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Entrevista a Raquel Gutierrez Aguilar

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Bolivia ante Evo Morales. México, con la campaña zapatista. La Argentina de Kirchner. ¿Dónde se paran los movimientos sociales frente al progresismo que restaura el poder? ¿Esos gobiernos son un triunfo, o una derrota de los movimientos? Raquel Gutiérrez Aguilar, mexicana con vasta experiencia en Bolivia, visitó Buenos Aires para conversar de esos temas con movimientos locales, y también con lavaca . Una profunda mirada para ver al continente en su propio espejo.
Raquel Gutiérrez Aguilar es una mujer pequeña e intensa. Formada académicamente en las matemáticas y la sociología, su curriculum, sin embargo, se erige sobre las arenas movedizas de la práctica política latinoamericana. Comenzó en su México natal con los salvadoreños del FMLN en el exilio y a las 20 años continuó en Bolivia, donde fue detenida en abril del 92 bajo los cargos de alzamiento armado y otra chorrada de delitos, por integrar el Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK). En la redada, cayó junto a sus compañeros, entre los cuales estaban Felipe Quispe, líder actual del Movimiento Indígena Pachacutik-MIP, y Alvaro García Linera, flamante vicepresidente electo de Bolivia.
Raquel recién salió de la cárcel el 25 de abril de 1997, gracias a una huelga de hambre que forzó su situación judicial y a un sinfín de reclamos internacionales que presionaron por su liberación. En el 2001 regresó a México, donde vive actualmente y trabaja junto a un grupo de mujeres ex presas políticas. Es lógico entonces que su tarea actual sea la de hilvanar procesos tan diferentes entre sí como los protagonizados por los movimientos sociales mexicanos y bolivianos.
Con esta historia sobre sus espaldas prácticamente desconocida en la Argentina, Raquel llegó a Buenos Aires para compartir una ronda de charla y mate en la recuperada imprenta Chilavert, con integrantes de diferentes experiencias sociales locales. Gente del MTD de Solano, del MTD Maximiliano Kosteki de Guernica, de la Escuela Creciendo Juntos de Moreno, del Grupo de Arte Callejero, de la UTN de Avellaneda y varios sueltos de aquí y de allá la rodearon para compartir durante casi tres horas un intercambio sobre la situación de tres países distintos que comparten un mismo desafío: qué hacer de aquí en más. Los anfitriones del encuentro fueron los integrantes del Colectivo Situaciones, responsables de tejer estos lazos y sembrar estos interrogantes.
 
“Ganamos pero perdimos”
Raquel recién aterrizaba -literalmente- de unas jornadas realizadas en la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, con movimientos indígenas e intelectuales de la Argentina, Chile, Ecuador, Guatemala, México y Bolivia. Así que con una libreta de apuntes en la mano, comenzó su crónica sobre lo que allí había procesado. Comenzó citando la frase que más le impactó, pronunciada por el dirigente de la confederación de Nacionales Indígenas de Ecuador (CONAIE), Miguel Guatemal:
“Lo que nos ha venido pasando es que triunfamos, pero perdimos; o perdimos, pero ganamos”.
El desconcierto que genera ese ganar y perder, todo junto y al mismo tiempo, fue uno de los hilos conductores de la mirada de Raquel sobre el candente proceso latinoamericano. “Hemos ido avanzando, los movimientos sociales han logrado objetivos, logros concretos, pero dentro de esos triunfos se esconden derrotas”.
Lo dicho para explicar la emergencia social en Ecuador resuena igual en Bolivia, tras los cimbronazos que comprometieron su institucionalidad, resquebrajándola hasta abrir una grieta suficiente como para dejar colar por ella al primer presidente indígena, Evo Morales.
Luego de resumir, con variados detalles, el proceso que llevó a este desenlace, Raquel explicó en qué consiste el llamado a la Asamblea Constituyente que tiene ese gusto a derrota tan agria para los movimientos sociales que la concibieron, forjaron y lucharon por ella. Explica Raquel: la ley de convocatoria a la Asamblea Constituyente recompone el sistema institucional. Al autorizar solo a los partidos políticos y agrupaciones ciudadanas a participar en él, se han quedado fuera nada menos que las organizaciones sociales que le dieron sudor y sangre a este proyecto, soñado con una instancia de reformulación del pacto social, capaz de parir a una nueva Bolivia más justa e integrada. En esas mismas jornadas de La Paz, Raquel escuchó un alarido aymará (la comunidad que dio origen a todo un torbellino de revueltas) que sintetiza el momento actual:
“Nosotros que dimos el inicio a todo esto, nos vamos a quedar afuera, ladrando como perros a los muros”.
Así las cosas, el debate mismo que se está cocinando a llama intensa en esta misma semana en toda Bolivia es si entrar o no en ese juego.
Entrar significa para muchas organizaciones sociales pactar con alguna de las insignias electorales autorizadas para participar de la Constituyente.
Quedarse afuera representa realizar el esfuerzo de organizar otra Constituyente y hacer visible la división dibujada desde el poder.
No hay mucho tiempo para tomar la decisión donde se juega el futuro de la tensión boliviana de los próximos tiempos: en abril es necesario oficializar las listas. Así de tirano es el cronograma electoral, por cierto una creación de un antiguo camarada de Raquel: el ahora vicepresidente Alvaro García Linera.
La estrategia del gobierno de Evo está salpicada de recursos que aquí suenan conocidos: darle aire económico y, con ello visibilidad, a organizaciones sociales menores, para empequeñecer a las más autónomas. Raquel lo caracteriza como “un intento sistemático de Evo de apaciguar la disidencia autónoma para hacer del MAS un instrumento político consolidado”, lo cual significa -entre otras cosas- que Evo no llegó al poder como el líder un partido reconocido por todos los movimientos como un espacio propio, sino como el emergente de un movimiento social que confluyó en el MAS con desconfianzas.
También, y sobre todo, los movimientos tienen la percepción de que los márgenes se dificultan porque la suerte del gobierno de Evo es la de todos. “Si a Evo le va mal, quedamos mal nosotros”. La pregunta que brota entonces es desde dónde enfrentarlo.
 
