Nota
Abuelas de Plaza de Mayo: La historia no oficial, la ruda y el gingko
Cumplieron 25 años buscando a sus nietos y el día en que estaban celebrándolo con un encuentro ecuménico, uno de esos nietos mostró al público un papel enrollado: la confirmación judicial de la restitución de su identidad. Se trata de Gabriel Matías Cevasco, que participó del encuentro en la Parroquia de Santa Cruz, de Buenos Aires, como nieto, y como pastor adventista. Estela Carloto, presidenta de Abuelas, aplaudió emocionada. Nadie percibió dónde estaba la sutil guardia de civil que la custodia desde que el 20 de septiembre atentaron contra su casa de La Plata, a las tres de la madrugada, hecho que ella definió con pragmatismo: «quisieron matarme». Sobre sus custodios policiales, Estela ha decidido tomarse las cosas con humor, y reconoce que le han caído bien: «Si me dan tiempo, los voy a sacar buenos». Esta es la historia de cómo comenzó otra Historia.
Por Sergio Ciancaglini
Hubo muchos actos, exposiciones, lecturas y encuentros durante varios días, para un aniversario que siempre se celebra el 22 de octubre, aunque todos coinciden en que la fecha es simbólica y quedó instalada tras un desbarajuste de la memoria sobre cuál fue el momento exacto en el que esta entidad, candidata al Nobel de la Paz, comenzó a existir: en 1977 estas mujeres no pensaban en efemérides, sino en llorar a sus hijos, encontrar a sus nietos y eludir a la dictadura.
Es difícil saber si esta historia de 25 años pertenece al pasado.
En aquellos tiempos estas mujeres eran amas de casa, docentes, empleadas, en la mayoría de los casos muy poco interesadas en la política. Frente al televisor, preferían ser víctimas de una telenovela, antes que de un programa político.
Sus hijos e hijas, en cambio, miraban otro canal. Pertenecían a esa generación de fines de los 60 y comienzos de los 70, que en muchos países se apasionaba por la política y por la posibilidad de transformar el mundo.
Esos jóvenes se hicieron militantes políticos. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 a todos les cambió la programación de sus vidas. Las actuales abuelas le vieron la cara al terrorismo de Estado, al enterarse de que sus hijos o hijas a veces embarazadas, y hasta sus nietos, habían sido secuestrados por el régimen militar.
Desaparecidos.
Hay que pensar que en aquel momento la idea de la desaparición no existía, ni siquiera figuraba como delito. Estas mujeres, de a una, salieron de sus casas y se pusieron a buscar en comisarías, en hospitales, en cuarteles, en juzgados. Siempre recibieron respuestas negativas.
Pero la propia búsqueda hizo que empezaran a reconocerse entre ellas: el código de la angustia.
Mujeres en resistencia
Al principio no había diferencias entre «madres» y «abuelas». La mayoría eran mujeres, porque podían dedicar a la búsqueda un tiempo que sus maridos no tenían y suponían, de paso, que los militares encontrarían engorroso enfrentar a unas señoras mayores, modales que fueron rápidamente desmentidos por la realidad.
Se formaron dos grupos, el de Madres y el de Abuelas, por un una diferencia práctica: el de Abuelas se organizó a partir de la información concreta de que sus hijos habían sido asesinados. Los que faltaban eran sus nietos. En cambio las Madres seguían sin noticia alguna sobre sus hijos.
El grupo original de Abuelas fue de doce mujeres. Y la fecha que toman como nacimiento ocurrió al llevarle una carta de reclamo al secretario de Estado norteamericano Cyrus Vance, de visita en Buenos Aires. Firmaban así: «Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos».
La carta no la entregaron en Plaza de Mayo, sino en Plaza San Martín, donde Vance fue a poner flores al monumento del prócer. No fue María Isabel «Chicha» de Mariani la que le dio la carta al norteamericano, de confundida que estaba en ese bosque de militares, funcionarios y mujeres gritando, sino Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Y la fecha no fue el 22 de octubre. Siempre pensaron que había sido aproximadamente en esos días, y así comenzaron a celebrar sus aniversarios muchos años después, aunque luego descubrieron que la visita de Vance había sido el 21 de noviembre de 1977.
Como dicen hoy las abuelas, la fecha es lo de menos. ¿Pero qué hay detrás de esa historia?
