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Parir el futuro: Nora Cortiñas
Un día en la vida de esta madre de Plaza de Mayo que hace décadas que está de pie.
Nora Morales de Cortiñas tuvo un día complicado: salió de su casa temprano porque tuvo que ir a pagar unas cuentas para que no le cortaran la luz y el gas. “Eso también es parte de la lucha”, aclara. De allí se fue hasta la estación Castelar del tren Sarmiento (como casi todos los días) y se vino para la Capital o “el Centro”, como le dice ella, como buena habitante del segundo cordón del Conurbano, a todo lo que está de este lado de la General Paz.
El tren había sufrido un desperfecto (el Gobierno anunció que “se robaron los cables”; está chequeadísimo: no fue ella) y sólo cubría el tramo Moreno-Liniers. Así que Nora bajó en Liniers y después de esperar un rato y comprobar que era imposible subirse a un colectivo, se tomó un taxi (esos lujos se los da muy de vez en cuando) hasta la estación Medalla Milagrosa del subte E. De allí tomó el subte hasta la estación Belgrano, caminó un par de cuadras y finalmente llegó a la sede de la Asociación Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, en el barrio porteño de Monserrat.
Nora es una de las fundadoras de Madres, en 1977, cuando “la dictadura cívico-militar-religiosa”, como ella la define, secuestró e hizo desaparecer a su hijo Carlos Gustavo Cortiñas. Nora es Morales pero es para todos Nora Cortiñas. O, más bien, Norita. Porque Nora es chiquita, muy chiquita, minúscula y con una fragilidad aparente que desaparece en cuanto uno cruza unas palabras con ella. Y es Cortiñas porque, como las demás Madres, no es que adoptaron el apellido de sus maridos, sino el de sus hijos e hijas.
“Bueno, vamos a hacerlo rapidito que tengo que volver a la reunión”, pide Nora con un apuro y una energía que contradicen sus 85 años recién cumplidos. Repasar la agenda de Nora es repasar lo que debería ser la agenda política y mediática de este país, si las cosas tuvieran la importancia que deberían tener en la opinión pública. No como las cosas deberían ser sino, dados los problemas que existen la prioridad que debería tener el hecho de tratar de encontrar soluciones para esos problemas.
El fin de semana de Nora arrancó el viernes, dando una charla en la cátedra Derechos humanos y poder económico, de la que es titular en la Facultad de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Nora cuenta que ella sólo va a dar las primeras clases, que después siguen los profesores, que son economistas. “No digo que doy clase: voy a hablar con los jóvenes de los desaparecidos y del terrorismo de Estado, les cuento mi historia, lo que pasó en la Argentina”, aclara.
El sábado, Nora participó en la caravana del Oeste, por memoria, verdad y justicia. Un recorrido por comisarías, destacamentos militares y todos los lugares donde funcionaron centros clandestinos de detención, desde Moreno, hasta el Hospital Posadas, y termina en la Mansión Seré. “Allí se leyeron varios documentos”, cuenta. “El de HIJOS Oeste fue extraordinario, no le faltó nada”. De allí se fue a Florida, “en la línea Mitre del tren”, dicta su GPS ferroviario, también a participar “en un homenaje a los desaparecidos que estuvo muy hermoso: se sumó mucha gente, tocaron conjuntos, muy emotivo”.
El domingo volvió “al Centro” o algo así: en realidad, a la Iglesia de la Santa Cruz, en el barrio porteño de San Cristóbal. “Es la iglesia nuestra, no es de la cúpula ni de los fascistas”, explica Nora. “Allí, en un jardín que han hecho los curas pasionistas, están las cenizas de algunos de los secuestrados en la propia Iglesia”. Además, ese domingo en la Iglesia despedían al cura párroco, Carlos Saracini. “Lo llevaron en andas al padre Carlitos y le dimos la bienvenida al padre Francisco, el nuevo cura de la Iglesia”.
Más tarde, al final del día, Nora fue a visitar a otra de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, Josefa Pepa Noia. “Pepa es nuestra madrecita, tiene 95 años, y ya está llamada un poco a quietud, en un lugar donde hay otros ancianos”. Ancianos: una categoría que no contiene a esta mujercita de 85 años que se toma el tren y cada tanto, cuando tiene algún problema de salud, se va a hacer atender en el hospital público.
La agenda de Nora sigue con marchas, actos, reuniones, actividades. “Me identifico con la lucha de mi hijo, Gustavo, con la de nuestros hijos, la de mi familia y la de los 30 mil detenidos desaparecidos”, afirma, para entender qué contiene esa agenda política cotidiana. “Con la lucha que llevaron adelante y que sigue hasta el día de hoy. Entonces recoger esa bandera y seguir esa lucha no es un sacrificio para nada. Es un compromiso. Cada día es el compromiso de estar donde hay una injusticia”.
Nora sabe que las injusticias son muchas, siguen siendo muchas: “Hay gente que necesita que los apoyemos, porque se criminaliza y se judicializa la lucha por el trabajo y la defensa del salario. En todos estos años no se cambió eso. Terminó la represión de la dictadura cívico-militar-religiosa, pero el lastre es una lucha contra los trabajadores que reclaman sus derechos, contra los ambientalistas que combaten la megaminería, y contra las poblaciones indígenas que reclaman que les devuelvan sus tierras. Como a Félix Díaz, a quien le mataron seis parientes en estos últimos cuatro años”.