Luego de un intercambio sobre la situación argentina y un breve recreo para darle respiro a la invitada, Raquel dio vuelta la página y avanzó sobre la actualidad del zapatismo. El tema, por supuesto, fue La Otra Campaña, esa caravana nacional con la que el zapatismo sale a conversar con aquellos sectores sociales que estén dispuestos a hacerlo, con las condiciones que ellos fijaron en la Sexta Declaración. Se trata, simplificando, de hablar sobre qué hacer, siempre que lo que se converse sea sobre hacer otra cosa.
Lo primero que cuenta Raquel es el punto de partida de esta campaña: la necesidad de salir de las comunidades, del territorio. Esta necesidad se origina en algo bien concreto: las comunidades zapatistas habían decidido cortar cualquier tipo de ayuda proveniente del Estado mexicano y esto significó un sinfín de consecuencias prácticas y graves. Entre ellas, sobrevivir con una economía de mera subsistencia. A partir de estas limitaciones y del nacimiento de luchas de resistencia en otros territorios mexicanos, el zapatismo sale a la búsqueda de apoyo y aliento para una batalla que sabe larga, pero cada vez menos solitaria. “La Otra Campaña tiene como principal mérito visibilizar el antagonismo”, resume Raquel. En un año electoral, con un Fox derritiéndose como un helado al fuego de su propia torpeza política, el horizonte anuncia la llegada de un López Obrador que con un discurso de izquierda, se acerca al poder por su capacidad para sumar por derecha.
Raquel rescata esa joya que a la resistencia latinoamericana le ha regalado el zapatismo: su noción del tiempo. La Otra Campaña es más de eso mismo: “vamos a montarnos de un tiempo propio para armar la cartografía de los dos México”.
Por último, Raquel se atreve a un trazar un posible vínculo entre las diversas experiencias que ha relatado. Recurre entonces a una frase que ha escuchado en la Bolivia revuelta:
“Resistimos porque queremos seguir siendo lo que somos, pero luchamos porque no queremos quedarnos donde nos colocan”.
 
El segundo de los tres días que Raquel dedica a Buenos Aires, la charla con lavaca ya es frente a un grabador y en un viejo café porteño.
 
