Nota
Santa Cruz, el altar de la memoria
Hoy se cumplen 39 años de los secuestros de la Iglesia Santa Cruz. Durante varios, la ceremonia que se realiza en esa iglesia para homenajear a las personas desaparecidas, entre ellas la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, incluyó la lectura de este texto que escribimos para recordarlas. Lo reproducimos hoy con la misma convicción con la que lo hicimos por primera vez: la memoria construye verdad y la condena social, justicia.
Hoy se cumplen 39 años de los secuestros de la Iglesia Santa Cruz. Durante varios, la ceremonia que se realiza en esa iglesia para homenajear a las personas desaparecidas, entre ellas la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, incluyó la lectura de este texto que escribimos para recordarlas. Lo reproducimos hoy con la misma convicción con la que lo hicimos por primera vez: la memoria construye verdad y la condena social, justicia.
Cada 8 de diciembre, en la iglesia Santa Cruz, de Boedo, se recuerda el aniversario de la desaparición de un grupo de Madres de Plaza de Mayo, activistas de derechos humanos y dos monjas francesas, como resultado de un operativo protagonizado por el marino Alfredo Astiz. Esta dolorosa historia tuvo -al cumplirse 25 años- una connotación especial. Esther Careaga -la primera Madre desaparecida- no pudo hablar ese día. Pero sí su nieta, que tiene la misma edad que esa ausencia: 25 años. En el medio de las dos, este relato, que se realizó especialmente para esa ocasión y que desde entonces, todos los años es leído en la ceremonia de la iglesia Santa Cruz.
La primera Madre de Plaza de Mayo secuestrada por la dictadura argentina fue Esther Ballestrino de Careaga, el 8 de diciembre de 1977 en la misteriosa y bella iglesia de Santa Cruz, ubicada en la calle Estados Unidos al 3100, de Buenos Aires. La segunda madre desaparecida estaba un paso más atrás y se llamaba María Eugenia Ponce de Bianco. La tercera, fue secuestrada dos días después. Su nombre: Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
Tal fue el resultado de la operación de infiltración que realizó el oficial de la marina Alfredo Astiz (disfrazado de Gustavo Niño) que le permitió identificar a quienes desde ese día siguen desaparecidos: además de las madres, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, Patricia Oviedo, Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Raquel Bulit, Remo Berardo y Angela Aguad de Genovés.
La hija de Esther, Ana María Careaga no hablará el próximo domingo 8 de diciembre en la iglesia de Santa Cruz, en el acto que recordará los 25 años de uno de los momentos más trágicos de la Argentina, en el sentido más profundo de la palabra tragedia.
Hablará, en cambio, una persona que hasta ese día puede resultar una ilustre desconocida detrás de la cual palpitó la zona más increíble de esta historia, si es que la palabra «increíble» significa algo en un lugar como la Argentina.
Sobre lo que aquí se narra debe aclararse que cualquier parecido con la ficción, lamentablemente, es pura coincidencia.
Esther Careaga no usaba su nombre. Todos la conocían como Teresa. Un apodo que le pusieron casi al azar en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.
Paraguaya, militante política del febrerismo, opuesta a la dictadura de Alfredo Stroessner, ella y su marido terminaron exiliándose en la Argentina, y conocían las ventajas de los apodos en tiempos de represión.
Esther-Teresa era un personaje particular en el grupo de madres, que en gran medida venían de tener nula participación política, mucha tarea como amas de casa, y la sorpresa tenebrosa de descubrir de pronto que sus hijos ya no estaban.
¿Dónde estaban?
Comenzaron a buscar. Fueron a comisarías, juzgados, cuarteles. Comenzaron a reconocerse, y a conocerse. Esther comenzó por ser una suegra de desaparecidos. El marido de una de sus hijas, Manuel Cuevas, había sido secuestrado. Cuenta Ana María Careaga, la otra hija de Esther:
-A Manuel le decían Pancho. Su familia era muy humilde y mi mamá los ayudaba a buscar. En mi casa la política había sido siempre una cuestión cotidiana. Recibíamos a todos los perseguidos del Paraguay, estuvo de visita Salvador Allende antes de ser presidente de Chile. Mi mamá había llorado cuando mataron al Che Guevara: quiero decir, la política con un alto grado de compromiso era cosa de todos los días.
Un caso bien diferente, si se quiere, al de la actual integrante de la Línea Fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas, que reconoce que hasta aquel momento ni siquiera había pensado en trabajar, salvo dictando clases de costura a sus vecinas.
Esther buscaba a su yerno y conoció a otras mujeres, entre ellas Azucena Villaflor de Devincenti. Uno de los puntos de encuentro de estos familiares era la capilla Stella Maris, en Retiro, donde un monseñor, Emilio Graselli recibía a quienes buscaban, revisando un fichero. Su actitud servía para enloquecer aún más a esas personas. Recuerda Nora Cortiñas:
-A mí una vez me informó que mi hijo Carlos se había ido con otra mujer, por eso había desaparecido. A otra mamá la recibió mostrándole una cruz roja junto al nombre de su hijo: «Está muerto, pero venga dentro de 10 días». A los 10 días le dijo que no estaba muerto. A mí me dijo: «Su hijo debe estar bien alimentado, vestido, andando en auto para ‘marcar’ por la calle a amigos o conocidos». Me estaba diciendo que mi hijo era un delator.
