Nota
Territorios en resistencia: el prólogo
Raúl Zibechi acaba de publicar Territorios en resistencia – Cartografía política de las periferias urbanas latinoamericanas, una investigación sobre el significado geopolítico y lo que está en juego en esos territorios que crecen por fuera del mercado y el Estado. El rol de los gobiernos. Los planes sociales, las oenegés y la educación popular: las nuevas formas de dominación en la batalla por el control de los movimientos sociales. Aquí, un regalo para los lectores de lavaca: la introducción de este trabajo indispensable para pensar cuáles son las estrategias de vida y resistencia que se están gestando alrededor de las grandes ciudades del continente.
En los últimos veinte años tuve la posibilidad de visitar múltiples rincones de América Latina, donde los de abajo se empeñan en convertir sus iniciativas colectivas para la sobrevivencia en espacios para resistir el sistema hegemónico. Pude conocer algunas experiencias notables, compartir con las y los actores sobre los modos y formas de construir sus vidas cotidianas, y luego ampliar lo allí convivido a través de abundante bibliografía.
Lo que aprendí junto a esos colectivos me reafirmó en la convicción de que en América Latina, al calor de las resistencias de los de abajo, se han ido conformando “territorios otros”, diferentes a los del capital y las multinacionales, que nacen, crecen y se expanden en múltiples espacios de nuestras sociedades. Puede objetarse que las formas de construcción de los movimientos indígenas en áreas donde habitan desde hace siglos, no deben compararse con las experiencias urbanas de los sectores populares. Las diferencias entre unos y otros son inocultables, empezando por el simple hecho de que la presencia estatal en esos lugares es débil, lo que facilita la existencia de formas de vida heterogéneas. Pero tampoco podemos dejar de lado, que las experiencias de esos sectores a menudo se entrelazan y que en no pocas ocasiones tienden a tomar camino, si no idénticos, por lo menos similares.
Las experiencias educativas, ancladas en lo bilingüe, los cuidados de la salud en base a los saberes ancestrales, la renovación y reconocimiento de la justicia y de formas de poder apoyadas en las tradiciones comunitarias, pueden servir para confirmar las inexorables diferencias entre el mundo rural indígena y el urbano popular. Es enteramente cierto que entre los indios de nuestro continente sobreviven y se han recreado tradiciones diferentes a las que vemos en los sectores populares urbanos, entre ellas, y de forma destacada, la lengua propia.
Pero no es menos cierto que los sectores populares son portadores de relaciones sociales también diferentes a las hegemónicas, aunque no asimilables a las de los indígenas. Sin embargo, no es a través de estudios de carácter antropológico o sociológico como podemos desentrañar el carácter de esas diferencias. Los pueblos, sus culturas y cosmovisiones, no pueden ser comprendidos desde metodologías de carácter “científico”, o sea, sólo a través de estudios cuantitativos y estructurales. No se trata de medir las diferencias sino de comprenderlas a través de su despliegue y su visibilización, de los rastros y realizaciones concretas que van dejando estelas y huellas, materiales y simbólicas.
Estoy firmemente convencido, como sugiere James Scott, de que los de abajo (ese amplio conglomerado que incluye a todos, y sobre todo todas, quienes sufren opresión, humillación, explotación, violencias, marginaciones…) tienen proyectos estratégicos que no formulan de modo explícito, o por lo menos no lo hacen en los códigos y modos practicados por la sociedad hegemónica. Detectar estos proyectos supone, básicamente, combinar una mirada de larga duración con un énfasis en los procesos subterráneos, en las formas de resistencia de escasa visibilidad pero que anticipan el mundo nuevo que los de abajo entretejen en la penumbra de su cotidianidad. Esto requiere una mirada capaz de posarse en las pequeñas acciones con la misma rigurosidad e interés que exigen las acciones más visibles y notables, aquellas que suelen “hacer historia”.