Inaugurando modos de vivir
-Desde aquí, las noticias que recibimos de Bolivia son difíciles de analizar si uno recurre a la memoria larga. Es decir, a ese recuerdo de la Bolivia insurreccional de los mineros, a esta indígena. ¿Cuáles serían las grandes diferencias de estos dos momentos históricos?
-Siento que hay un proceso que es comparable con las cosas que conozco de la Argentina. El minero con cartucho de dinamita en la mano, como ejército disciplinado del capital, que podía pasar perfectamente de ser un ejército de extracción de riquezas del subsuelo a ser un ejército de combate porque las pautas de comportamiento y relacionamiento eran similares, se acabó. Porque se acabó ese mundo, ese tipo de trabajo estable, prolongado, con contrato para toda la vida. Especialmente el de las minas, con sus características particulares, porque se trataban de campamentos, es decir, de poblaciones pequeñas donde solo los trabajadores vivían y, por lo tanto, eran fácilmente convertibles en cuarteles generales a partir de los cuales se planificaban las acciones colectivas. Eso se acabó como se acabó aquí. Quedan algunos resabios, no sé si aquí, pero sí en México, donde persisten bajo otras pautas y formas de control. Entonces, ¿qué hace esa gente? Esos mineros, que son relocalizados a partir del 85, se asientan y se organizan en otros lugares, entreverándose con otros. Básicamente esos mineros van, los más al Alto, otros pocos al Chapare, a sembrar coca y otros pocos van hacia occidente. ¿Y qué ponen en práctica, qué despliegan en esos lugares? Su experiencia. Una experiencia sensible, que no es solo intelectual, sino una forma de vida. Y a partir de ella vuelven a armar sus roles sociales básicos. En todos los lugares a los que llegan, son pobladores que están inaugurando modos de vivir. Se me hace, aún considerando que Bolivia y Argentina son realidades bien distintas, que no es diferente el proceso que el que se llevó a cabo en esos territorios donde afloraron los movimientos piqueteros. Se trata de gente que ha tenido que inventar su forma de vida de nuevo, tal como retrata Raúl Zibechi en su libro (“Dispersar el poder- Los movimientos como poderes antiestatales”, Editorial Tinta Limón, del cual Raquel escribió el prólogo). Y que a partir de eso se ha inventado también una nueva forma de luchar, que luego tiene mucho que ver con esa forma disciplinada con la que se enfrentaba al capital cuando era un obrero estable, cuando se decía que la forma de enfrentarlo era tomar el lugar de producción, para luego llegar a la huelga general que nos llevaría a la toma del poder y todo ese rosario de cosas que se hilvanaban a partir de esa identidad. Bueno: eso empezó a no ser así porque la gente tenía que vivir de otra manera, tenía que armar su vida, su cotidianeidad y crear otras formas de lazos con su comunidad. Así aparecen en Bolivia otras formas de lucha y de algo que yo también encuentro símil con la Argentina, aunque quizá más urbano: a partir de un gran despojo. Un despojo a partir del cual se genera un sentido común que dicta: eso ya no. ¡Eso ya no! Es un basta que está hecho del mismo material que el “basta” zapatista. Es decir, el romper elegido. En Bolivia es muy claro. Es claro en el No a la privatización del agua, por ejemplo. Basta y punto. Y ese tejido social que lo grita se politiza de una manera diferente, en el sentido que irrumpe en el ámbito de lo público para disputar la prerrogativa de decidir, que estaba monopolizada por el gobierno neoliberal. Por supuesto que estoy tratando de trazar líneas muy generales, que van a tener el defecto de obviar la particularidad, pero me veo tratando de trazar puentes, de traducir cosas, para que se puedan entender estas experiencias.
-¿Cómo se da este proceso en el interior de las comunidades indígenas que fueron tan protagonistas de las revueltas?
-En el Antiplano se da el mismo proceso. Se trata de comunidades muy desangradas por las políticas del neoliberalismo. Por ese rollo de la libre importación que le partió el queso al mercado interno. Lo cual significó para esas comunidades quedarse sin la posibilidad de intercambiar lo poco que tenían para obtener un poco de moneda, quedándose reducidas a una economía absolutamente doméstica, pequeña, pero -a la vez- absolutamente eficiente si se tiene en cuenta que deben producir a 4.000 metros de altura. El inicio de la lucha indígena es también, el inicio de la lucha contra la Ley de Agua, y allí se funden diferentes luchas que aparecen como grandes bloqueos que terminan por botar gobiernos. Aquí es donde veo el hilo de continuidad, en la base material para la lucha. Y por eso insisto en esa formulación que citaba ayer: la gente resiste para seguir siendo lo que es y lucha para moverse del lugar en donde la han dejado colocada. Resistencia y lucha son dos caras de esa misma moneda. Dos momentos de la misma vida. Y si lo analizamos en la medida de esos grandes tiempos que tu mencionabas, se trata de esos mismo mineros y de sus hijos que tuvieron esa experiencia de lucha los que emergen en el momento de la confrontación como herramientas disponibles para la resistencia. Y no se trata tan solo de estrategias, sino de experiencia de vida en general. Esa voluntad de convertir la lucha en algo colectivo, esa voluntad de enlazamiento. Eso, el proletariado minero ya lo tenía.
 