Aquellas mujeres empezaron su lenta búsqueda comprendiendo que, para espantar el miedo, les hacía bien estar juntas. Varias llegaban a Buenos Aires desde La Plata. Descubrieron que hasta el hecho de almorzar se transformaba en un gasto denso, y llevaban manzanas en sus carteras, para comer sentadas en alguna plaza. Iban anotando a mano cada gestión, cada respuesta, en unos cuadernos escolares que llevaban en la cartera, con las manzanas. Ahí estaba el disco duro de Abuelas.
Allí anotaron, por ejemplo, esta respuesta de la doctor Delia Pons, del Tribunal de menores de Lomas de Zamora:»Estoy convencida de que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños».
La dictadura equiparaba la palabra «terrorista» o «subversivo» a cualquier opositor al régimen. Los cálculos más serios (por ejemplo los del fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, Emilio Mignone) indican que el diez por ciento de los desaparecidos participaron en las organizaciones armadas. El noventa por ciento no.
Más allá de los cálculos, como ni a unos ni a otros se los juzgó, tampoco puede saberse en qué medida cualquiera de ellos fue efectivamente autor de algún delito.
En caso de serlo, el castigo no puede ser la tortura y la muerte clandestina (comerse al caníbal) actitud que constituye en sí misma un comprobado terrorismo, y de la peor especie: el terrorismo de Estado, que además secuestró, torturó y asesinó a monjas, empresarios, docentes, sindicalistas, políticos, familiares que buscaban (como Azucena Villaflor), y mató incluso a diplomáticos del propio régimen que planteaban sus disidencias.
Aún siguiendo la lógica de la doctora Pons, quedaría una pregunta en danza: ¿los bebés eran terroristas?
Violetas y Oscar
Las Abuelas seguían su búsqueda, chocando contra la perversión y la persecución. El denso silencio de los medios (más que silencio, apoyo específico y acrítico a los militares) sólo se quebró en abril de 1978, dos años después del golpe. El diario The Buenos Herald, de lengua inglesa, se atrevió a publicar una carta de lectores en la que se hacía referencia a la desaparición de bebés. Fue la primera vez que en un medio se mencionó el asunto. El 5 de agosto de ese año, el diario La Prensa aceptó publicar una solicitada de Madres y Abuelas. Era domingo. Día del niño.
Para reunirse sin llamar la atención, las abuelas simulaban cumpleaños en bares y confiterías, como Las Violetas (en Rivadavia y Medrano, de Buenos Aires). Aprendieron a simular sonrisas y cantaban el «feliz cumpleaños» mientras intercambiaban regalos (e información) mirando hacia los costados para ver si no las seguían.
Cuando hablaban por teléfono usaban claves. Con las palabras «flores» o «cacharritos» se referían a sus nietos. O decían: «El señor Blanco todavía no contestó la carta que le mandamos». El señor Blanco era el Papa.
Empezaban a aparecer pistas. Los bebés secuestrados habían sido dados en adopción a militares, policías o gente allegada a la dictadura. Rumores barriales, pequeños comentarios, historias de matrimonios estériles que de pronto aparecían con un bebé. El cine reflejó esto en la única película argentina que ganó un Oscar, La Historia Oficial.
Los cuadernos de las Abuelas iban llenándose de datos. Había que comprar nuevos. El desgarro por la muerte de sus hijos se convertía en un proyecto desmesurado en plena dictadura: recuperar flores y cacharritos.
También comenzó a crecer el anecdotario de estas mujeres que hacían lo suyo con una mezcla de obstinación e inocencia asombrosas.
En 1979 dos de las Abuelas (Chicha Mariani y Alicia «Licha» De la Cuadra) viajaron a San Pablo, Brasil, para reunirse con la organización Clamor (Comité de Defensa de los Derechos Humanos en el Cono Sur), liderado por el cardenal paulista, Don Pâulo Evaristo Arns.
Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi. La genética de los choferes paulistas tal vez merezca un estudio aparte: lo cierto es que ellas le pedían que las llevara a un hotel. No se hicieron entender lo suficiente, este señor tampoco hizo el esfuerzo. Atravesó autopistas a 100 kilómetros por hora (iba tranquilo) hasta que las dejó ante un edificio. Bajaron con sus bolsos. Era un hotel levemente oscuro. El conserje las miró extrañado, les cobró por anticipado, y aceptó guiarlas a la habitación.