“Siento que en esta lucha tengo que ser independiente de cualquier partidismo político”, continúa Nora. Y confiesa que se siente un poco defraudada por buena parte de los políticos: “Hay mucha miseria en la política, muchas claudicaciones. Los políticos parecen langostas saltando de un lado a otro. Me mortifica que gente que yo he querido de repente aparezca haciendo alianzas con gente que no quise nunca. Pero trato de estabilizarme en mis sentimientos y en mis opciones políticas. Hasta que no viene el momento de poner el voto no me hago más mala sangre con las desilusiones”.
Nora tampoco quiere pensar en grietas ni en divisiones coyunturales que nada tienen que ver con su visión de las cosas. “Veo cómo opinan otras personas de los organismos, de Madres, allá ellas, cada una sabe su historia y sabe cómo siente”, cuenta Nora. Y sigue: “Yo a veces, cuando pienso que puedo estar equivocada, recapacito y vuelvo para atrás, y voy manejándome como puedo. Pero ya te digo: primero mis principios, luego mis sentimientos y después una visión que trato de tenerla lo más clara posible con gente a mi alrededor que aunque no piense igual que yo, tiene también su postura, que se la tengo que respetar. Me he propuesto que yo no voy a perder amigos, ni familiares, ni ideales por culpa de la política”.
La política, esa trampa en la que a veces caemos pensando en definiciones externas, en combos completos (a los que por unos pesos más se le puede agregar al menú un montón de sapos), que hacen difícil pensar en los temas que importan. En ese sentido, Nora lo tiene claro: “Apoyo al Gobierno en la política con los países hermanos. Estamos embarcados en una historia, en la región, que a veces tenemos miedo de que se desvíe. En eso veo un avance”. Pero aclara: “Después soy crítica de lo que no me gusta”.
En el rubro “críticas”, Nora tiene un menú bastante amplio: “No quiero que sigamos pagando la deuda externa que no debemos, porque ya pagamos con creces. Se hizo durante el terrorismo de Estado”. Hace 16 años, Nora integra un grupo junto a Adolfo Pérez Esquivel, entre otros, que pide que se formen auditorías para investigar la deuda, y que no se pague lo que es ilegítimo.
La lista sigue: “Estoy en contra de la Ley Antiterrorista, de (Sergio) Berni, de (César) Milani y del Proyecto X. Milani no se tiene que ir: lo tienen que sacar. Se tiene que sentar en el banquillo de los acusados, tiene que rendir cuentas a la justicia. Y si el Gobierno no lo hace, algún día va a tener que explicar por qué no lo hace o por qué no lo hizo. De bajar el cuadro de Videla a poner a Milani hay un retroceso, que va más allá de un error de cálculo”.
Nora también es muy crítica sobre el estado de los trenes, y pide justicia por la masacre de Once. “Viajo siempre en el Sarmiento, en la buena y en la mala, así que lo que pasó, pasó en mi tren. Me afectó mucho la falta de justicia, la falta de claridad y la falta de reconocimiento de que, si la culpa es de otros, pasaron diez años de este Gobierno antes de que ocurrieran esos accidentes. Por eso siempre acompaño a las víctimas: porque quiero que haya justicia y que los que se enriquecieron con la plata que estaba dedicada a evitar este accidente deben ir a la cárcel, además de devolver lo que se robaron”.
La jornada de lucha de Nora tiene un límite: las diez y media de la noche. A esa hora sale la última formación del Sarmiento hacia Castelar, que vendría a ser la versión combativa de la princesa a la que la carroza se le convierte en calabaza. Esta charla iba a suceder en el tren, pero Nora no quiso. Se negó categóricamente, una y otra vez. Nora tiene miedo que lo que hace se torne frívolo, en una época en que todo parece volverse frívolo. Nora quiere mantenerse al margen de un lenguaje que no conoce y que, además, aborrece.
Esto no significa que sea solemne ni dogmática. El domingo, como no había trenes, se vino desde Castelar hasta la Iglesia Santa Cruz en colectivo. “El colectivo iba hasta el techo, pero me dieron un asiento, a veces pasa”, dice con una sonrisa pícara. A su lado había una mujer con su hija de tres años. La nena la miró y le preguntó: “¿Por qué tenés eso acá?”, y le señaló los ojos y los labios. Y Nora le respondió: “Eso es pintura y la tengo porque soy medio coquetona. Tal vez cuando vos seas grande también vas a ser coqueta y te vas a pintar”. Entonces la nena le dijo a la madre: “Mamá, cuando sea grande yo me voy a pintar”. Y la madre le contestó: “No, vos no te vas a pintar, no te voy a dejar”. Y la nena le insistía.
“Soy coquetona, pero medida”, reconoce Nora. Y enseguida trata de justificar el asunto: “En la dictadura, cuando salimos a la calle, cada vez que me salían las lágrimas, lloraba, sin fijarme en la coquetería. No me cuido de que se me corra la pintura para expresar mi dolor. Pero es parte también de la vida. Yo tengo una amiga que me decía: ‘Arreglate’. Y yo le decía: ‘Pero no tengo ganas de pintarme’, y ella insistía: ‘No, arreglate. Porque estos genocidas, como te ven mal, encima te tratan peor’”.
Hasta que por fin, Nora se relaja y admite que la coquetería no es sólo una cuestión de cálculo frente a la reacción del enemigo. “¿Por qué una no va a querer verse bien?”, se pregunta. Y tanto la sonrisa con sus labios pintados de rojo intenso, como el brillo pícaro de sus ojos delineados de azul, se vuelven absoluta, irremediable, inevitablemente políticos.
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