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Visión psicológica feminista del confinamiento de las mujeres en tiempos de coronavirus

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La psicóloga Raiza Zeballos del colectivo feminista boliviano Mujeres Creando plantea en este artículo los desafíos del confinamiento para las mujeres, de la emoción a la acción. El doble dicurso del «paternalismo» del Estado boliviano, para pensar Argentina. La peligrosidad de la individualización del problema. El macho violento. Y la desobediencia como acto psicológico y vital: «Este es un llamado a desobedecer las normas y no quedarnos encerrados en las casas bajo una la idea de estar haciendo suficiente, sino a no perder la colectividad y las alianzas insólitas que son vitales y que necesitamos para sobrevivir ante tal crisis mundial«.

Por Raiza Zeballos, de Mujeres Creando

Para hacer un análisis psicológico, desde mi perspectiva, no solamente es necesario conocer sobre la sintomatología o vivencias personales que tiene cada persona en este tiempo, sino también se requiere un análisis que implique conocer la realidad social de nuestro país y el accionar político que surge a partir de la crisis, sobre todo desde el Estado. ¿Por qué? TODAS las acciones desde el Estado durante esta crisis como decretos, prohibiciones, decisiones, omisiones etc. nos afectan de manera directa no sólo económica, laboral o socialmente, sino también psicológicamente porque provoca tristeza, culpa, desesperación, angustia, impotencia y tantas otras cosas más.

El Estado de doble discurso

El Estado nos viene diciendo qué tenemos que hacer y qué no en su afán “protector”, que más bien es paternalista,  haciéndonos creer que nuestra labor se centra tan solo en quedarnos en casa, que así nos salvaremos a nosotras mismas y a nuestros familiares de un contagio inminente, y que son ellos quienes se ocuparan de salvarnos. Seamos realistas, el Estado por sí solo no tiene la suficiente capacidad ni logística, ni operativa para enfrentar una pandemia de este tipo, pero son muy buenos en lavarse las manos como acto de engaño a la población y hasta a sí mismos en su intento de demostrar que lo están haciendo bien y que todos y todas nos salvaremos al quedarnos confinadas y confinados.

Las mujeres sentimos esto de manera mucho más grave, por un lado, nos hace sentir particularmente vulnerables, bajo la idea que somos un grupo de riesgo que necesita atención especializada, donde ellos la confunden con una atención “caritativa”. Las palabras de Jeanine Añez durante uno de sus tantos discursos, decían que la violencia machista no deja de estar presente en la cuarentena, por lo que castigaría a los agresores “con todo el peso de la ley”. La realidad es que las líneas gratuitas no sirven de manera efectiva y el alcance que tiene la policía y la justicia es aún menor al que ya se tenía de manera inefectiva en situaciones “normales”. El Estado no tiene una lucha contra la “vulnerabilidad” sino la incrementa. No brinda información a las mujeres o elementos de cómo se puede actuar ante la violencia, sino que cierra las posibilidades en una policía y justicia tan poco capaz, que las mujeres terminamos pensando que si esa es la ruta de salida de la violencia, salir no es posible. El efecto psicológico en las mujeres en el incremento del sentimiento de impotencia, teniendo muchas que recurrir a la sumisión como acto de supervivencia.

Otra consecuencia del paternalismo del Estado es la culpa y el miedo por contagiarse y contagiar. La única consigna para cumplir es la quédate en casa, pero, ¿qué pasa con todas aquellas mujeres y población en general que no puede respetar la cuarentena? Existe infinidad de personas que aún salen diariamente a las calles porque necesitan subsistir sea o no sea su día de salida, o los que no tienen un hogar porque su hogar es la calle, o son trabajadores de la salud, limpieza o de alimentos y que se ven obligadas a seguir trabajando, o que, como nuestras compatriotas exiliadas del neoliberalismo en Pisiga, se hallan haciendo cuarentena en condiciones inhumana, sin la posibilidad de cumplirla dignamente en sus casas, algo que les expone mucho más para contagiarse no solo coronavirus sino muchas otras enfermedades. Toda esa población carga consigo la culpa de poderse contagiar, de tener que exponerse al peligro de una pandemia por la necesidad de sobrevivir. Esa culpa y ese miedo están patrocinados principalmente por el Estado porque no se brinda las condiciones mínimamente dignas para trabajar o para vivir y que, tras habernos repetido tantas veces que nuestra responsabilidad tan solo es quedarnos en casa, no podamos hacerlo porque no estamos en nuestra tierra, porque no tenemos dinero para pagarnos un vuelo privado, por tener que exponer encima a menores de edad, por no poder dejar de trabajar porque si no nos morimos de coronavirus nos morimos de hambre, o por simplemente estar cerca de las o los infectados curándolos, como en el caso de los médicos que han sido discriminados por sus propios vecinos, y tantas otras razones que no son válidas ni para el gobierno ni para la sociedad que nos condena con una mirada moralista y vigilante. ¿Qué pasa si efectivamente toda esa gente con a la que se le carga culpa se contagia? El castigo social será aún mayor y servirá al Estado para justificar el contagio de estar personas como un castigo por su desobediencia o poco cuidado y no así por la falta de efectividad y gestión social del mismo Estado. Lo mismo puede pasar con la gente que aun cumpliendo su cuarentena de manera obediente llegue a contagiarse, ¿acaso ni haber podido quedarse en casa habrá funcionado? Es posible que no y que ni siquiera estar aislados sea suficiente para contraer el virus y eso pese en nuestras conciencias de manera injusta.