Un día de abril Azucena reunió a los familiares que sostenían estos diálogos con tal personaje, y dijo lo obvio. Nada positivo surgiría de tal contacto con la perversión:
-Tenemos que ir a la Plaza de Mayo, que nos vean, que nos escuchen.
Graselli actualmente enseña religión a jovencitas en el Colegio de la Misericordia, confirmando que hay zonas de la Iglesia impermeables a la verdad, o con memoria esclerótica.
Azucena propuso que quienes se arriesgaran a tal exposición fueran las mujeres, creyendo que los militares y policías no se sobrepasarían con ellas. El 30 de abril de 1977, 14 mujeres lograron sobreponerse al miedo y se reunieron en la Plaza de Mayo. Era sábado. Descubrieron que muy poca gente andaba por allí. Azucena comprendió que convendría ir un día hábil. Alguien propuso el viernes siguiente. Una madre planteó un reparo:
-El viernes tiene la letra «r». Trae mala suerte. Es día de brujas.
Esto eliminaba también martes y miércoles, por lo que se sugirió los lunes. Recuerda Nora Cortiñas:
-Parece que otra madre dijo que los lunes es día de lavado de ropa. Así que quedó el jueves. Y Azucena propuso las 15.30 porque era el horario de más tránsito, después del cierre de los bancos, la Bolsa, y con mucha gente andando por allí.
Las madres comenzaron a adueñarse de la plaza.
Había algunas tías, como las hermanas de María Adela Gard de Antokoletz, y una suegra. Pero Esther Careaga se transformaría literalmente en una madre de Plaza de Mayo el 30 de junio de 1977, cuando secuestraron a Ana María, su hija de 16 años.
Ana María Careaga, de 16 años, estaba embarazada de tres meses. La panza ni se notaba en ese cuerpo de niña grande, pero ella reconoce que vestía de embarazada y caminaba como embarazada, como para que el mundo estuviese al tanto de la noticia. Ella y su marido Jorge habían buscado con entusiasmo ese bebé, y ni soñaban con ocultar esa felicidad.
La militancia de Ana María -como su edad lo indica- correspondía a la escuela secundaria, pero además era la entera familia Careaga la que estaba en la mira; su domicilio había sido allanado por la policía, más de una vez, y habían secuestrado material de Naciones Unidas que los Careaga poseían por su carácter de exiliados.
El 13 de junio hacía frío, Ana María iba a encontrarse con su padre y su marido en Corrientes y Juan B. Justo. Su madre le había tejido un saco de lana gruesa, rosa fuerte, y ella andaba con la cabeza revoloteando entre el embarazo y el futuro, sin percibir un gran operativo de «zona liberada» (que permitía a los grupos paramilitares secuestrar impunemente): la policía había desviado el tránsito de ambas avenidas, lo que permitió que un par de individuos capturaran a Ana María, introduciéndola a la fuerza en un automóvil que aceleró rumbo a lo desconocido. Empezaba a ser una desaparecida.
El Club Atlético fue uno de los campos de concentración manejados por la Policía Federal, bajo la órbita del Primer Cuerpo de Ejército. Quedaba en Paseo Colón ente San Juan y Cochabamba. Los secuestrados eran vendados (tabicados) arrojados en celdas, les ponían grilletes en los pies, y así eran conducidos a las cotidianas sesiones de tortura.
La intensidad de los tormentos aplicados sobre el cuerpo de Ana María Careaga queda descripto por un dato técnico: ocho años después, con motivo del Juicio a las Juntas Militares, ella tuvo que pasar por exámenes médicos que corroboraron lo que había ocurrido. Fue uno de los pocos casos en los que pudo darse por físicamente probada la existencia de torturas, según consta en la propia sentencia. Dice Ana:
-Los médicos me sacaban pedacitos de piel, muestras de las marcas que me habían hecho con cigarrillos. Hicieron estudios histopatológicos. Los rastros de picana desaparecen antes, por eso la usan tanto.
No alcanzan las palabras. Decir que Ana fue torturada «salvajemente» sería una descortesía hacia los salvajes. Lo inquietante es que Ana fue racionalmente torturada. Además de la picana y las brasas, tuvieron que operarla posteriormente de un absceso en el brazo, y le rompieron un tímpano de un golpe.
Nunca les dijo a sus captores -los policías- que estaba embarazada. En abstracto podría suponerse que revelar ese dato podría haberla ayudado. A ella le funcionó, en cambio, un instinto de conservación muy primario:
-Mi terror era, por ejemplo, que agarraran a alguien de mi familia, o a un amigo. Y me parece que sentí lo mismo con lo del embarazo. Me parecía que en la tortura me iban a amenazar hasta con eso.
Ana sintió que callar era proteger al bebé, aunque la violencia de la tortura le hizo pensar que lo había perdido.
-Pedías ir al baño, y te sacaban para torturarte. Te hacías encima, y te sacaban para torturarte. Llorabas, y te sacaban para torturarte. No podías hablar. En la celda tenías que estar acostada porque si te parabas o caminabas se escuchaba el ruido de las cadenas, y te llevaban a torturar. Una vez que me llevaban al baño me rasqué la nariz, pensaron que quería sacarme la venda de los ojos y empezaron a pegarme.