Las paredes lucían falso terciopelo, las luces eran rojas, el espejo estaba en el techo, y la cama era redonda: «¿Dónde vinimos Licha?» preguntó la señora de Mariani, que jamás había visto un hotel tan extraño. Licha no sabía qué contestar, pero ya era de noche y decidieron dormir allí, tras desconectar la música funcional con baladas románticas.
Al día siguiente se reunieron con los miembros de Clamor, que al ver la tarjeta del hotel se pusieron tan rojos como las luces de la habitación, y corrieron a trasladarlas.
Los primeros nietos recuperados
Seguían sumando datos, informes. Lograron conectarse con sobrevivientes de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que confirmaban los casos de bebés paridos en ese centro de torturas, desde el que salían los «vuelos de la muerte» con secuestrados (a veces eran las propias madres que habían parido) que eran dopados y arrojados mar adentro para hacer desaparecer definitivamente sus cuerpos. Los bebés eran entregados, se les falsificaba la identidad, se les borraba la historia.
Las abuelas seguían buscando.
En 1980 los primeros niños localizados por Abuelas, Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, se reencontraron con su abuela María Laura, en el juzgado de menores de San Martín. El segundo fue Juan Pablo Moyano, en 1983, a quien terminaron de ubicar gracias a una nota publicada por la periodista Claudia Acuña, fundadora de lavaca.org. Por su aporte fue condecorada por Abuelas con un prendedor que reproduce una hoja de arce roja.
Aparecer
Desde entonces la historia se siguió escribiendo sin pausa. Ya hay 73 restituídos. Primero eran bebés. Luego fueron niños. Luego adolescentes. Hoy ya son adultos que siguen apareciendo.
Gabriel, el pastor que acaba de recuperar su identidad jurídica en un papel enrollado, hace apenas dos años pudo saber quién era en realidad. Casos como el suyo continúan en trámite. Y las Abuelas ya tienen «biznietos», los hijos de sus nietos reencontrados.
Y han fabricado más futuro: la sangre de todas ellas, incluso muchas de las que han fallecido, está en el banco de datos genéticos. Muchas biografías, muchas vidas, todavía están por recuperarse.
Las Abuelas iban a la Plaza de Mayo, a España, a Francia o a los Estados Unidos, con los mismos tapados que usan hoy, que son candidatas al Nobel de la Paz. Con esos tapados se abrigaron el lunes 21 de octubre, noche fría en la Plaza de Mayo. Allí se hizo un show de espaldas a la Casa de Gobierno, vallada desde hace mucho para evitar la cercanía con los ciudadanos.
Hubo un conjunto de percusión, Rataplán, formado por chicos que tienen la edad de los nietos. Apareció Piero, con sus canciones de protesta de los años 70, que los imperceptibles custodios de Estela soportaron con estoicismo. Hubo varios cantantes más.
No fue un espectáculo inolvidable. Pero al día siguiente, el martes, las abuelas se engalanaron para ir al Teatro Colón.
Maximiliano Guerra les hizo un homenaje tan talentoso, divertido y conmovedor, que resulta inexplicable que no se haya transmitido por televisión. O al revés: la no televisación explica el grado de mediocridad de la televisión.
Guerra se presentó con el Ballet del Mercosur. En la platea se veían los pañuelos blancos de la Madres de Plaza de Mayo. El jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, del cual depende el teatro, tuvo la inteligencia de permanecer en un segundo plano.
Se percibía mucho silencio en el teatro, hecho de emoción genuina. Sobre el escenario se desplegaban coreografías y ritos: chicos con ropas de colores bailando unos malambos lentos, o unos tangos lejanos, hubo una canción de cuna para despertar, un baile alegre.
La segunda parte tuvo un cuadro muy divertido, una especie de parodia donde el bailarín y la bailarina se burlan uno del otro, y tratan de ganarse el aplauso del público. Les Luthiers en versión ballet.
El cierre fue la versión de Charly García del himno argentino, bailado con coreografía de Oscar Araiz. Guerra corrió el escenario con una bandera argentina, que había empezado siendo un pañuelo sobre la cabeza de una mujer. La ovación fue infinita.
