Mu174
Creciendo Juntos cumple 40: la gestión social en la educación y en la vida
Representan otra posibilidad de lo educativo: ni estatal ni privado, sino de gestión social. Familias, estudiantes y docentes de Paso del Rey, Moreno, provincia de Buenos Aires, que sobrevivieron a todas las crisis de los últimos 40 años y recrean el sentido de la enseñanza. El estilo de una escuela que es maestra, en la que pensar y trabajar para y con las generaciones futuras no es un cliché mediático. Este 2 de diciembre a las 19 celebra su 40° cumpleaños en su sede, Belgrano 2901 de Paso del Rey. Reproducimos La comunidad organizada, publicada en MU 174, como un recorrido y un homenaje a la creatividad y la autogestión. Por Francisco Pandolfi.
Aambos lados de la estación de Moreno del tren Sarmiento se puede ver un mar rojo sobre ruedas grandes: decenas de colectivos de la empresa La Perlita, que ostenta el monopolio del transporte en el partido bonaerense. Hay dos recorridos, el 4 y el 36, que llegan a la puerta de Manuel Belgrano 2901, en la localidad de Paso del Rey. En esa dirección funciona –más que funciona, late– un mundo aparte. Un oasis en un desierto de establecimientos educativos históricamente postergados, a veces más, a veces menos. Un sitio descomunal, sin ánimos de exagerar, inmerso en el barrio de clase trabajadora Parque Paso del Rey. Una sociedad de fomento que gestó un jardín de infantes, que devino en una Asociación Civil creadora de una primaria y años más tarde de una secundaria. Un colegio que no es de gestión estatal ni tampoco privada, donde los problemas se solucionan en rondas de diálogo. Un lugar que da cátedra desde hace 40 años de manera ininterrumpida, donde se pide silencio en las aulas levantando la mano. Un recinto escolar de ensueño, que no es mera fantasía ni utopía, donde una cooperativa de reciclado integrada por los propios estudiantes sirve para juntar la plata de los viajes de egresados, porque nadie se queda afuera y porque nadie se salva sola ni solo. Acá, en pleno corazón de Moreno, pulsan sueños, fantasías y utopías vueltas realidad, que llevan el nombre de Creciendo Juntos… escuela de gestión social.
Las tizas o las bochas
El primer impulsor de esta obra que está cumpliendo cuatro décadas, ironía mediante, fue el ex ministro de Economía de la última dictadura genocida, José Alfredo Martínez de Hoz. En 1978, entre otras medidas que hoy continúan haciendo mella, eliminó el control de precios sobre los alquileres. Fue el principio de una larga caída al precipicio, que no tiene fin. También fue el inicio de esta gesta colectiva que le abre las puertas a MU.
Cristina de Vita, 70 años, y su marido Juan Manuel Giménez, 72, son dos de los fundadores. Vivían en el barrio porteño de Flores hasta la decisión del citado ministro. “Nos tuvimos que ir de inmediato, porque la suba de un mes al otro fue como si dijera hoy de 300 mil a 3 millones de pesos; era imposible de pagar”, recuerda Juan Manuel.
Arribaron a una casita humilde, a una cuadra de donde hoy se erige la escuela. Allí, en parte del terreno existía una Sociedad de Fomento. Rememora Cristina, que lleva aros y buzo de colores, en composé con su aspecto jovial: “Cuando vieron a dos jóvenes que nos mudamos a la zona, nos dijeron de formar parte de la comisión, compuesta por personas adultas. La mayoría de nuestra edad se mudaba porque no había alternativas educativas. El jardín más cercano estaba a 25 cuadras, había que cruzar la ruta y todas las calles eran de tierra. Se propuso hacer un bar y una cancha de bochas, pero logramos que en asamblea priorizar la construcción de un jardín de infantes”.
En un barrio de casas bajas, terrenos baldíos y poca gente, el 15 de marzo de 1982 se brindó la primera clase, dieciocho días antes del comienzo de la Guerra de Malvinas. Uno de los seis hijos de la pareja se llama Juan y hoy es el director de la secundaria. En aquel entonces tenía 7 años, hoy 48: “En medio de la oscuridad de la dictadura militar cívica eclesiástica, en tiempos del no te metás ni te reúnas, se abrió un espacio donde se invitaba a participar, se propuso algo en común para los vecinos”.