Ana decidió aguantar, quedarse quieta, no llorar jamás, y pronunciar los mínimos susurros posibles.
Cada secuestrado tenía un código compuesto por una letra y dos números. Ana era K-04. Pero también le endilgaron espontáneamente un apodo acorde con su edad: Piojo.
Ana tuvo otra reacción que hoy mismo no sabe a qué atribuir: nunca gritó mientras la torturaban. Respiraba profundamente, resistía la picana, luego soltaba el aire. Los policías creyeron que estaba haciendo una especie de yoga antirrepresivo. La respuesta fue incrementar la intensidad de las descargas eléctricas.
Tuvo como compañera de celda a una psicóloga de 40 años. Se apoyaban y alentaban mutuamente cuando una de las dos quería ir al baño. La idea de resistencia debía aplicarse a tales situaciones.
-En una cárcel hay otras formas de resistencia colectiva. Golpear platos, gritar, hacer gimnasia. Aquí no. Aquí era resistencia darle un pedacito de pan a alguien. O decirle unas palabras. O como con la psicóloga, darnos ánimo para aguantar.
Si lograban resistir, para ir finalmente al baño los secuestrados tenían que salir tabicados de las respectivas celdas. Cada miembro de la hilera daba medio giro, se tomaba del hombro del de adelante, y así marchaban.
Las marcas de tortura sobre la piel de Ana llegaron a tal nivel, que los policías consideraron que lo que tenía era un brote masivo de hongos. Por miedo al contagio, para ir al baño ya no la llevaban con los otros, sino que salía sola de su celda. Le acercaban un palo, ella debía tomarlo y la conducían desde el otro extremo. Para curarle los supuestos hongos la untaban con merthiolate -una pomada desinfectante- hasta que en cierta oportunidad un secuestrado que oficiaba como médico le murmuró: «Piojo, vamos a decir que te curaste de los hongos, porque estas son las marcas de la picana y los cigarrillos, y no se te van a ir por más merthiolate que te pongan».
En ese lugar, la enfermería, el mismo secuestrado le dijo: «¿Querés ver la luz del sol?»
-Me corrió la venda y pude ver hacia arriba, había un ventiluz que daba a la vereda. Después supe que era la avenida Paseo Colón. Se veía la luz del sol y la sombra de la gente que pasaba, o de los autos.
Ana María Careaga estaba a diez cuadras de la Plaza de Mayo, de la Casa de Gobierno, a metros de una avenida tremendamente transitada.
-Es increíble… haber estado ahí tan cerca de la supuesta civilización, y a la vez desaparecida. Recuerdo que una vez pasó por ahí la hinchada de Boca, festejando algún triunfo. Adentro, los policías hacían lo de siempre: jugaban a las cartas, y ponían un casete con discursos de Hitler para que los escucháramos todo el tiempo. Siempre me dio mucha impresión. Afuera, los hinchas de Boca. Adentro, las arengas nazis.
Ana recuerda otro sonido: los policías mataban el tiempo jugando incansablemente al ping-pong, un compás levemente disrítmico que acompañaba los discursos de Hitler.
Dice Ana:
-Ahí te estabas muriendo en vida. No hay palabras para el horror del campo de concentración. La máxima humillación, la despersonalización absoluta.
Una vez Ana-Piojo pudo quitarse la venda. Vio a sus compañeros, y la imagen le recordó la de Alemania nazi. Rapados, enjutos, contenidamente aterrados.
Otra vez escuchó que una mujer lloraba en una celda del otro lado del pasillo. Percibió que no había guardias cerca y la llamó. La mujer no le contestaba. Ella le dijo: «Si estás triste y querés hablar, llamame. Soy Piojo».
Al rato la mujer la llamó. Sobre las puertas de cada celda había un ventiluz.
Ana se trepó para ver a la otra.
La otra se trepó para ver a Ana.
Hablaron unos minutos. Al rato se dieron cuenta de que se habían conocido unas semanas antes. Era Teresa Israel, abogada de presos políticos. Se conocían de afuera, no se reconocieron adentro.
-Estábamos desfiguradas. Una vez otra presa me cortó el pelo porque por primera vez en mi vida tenía liendres. «Mirate», me dijo. Había un metal pulido en una pared, que usaban como espejo. Me miré y fue muy raro: no me reconocí a mí misma.
Algunos días la rutina cambiaba, y el Club Atlético se sumergía en el silencio. Eran los momentos de «traslado». Tabicaban a todos los presos, los encerraban, reducían al mínimo las guardias, y ni siquiera había quien les diera de comer. Aparecía alguien con una lista de 20 ó 30 personas, que eran llamadas por su código:
-Decían: «Z-23, M-12» y así iban llamando uno por uno. Las versiones que teníamos entre nosotros era que te llevaban a otro campo de concentración, algunos decían que había campos de recuperación. O que directamente te mataban. Cualquiera de esas opciones para mí era una forma de salvarme de la tortura permanente. De hecho, cuando me torturaban, yo quería morirme. Paradójicamente, ahí la muerte es una salvación.
Ana María, K-04, o Piojo, lloró una sola vez en el Club Atlético.
Fue cuando sintió que algo se movía en su panza.
El bebé estaba vivo.