La peligrosidad de la individualización del problema

A las mujeres, sobre todo, nos han sobrecargado con el cuento del empoderamiento para creer que la violencia o cualquier otro problema debe solucionarse desde nosotras con el poder individual que cada una genere en sí mismas casi de manera mágica. Que desde nuestro esfuerzo alcanzaremos el éxito por más que estemos en la peor de las situaciones. Este cuento engañoso tiene mucho que ver con el “quédate en casa” que tanto se repite. En primer lugar está la falsa ilusión de que desde la individualidad lograremos algo importante; es verdad que estando en casa nos cuidamos a nosotras mismas, pero no somos salvadoras y heroínas frente al coronavirus. Los casos aumentarán, es posible que afecte a personas cercanas y queridas o ti misma y que, además de la culpa, sientas frustración porque no habrás hecho lo suficiente. Nos venden la idea de que solo desde la individualidad podemos accionar para cambiar el mundo y no es verdad, quedarse en casa no puede ser la única acción para confrontar una pandemia de este tipo.

En segundo lugar, idealiza y romantiza de manera excesiva la convivencia en familia como si este espacio fuera siempre un lugar cálido, cómodo, seguro y justo para todos y todas sus miembros. ¿Cuántas madres estarán siendo sobrecargadas en mayor medida con las labores domésticas o tendrán una “ayuda” mínima del resto de la familia? ¿Estará llevándose de similar forma la cuarentena para un padre, una madre, un hijo o una hija? Es como si ese quédate en casa tan romántico que se plantea haya dado permiso para retroceder y olvidarse de la idea de que lo personal es político, despolitizando completamente al hogar como principal lugar de relaciones políticas de justicia.

Otro factor es la imposibilidad de generar empatía con otr@s. Vamos detenernos en el caso particular de mujeres que están atravesando por violencia machista. En el servicio de Mujeres en Busca de Justicia de Mujeres Creando diariamente vienen aproximadamente unas 15 a 20 mujeres nuevas para encontrar respuestas y soluciones a sus casos, la convivencia con otras mujeres que también están esperando a ser atendidas y que tienen casos similares les permite generar empatía, sirviendo esto como un cable a tierra para saber que no son las únicas que se encuentran en esta situación, lo que les impulsa a continuar con su lucha bajo la idea de “si otras más pudieron hacerlo, ¿por qué no yo?”. Este ejemplo sirve para pensar que en este momento de confinamiento, muchas mujeres ni siquiera lograrán hacer la denuncia de sus casos porque es posible que al verse solas y sin apoyo, no tengan esperanzas de que vayan a ser tomadas en cuenta, sumado a las insuficientes e ineficaces medidas del Estado ya mencionadas. No valdrá empoderamiento alguno que pueda sacarles de esa situación desde un accionar individual y esto es lago de suma peligrosidad que tiene que ver con preservar la vida misma de cada compañera.

Esta imposibilidad de empatía puede reproducirse también en la población en general al encapsularse en la idea de que la autosuficiencia, donde no necesitas de nadie más que de ti misma o mismo, será suficiente para resolver tu cotidiano, perdiendo totalmente la visión comunitaria o colectiva y generando progresivamente mayores necesidades innecesarias que te facilitarán la vida, pero que te alejarán de otras y otros, beneficiando al capitalismo y creando una brechas más grande entre clases sociales, porque quien más tenga podrá sobrevivir, quien no, ni modo.

Dinámicas psicológicas complementarias entre el machismo de un hombre violento y el del Estado

El amor romántico es la principal arma de los hombres violentos que buscan someter a sus parejas. En nombre del amor, un hombre violento busca aislarnos de nuestra familia, de nuestras amigas, de cualquier contacto que en algún momento pueda auxiliarnos cuando nos encontramos en peligro por la violencia. Este aislamiento puede ser una prohibición tajante o, en la mayoría de los casos, se hace de manera muy sutil y romántica, como si sus intenciones fueran protegernos de todo mal y para esto requiriesen controlarnos. ¿Suena familiar en este tiempo de cuarentena? Es porque el Estado utiliza exactamente los mismos mecanismos para ejercer poder por sobre la población. Nos dicen, con un supuesto cariño que se nota muy forzado, que nos quedemos en casa, pero utilizan la presión y el miedo contra todos y todas para que cumplamos con la presencia de la policía y sobretodo de la milicia, que además portan sus armas para simbolizar mayor poder y generar más miedo todavía, estando en la posibilidad de que, si la población incumple, puedan arrestarles, reprimirles (como ha pasado en el valle alto de Cochabamba o Santa Cruz) o utilicen la vergüenza social, tal como un agresor lo haría con su víctima al golpearla, insultarla, humillarla.  Así como un hombre violento amenaza con tomar medidas más fuertes para controlar la desobediencia como un acto supuesto de amor, el Estado amenaza de igual manera en nombre de preservar nuestra integridad y salud. Ese amor romántico peligroso se convierte en primo hermano del fascismo romantizado del Estado que está siendo efectivo, pero no por la concientización de la gente sino por el miedo y la represión.