Las radios y las minas
-Mencionabas ayer, al pasar, el rol que han tenido las radios comunitarias en este proceso de enlazamiento ¿cómo lo describirías?
-Eso también es algo que viene de la memoria de lucha minera. Por las vías de las radios se enlaza y crece la posibilidad de articulación del movimiento social. Las radios arman coreografías grandes, las hacen audibles. Pero hay ahí algo importante, que es la voluntad nacional que tiene estas luchas. No estatal, sino nacional. Ese sentido que le da el saber algo: “Tengo que apelar a otros como yo, que sé que existen y por aquí, por el micrófono que le da mi voz al éter, me puedo enlazar. Lo sé, porque así eran en las minas”. Y así era, porque si bien todos los mineros pertenecían a la misma empresa, se encontraban dispersos de norte a sur, atravesando todo Bolivia. Entonces tenías un marco geográfico que ocupaba más de 1.000 kilómetros bordado de norte a sur por la cadena de emisoras mineras. Lo cual le permitía al movimiento minero moverse de forma totalmente coordinada. Y ahora mismo, las radios -desde las más exitosas hasta las más chiquitas- están enlazadas y han sido un poco el vehículo del alzamiento, apoyándose en esa voluntad de avanzar en forma unificada.
-¿De dónde nace ese espíritu de unidad?
-Una posible explicación es que Bolivia es un estado central. No está organizado ni como México ni como Argentina. Eso hace que no existan muchas mediaciones, porque tu tienes -por ejemplo- una lucha local cuyo primer interlocutor es el gobierno central. En cambio, en una organización con escalones municipales, provinciales y federales, hay más instancias donde diluir con el juego administrativo. En Bolivia, en cambio, con su organización tan centralizada, cualquier conflicto, por pequeño que sea, es una confrontación directa con el Estado central. El prefecto -que hasta esta última elección no se elegía por voto- era un persona nombrada por el Estado central. Calco de la estructura colonial. Es esa estructura estatal la que de alguna manera obliga a que la lucha se configure nacional.
 