Si Ana María Careaga decidiera volver a los 17, como en la canción de Violeta Parra, debe recordar que cumplió tal edad el 10 de septiembre de 1977, en el Club Atlético. La panza ya era visible. Generó reacciones fuertes de parte de los anfitriones.
-El que conducía los interrogatorios vino y me dijo: «hija de puta, ¿por qué no me dijiste que estabas embarazada? ¿querés que te abra de piernas y te haga abortar?»
Una reacción inversa de uno de sus compañeros de suplicio resultó, a la vez, otro momento de resistencia:
-Uno de los tabicados me pidió tocarme la panza. Lo habían secuestrado con su mujer, que estaba embarazada. No sabía qué se sentía. Cuando nos llevaban al baño se ponía cerca de mí, y me tocaba la panza cuando el bebé se movía.
El psiquiatra austríaco Víktor Frankl vivió la experiencia de los campos de concentración nazis, y relató luego sus conclusiones en su obra El hombre en busca de sentido. Algunas de sus ideas en ese libro.
– «El prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía, y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y moral».
Ana no leyó a Frankl, pero me dice:
-La única resistencia y la única garantía que tenías desde el punto de vista de tu integridad, eras vos mismo. A mí lo que me salvó fue no perderme a mí misma. Y lo que parece una frase, es lo esencial.
Escribió Frankl:
«Y allí siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico».
¿Cuánto hay de elección, cuando el propio cuerpo, el dolor absoluto y el terror están en juego?, pregunta Ana. Hubo muchos que no pudieron elegir, dice.
Acaso baste saber que ella no fue una reclusa típica.
Ana repasa aquellos pequeños gestos de resistencia, esas decisiones como la de hablar con quienes lloraban, pese a la amenaza de terminar en la tortura:
-Eso te daba una fuerza interior, algo tuyo en donde no podían entrar. Era lo único que uno tenía. Tenerte a vos mismo.
Y revela otra clave. Frankl habla de «proyecto de futuro» y de no dejar que a uno le arrebaten su yo más íntimo. Reflexiona Ana:
-Creo que para mí fue un privilegio estar embarazada. Sé que es raro que diga esto: pero yo no estaba sola. Eso que tenía interiormente, no sólo en lo simbólico sino en el cuerpo, no me lo podían sacar. Era alguien con quien habíamos resistido y sobrevivido al horror. Siempre sentí que eso me salvó.
La rutina cambiaba no sólo los días del traslado, sino las veces en que había visitas.
Los guardianes silenciaban a Hitler, abandonaban el ping-pong y tabicaban a todos los presos, pero además Piojo se daba cuenta de que ocurría algo extraño por el olor.
Perfume.
Muchos testimonios han hablado de las visitas del general Guillermo Suárez Mason a los campos de concentración. Para Ana no es posible determinar quiénes eran esos individuos perfumados que iban a observarlos. Sólo les veía los zapatos impecables, mirando hacia abajo, por el resquicio que dejaba la venda.
-Una vez uno me preguntó si me habían torturado. Le contesté que sí. «Muéstreme», me dijo. Tenía la panza con merthiolate. No dijo nada más y se fue.
En septiembre comenzó a haber nuevos indicios de traslado. Piojo y otros secuestrados fueron llevados a tomarse fotografías de frente y perfil. La idea de que no existe documentación sobre los desaparecidos es una superstición que alguna vez caerá en desuso.
-Me decían: «no vas a contar nada, dedicate a tu bebé, mirá que cuando te agarremos de nuevo no vas a estar embarazada». Yo pensaba que si alguna vez salía no podía hacer otra cosa que contar lo que estaba pasando en ese lugar. Había personas vivas. ¿Cómo no iba a contarlo?
El 30 de septiembre unos 15 ó 20 desaparecidos del Club Atlético fueron liberados. Acaso la presión internacional, tal vez los familiares que denunciaban, algún motivo laberíntico en la irracional racionalidad de la dictadura llevó a soltar a estas personas, en un momento en que ya comenzaba a desmantelarse el lugar porque el terreno sería parte del trazado de la futura autopista 25 de Mayo.
Ana se puso el vestido de embarazada, ahora sobre una panza visible y los zapatos abotinados abiertos, destruidos. Le robaron el saco de lana rosa que le había tejido su madre.
Fue llevada en automóvil a la casa de sus padres, en Parque Chas. Tocó el timbre, le abrió un empleado de la empresa familiar de productos químicos y cosméticos. Ana le pidió que encerrara a Liza, la perra de la familia, que era bastante agresiva con extraños: Ana no se había encontrado a sí misma en aquel espejo de metal pulido, y temió que su perra tampoco pudiese reconocerla.
Los Careaga se habían mudado, intentando alejarse de los allanamientos y de nuevos secuestros. Debían llamar a esa casa, que ahora utilizaban como lugar de embalaje de los productos de la empresa. Mientras esperaba, Ana quiso hacer realidad una de sus fantasías en el campo de concentración:
-Con la psicóloga siempre imaginábamos qué haríamos al salir en libertad. El hambre era tan desesperante que yo contaba los segundos y los minutos y las horas en mi cabeza, para que llegara la comida, que era asquerosa. Así que yo decía que lo primero que iba a hacer sería comerme todo lo que tuviese adelante. Ella decía que no, que su fantasía era irse a Rosario, a la casa de su mamá, meterse en la cama, y que le trajese un té con galletas. Cuando llegué a casa, fui a la heladera. Este señor me preparó un churrasco. Pero Liza, la perra, estaba como enloquecida arañando la puerta. Le abrí, se me tiró encima y me lamió toda la cara. Ahí me puse a llorar. Y el churrasco ni lo probé.