Entonces, lenta y tímidamente, las abuelas comenzaron a ingresar al escenario. Con pasitos cortos, algunas con sus bastones. Coquetas y sonriendo como si estuvieran haciendo una travesura. Es inalcanzable explicar la emoción que había en ese teatro.
Faltaba más: detrás de ellas, aparecieron los nietos restituídos.
Serían unos 30 de los 73 que han encontrado hasta ahora.
Le dieron un micrófono a Estela, que debía ser una de las pocas personas en ese lugar capaz de pronunciar dos palabras seguidas.
Dijo: «¿Cuál es nuestro premio? Ellos, nuestros nietos, que están aquí». Y dijo: «Ahora pueden dedicarse a lo bueno, lo sano, lo positivo».
También señaló la bandera argentina con la que había bailado Maximiliano Guerra y dijo muy suavemente: «A la patria hay que honrarla». Por una vez, esas palabras no sonaron huecas. El teatro estaba de pie, casi desmintiendo la versión según la cual en la Argentina no pasa nada, no hay valores, o no hay esperanza.
Lo único innecesario del espectáculo fue el título: «Con gloria morir». Es posible que la Argentina ya esté saturada de ese tipo de propuestas, y escasa de proyectos para la vida, como el de las Abuelas.
O acaso no haya que tomarse muy en serio a un Himno Nacional más pomposo que poético, que propone esa solución tres veces cada vez que hay que cantarlo.
Ya se sabe que las Abuelas simbolizan la dignidad, los derechos humanos, la identidad, la memoria. Conviene imaginar por un momento cómo sería una persona sin dignidad, sin derechos, sin identidad, sin memoria: un zombi, un fantasma, un loco.
A una sociedad le puede pasar lo mismo. La Argentina sabe ser muy zombi, fantasmal y loca. Desde ese punto de vista, estas señoras que dicen que no son viejas, sino que tienen mucha juventud acumulada, son un modelo de salud mental.
Además, ellas buscan a los únicos desaparecidos que están vivos. Y al revés, saben que esos chicos, ya adultos, pueden buscarlas a ellas.
Pero representan también actitudes y formas de ser de las que casi no se habla y de las que tal vez haya mucho que aprender en términos políticos, sociales y personales.
Por ejemplo: no son quejosas. Les sobran motivos, y sin embargo nunca se las escucha protestar.
Seguramente lloran, pero no lloriquean. No andan con aires de víctimas. Simplemente, ante un problema, actúan. Hacen cosas. Toman decisiones.
Hablan poco y hacen mucho. O sea, al revés que lo habitual en ese conjunto que se ha dado en llamar «dirigencia argentina».
No tienen miedo, en un país donde a veces da miedo hasta salir a la calle. No es que sean temerarias. Descubrieron que el miedo paraliza, y que para vencerlo hay que moverse.
Las lecciones del ginko
Hace 25 años que no dejan de moverse.
Le pregunté a Estela si tiene miedo luego del atentado a su casa. Arqueó las cejas: todo dicho. Y siguió organizando reuniones, actividades, proyectos.
Las abuelas tienen un genio fuerte. Han sabido plantársele a represores, a líderes mundiales, a obispos y embajadores demasiado silenciosos, a jueces siniestros.
Eso no se hace sin carácter. Pero ese carácter, al mismo tiempo, es alegre. La casa de las Abuelas suele ser un hervidero de movimiento, voces, risas.
Políticamente, son como las bailarinas del Mercosur: ágiles, delicadas y precisas, pero a la vez contundentes y sustentadas en un gigantesco esfuerzo.
Transmiten serenidad, pero son de una eficiencia tremenda. Gracias a su búsqueda Videla, Massera y muchos otros no han podido gozar de una ancianidad impune, ni siquiera con los indultos menemistas.
Las Abuelas están llenas de ideas, pero no dan sermones.
Miran a los ojos cuando hablan.
Nunca quisieron hacer justicia por mano propia, cosa que no sé quién les hubiera podido reprochar.
Jamás insinuaron una palabra de violencia.
Mientas los partidos políticos y los gobernantes no hacen otra cosa que el ridículo, estas señoras resuelven problemas mucho más complejos y hacen verdadera política.
Con esto no debe pensarse, ni por asomo, que ellas tengan que hacer política partidista. Los partidos en su forma actual son el cementerio de cualquier organización civil que valga la pena.
