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Córdoba: Fuego en el paraíso
En Alpa Corral y La Unión de los Ríos incendios históricos avanzaron sobre la reserva de bosque nativo, al igual que en otros lugares de la provincia. Las lógicas, estrategias y responsabilidades que grafican qué enciende y quién apaga los fuegos, a escala local. Las particularidades y las sospechas. La organización y el rebrote. Lo que se pierde y lo que se revela cuando rige la ley de las llamas. Por Franco Ciancaglini.
Después del Amazonas (MU 139: Estamos en llamas), el Delta en Rosario (MU 150: Todos los fuegos), las reservas del gran Buenos Aires (MU 152: Donde hubo fuego) y por las últimas semanas Jujuy, Córdoba se prendió al calor de las mismas llamas globales y argentinas: una mezcla de especulación, cambio climático y desidia –si no complicidad– estatal.
Todo en medio de una pandemia, mientras se pregonaba el “quedate en casa”.
Según la organización Global Forest Watch, Argentina está en el séptimo lugar entre los países que mayores alertas por el fuego emitieron este año. La quema de 2 millones de hectáreas en Estados Unidos –primero en el ranking–, las alarmas crecientes en Europa y el desastre australiano son apenas otros de los símbolos de un problema global que se explica bajo la idea del “cambio climático”. Calores extremos y sequías nunca vistas son algunos de sus materiales más combustibles.
En Córdoba este 2020 fue el período con menos lluvias desde que comenzaron los registros provinciales en 1955. Y también es un récord absoluto la cantidad de hectáreas quemadas en el año: unas 300 mil según el relevamiento realizado por el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SMNF). Casi 15 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires.
Además de la responsabilidad humana –apenas 13 personas fueron imputadas y ocho detenidas como responsables de los incendios en toda la provincia–, la responsabilidad política en las quemas es vox populi y quedó manifiesta ya en 2016, cuando sectores ruralistas junto al oficialismo conducido por Juan Schiaretti (actual gobernador) plantearon una “actualización” de la Ley de Ordenamiento Territorial de Bosques Nativos (OTBN) para reducir la zona roja –bosque que no se puede desmontar– de casi 2 millones de hectáreas, a 600.000. Este nuevo proyecto planeaba borrar de un plumazo 254.000 hectáreas de bosque nativo, con el objetivo explícito de extender la frontera ganadera y agrícola, y el implícito del desarrollo del negocio inmobiliario.
Parecería que los legisladores habían olvidado que para aprobar la ley debían llamar a una audiencia pública, según lo establece la Ley de Política Ambiental que el gobierno cordobés promulgó mientras sucedía el conflicto por la contaminación con agrotóxicos y muerte de cientos de personas en Ituzaingó Anexo. El 19 de diciembre de 2016 llamaron a audiencia para dos días después: en las asambleas recuerdan una cola de 400 personas para hablar en rechazo del proyecto. Nacía la CoDeBoNa, Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo, red que reunió a cientos de conflictos socioambientales que venían ocurriendo al mismo tiempo en toda la provincia.
Las movilizaciones masivas en Córdoba capital y otros puntos de la provincia (MU 114: El Cordobazo Verde), finalmente, lograron hacer caer el proyecto.
Lo que la CoDeBoNa defiende es un total de casi 4 millones de hectáreas de bosques en distinto estado, de las cuales 1.986.158 son zona roja. Es el territorio en el que, si el bosque fue eliminado, puede regenerarse.
Alpa Corral es parte de lo que queda y que, año a año, corre el riesgo de incendiarse.
Natalia De Luca, ingeniera forestal que trabaja en el vivero de Alpa Corral y sigue de cerca las acciones de la CoDeBoNa lo describe así: “Lo que no pudieron hacer por la ley, lo hicieron ahora por el fuego”.
Juguemos en el bosque
¿Qué representan Alpa Corral y Córdoba en esa escala global?
De Luca: La agricultura desplazó a la gente, aumenta el interés de la tierra para negocio inmobiliario, y desplaza el ganado. ¿A dónde? A las “áreas marginales”, como se les dice en agronomía. Por ejemplo estas tierras serranas. Entonces se va pampeanizando el paisaje.
¿El bosque no entra en la ecuación productiva?
Sara: El bosque puede entrar en la producción ganadera, pero a nivel del pequeño productor, con otro paradigma de trabajo.
¿Cómo se consensúan los distintos intereses?
De Luca: hay distintas escalas de interés. El del productor es genuino: las vacas son el ahorro de todo un año, viven de eso. Y se entiende que está jodido y que tenga que recurrir a esa práctica. Pero cada vez hay menos productores pequeños, y la tierra se va concentrando.
¿Se puede recuperar lo que se perdió?
Sara: Hay que darle tiempo al monte para que empiece a resurgir. Sería ideal sacar el ganado un tiempo. Generalmente la espera es de un año, y ahí evaluar si hay necesidad de reforestar.
Gonzalo: El rebrote natural de las raíces es más veloz que cuando plantamos los humanos. Y otras grandes sembradoras son las aves, que comen, cagan y tiran las semillas.
Sara: La mejor intervención humana que podemos hacer ahora es tener paciencia.
Así, bajo estas distintas miradas que coinciden en el amor al lugar, en Alpa Corral y La Unión de los Ríos el pasto quiere empezar a crecer, vuelven los pájaros y el río, ennegrecido de cenizas, se va limpiando poco a poco.
El ganadero Julio Sosa planea abrir la carnicería para las fiestas y augura una temporada de turismo “muy buena”, nutrida por las restricciones de viajes al exterior.
Martín, a quien se le quemó la casa, construirá una nueva más grande, con una habitación más para su hijo Rama.
“¿Cuánto tiempo tardará en verse el río limpio?”, es quizá la más repetida de las tantas preguntas que hoy flotan en las sierras.
Tal vez haya que esperar que la naturaleza haga lo suyo, y que se siembren otras ideas, otras políticas y otras formas de producir que no sean solo pasto para las llamas, para que la vida rebrote.
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