El padre de Ana llamó a la casa, y pasó para llevársela al nuevo domicilio. Esther estaba con las otras madres, en la Plaza de Mayo. Al regresar, habían escondido a Ana en un cuarto. No querían darle de golpe la noticia de la reaparición. Tenía problemas cardíacos, y temían matarla de la alegría.
Esther llegó entusiasmada, diciendo que suponía que una chica de la que se decía que estaba viva podía ser Ana. Le insinuaron que había noticias mejores aún, y la fueron haciendo caer en la cuenta de que su hija estaba viva. Ana abrió la puerta y se abrazó con su madre.
-Siempre sentí que hubiera querido abrazarla más, mucho más.
Comenzaron los trámites para sacar a Ana del país. Pudo obtener su documento de identidad. La foto -tomada días después de su salida del campo de concentración- fue incorporada en el Juicio a las Juntas, como prueba de lo que puede hacer la represión con el aspecto de las personas.
Esther Careaga se reencontró con las madres, y con esa noticia esperanzadora: una de las secuestradas había reaparecido. Ana recuerda que las madres le enviaron papelitos con los nombres de sus hijos, por si ella sabía de alguno. Pero no. Ningún nombre, ningún apodo le pareció conocido.
Las madres felicitaron a Esther, a quien seguían conociendo como Teresa, y le pidieron que nunca volviese a la Plaza de Mayo: «Ya está, ya encontraste a tu hija» le dijeron. Pero la mujer negó con la cabeza y dijo:
-No, no. Yo me quedo con ustedes. Hasta que aparezca el último.
A los 17 años, con su embarazo de siete meses y la compañía de una de sus hermanas y de su madre, Ana viajó a Uruguay, y de allí a Brasil, en donde efectuó la primera de sus denuncias sobre lo que había vivido en el Club Atlético.
Tomaron su caso como de extrema gravedad, y la subieron a un avión rumbo a Suecia, pese a las recomendaciones en contrario por su embarazo. Pero temían por la seguridad de Ana en Brasil, en vista de los lazos fraternos que unían a los militares del Cono Sur en su entusiasmo represivo. Ana señala:
-A las embarazadas les hablan de lo que tienen que comer, los cuidados y un montón de cosas. Y yo comía cualquier desastre. Salí super anémica del campo, más el terror, la tortura, todo al revés de lo que pueden recomendarte. Sin embargo el embarazo siguió.
Viajó a Suecia con su hermana y su marido, con quien se había reencontrado en Brasil. Esther Careaga, ya con su hija a salvo, decidió seguir su propio camino: volvió con las Madres de Plaza de Mayo.
La corona sueca brindaba la posibilidad de hacer dos llamados telefónicos a los asilados. El primero lo utilizaron para avisar que habían llegado bien.
El segundo llamado lo efectuó el marido de Ana, para avisarle a sus padres que a las 21.10 del 11 de diciembre de 1977, había nacido Ana Silvia Fernández Careaga, con un peso de 2 kilos 780 gramos, y perfecto estado de salud.
Del otro lado de la línea, llegó la noticia más oscura: Esther había sido secuestrada el 8 de diciembre, en la iglesia de Santa Cruz. Le ocultaron el dato a Ana que, después del parto de su hija, no podía dejar de llorar. Se lo dijeron unos días después.
Ana señala hoy:
-Por tres días, no pude reunir dos maravillas de mi vida. Mi madre y mi hija. Mi reacción fue terrible. Pensé lo peor, pero después me hicieron ver que tal vez a las madres y a las monjas francesas no les hicieran nada. Al final entendimos que era al revés: nunca iban a dejarlas salir porque era un reconocimiento de los crímenes que estaban cometiendo.
Ana tuvo otro matrimonio y dos hijos más. Volvió a la Argentina del exilio y declaró en el Juicio a las Juntas. Es psicóloga, y secretaria de Derechos Humanos de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires.
El Club Atlético ha comenzado a ser literalmente destapado en abril de 2002, debajo de la autopista. Es la arqueología del horror. Allí están el dibujo de las celdas, del «quirófano» (como llamaban a la sala de torturas), el piso original, restos de uniformes, escudos policiales, palos y machetes, las botellas de detergente que, como improvisados papagallos, servían para que los secuestrados orinaran.
Las excavaciones pusieron en riesgo la propia columna que sostiene la autopista, que había sido simplemente apoyada sobre los escombros.
Los militares y los concesionarios quizás pensaron que jamás serían removidos.
Nota
57 femicidios en el año, infancias huérfanas cada dos días: Informe mensual del Observatorio Lucía Pérez
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Según datos del Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez, hubo 26 femicidios durante febrero, contabilizando un total de 57 en los dos primeros meses del año. Estos crímenes dejan, a la vez, un saldo de 35 infancias huérfanas. Si bien existe una ley que obliga al Estado a brindarles una protección integral económica, de acompañamiento y de acceso a la salud, desde que asumió la actual gestión no se otorgó ninguna: la Ley Brisa no se cumple. Los otros indicadores de la violencia patriarcal de este 2025: 43 intentos de femicidio, 15 desaparecidas, 595 funcionarios denunciados.