Al revés: los partidos -y yo diría que incluso muchas empresas- tendrían que ir a tomar clases de cómo se conducen estas mujeres, y cómo se las ingenian, como diría Estela, para hacer cosas que sean buenas, útiles, sanas y positivas.
El ataque a la casa de Estela ocurrió durante la madrugada del 20 de septiembre. Cuenta: «Yo me había despertado y estaba en la cama, a oscuras. Pensé en ir a mirar televisión. Hace mucho que tengo el sueño interrumpido. De golpe escuché una explosión. Me levanté, me puse un deshabillé y salí, pensando que a algún vecino le había explotado una garrafa. Al abrir la puerta, ví que los vecinos venían hacia mi casa. La garrafa era mía».
La «garrafa» fueron los balazos con los que perforaron el ventanal de su casa. Estela declaró que eran balas como la que mataron a su hija. Le pregunto cómo sabe tanto de balística: «No sé nada. Pero eran cartuchos como los que encontramos en el cuerpo de Laura cuando pudimos exhumarla».
Aquellas balas, y estas balas. Estela es una de las tantas que sigue buscando, en un país donde la edad de las balas puede prestarse a confusión.
El jueves 24 de octubre hubo un acto ecuménico en la Parroquia de Santa Cruz. El rabino Daniel Goldman leyó unos salmos. El pastor Aldo Echegoyen cantó junto al otro pastor, el nieto restituído. Varios sacerdotes, sin sotana, hicieron su homenaje. A las que están vivas, y a las que fallecieron.
El fraile Antonio Puijgané, quien fuera miembro del Movimiento Todos por la Patria, intentó explicar muy celestialmente que las abuelas verdaderamente vivas son las que están muertas. Y que los vivos se van a morir. «Estela se va a morir» aclaró señalando a la presidente de Abuelas, que no cometió gesto alguno. Al margen de otras de sus facetas, la frase del señor Puijgané confirma que jamás hay que subestimar a la estupidez humana.
Hubo un regalo para las Abuelas, de parte de los integrantes de la parroquia. Unas hojas enmarcadas del árbol Ginkgo Biloba. Es un árbol japonés, que tiene millones de años sobre la tierra. Se cuenta que tras la bomba de Hiroshima, pese a la destrucción pudo encontrarse un brote de este árbol, que desde siempre parece ser un símbolo de vida. En Santa Cruz hay un retoño, que parece saludable.
A Estela Carloto también le habían regalado una plantita de ruda, según la creencia de que tal especie espanta la envidia y la maldad. Ella la hizo plantar en el jardín de su casa atacada a balazos. Tal vez las Abuelas, con el Ginkgo Biloba y un poco de ruda, sean las que logren explicarle a la Argentina una jardinería que funcione para la vida, y no para los zombis y los fantasmas.
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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Fin de campaña de Adorni: crónica de un país olvidado
Todo lo que se narra a continuación sucedió mientras, en el Congreso, la policía reprimía a mansalva a jubilados, periodistas –incluido Lucas Pedulla, integrante de lavaca– y personas que se acercan a movilizarse cada miércoles. Fin.
Crónica de Franco Ciancaglini. Fotos de Sebastian Smok.


La historia comienza así: el partido del gobierno La Libertad Avanza organizó un acto de cierre de la campaña del vocero presidencial y candidato a legislador porteño Manuel Adorni, en Plaza Mitre, Recoleta.
El montaje del escenario afirma: “Adorni es Milei”.
Se espera que ambas personalidades estén y hablen hoy.
Pero falta para eso.
Media hora antes de la convocatoria, en distintas esquinas de la avenida Libertador, hay grupos de personas que, muy organizadas, esperan.
En las esquinas la mayoría va vestida de negro pero, en un acto de magia política, luego se las verá llegar a la plaza con la misma remera violeta, puesta arriba de sus verdaderas remeras o incluso de buzos y camperas.
Un notero de TN primero y luego de C5N hablaron con estas personas, que confesaron haber sido convocadas para trabajar en “prevención” bajo la promesa de una paga de 25 mil pesos.
El Whatsapp de la convocatoria, revelado a cámara por uno de ellos, decía: “Ahy (sic) un acto político de 17 a 21. 25 mil pesos. El que quiere se anota”.