Las mujeres bolivianas históricamente han conquistado las calles desde la rebeldía para que sea escenario de múltiples luchas sociales. Es por eso que en la calle nos sentimos libres de decidir qué queremos hacer, de poder charlar, de trabajar, de jugar, de gritar, de amar, de marchar, de criar, de estudiar y de hacerlo todo. No por nada Mujeres Creando resume esta conquista en el grafitti “la calle es mi casa de colores, sin marido ni patrón”, pero ahora nos han privado no solo de nuestro derecho a la libertad, porque la calle ya no es nuestra casa estando militares y policías, además del maltratador en la casa, ambos con un aire de superioridad sobre nosotras, ambos con el permiso y la bendición del Estado para violentarnos. Sino también de la posibilidad de imaginarnos y pensar por nuestra propia cuenta y al margen del Estado y del macho violento otras formas efectivas del simple “quédate en casa”.

Desobedecer como acto político y psicológico vital

Quedarte en tu casa no es lo mismo que quedarte callada. Nos prefieren calladas, para que no pensemos y no nos quejemos de las falencias que existen, para que no propongamos nuevas formas de convivencia que salen de toda capacidad creativa y de reflexión que el Estado pueda darnos.

Estamos conscientes de que la cuarentena es necesaria para no tener contagios masivos y colapsar el sistema de salud, que de por sí ya está colapsado, pero las consecuencias psicológicas, sociales y políticas que genera el confinamiento deben confrontarse, de hecho hay muchos y muchas que ya lo hacen a manera de desobedecer la única consigna escueta que se nos ha dado y están saliendo de sus casas a recuperar la libertad y las o los vemos en el mercado vendiendo lo que pueden, inventándose nuevos oficios con mucha creatividad en esta cuarentena, o están manteniendo el contacto sin dejarse llevar por las soluciones individualistas, o han generado empatía como un acto político y están ayudando a vecinos y vecinas u otros a abastecerse, con una intención y sentido de solidaridad muy distinta al de una donación ridícula de unos cuantos oligarcas, o están incluso simplemente a haciendo compañía a otr@s. Si la gente no estaría desobedeciendo es posible que realmente estando confinados en su totalidad ya hubiéramos perdido la cordura.

Este no es un llamado a ponerse en contra de la cuarentena para salir a las calles de manera masiva, sino a cuestionar todos estos mecanismos de control y de transformación que se están presentado de manera implícita y que con seguridad irán afectando más en la sociedad entera. Este es un llamado a desobedecer las normas y no quedarnos encerrados en las casas bajo una la idea de estar haciendo suficiente, sino a no perder la colectividad y las alianzas insólitas que son vitales y que necesitamos para sobrevivir ante tal crisis mundial.

Si se está confinada en un círculo familiar, desobedecer puede también implicar la reorganización política y de manera justa del hogar. Esto quiere decir que tanto las tareas domésticas en su totalidad, como las labores de trabajo, de aporte económico y de educación y crianza con los hijos e hijas sean de manera totalmente justa, toma la familia como si tuvieras dentro de una cooperativa donde cada uno tiene que hacer lo suyo para que la convivencia sea justa para todos sin importar si son muy pequeños o muy grandes para aprender, que la cuarentena no sea una excusa para que seas la sirvienta de toda tu familia. Si crees que esto está pasando es tiempo de repensar cuanto bien te hace a ti, cuanto más resistirás bajo esas condiciones y como las desigualdades en convivencia familiar podrían reproducirse como espejo en la vida pública o fuera de tu casa, no solo para ti sino para tus wawas. Si tu familia se opone a esta reorganización enciende tu alarma y cuestiona el supuesto cariño que te tienen porque es instrumento para que ellos conserven sus privilegios y tu pierdas tu libertad.

Si esta reorganización se concreta, incluye el tiempo de descanso y ocio que necesitas para tu bienestar físico pero también mental. Disponer mínimamente dos horas, aparte de las de dormir, sin la presencia ni molestia de nadie es ejercer un autocuidado necesario. Este tiempo puede servirte para observarte a ti misma, para cuestionar tus relaciones, para tomar decisiones importantes, para mejorar tu alimentación y salud. Para brindarte toda esa atención prioritaria posiblemente antes no te hayas dado. También puede servir para generar nuevas o más fuertes alianzas insólitas entre vecinas, con el fin estratégico de renunciar a la individualidad de acción y hasta emocional en tiempos de confinamiento.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

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Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

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Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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