El cuerpo de Carolina Ríos, 43 años, fue encontrado por una de sus diez hijas. Maite y Carolina, las mayores, le pidieron luego a la prensa que difundiera este mensaje : “Necesitamos ayuda para poder criar, vestir y mandar a nuestros hermanitos a la escuela. Hoy estamos destruidas, y hacemos todo lo posible para seguir adelante y no quebrarnos ante nuestros hermanos menores».
Tres días antes asesinaban a Ailén Oggero, de 32 años, delante de sus hijos de 11 y 4 años. El mayor fue quien avisó del crimen a los vecinos.
A Otilia Cubilla Jara, de 65 años, también la encontró asesinada su propio hijo.
Estos son solo tres de los 26 femicidios y travesticidios que ocurrieron durante febrero.
Una síntesis de la violencia que marca los dos primeros meses del año:
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Toda la información sobre cada uno de estos casos está disponible en la web del Observatorio Lucía Pérez, el primero y único autogestionado y público.
Una herramienta de información, análisis, debate y acción creada por nuestra cooperativa.
Nota
Trabajadores de Morvillo toman la fábrica tras el anuncio del cierre de la planta, que implica 200 despidos
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Una histórica empresa gráfica de Avellaneda -donde se imprimen títulos de la editorial Perfil como las revistas Caras y Noticias– anunció su cierre dejando a 200 trabajadores en la calle. Se enteraron por un comunicado pasadas las once de la noche del martes y la respuesta fue unánime: ingresaron a la imprenta e iniciaron una permanencia pacífica en defensa de los puestos de trabajo. El Ministerio de Trabajo bonaerense dictó la conciliación obligatoria pero la firma faltó a la audiencia. Los argumentos empresariales de caída de la producción y los argumentos obreros: “Somos las principales víctimas de esta situación”.
Por Lucas Pedulla
El obrero gráfico Enrique Andina terminó su jornada de trabajo en Anselmo Morvillo SRL a las 22 horas y se marchó a su casa, como todos sus compañeros, como todos los días. Muchos estaban llegando a sus hogares cuando pasadas las 23 horas les llegó un comunicado de la histórica imprenta, que terminaba de la siguiente manera:
“Con una tristeza difícil de describir tenemos que contarles que ya no podemos seguir adelante. Sabemos acerca del impacto, no sólo económico, sino emocional que tiene para cada uno dejar parte de nuestra historia en el recuerdo, y los relatos que hemos compartido siempre con nuestras familias. Le dejamos a cada uno de ustedes, nuestra gratitud por su invaluable esfuerzo y el deseo de que todos puedan superar este trago amargo con la capacidad de levantarse que los caracteriza”.
El texto cerraba con esta firma: “La Dirección”.
Así como llegaron a sus casas, los obreros volvieron a la gráfica, ubicada en Avellaneda, municipio al sur del conurbano bonaerense. Andina contextualiza: “Somos 200 compañeros; yo tengo 17 años de trabajo y muchos tienen más de 30 y 40 años de antigüedad. En la pandemia vivimos una situación similar pero logramos mantener nuestras conquistas. Somos la gráfica que más cobraba dentro del gremio, pero esto fue imprevisto”.
La respuesta fue unánime: los trabajadores votaron la permanencia.
Avon, papel & toma
Anselmo Morvillo SRL inició sus actividades en 1974 desarrollando folletos cosméticos. En su página web cuentan que en 1988 incorporó la primera rotativa de tecnología de punta, “única en el país en esa época”, y sumó la segunda tres años después. Cuentan que crecieron más del 70% en la segunda década de los noventa y que hoy, en su planta de 13500 metros cuadrados de Avellaneda, los folletos comerciales representan un 70% de la producción, mientras que los trabajos editoriales significan el 30% restante. Andina cuenta que, entre las publicaciones, se encuentran títulos de la Editorial Perfil como las revistas Caras y Noticias.
En el comunicado que “la Dirección” les mandó a los obreros, a quienes se refirió como “queridos compañeros de tantos años”, la empresa expresó su posición:
- “Hemos atravesado las reiteradas crisis económicas de nuestro país, los cambios en el mercado gráfico con la marcada implosión por el avance tecnológico y el comportamiento poco ético de algunos de nuestros colegas competidores”.
- “Fuimos golpeados por la Presentación en Concurso de algunos de nuestros clientes y por la Quiebra de nuestro cliente número dos, ARCA Distribuidores. Luego, a la escalada de precios internacionales de la mayoría de los insumos y repuestos, se le sumó la exigencia de pago anticipado del papel y la desaparición del crédito internacional. Todas situaciones que enfrentamos con mejor éxito que muchos de nuestros colegas”.
- “En el año 2014 RR Donelley cerró su planta de Argentina, en enero de 2016 AGR también cerró sus puertas, y en enero de 2020 IPESA cerró la mayor parte de su operación”. Una aclaración: tras el abandono empresarial, Donelley fue recuperada por sus trabajadores y trabajadoras y, hoy, es una cooperativa gestionada sin patrón.