Larga duración, porque sólo en ella se despliega el proyecto estratégico de los de abajo, no como programa definido y delimitado sino a través de grandes trazos que apuntan en una dirección determinada. Esa dirección, en América Latina, nos habla de creación de territorios, rasgo diferencial de los movimientos sociales y políticos respecto a lo que sucede en otras latitudes. En paralelo, en la larga duración pueden hacerse visibles los pliegues internos –claves para comprender los proyectos de nuestros pueblos – que resultan invisibles al observador externo.
Aunque los territorios de los movimientos abren nuevas posibilidades para el cambio social, no representan, empero, ninguna garantía de transformación liberadora. En las periferias urbanas de muchas ciudades latinoamericanas, he visto territorios de la complejidad y la diversidad, de la construcción de relaciones sociales horizontales y emancipatorias donde se registran formas de vida heterogéneas, junto a territorios donde la dominación reviste las vulgares formas de la militarización vertical y excluyente. Transitar de un barrio a otro, cruzando apenas una avenida, puede representar un cambio brusco entre la dominación y la esperanza.
Como toda creación emancipatoria, los territorios urbanos están sometidos al desgaste ineludible del mercado capitalista, a la competencia destructiva de la cultura dominante, la violencia, el machismo, el consumo masivo y el individualismo, entre otros. Los territorios de los sectores populares urbanos –a los que está en gran parte dedicado este libro– nacieron y buscan crecer en el núcleo más duro de la dominación del capital, en las grandes ciudades que son sede natural de las viejas y nuevas formas de control social, que contribuyen a lubricar la acumulación de capital.
a sea por la vía represiva o por la interiorización de la cultura neoliberal, estos emprendimientos han venido siendo acosados desde que nacieron, hace más o menos cuatro décadas, en todas las periferias urbanas de este continente. Con el tiempo, están aprendiendo a sortear este conjunto de adversidades, a veces desarmando algunos de sus más queridos proyectos, como me han enseñado los compañeros del Movimiento Social Dignidad, de Cipolletti. Para no ser atrapados por la lógica identitaria del capital, capaz de devorar todo aquello que se congela pese a haber sido creado con prácticas emancipatorias, los desocupados organizados de esa ciudad decidieron desarmar, o mejor, parar por un tiempo, los emprendimientos productivos, entre ellos la panadería y la bloquera, que les proporcionaban buenos ingresos. Para seguir avanzando, para comenzar a trabajar con aquellos que más necesidad tienen de movimiento –adolescentes, niños y niñas destrozados por la pobreza– se vieron forzados a poner en cuestión todo lo que venían haciendo, para abrirles un espacio en sus almas y en sus cuerpos, como hubiera dicho León Felipe.
Los territorios urbanos donde han arraigado los movimientos que trabajan por la emancipación, están sufriendo nuevas e inesperadas embestidas por parte de actores nacidos a menudo en el seno de esos mismos movimientos. Se trata de un proceso que se puede fechar hacia la década de 1990, con el acceso a los gobiernos municipales de fuerzas de izquierda como el Partido de los Trabajadores en Brasil y el Frente Amplio en Uruguay, y otras fuerzas de izquierda en una porción significativa de las ciudades latinoamericanas. De la mano de la “descentralización con participación”, se pusieron en marcha proyectos como el Presupuesto Participativo en Porto Alegre; experiencias que tuvieron nombres y protagonistas diferentes, pero características similares en otras urbes. Desde el punto de vista de los sectores populares organizados en movimientos, estas experiencias no fueron felices, ya que propiciaron la desarticulación de toda una camada de organizaciones populares, más allá de la voluntad de sus promotores.
El problema que enfrenta la dominación en América Latina, es que en las últimas décadas las poblaciones se levantan, se insurreccionan, y desde el Caracazo de 1989 lo hacen de modo regular. El panóptico se ha vuelto arcaico: aunque sigue funcionando, no es el medio fundamental de control. Lo que se requiere para gobernar grandes poblaciones que cambian y buscan el cambio, son formas de control a distancia, más sutiles, que trabajen en relación de inmanencia respecto a las sociedades, y para eso los movimientos juegan un papel fundamental. De ahí la necesidad de contar con ellos, ya no reprimirlos y marginarlos.