Mi hija no es tu sirvienta
-Desde aquí, para muchos, la figura de Evo Morales representa un líder de los movimientos sociales y, por lo que contabas ayer, no es así percibido por los propios movimientos que están atravesando un momento de profundo desconcierto ante su llamado a la Asamblea Constituyente ¿Cómo sintetizarías ese escenario actual, teniendo en cuenta el panorama general latinoamericano donde se repite este modelo de reconstrucción del poder a partir de la apropiación de la agenda de los movimientos sociales?
-El escenario de la Asamblea Constituyente significa para mi, sin ninguna duda, el diseño institucional, organizativo y político para la contención del avance de los movimientos sociales. Es una búsqueda desesperada de la cicatrización de las grietas que abrió la insurrección social. Siguiendo con la serie de metáforas que estábamos usando para trazar puentes, pensemos que entre el 98 y el 2005 hubo una serie de quiebres en todo el continente, con diferentes intensidades y formas, pero que fueron construyendo este gran desgarrón, que avanza en su profundidad, diferente en cada lugar, pero que muestra una fractura de lo que hizo el neoliberalismo: construir en cada país dos países, cuando menos. El de los despojados y el de los despojadores. En Bolivia, siento yo, la fractura es más profunda porque es la más larga en el tiempo y por las características nacionales, que como explicaba antes, ha tenido. Cuando comenzó, en el 2000 y 2001, la fractura era profunda. Estaba representada por aquel grito que representaba Felipe Quispe diciendo: “yo me levanto porque no quiero que mi hija sea tu sirvienta”. Eso se va atenuando, pero se va expandiendo. Tanto territorialmente como socialmente. Quizá tenga ese momento alguna sintonía con esa consigna del “piquete y la cacerola”. Ese momento donde otros segmentos sociales se suman al decir: ya no. Obviamente son los aliados que se van a ir más pronto, pero que son importantes para revelar la energía de ese corte profundo. Finalmente, para el 2005 ya estábamos frente a una convulsión generalizada de toda la nación. Y así como los países se fueron volviendo una llaga abierta a partir del 2001 o 2002, también comenzó a gestarse una voluntad de restañar eso. Y esa voluntad estabilizadora es contraria a la voluntad de los movimientos que produjeron el quiebre, pero que al mismo tiempo cayeron en un hueco del cual no supieron aún cómo salir. Gritaron “que se vayan todos” aquí, y en otros lados gritamos otras cosas bastante similares y luego dijimos: ¿ahora qué hacemos? Y salieron líneas. Líneas que quizá están mucho más reflexionadas aquí en la Argentina. En ese sentido, lo que yo veo -si nos pensáramos como una especie de cuerpo- es que a la Argentina le ha tocado ser una especie de laboratorio de reflexión de estas nuevas líneas. Aquí están las cuestiones teóricas más interesantes acerca de la horizontalidad, aquí está la crítica más clara que yo he leído acerca de las formas de representación, aquí está todo lo relacionado a la reivindicación de lo asambleario. En otras lados nos fuimos moviendo de manera más intuitiva. Pero lo cierto es que al fin, unos y otros nos quedamos. Si bien es cierto que ustedes analizaron las líneas para que quede escrito por dónde había que ir, nadie pudo contestar qué hacemos después de pararles el coche. No pudimos contestarlo. Cada quien hizo lo que pudo, pero la pregunta aún no se resolvió. Siento que es un buen momento para volver a preguntarnos qué hacemos, porque los otros sí tuvieron un plan. Y el plan que tuvieron fue restañar el desgarrón, zurcir lo rasgado. Y lo empezaron a hacer. No me atrevo a analizar el caso de Lula, pero sí decir que ese proceso de restauración lo comenzó a hacer Kirchner, de manera muy anómala Lucio Gutiérrez en Ecuador y lo están haciendo de alguna forma Evo Morales y Alvaro García en Bolivia. Distinto, pero similar. Es cierto que no acabo de entender la figura de Kirchner, de dónde salió, por qué está haciendo lo que hace ahora, ni si hay un hilo de continuidad con lo que ha hecho antes. Me gustaría leer una biografía de él. Pero en el caso de Bolivia, es claro pensar que de un desgarrón tan brutal tuvo que salir un representante más radical y más popular.
-¿Eso representa Evo?
-Hasta hace cinco meses, Evo Morales tenía muy en claro que no podía mandarse solo, aunque se notaba que eso quería, porque él solo no era nada y porque la estructura del MAS no era nada. Era simpático a los movimientos sociales, principalmente en Cochabamba, pero no tenía más fuerza que esa: la simpatía de algunos movimientos sociales. Ahorita ha variado eso. Ahora es el presidente del país y tiene toda la estructura del Estado para construir otra cosa.
 
El capítulo estelar de la telenovela
-¿Esa es la tensión actual?
-Esa es la tensión que nos hace pelear con la lecturas cerradas. Con esos artefactos teóricos que nos hacen decir: bueno, aquí hay un cierre, en la elección de Kichner hay un cierre. Y ni madre: en realidad la elección de Kichner es un momento del tango y es el momento en el que a la chava la brincan hasta acá (hace el gesto de acostar sobre la pierna a una silueta) Pero no terminó el baile. Seguimos bailando. Esa es un poco mi pelea en Bolivia. Me niego a que no admitamos que estamos atravesando un momento gozoso. Ahorita nadie nos va a matar. Ahorita nadie nos va a meter presos. Mañana tal vez sí. Pero ahorita, marzo de 2006, no van a venir porque están ahí los que están, porque quisimos y porque pudimos. Y seguramente van a hacer alguna monada, pero ahorita vamos ganando. Estamos logrando revolucionar lo existente en un proceso que no tiene una nota final.
-Esa nota final que representaba el modelo de la toma del poder…
-De hecho tendremos que ir desembarazándonos de esos relatos bíblicos, para poder ir pensando en una historia abierta, una historia sin final, sin dirección y sin necesariedad. Es decir, tenemos que desembarazarnos de los paradigmas básicos de la modernidad. ¿Qué cuáles son? Entre otros, el de la historia lineal, progresiva y ascendente. Tendremos que aprender a trabajar sin eso, a hilar fino, aprender la incertidumbre. Y no preguntarnos: esto es un avance o un retroceso. Sino a entender que no cabe esa pregunta.
-El problema es que plantearse no tomar el poder significó no volver a plantearse el tema del poder…
-Es que ese era un primer problema. Una premisa. Es decir: escribir en el primer renglón “no podemos plantearnos estrategias como en los 70 de toma de poder para cambiar este mundo”. Premisa uno. Lo pendiente es la premisa dos. Y sigue pendiente. Sigue pendiente el problema teórico de cómo se aborda el problema del poder. Entonces, tenemos por descarte que por ahí no es el camino, pero eso no sustrae el problema del poder. El poder como relación social, como sistema de creencias y como sistema institucional y normativo. El poder es un problema. Y creo que hacia ahí vamos. Si tomamos esta historia actual de América Latina como una telenovela, nos queda por ver el capítulo estelar donde comenzamos a abordar ese problema.
 