La empresa describe un contexto “tan negativo” en el que inscribió la caída del 63% del volúmen de producción: “Avon, que como bien saben representa más de la mitad de nuestro trabajo, dejó de imprimir catálogos y mudó su comercialización a internet. Esto nos dejó en una situación económica y financiera terminal”.
Los trabajadores respondieron con la permanencia pacífica y otro comunicado que respondía los argumentos de la empresa: “Todos factores ajenos a la responsabilidad de los trabajadores, que somos las principales víctimas de esta situación”.
Gris de espera
Enrique Andina integra la Comisión Interna y explica: “Estamos en permanencia pacífica para preservar las fuentes de laburo. A lo largo del día se hizo presente el sindicato. Exigimos una presentación en el Ministerio de Trabajo y también hicimos un pedido de plenario de delegados para discutir con todos los delegados los pasos a seguir”.
El Ministerio de Trabajo bonaerense dictó la conciliación obligatoria pero la empresa no se presentó a la audiencia. “Está incumpliendo -dice Andina-. Mientras tanto, nosotros seguimos sin tener comunicación de la empresa. Tampoco atienden los teléfonos. La última comunicación oficial fue el comunicado de anoche. Eso deja un gris, porque estamos en la calle sin un mango, pero no hay un telegrama de despido ni nada”.
Los trabajadores tienen sólo rumores, desde un cierre definitivo hasta la posibilidad de la llegada de inversionistas “que reclaman despidos masivos”, según denuncian. “Se olfateaba que la situación venía rara, pero nadie pensó que todo fuera de esta manera -dice-. La convocatoria acá fue masiva, y agradecemos también que se acercaron de otras ramas, como médicos del Garrahan. La intención es difundir el conflicto y rodearlo de solidaridad para lograr lo que necesitamos, que es que la patronal se siente a discutir”.
Mientras esperan, en las próximas asambleas decidirán los pasos a seguir: “Es un golpe fuerte, pero uno tiene que estar fuerte, también, por la familia. La mayoría de los compañeros son sostén de hogar. Estamos dispuestas a lucharla hasta el final y no aflojarle hasta encontrar una solución, que es sostener las fuentes de trabajo con las mismas condiciones que teníamos hasta ayer antes de recibir el comunicado”.
Nota
Juicio a la comunidad mapuche Lafken Winkul Mapu: absurdos sin pruebas
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Empezó el segundo proceso judicial a integrantes de la lof mapuche, a quienes se les endilga el delito de usurpación en la localidad de Villa Mascardi, en Bariloche, Río Negro.
El juicio, a cargo del Tribunal Oral Federal de General Roca y que se realizará de manera virtual, tendrá 132 testigos que serán llamados a declarar y como mínimo, se espera que dure hasta abril. Expresan desde la comunidad: “Somos sometidos injustamente, acusados de usurpar nuestro propio territorio, el mismo que libremente caminaron nuestros kuifikecheiem (antepasados) cuando aún no existían alambrados, ni parques nacionales, ni ningún winka que con su ambición destructora mirara nuestra tierra”.
Para entender el conflicto hay que retroceder a 2017, cuando la lof inició la recuperación de su territorio a partir del levantamiento de una machi –guía espiritual y sanadora del pueblo mapuche–, y la construcción del rewe –un sitio sagrado de conexión con otras energías del espacio en donde la machi atendía a quien fuera a curarse–. La respuesta del Estado fue de terror: un operativo de desalojo comandado por la vigente ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que terminó con el asesinato de Rafael Nahuel, a manos del grupo Albatros de Prefectura, el 25 de noviembre de aquel 2017. Todo ese proceso derivó en el primer juicio contra la comunidad, donde fueron condenados siete mapuche.
Tiempo después del crimen de Rafita, la comunidad volvió al territorio hasta que en 2022, ya en el gobierno de Alberto Fernández, se ejecutó otro desalojo represivo.
En el juicio que arrancó hoy y continúa mañana, se juzga de la usurpación de distintos terrenos a Luciana Jaramillo, Yéssica Bonnefoi, Romina Rosas, Betiana Colhuan, Celeste Ardaiz Guenumil y Matías Santana. Se defienden desde la comunidad: “Nos encontramos frente a un contexto muy difícil alimentado por un sistema político y judicial perverso, que agudizó la persecución hacia el Mapuche con más violencia y encarcelamientos, con el fin de debilitarnos y quitarnos nuestro territorio”.
El juez a cargo se llama Alejandro Silva y es el mismo que presidió el proceso por el fusilamiento de Rafael Nahuel y que condenó a sus responsables con penas ínfimas.
Ataques
El contexto al que hacen referencia refiere a un gobierno que agudizó el hostigamiento preexistente hacia el pueblo mapuche, además de un avasallamiento de derechos a las 40 naciones originarias que habitan lo que hoy es Argentina. Algunos ejes de esa persecución: el desguace del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI); el decreto que barrió a la Ley de Emergencia Territorial Indígena (26.160) que mantenía la suspensión de los desalojos sobre tierras comunitarias de los pueblos originarios y que allanó el terreno para el desarraigo de la comunidad Paillako a principio de este año; y el señalamiento sin pruebas como causantes de los incendios en la Patagonia. Por citar un caso, Victoria Heredia Núñez, integrante de Lof Pillan Mahuiza, cumple arresto domiciliario desde el 12 de febrero acusada del incendio en la Estancia Amancay, en la localidad chubutense de Trevelin, pese a demostrar mediante georreferenciación que al iniciarse el fuego estaba a más de 90 kilómetros.