Podemos decir que los estados que dirigen Lula, Kirchner y Tabaré Vázquez, por poner los ejemplos más obvios pero no los únicos, son hijos del arte de gobernar. Ya no estamos ante los estados benefactores o ante los estados neoliberales prescindentes, sino ante algo inédito, que sobre la base de la fragilidad heredada del modelo neoliberal busca desarrollar nuevas artes para mantenerlos en pie, dotarlos de mayor legitimidad y asegurar así su supervivencia siempre amenazada.
En la favelas de Brasil, en las villas de Argentina y en los asentamientos de Uruguay, los activistas sociales ya no están solos. Algunas décadas atrás, el Estado sólo aparecía vestido de uniforme policial o militar, o a través de caudillos patriarcales hoy en decadencia. Ahora el Estado reconoció el papel del territorio y de los movimientos territoriales, y los movimientos reconocen el nuevo papel del Estado. Y juntos, a partir de ese reconocimiento, están creando algo nuevo: las nuevas formas de dominación. Es éste un cambio de larga duración, destinado a introducir una poderosa cuña estatal en las periferias urbanas, pero ya no de un Estado puramente represivo sino algo más complejo y “participativo” que, no obstante, persigue el mismo fin: adelantarse a lo que pueda suceder, en suma, “evitar la revolución”. Es ahora un Estado capilar, porque gracias al arte de gobernar ha permeado los territorios de la pobreza con mucha mayor eficiencia que los caudillos clientelares del período neoliberal. Esos caudillos actuaban de modo vertical y autoritario, y por lo tanto siempre podían ser desbordados y, más aun, estaban destinados a ser desbordados.
Estamos transitando nuevas formas de dominación. Poco importa que vengan de la mano de fuerzas que se proclaman de izquierda, porque las nuevas artes de gobernar las desbordan y las incluyen a la vez. No es que las izquierdas se hayan propuesto hacerlo así, sino que les tocó gobernar en un período en el que están surgiendo nuevas gobernabilidades. En otras partes del mundo, Irak por ejemplo, algunas de estas “artes” las practican las tropas de ocupación de Estados Unidos. No interesa tanto quién sino cómo.
Lo que está en juego es la supervivencia misma de los movimientos, y de sus territorios como potenciales espacios de emancipación. En la medida que las nuevas formas de gobernar, que suelen ser ensayadas primero a escala municipal, desarticulan los movimientos sociales, pueden ser consideradas como parte del arsenal antisubversivo de los estados. Superar este desafío pasa, entre otros, por comprender lo que está cambiando, asumir las nuevas formas de dominación biopolíticas más allá de quienes las hagan rodar. Que sean las izquierdas las encargadas de hacerlo, no debería sorprender: el panóptico fue una creación de la Revolución Francesa, para enfrentar los desafíos que planteaba la caída del viejo régimen.
Siento, en consecuencia, que los conceptos y las palabras que habitualmente manejamos para describir y comprender nuestras realidades, son inadecuadas o insuficientes para interpretar, y acompañar estas sociedades en movimiento. Como si la capacidad de nombrar hubiera quedado atrapada en un período sobrepasado por la vida activa de nuestros pueblos. Buena parte de las hipótesis y análisis en los que crecimos y nos formamos quienes participamos en el ciclo de luchas de los 60 y 70 se han convertido, glosando a Braudel, en “prisiones de larga duración”. Muy a menudo acotan la capacidad creativa y nos condenan a reproducir lo ya sabido y fracasado. Un nuevo lenguaje, capaz de decir sobre relaciones y movimientos, debe abrirse paso en la maraña de conceptos creados para analizar estructuras y armazones organizativos.