Augusto es profesor de Historia y da clases desde 1998. Tiene 81 años y la vitalidad de un iniciante. Lo siguen impulsando las ganas de transformar. Lo dicen sus ojos. Lo reafirman sus palabras: “A veces pasa que en los momentos fundacionales suceden cosas que después son difíciles de sostener, por eso lo más importante de esta experiencia es que la idea se mantiene. Hubo una voluntad para que aquello que se ve como marginal, pase a ser central en la construcción de un proyecto político educativo e integrador. Esto es fundamental para entender la resistencia de la escuela”.
Moreno iba creciendo en densidad poblacional a la par que tomaba cuerpo la entidad. El jardín había originado una mancomunión entre las familias que traspasaba lo educativo. Ante ese estímulo, a fines de los 80 decidieron constituirse como Asociación Civil Creciendo Juntos e inaugurar la primaria en marzo de 1990: “Un grupo fuerte de madres y padres empezaron la construcción, a juntarse los fines de semana a picar cascotes, a aprender de albañilería, de organización de eventos para juntar fondos y a hacer las aulas. O sea, a principio de los 90, del neoliberalismo y de la individualización del sujeto, acá se proponía lo colectivo”, comenta Juan Giménez hijo.
Su papá completa: “Empezamos como organización social que se transformó en escuela. Fue la lucha contra el menemismo lo que más nos marcó como institución. Los noventa dieron impulso a potenciar esto, porque quienes teníamos una ideología nos sentimos enteramente traicionados”. Tal fue la magnitud de aquel impulso, que en marzo de 2008 nació lo que dos décadas antes les hubiera resultado impensable: el secundario con orientación en Artes Visuales. Desde entonces una infancia entra a los 2 años y puede hacer toda su escolaridad en Creciendo Juntos.
Bingos y verduras frescas
Hay que ver para creer y lo que se ve en esta superficie no es nada superficial. Lo que pasa en el aquí, en el ahora, es esperanzador. La gestión social se escucha, se huele, se palpa, está en cada rincón. Los ejemplos sobran: está en la ronda que comparten alumnas y alumnos de primaria, sus familiares, sus docentes, que inicia un nuevo día de clase. Soledad, la directora, dentro de un guardapolvo pulcro y blanco informa al resto de la comunidad educativa que “hay rifas de 250 pesos para vender, porque este proyecto se sostiene comunitariamente”. También repasa que hay “bolsones frescos de verdura a 550 pesos y bandejas de ensaladas”. Comenta que todo está hecho por productores de Moreno y ahí las manos que integran la ronda empiezan a aplaudir.
La gestión social está en la sala de dirección, donde entra y sale gente permanentemente: docentes, estudiantes, auxiliares. En la oficina hay dos changuitos llenos con productos de limpieza, devenidos en premios de las rifas; hay carpetas, plasticolas, libros, cuadernos, cartulinas, todo comprado con plata autogestionada, porque el Estado paga únicamente los salarios de la mayoría del cuerpo docente, no los del personal administrativo ni auxiliar. Ni los gastos de útiles, productos de limpieza, infraestructura, servicios, etcétera y etcétera. En esos ruidos de mazazos que vienen de donde una cooperativa construye aulas nuevas, está la gestión social. En un aporte salarial que hace cada docente mensualmente para pagar el resto de los sueldos, está la gestión social. En los murales hechos por las y los alumnos, también se dibuja y se pinta la gestión social. Uno de ellos reza: “Autonomía, libertad, emancipación, militancia, cooperativismo”, cual manifiesto que resume al ámbito que lo contiene y lo ha creado.
¿Cómo se define a la gestión social y se la diferencia de otros modelos? Juan Giménez hijo enumera tres características:
“1) Una base territorial que no sólo estimule prácticas democráticas, sino que construya un cogobierno con las familias;
2) Prácticas en las aulas que generen democratización de la palabra, donde la escucha a estudiantes esté presente siempre;
3) Lo ideológico, mediante prácticas de solidaridad, cooperativismo, trabajo colectivo. Queremos sujetos críticos, transformadores, que piensen lo que pasa afuera para poder modificarlo”.
Suena lógico que en los tres puntos se repita la palabra “prácticas”. Verónica Urrutia tiene 47 años y desde 2004 integra el nivel inicial. Primero fue maestra de sala, luego preceptora y hoy es secretaria de jardín. “Esta escuela es de laboratorio, probamos mucho. Es una filosofía de vida la exploración”. Cristina resalta la territorialidad: “Es una de las patas clave de la gestión social, porque se busca poner el oído en lo que el lugar está pidiendo”.