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La gente de la comunidad frente a la policía durante una inspección ocular en octubre de 2023. Fotos: Jaime Carriqueo
Absurdos
La defensa de la comunidad está a cargo de la Gremial de Abogadas y Abogados. Uno de ellos, Gustavo Franquet, le dice a lavaca ni bien concluida la primera audiencia: “Esto comenzó en 2017 y estamos en 2025; llevamos más de 7 años donde se supone que juzgados de instrucción federal, fiscalías federales, fuerzas federales de investigación como Gendarmería, la Policía Federal y Prefectura investigaron a la comunidad y no pudieron conseguir elementos para acusarlos de otra cosa que no fuera usurpación, motivo por el que ni tendrían que estar en el banquillo. El Estado argentino, desde la Constitución de 1994, reconoce los derechos preexistentes de los pueblos originarios, por lo que no puede ni debe criminalizar el conflicto territorial; en una recuperación, no hay delito. Si esto fuera juzgado como corresponde, no pueden de ninguna manera condenar a nadie”.
En cuanto a cómo abrió el juicio, cuenta: “Sólo en un par de horas que duró, ya se cometieron varios despropósitos jurídicos, aunque estamos seguros que lo más horroroso de este juicio está por venir; vamos a escuchar cosas muchísimos más jodidas, hoy fue un precalentamiento”.
¿Qué despropósitos?
Entre las barbaridades que dijeron, hubo tres que no se pueden creer.
A una de las mujeres, Yéssica Bonefoi, la quisieron acusar de la usurpación de una cabaña, que cuando la fiscalía pidió la elevación a juicio, ni se mencionó. Fue algo insólito, porque no pueden inventar elementos nuevos. Pidieron un cuarto intermedio y cuando volvimos retiraron ese planteo porque obviamente estaba fuera de lugar. Es tanta la voluntad de persecución, de acusación gratuita, que ni se fijaron en eso.
Un segundo despropósito es que cuando se produce lo que llaman la usurpación del ex Hotel Mascardi, una de las acusadas (la machi Betiana) seguía siendo menor. Por ley de minoridad, hay todo un proceso que en este caso no se cumplió cuando se acusa a menores de entre 16 y 18 años y que ahora imposibilita al juez a dictar sentencia contra ella. Como una cuestión lógica le exigimos al juez que no la someta al juicio, y en vez de aceptarlo, dijo que lo va a decidir al final del proceso. Algo totalmente absurdo y re victimizante para la machi.
Y un tercer punto que es la pretensión de la fiscalía y de las querellas de que consideren a la usurpación como un delito continuado. Se denomina con esta tipificación a delitos como la desaparición forzada, o un secuestro, pero no a una usurpación, que es un tipo específico de hurto o de robo, en este caso de un inmueble. Si alguien comete un robo, el delito es en ese momento, no continúa en el tiempo. Ahí hay otro absurdo.
Truchos
En 2022, antes del segundo desalojo a la comunidad Lafken Winkul Mapu, se incendió un trailer y un remolque de Gendarmería. Desde los gobiernos provinciales y nacionales se acusó al pueblo mapuche, al igual que de usurpar una cabaña. Recuerda Gustavo: “Ahí empezó toda esta farsa. Esa zona está protegida por fuerzas federales, pero señalaron a la lof y así allanaron el camino para desalojarlos”.
Ese desalojo fue brutal, con más de 250 efectivos del Comando Unificado que irrumpieron en el territorio. Romina Rosas, una de las mapuche detenidas, estaba embarazada de ocho meses y fue golpeada y arrastrada por el piso; días después, parió a su bebé rodeada de policías. Celeste, decía esto de aquel 4 de octubre de 2022: “Me tiraron al suelo, a mí y a mi nena de 5 años. Nos apuntaron con el arma en la cabeza. Fue una cacería”.
Retoma Gustavo Franquet: “A las seis personas que están enfrentando el juicio jueces federales les dictaron su falta de mérito, porque no hay ningún elemento que los ligue a lo que se los acusa. Toda esta causa es trucha porque fue creada para criminalizar, para desalojar y para allanar a la comunidad. Y por ende, todo este juicio es trucho”.
Lafken, en mapudungún, significa espejo de agua. Winkul, espíritu guardián de la montaña. Y Mapu, tierra. Desde la lof Lafken Winkul Mapu, concluyen: “Seguimos llamando a la unión, a mantenernos fortalecidos en nuestro feientun (creencia) y esencia mapuche. A enfrentar al winka con nuestra verdad, por más que el aparato estatal utilice todos los medios a su alcance para difamarnos pretendiendo poner a la opinión pública en nuestra contra, con falsas acusaciones. Pero tenemos total confianza en la fortaleza de nuestro pueblo milenario que ha resistido y preservado el territorio a pesar de los atropellos”.
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Matías Santana, la Machi Betiana, Luciana Jaramillo y Romina Rosas son cuatro de los seis acusados, durante la primera audiencia del juicio en su contra.
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