La cáscara institucional
-¿La forma de organización asamblearia puede haber detenido ese debate, al transformarse en una herramienta para accionar sin necesidad de resolver el problema del poder? Es decir, se pudo seguir haciendo, aunque no se resolviera el problema del poder a otra escala.
-Es que dentro del problema del poder, en esa teoría que aún nos falta escribir, debemos incluir un acápite que se titule “el problema del Estado”. Sobre el que ahorita lo único que es hemos dicho es: qué feo, qué feo. Y hemos trabajado en las cosas más prácticas, más del hacer. Pero hay otros problemas, como el del Estado, como el de la articulación de lo local, lo nacional y lo global, como el de otra forma de intercambio. Eso que sucedió aquí con un grupo de gente que en un determinado momento utilizó una moneda propia de intercambio…eso es un chingonería (se refiere a la experiencia del trueque) Ese es un emblema de una capacidad colectiva de intentar ir resolviendo un problema de un modo propio. Ahí se quedó, pero también ahí está como experiencia. Lo que yo veo es que frente al desgarrón del que hablabámos, ¿qué hicimos los activistas? Pues nos pusimos a analizar el desgarrón y a tratar de contribuir de todas las maneras posibles a que el desgarrón fuera lo más profundo que pudiéramos. Y creo que eso estuvo bien. Pero no alcanza. Porque el capital, las clases dominantes o lo que fuera que representa hoy al poder, también lo vieron y también empezaron a pensar como restañarlo. Y vieron que ya no podían restaurarlo de la misma manera. Entonces, trataron -creo yo- de jugar el juego de admitir una parte, para estabilizarse. Y esto pasó a través de elecciones democráticas donde ganaron los candidatos que sí esta vez pudieron ganar, pero que una vez que se metieron adentro de la cáscara institucional tratan de componerlas a cómo de lugar.
-Parecería que el viejo truco de las elecciones sigue siendo una gran instancia de restauración del poder, sobre el cual los movimientos sociales no saben qué respuesta dar.
-Es que el momento electoral – y cito ahora a Luis Tapia- es el momento de mayor irradiación de lo estatal sobre la sociedad. Ahora bien: si estamos frente a un momento de pelea de la sociedad trabajadora frente al Estado y el capital, digamos que estamos en guerra, como nos dicen los zapatistas. Y que nos conviene guiarnos por Tsu Zu. Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando el enemigo retrocede, avanzamos. Cuando el enemigo se pasma, lo ofendemos; cuando el enemigo ofende, nos protegemos. En fin: esto es una danza. Cuando hablaba con Oscar Olivera (referente de los movimientos sociales bolivianos) en plena época de campaña, le decía: vete de vacaciones, a la playa, corretea, baila, lee las novelas que nunca leíste. Es el momento de la fiesta de ellos. No nos invitaron y no queremos ir. Vámonos de vacaciones a reponer fuerzas.
-Es difícil imaginar a Oscar Olivera de vacaciones y eso es parte del problema…
-Pero es harto desgastante sufrir el proceso electoral. Porque estás harto de enojado y no importa lo que pase durante, hasta conocer el resultado.
 