Hacen falta expresiones capaces de captar lo efímero, los flujos invisibles para la mirada vertical, lineal, de nuestra cultura masculina, letrada y racional. Ese lenguaje aún no existe, debemos inventarlo en el fragor de las resistencias y las creaciones colectivas. O, mejor, aventarlo desde el subsuelo de la sociabilidad popular para que se expanda hacia las anchas avenidas en las que pueda hacerse visible y, así, ser adoptado, alterado y remodelado por las sociedades en movimiento. Necesitamos, en fin, poder nombrarnos de tal modo que seamos fieles al espíritu de nuestros movimientos, capaces de transmutar el miedo y la pobreza en luz.
Y tenemos que ser capaces de pensar y vivir en movimiento, como creo que sugieren los compañeros de Cipolletti. Porque los más castigados en nuestras sociedades, esos que no tienen nada que perder sino las cadenas (Marx), para existir, para conjurar la muerte y el olvido, deben mover-se, deslizarse del lugar heredado; en movimiento siempre, porque detenerse implica caer en el abismo de la negación, dejar de existir.
En esta etapa del capitalismo, nuestras sociedades otras sólo existen en movimiento, como tan bien nos enseñan las comunidades zapatistas, los indios de todas las Américas, los campesinos sin tierra y, cada vez más, los condenados de las periferias urbanas. El doble movimiento, la rotación sobre el propio eje y el traslado sobre el plano, son los dos modos complementarios de entender el cambio social: desplazamiento y retorno. En efecto, no alcanza con moverse, desplazarse del lugar material y simbólico heredado; hace falta, además, un movimiento como la danza, circular, capaz de horadar la epidermis de una identidad que no se deja atrapar porque cada giro la reconfigura.
El movimiento, como imagen de la sociedad otra, es, siguiendo al filósofo, la apuesta por la intensidad (flujo o movimiento) frente a la representación; siempre destinada a sacrificar el movimiento en el altar del orden. Cualquier orden. El trompo del cambio social está danzando, por sí mismo. No sabemos durante cuánto tiempo ni hacia dónde. La tentación de darle un empujón para acelerar el ritmo, puede detenerlo, más allá de la mejor voluntad de quien pretenda “ayudar”. Quizá, la mejor forma de impulsarlo sea la de imaginar que nosotros mismos somos parte del movimiento-zumbayllu; girando, danzando, todos y cada uno. Ser parte, aun sin tener el control del destino final.
(Territorios en resistencia se puede conseguir Mu.Punto de Encuentro o escribiendo a [email protected])
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Proyecto Litio: un ojo de la cara (video)

En un video de 3,50 minutos filmado en Jujuy habla Joel Paredes, a quien las fuerzas de seguridad le arrancaron un ojo de un balazo mientras se manifestaba con miles de jujeños, en 2023. Aquella represión traza un hilo conductor entre la reforma (in) constitucional de Jujuy votada a espaldas del pueblo en 2023, y lo que pasó un año después a nivel nacional con la aprobación de la Ley Bases y la instauración del RIGI (Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones).
Pero Joel habla de otras cuestiones: su pasión por la música como sostén. El ensayo artístico que no se concretó aquella vez. Lo que le pasa cada día al mirarse al espejo. La búsqueda de derechos por los hijos, y por quienes están siendo raleados de las tierras. Y la idea de seguir adelante, explicada en pocas palabas: “El miedo para mí no existe”.
Proyecto Litio es una plataforma (litio.lavaca.org) que incluye un teaser de 22 minutos, un documental de casi una hora de duración que amplía el registro sobre las comunidades de la cuenca de las Salinas Grandes y Laguna Guayatayoc, una de las siete maravillas naturales de Argentina, que a la par es zona de sequía y uno de los mayores reservorios de litio del mundo.
Además hay piezas audiovisuales como la que presentamos aquí. La semana pasada fue Proyecto Litio: el paisaje territorial, animal y humano cuando el agua empieza a desaparecer.
Esos eslabones se enfocan en la vida en las comunidades, la economía, la represión y la escasez del agua en la zona.
Litio está compuesto también por las noticias, crónicas y reportajes que venimos realizando desde lavaca.org y que reunimos en esta plataforma.
Un proyecto del que podés formar parte, apoyando y compartiendo.
El video de 3,50 minutos
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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