirió un sentido: el sentido de veto colectivo. Por eso es que afirmo que no ha ganado el MAS, aunque circunstancialmente el MAS aparezca como ganador. Su triunfo es un espejismo porque el contenido no es la adhesión a su proyecto, sino el veto.
Para que me entiendan traslado este razonamiento a otras latitudes: en los EEUU no se está disputando el triunfo de los demócratas, sino únicamente la derrota de Trump, derrota en la que los demócratas se convierten en un mecanismo circunstancial.
La multitud se reconoció a sí misma como diferente y distinta de la oligarquía; la papeleta nos colocó casi geográficamente entre un nosotr@s complejo frente a un ellos nítidamente establecido como ajeno, como repudiable, como patronal.
El voto dejo de ser voto y se convirtió en pancarta con contenido propio
El voto fue un veto al racismo.
El voto fue un veto a la corrupción.
El voto fue un veto a la quema de la whiphala[2].
El voto fue un veto a la extorsión y abuso policial.
Votaron l@s muert@s por coronavirus porque en su nombre dijimos «no».
Votaron l@s asesinad@s por el gobierno de Añez en Senkata y Sacaba porque en su nombre dijimos «no».
Votar fue una forma de botar al gobierno del Palacio y mostrar un repudio total y generalizado.
No es que el MAS es el gran proyecto de los pueblos indígena; es el partido que encorsetó la representación política indígena directa y que violó la constitución política del estado plurinacional cientos de veces, pero frente al fascismo en un tablero de laboratorio es la salida que escogemos como paliativo, como algo transitorio, como posibilidad práctica, pero no como sueño, no como adhesión. Eso es bien diferente.
Ustedes dirán que estoy proyectando sobre la masa mis sentimientos personales; a eso respondo que no es así porque si esta masa gigante de más del 50% de los votos extendida en todo el país fuese una adhesión al proyecto del partido, Evo Morales y Álvaro García Linera no hubieran tenido que salir huyendo y no hubieran sido derrocados como se aplasta una mosca en la pared como de hecho sucedió en octubre y noviembre del 2019.
El voto se desplegó también como voto castigo contra todos quienes fueron participes de la construcción del gobierno de Añez, por eso perdieron Mesa, Camacho y Quiroga y recibieron lo que popularmente en Bolivia se llama paliza. Es más, dos candidaturas tuvieron que bajarse de las elecciones antes de llegar a la mesa de votación porque la sociedad boliviana ya había dado señales de ese castigo, de ese veto, de ese repudio colectivo y se retiraron por borrar la evidencia y no pasar por la humillación pública.
Inteligencia colectiva
Frente a la papeleta electoral no fuimos individuos sino multitud, y esa multitud construyó un voto colectivo gigante, una suerte de consenso grande construido gracias a lo que se llama inteligencia colectiva. A las sociedades hiperinsdustrializadas del norte colonial que tienen eso que se llama inteligencia artificial, les cuento que acá en el sur gozamos de eso que se llama inteligencia colectiva. Esa capacidad de construir un nosotr@s efímero, frágil, instantáneo pero que por ejemplo en el evento electoral ha tenido la capacidad de emerger. Una inteligencia colectiva capaz de emerger en circunstancias límite. Entender eso es muy importante.
No es que estoy idealizando a la sociedad boliviana: la sufro y vivo cada día. No es que la inteligencia colectiva es algo tangible que opera de forma continua, es más, los seres humanos la hemos perdido, así como venimos perdiendo otras formas de percepción y sensibilidad como son el instinto y la intuición. Pero por mucho que esas otras formas de sensibilidad y comportamiento estén perdidas reaparecen en momentos concretos, digo que reaparecen en momentos de dolor, en momentos de presión extrema. Las ciudades principales fueron militarizadas una vez más la noche antes de las elecciones y las calles parecían nuevamente escenarios de guerra con tropas en uniforme de guerra desplegadas especialmente en las zonas periféricas: ese gesto fascista activó la inteligencia colectiva.
Revertir el dolor y convertirlo en otra cosa
Si hay algo que constato cada día es la capacidad de transformar las cosas en su reverso, algo que las mujeres estamos haciendo como acto cotidiano de insubordinación frente al patriarcado, como acto de desobediencia al sometimiento y como acto de respuesta esperanzada e irreverente frente a la negación de nuestra libertad. Esa capacidad de revertir la presión fascista y convertirla en su contrario ha sido en el escenario de las elecciones bolivianas un acto colectivo gigante. Calcularon mal la represión y el fascismo, calcularon mal el miedo, calcularon mal porque nos llevaron al extremo un extremo leído socialmente como el fin de algo. Ese lugar donde el oscuro se vuelve claro y donde el dolor se vuelve rebeldía.
Esa capacidad de reversión de los sentidos es lo que ha acontecido en Bolivia frente a las papeletas electorales. Se abre por eso mismo un espacio de sueños, un espacio de construcciones y de luchas porque lo que ha sucedido es una reapropiación de nuestros destinos justo en el momento en el que parecía que nos lo habían arrebatado todo.
El MAS, en ese juego, es solo una circunstancia.
[1] Me presto de Toni Negri el fabuloso concepto que trasciende sin duda el análisis de clase en su sentido más ortodoxo.
[2] Whipala es la bandera ajedrezada multicolor que se usa en todo el continente como bandera de los pueblos indígenas. Esa bandera fue incorporada en Bolivia a rango de símbolo nacional y se adhirió inclusive al uniforme policial. Durante el derrocamiento de Evo Morales un policía con pasamontaña la saco del frontis de la Asamblea Legislativa la quemo y además la corto de su uniforme, gestos que se quedaron inscritos como actos de odio en el imaginario social.
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Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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