Finalmente no era para prevención, sino para “presencia”.
Pero lo peor no es nada de esto, sino que finalmente no les pagaron los 25 mil, sino que quisieron darles 10 mil; ante la presión, algunos recibieron 20 y otros, nada: “Porque no me quiero poner la remera esa sucia no me quieren pagar”, denunció el más sincero ante las cámaras.
Fin.


Lo cierto es que estas columnas de unas 50 personas cada una fueron las que lograron ocupar una plaza Mitre que estaba semivacía.
Temprano, los remera violeta se negaban a hablar con la prensa, aún disciplinados por la promesa de la paga. Luego, ante la deflación de lo prometido descargaron su bronca ante las cámaras dejando en evidencia cómo trabaja el puntero Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires, de donde provenían estas personas, para el cierre de una campaña porteña.
Alicia es jubilada pero no está marchando alrededor del Congreso, sino que está acá, colándose entre los violetas para saltear unas vallas y pasar más rápido hacia el sector del escenario. Hace un año y medio que se afilió al partido en la Comuna 13 Belgrano, Núñez. Habla de Milei como obnubilada, apurando su paso como ansiosa por la posibilidad de verlo en vivo. Faltan, al menos, dos horas.
Describe a Milei como un “bocho en economía” y se ríe al recordar que en la última elección, hace dos años, votó al actual jefe de gobierno, Jorge Macri. Está claro que no repetirá voto: “Está la ciudad muy abandonada. Mucho linyera, ratas por todos lados. En mis 82 años nunca había visto ratas en la ciudad”. Voto cantado: Adorni, a quien define como “alguien muy correcto”.
Sobre el otro Macri, el Mauricio, dice que “en su momento gobernó bien” pero ahora lo ve fuera de escena. No está al tanto de sus últimas apariciones contra Caputo, Karina y al propio Presidente, o no le interesan.
Alicia prefiere no hablar más y busca un lugar cerca del escenario para ver a su Presidente.


Lucía y Paula, también jubiladas, vinieron de Vicente López y prefieren mirar la escena desde atrás de todo. Es que llevan dos perritos de raza, o de diseño: Coca y Cola. ¿Qué les gusta de Milei? “Te puede gustar o no pero él habla desde el sentimiento. De lo que sentimos muchos”, dice Paula. Lucía suma: “Me gusta porque va a fondo”.
Sobre Mauricio Macri: “Yo lo voté. Ahora, de política no entiendo mucho, pero me da un poco de tristeza porque creo que tienen (con Milei) más coincidencias. Pero tiene que haber una oposición con responsabilidad. Tal vez Macri sea la oposición”.
Marta también es jubilada de 87 años bien llevados. Por qué vino acá (y no al Congreso): “Porque quiero escuchar quiero informarme quiero saber. Son tantos años de lo otro, que esto merece una oportunidad”.
Sigue sola: “El tono no me gusta. Cuando dice malas palabras es un mal ejemplo para la juventud”.
Qué le pedirías al gobierno a nivel Ciudad: “Por favor que saque las villas. La 31 es infernal”. Se pregunta y se responde: “¿Porque avanzaron tanto? Porque les han dado plata”.

¿Marra? “Sí, me gusta. Qué paso ahí, no sé. Me gusta, te soy sincera, pero ahora hay que unir fuerzas”.
¿Está de acuerdo con la medida anti-inmigratoria? “¿Vos te podés hacer ciudadano dinamarqués, o paraguayo? Acá entran todos. Los chorros, los burros. Y si no les gusta que se vuelvan a sus países”.
¿Y la pobreza? Marta cambie el eje: “Basta de decir ‘hagan lío’. Francisco se terminó. Basta de decir la iglesia de los pobres. Pepe Mujica era comunista. Se han hecho ricos con los pobres”.
Precisamente Mujica pareciera que no. Ella: “No sé. Déjame dudar. Pero basta”.
¿Qué representa para vos Mujica y qué Milei? “Apoyo a Milei y lo nuevo. Y que dios nos ayude”.
¿Y si sale mal? “Creo que ya no voy a estar con vida. Que se arreglen los que quedan”.
Fin.

A su lado hay un joven con una pala gigante. Posa sonriente para decenas de cámaras. Parece haber logrado su objetivo: llamar la atención.