Poker zapatista
-Otra opción es la que contabas que estaba intentado ahora el zapatismo con La Otra Campaña: crear otra instancia donde quede en evidencia quiénes no participan de esa fiesta electoral.
-Es una apuesta muy arriesgada. Y como decimos en México, los zapatistas están ahí apostando su resto, como en el póker. De hecho los zapatistas ya han ensayado las dos. En la anterior campaña no dijeron nada, se fueron de vacaciones. En esta están diciendo: hay una fiesta, nosotros hacemos otra. Y vamos a ver si podemos hacerla. Es otro modo de seguir profundizando el desagarrón. Pero hay que tener en cuenta que en México recién va a pasar lo que ya está pasando en la Argentina y lo que pareciera ser que está pasando en Bolivia. No solo porque en el horizonte asoma un López Obrador, sino porque si bien en México no se ha dado una lucha muy grande más allá del zapatismo, en estos últimos tiempos hay una lenta pero consistente rearticulación de otras resistencias.
-¿Y los partidos de izquierda qué rol están jugando en este proceso?
-¿Qué partidos de izquierda? ¡Si es que no existen! Ellos juegan sus juegos del mercado partidista, porque es todo un negocio participar de la contienda, que se cotiza en recursos concretos que les sirve para mantener los aparatos. En México, el zapatismo ha incluido a algunos partidos muy chicos, que tienen raíces en el trotzkismo, que en algún momento han participado de las elecciones, con los que han conversado durante las reuniones del Sexta y ahora les están prestando algunos recursos necesarios para poder concretar La Otra Campaña, la logística mínima para poder moverse fuera de sus comunidades. Creo, de todas formas, que hay cierta intención aún apenas esbozada del zapatismo de construir algún tipo de herramienta del tipo partidario, pero aún así la participación de estos partidos de izquierda es absolutamente marginal. En cuanto a Bolivia, ahora mismo se están escuchando bastante las voces estridentes de los partidos trotzkistas, pero se escuchan porque no están hablando los movimientos sociales. En cuanto comiencen los movimientos a decir algo, esas voces dejan de escucharse.
 
Cuando Kirchner habla de los genocidas
-Sin embargo, esas voces estridentes alcanzan para llenar el vacío que están dejando los movimientos sociales, por ejemplo, cuando se refieren a la continuidad del modelo. La pregunta es ¿alcanza la palabra continuidad para definir este proceso en el que gobiernos que no abandonan políticas neoliberales se apropian de discursos surgidos de los movimientos sociales?
-En Bolivia, el procesamiento del momento es muy rápido. Y eso descoloca muy rápido también. A mes y medio de asumir Evo fuimos a visitar a una comunidad, y ya nos decían allí: “ahora no es momento de bloquear, porque este es nuestro gobierno. Es que no puede irle mal al Evo, porque de última el Evo está representando al indio, entonces no podemos hacer que le vaya mal, pero no le podemos dejar hacer lo que quiera porque va a hacer cosas contra nosotros”. Aquí si bien es diferente, siento un poco lo mismo. No es fácil decirle: “Kirchner hijo de la chingada” cuando dice que los militares fueron unos genocidas. Te tienes que sentir reivindicado por eso, pero al mismo tiempo tú sabes que es cierto que el Kirchner lo está diciendo con su mejor cara de pingüino. Sabes que te va a mamar, que te va a dar gato por liebre. Con lo cual te deja en una situación bien difícil. Porque en la coreografía general que es un país es como si no supiésemos dónde pararnos. ¿Dónde me pongo? Es bien claro en Bolivia con el tema de la Constituyente, porque si entendemos lo electoral como el momento de mayor irradiación del Estado sobre la sociedad, la Constituyente fue concebida como el momento de mayor irradiación de lo social sobre el Estado. Y para no hacerlo, le pusieron unos diques. Ante eso ¿dónde me paro? Yo acabaría con una frase que me quedó dando vueltas y dando vueltas desde que la escuché hacer una semana en una asamblea, allá en El Alto. En un momento, se para un muchacho y dice: “Es que el problema del gobierno es el problema del MAS. Pero el problema del poder sigue estando aquí.” A mí esa formulación me parece totalmente valedera. Nuestro problema hoy es ponernos a debatir sobre el poder, como segundo punto de aquel escrito que comienza diciendo: “no queremos tomar este poder”.

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La Ronda en la mirada de Alejandra López

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Octava entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Alejandra López.

