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Música sin recetas
Sofía Viola. Acaba de editar Júbilo, un disco que refleja lo que aprendió en sus viajes del conurbano a la Capital. Folj, cumbia y ritmos andinos que nutren la cabeza.
“Se ha alejado todo lo turbio que me supo perturbar, me tropiezan escalones cuando ando sin mirar, voy atenta en este ascenso y no me asusta resbalar”, canta Sofía Viola en Sin marearme, una de las canciones de su último disco. El álbum se llama Júbilo. Ella tiene 24 años y este es el tercero en su discografía. Como los dos anteriores, fue grabado y editado de manera artesanal. La diferencia está en que esta vez contó con la colaboración del músico Ezequiel Borra en los arreglos y la producción. Juntos grabaron 96 canciones, de las cuales sólo 11 llegaron a incluirse en la lista final del cd. Folk, cumbia, ritmos andinos, canción rioplatense y aires de vallenato componen un repertorio donde conviven un desfachatado sentido del humor y una lúcida observación de la realidad.
Sofía tiene la habilidad para transformar las situaciones más cotidianas en historias que pueden ser cantadas. El tema Pancho en Constitución, en el que a la manera de una cronista relata un viaje en tren desde el sur del conurbano hasta la Capital, es una prueba de ello. “Me gusta mirar. En la ciudad, como es cotidiano el paisaje, uno por ahí no observa tanto, pero de repente fijás la vista en algún lugar y te encontrás con cosas que no habías visto antes. Siempre fui muy vagabunda, con mi guitarra y la mochila al hombro. Nunca permanecí mucho en la casa de mi mamá, en Remedios de Escalada. Me siento con una identidad del conurbano, por más que a partir de los 14 años comencé a venir para Capital. A veces llegaba al colegio con la guitarra, una lapicera y una hoja y la hoja terminaba siendo para escribir una canción. En el colegio no hacía un carajo. Toda la vida supe que me iba a dedicar a la música. Mi papá me trazó ese camino. De chiquita me dijo: ´Vas a estudiar trompeta y vas a tocar en la banda de la policía´ (se rie) porque era lo que él hacía. Lo decía como una forma de asegurarme algo, pero siempre me costó la academia. Cuando mi viejo vio que me gustaba cantar, dijo que tenía que estudiar piano o guitarra, algo para acompañarme y poder componer canciones. Y le hice caso y acá estoy haciendo canciones. Estuve bien guiada”.
¿El sentido del humor también te viene de familia?
Te diría que el humor aparece inconscientemente. No es que quiera ser graciosa, sino que digo cosas y la gente se ríe. No es mi intención hacer reír. Sí lo es dar alegría. Júbilo representa eso para mí: una alegría que se manifiesta, que se saca para afuera y se comparte. A veces se me da vuelta la energía, por ahí estoy pinchada y termino haciendo uno de los shows más lindos. Me voy muy llena después de los conciertos. Cada show es un antes y un después. Me acuerdo de uno en Valparaíso (Chile), lleno de gente, donde me pedían Me han robado el mar, una canción que compuse con mi primo en Bolivia y que habla justamente de cómo les quitaron la salida al mar. Durante el mismo viaje, y también junto a mi primo, compusimos otro tema que se llama Minerito. Cuando fuimos a Potosí no podíamos creer que sea un paquete turístico ir a ver a los tipos que trabajan en la mina. Le pagás a alguien para que te lleve a ver gente que no come y vive como zombie. Un tour muy turbio.
¿Te interesás también por temáticas sociales al momento de componer?
Temas así salen de la observación. Pasa que si uno se pone a retratar todas estas cosas se puede poner muy denso también. Me duele mucho ver cómo se vive en la ciudad. Agradezco a quien sea tener este trabajo y no tener que levantarme a las 4 de la mañana para ir a laburar. Ver a la gente apretada en el tren todos los días de su vida me alarma. Es muy fuerte la realidad. Todo aumenta y la plata no alcanza. La gente tiene hijos y les tiene que dar de comer, hay que llevar a los hijos a la escuela y ahí no están contenidos. Hay mucha agresión. Lo mismo pasa en los hogares: si estás laburando todo el día a tu hijo no lo ves nunca. Lo único que hacés es cagarlo a pedos porque se mandó cagadas, pero porque vos no estuviste ahí para contenerlo en el momento. Es duro. ¿Cómo es que no nos rebelamos? Muchas injusticias se viven y por ahí un grupo se manifiesta, pero no nos terminamos de unificar. Sentir que si lastiman a uno nos lastiman a todos. No ver al otro como diferente. Es tremendo. Gente grande, chica, niños deambulando por trenes y subtes. No es culpa del marginado, porque no tuvo otras opciones. Es como la sociedad de castas en la India: si naciste mendigo, tus hijos y tus nietos van a ser mendigos. Es terrible, pero funciona así. ¿Cómo puede ser que haya tanta gente sin casa y otros que tengan casas que ni usan? Hoy en día, si puedo ayudar a alguien lo ayudo, pero desde un lugar mínimo. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Creo que lo que falta es capacitación. A mí también. Me gustaría saber un poco de electricidad, plomería, carpintería: cosas que te sirven para la vida. Por más que la educación sea gratuita, si te siguen dando los mismos contenidos de siempre y no te enseñan a hacerte la comida o una huerta… En el colegio te enseñan a germinar un poroto, pero no te sirve eso. No te enseñan a arar la tierra, que la basura se puede separar en orgánica e inorgánica. Me duele mucho que salgas del colegio y que seas un inútil que no sepa cocinar un arroz. Yo misma me considero bastante ignorante. Lo que aprendí fue porque caminé y porque mis papás me dejaron ser libre también. Si vos no te nutrís bien, si no comes bien, tampoco podés pensar bien”.
Sangre de cumbia
Si de música hablamos, su nutrición comenzó de muy chica a partir de la discoteca de su mamá, donde abundaban los discos de jazz y de salsa. “Me gustaban mucho Ruben Blades y Héctor Lavoe. Esa música me acompañó toda la vida y es también la que elijo escuchar hoy. A los 14 años me hice amiga de mi preceptora del colegio y nos íbamos juntas a las milongas que organizaba mi tío (Omar Viola, fundador del mítico Parakultural). En cambio nunca me gustó la noche de boliche. Siempre me pareció una careteada donde todos van sólo para aparearse. No hay un ritual del baile, como sí está presente en el tango y en el folklore.”
Después de haber presentado Júbilo con una serie de conciertos en el Club Atlético Fernández Fierro, Sofía está a punto de emprender un viaje de tres meses que la llevará a recorrer Colombia. Según ella, con la intención de encontrarse con la cumbia allí donde crece su raíz: “Desde muy chica yo escuché cumbia colombiana, por eso ahora me voy para allá. Me hierve la sangre con sólo escuchar una tambora”.
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