Se llama Santiago y se tomó dos colectivos desde “la zona más fea de la provincia”, Florencio Varela, donde vive. Tiene 21 años, camisa manga larga a cuadros y una enorme mochila roja sobre la que ató un pañuelo celeste.
Cuenta sobre el sentido de la pala: “Hay que trabajar en este país. Nada se puede conseguir gratis. Todo es trabajo en la vida”.
De qué trabaja: “Soy Rappi y Pedidos YA”. ¿Cuánto gana? “Un poco, mi mamá me decía: muy bien Santiago, ese dinero lo sacaste de tus esfuerzos”. No dice números. Y finalmente revela que ahora ya no trabaja.
Al joven de la pala lo interrumpe Franco, otro joven, vestido de traje, que quiere sacarse una foto con el instrumento. Me da la cámara y posa de mil maneras para fotos que luego subirá a su Instagram. Franco Vera, sabré después, es un joven militante que ha irrumpido hace pocos meses en el colegio Nicolás Avellaneda de Palermo –estando él domiciliado en el conurbano- para postularse como Presidente del centro de estudiantes de la institución.
Franco Vera es de estatura pequeña pero en el debate del centro de estudiantes miró a sus contendientes de la lista oficialista, asociada al peronismo, y al ver que eran 8 personas dijo: “Yo estoy solo pero me la aguanto”. Primera gran ovación del público que recién lo conocía en un debate que ganó con comodidad con palabras clave como fútbol, Messi, Dios, diversidad.
Su lista, hasta antes del debate compuesta por él solo, se llama Ruge el cambio.

Ahora tiene una decena de seguidores, más después de su segunda jugada: hacerle una cámara oculta a la directora. En la cámara, subida a las redes, se ve cómo la mujer lo apercibe por una serie de hechos difíciles de entender desde afuera, supuestas actitudes de Franco desde que llegó al colegio. Es cierto, se lo nota sobre excitado y concentrado en su carrera estudiantil. Y si bien el video no lo muestra, él asegura que el objetivo de la directora es censurar a Ruge el Cambio para que no se presente –y gane- las elecciones del centro.
Así utilizó la cámara oculta para denunciar la censura institucional.
Su historia merece un documental aparte, que no entra en esta nota. Sobre la elección porteña, él no puede votar. Y pese a las preguntas sobre la actualidad él hablará como representante de los jóvenes de LLA en tono candidato y pedirá que sea a través de videos: “Menos Estado es menos peso al sector público. O sea… Si una persona no capacitada no nos sirve, ¿para qué lo vamos a tener como empleado? Necesitamos tener personas capacitadas. Hay que aprender en esta batalla cultural que los que nos gobiernan son personas normales, no son entes superiores, no tienen título de nobleza”.
¿Los Menem no serán parte? A Franco no le entra una bala: “Los jóvenes somos el cambio” responde en casete y mostrando su sonrisa de dientes con aparatos. Corta la charla para seguir sacándose fotos que subirá tanto a su Instagram como al de la agrupación Ruge el cambio, actividad que le sale muy bien: durante la tarde noche logrará cosechar selfies con personajes como el Gordo Dan o el diputado Martín… Menem.
Fin.




Otras celebridades que se llevan las miradas:
El Zorro con la bandera de Argentina.
Mickey Mouse con un cartel que dice “Aguante Adorni”.
Lila Lemoine vestida como playera de YPF.
Una mujer que tiene tatuada en la cara, justo arriba de su ceja, la palabra “Castrate”. Hay que acercarse bien para entender bien de qué va… o no tanto. En su cachete izquierdo amplía las siguientes consignas:
- Castrá
- Adoptá callejeritos
- Educá
- No compres
- No + piroctenia
Son tatuajes.
En la cara.
Fin.

Franco Carcedo es autor de un libro recién salido del horno que se llama Milei: Conexiones filosóficas. Lo escribió junto a su esposa en La Pampa, donde vive, de donde llegó hoy 7AM y a donde vuelve hoy mismo a las 22. Vino, además de para ver a Adorni y Milei con el objetivo concreto de vender su libro. Lleva 5 ejemplares en la mano, y cuenta que ya vendió otros 5. “Es un camión”, anuncia. Y cuenta sobre su contenido: “El libro relaciona distintos acontecimientos que sucedieron durante la vida de Javier Milei, lo que hizo y muchas veces lo que dijo y dice”. ¿Un ejemplo?