Toda la producción de La Ronda será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Por Alejandra López

Cuando Claudia Acuña me propuso que fotografiáramos la Ronda de las Madres con un grupo de colegas, acepté sin dudar con gran alegría por varias razones. Por una lado, la urgencia del registro ahora que se nos van poniendo viejitas, y por otro, la necesidad de emprender un proyecto colectivo.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

He ido muchas veces a la Ronda. Una de mis primeras veces, yo fotógrafa debutante, lloré durante toda la cobertura y una de las Madres (no sé quién fue) me retó con ternura: “Sin llorar”, me dijo, y repitió: “Sin llorar”. 

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Siempre hay algo de esa primera vez: la emoción, la admiración sin límites, y,  sobre todo, el asombro ante esa capacidad increíble de sostener el ritual de lucha durante 47 años.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Hice mis fotos el jueves 21 de marzo, en la Ronda número 2397.

Hoy más que nunca #memoriaverdadyjusticia.

Mi humilde homenaje a estas mujeres que, junto con Abuelas, son nuestro faro.

La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López

Sobre Alejandra López

Retratista.

Empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño.

Durante 14 años fue fotógrafa de staff de la revista Viva del diario Clarín, donde fotografió a innumerables personajes del espectáculo y ha publicado en revistas como Elle, La Nación Revista, Brando, Harper’s Bazaar, Le Figaro Magazine, Bacanal.

Actualmente se dedica a la fotografía para gráficas de teatro y cine, colabora con la revista L’Officiel y es reconocida además por sus retratos de escritor, algunos ya icónicos, para editoriales de libros como Penguin Random House y Planeta.

Ha realizado numerosas muestras: Retratos (2001), La máscara (en el Festival Internacional de Teatro), Retratos de la Memoria, (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt, Calendario FOE 2009 y en junio del 2011, la exposición Algunos escritores, en la Fotogalería del Teatro San Martín. En 2021, realizó Ese día, una serie de retratos de víctimas sobrevivientes del atentado a la Amia. En 2023, Belleza Marrón, en el Centro Cultural Borges, (ensayo en colaboración con la agrupación Identidad Marrón).

Para ver más: en Instagram @alejandralopezfotografa

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La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…

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Se cumplen hoy 47 años de la primera aparición de las Madres en la Plaza de Mayo. La fecha llega en un momento en el que lavaca ha puesto en marcha un registro fotográfico colaborativo sobre las actuales rondas de Madres: una forma de homenaje, sabiendo que la memoria no es hablar del pasado, sino comprenderlo para actuar en el presente y el futuro.

Esta es una recorrida entonces, con un resumen del antes, el durante y el después de la instauración del terrorismo de Estado. Cuenta el nacimiento de la organización de estas mujeres que salieron a reclamar por la vida y, frente al horror y la desaparición de sus hijos e hijas, y lograron lo que parecía inconcebible: transformar el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Un recorrido por las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, los territorios, las brujas y los alumbramientos. El video que muestra parte de la historia.

Por Sergio Ciancaglini

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…
La historia de las Madres de Plaza de Mayo.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.

La historia suele ser infinita, ¿cómo contarla?

Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.

Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.

En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.

Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.

Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.

Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.

El surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo

Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.

En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.

Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.

Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.

Fue una danza alucinada.

Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.

La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.

Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.

La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.

El terrorismo de Estado y la desaparición forzada

Pero ahora imaginemos.

Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.

Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:

Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.

No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.

Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.

No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.

Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.

Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.

Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.

Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.

Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos y desaparecidas, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.

Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:”Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.

Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares.

Nunca más se supo de él.

Es otro desaparecido.

Érase una vez 14 mujeres: La historia de las Madres de Plaza de Mayo

En esa noche, hubo un parto.

En medio de la oscuridad, un alumbramiento.

Nació una historia.

Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.

Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.

La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.

Una de esas mujeres dijo: Basta.

Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.

No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.

No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.

No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.

No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.

No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.

Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.

Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos y desaparecidas. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos y desaparecidas. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.

Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.

Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.

Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.

Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.

En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.

Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.

Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.

Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.

Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.

El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.

En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos e desaparecidas habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.

El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.

En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.

Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo, la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas, La marcha de las manos, La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales.

El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos.

Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.

Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.

Cómo convertir al dolor, en acción.

La parálisis y el miedo, en lucha.

La desesperación, en coraje.

Las lágrimas, en acciones.

Para acorralar a la muerte, como el primer día:

tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

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Nota

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

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La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

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