Lo que sigue es literal y no está trucado ni escrito maliciosamente: es parte del libro editado por la editorial Dunken, que cualquiera puede comprar. Dice Franco: “Cuando habla de la felicidad él sin saberlo está hablando de algo que dijo Oscar Wilde en 1888”. ¿Cómo? “Cuando Milei dice que la felicidad es no tenerle miedo a la muerte. Oscar Wilde dice algo parecido”.
La pido mejor hojear el contenido; al inicio hay dos citas. Una de Napoleón que dice: “Los hombres excepcionales son parte de un momento excepcional”. Y otra de Javier Milei: “No seré reconocido como economista sino como rockstar”. Ahí nos vamos entendiendo.

En el libro, profundiza Franco, “hay referencias a Nietzche, Maquiavelo, hay cosas de Spinoza… y la frutilla del postre”. Atención: “La cita de Wilde de la felicidad es de 1888. Milei en 1998 funda una banda que se llama Everest. ¿Sabés cuantos metros tiene el Everest? 8848.88”. Ante mi mirada atónita, Franco Carceda prosigue: “Pero hay más. El día que nació Milei se jugó un partido amistoso para homenajear a Arsenio Erico (futbolista paraguayo muy querido en Independiente). En ese partido debutan Bianchi, Carrascosa y César Laraignée. Ese día nació Milei”.
¿Y entonces? Franco Carceda repite: “El día que nació Milei ellos debutan con la casaca argentina”.
¿Pero cuál sería la conexión filosófica: “Es algo piola porque Milei es fanático de Boca y Bianchi es casi el máximo ídolo de Boca, con Riquelme y Palermo, ponele”.
Vuelvo a pedirle el libro. Sobre el nacimiento de Milei, se informa también que nació el mismo día que el guardameta ruso «Araña» Yasín (¡dos arqueros!) y que se editó un álbum del conjunto Jackson 5 de donde saltaría a la fama Michael Jackson.
Fin.


Equivalencias y bebidas.
Una señora envía videos a un grupo y le responden “como quisiera estar ahí”, “cuidate” y le ponen emojis de un león.
Una nena con la careta de Milei y una motosierra posa para las fotos mientras la mamá, al lado, tiene una careta de Adorni, un caniche y muchos pañuelos celestes atados a la mochila, como si los hubiera llevado para hacerse unos pesos.
Un remera violeta grita “viva la libertad” y otros remera violeta, alrededor, lo miran y estallan en carcajadas. Él también.
Franco Vera me contará luego, orgulloso y dolorido, que le tocó la mano a Milei pero que eso le costó que, literalmente, que los seguridad lo tiraran al piso y le pisaran la cabeza: “Estoy bendecido”.
Suena en el escenario un tema con acordes punk cuya letra asegura que Milei es “el último punk” y “el último superhéroe de la libertad”; eso significa que están al caer el Presidente y también Adorni, a quien nadie parece esperar demasiado. Menos que nadie, los remera violeta.
Aparece más allá otro contingente de remeras violetas que ahora llevan bengalas violetas y tocan bombos violetas, siguiendo a una bandera sostenida por jóvenes prolijos y sonrientes sin remera violeta.
La inscripción de la bandera en la cabecera dice «Jóvenes LLA» y otra atrás “Lugano”. La entrada es de cancha: se canta “el domingo cueste lo que cueste” y “un minuto de silencio para Macri que está muerto”.
Otro de los hits son “El que no salta es radical” y uno que cambia la palabra “Perón” por “León”.

Un hombre de 40 y pico, vestido de traje, es el que saca las canciones y agita.
Lidera a la barra hasta meterla en el centro mismo del escenario.
Mientras este cronista anota otras cosas, como la presencia de francotiradores en las terrazas de Recoleta y al lado del escenario, se ve que el hombre sale del tumulto, ofuscado.
Le han robado el celular.
Habla con una persona de seguridad, que abre las manos en señal de “no puedo hacer nada”.
El hombre está visiblemente afectado, dice “no lo puedo creer” y pide un celular para “dar de baja las tarjetas”.
Consigue una cómplice, a quien le confesará lo que él cree es la razón del robo:
-Es que está lleno de negros.
Fin.