Cada viernes por la tarde se junta la Comisión de Familiares de la escuela, integrada por vecinas y vecinos (algunas madres, algunos padres, algunos maestros, algunas maestras). Laura Miño es mamá de una nena de primer grado y de un adolescente de cuarto año. Preside la comisión nacida en 2013. Explica la gestión social: “Formamos un proyecto que excede lo escolar, es político-educativo. Buscamos que las familias tengamos otras prácticas, que construyamos en comunidad. Yo entré atraída por frases como que la escuela tiene las puertas abiertas, sin dueño ni patrón y con el correr de los años empezaron a tomar un significado mayor: la escuela es de todos, pero de verdad; no tiene dueño, pero de verdad, la construcción es comunitaria, de verdad”.
Va más allá: “Pensamos permanentemente desde cómo sumar más familias, cómo nos sostenemos económicamente, hasta el acompañamiento a docentes sobre prácticas pedagógicas. No solo somos una cooperadora escolar, no venimos únicamente a gestionar recursos, sino que pensamos otras cuestiones como el mantener la línea política, basada en el cooperativismo y los derechos humanos. Nadie se salva solo y eso lo anteponemos a lo demás”.
Para tejer esa mirada conjunta, un sábado por mes se reúne la comisión asesora, que integran trabajadoras y trabajadores de todos los niveles, docentes y no docentes, junto a familiares. Leen textos, hablan de diversas temáticas, cultivan lo común. “Necesitamos analizar el rumbo de la escuela. La gestión social no es solo hablar, hay que involucrarse, por ejemplo, en la entrada del nuevo personal. Las familias somos parte de las entrevistas. Tenemos injerencia en quiénes serán las y los docentes de nuestros hijos”, explica Laura. Augusto añade: “Discutimos mucho lo referido a lo educativo y al sostenimiento. La participación es voluntaria, pero desde el punto de vista de la configuración de la escuela, es éticamente obligatoria”.
En estos 40 años buscaron múltiples formas de autogestionarse: ferias americanas; venta de comida; rifas de todo tipo, desde bolsones de comida hasta autos 0 kilómetros; festivales de música, bingos, entre otras estrategias: “No solo es la búsqueda de dinero, sino que haya un beneficio para el barrio”, resalta Laura, que plantea el horizonte: “Queremos no cobrar un centavo, pero para eso la gestión social debe estar reglamentada”. Hoy se cobra una cuota que no supera los 3.500 pesos para cubrir los gastos por fuera de los salarios que abona el Estado. Algunos costos a pagar mensualmente: AFIP, 700 mil pesos; luz, 40 mil; gas, 24 mil; internet, 15 mil. Agrega: “De todos modos, por más que tengamos una cuota acá nadie se queda afuera por no pagarla, siempre le buscamos la vuelta”.
¿En qué afecta la no reglamentación de la educación de gestión social? “Somos tratados como escuela privada, se nos cobra como si fuéramos un comercio, no nos reconocen como Asociación Civil sin fines de lucro. A esto hay que sumarle que nos hacemos cargo de la merienda, los útiles escolares y mantener la infraestructura”.
Los martillazos y mazazos no paran. Las obras en proceso que servirán para que haya doble turno en primaria y secundaria, también salen de la autogestión, excepto un subsidio del municipio de Moreno que cubre una parte. Gladys es auxiliar de la escuela desde hace 14 años. Entre ruido y ruido, se oye su voz: “Me asusta un poco que la comunidad esté creciendo tanto, porque siempre nos conocimos todos; pero a la vez estoy contenta por cómo se avanza, sé que esto le hará muy bien al barrio”. Detalla Laura: “Los grados que agregamos año a año tampoco tienen subsidios. Esos sueldos nuevos los pagamos nosotros, igual que los talleres relacionados a las artes visuales que incorporamos. Seguimos luchando para que los subsidien”.
El encuentro o la nada
La gestión social está explicitada en la Ley de Educación Nacional 26.206, sin embargo, no está reglamentada lo cual conlleva a un sinsentido: que se dependa de la Dirección de Educación de Gestión Privada (DIEGEP). Sin haberse relevado la totalidad, se estima que hay alrededor de 550 escuelas de gestión social en el país, de las cuales 70 están en la provincia de Buenos Aires, donde se hará en octubre el próximo Encuentro Nacional de Educación de Gestión Social. El tema excluyente será la reglamentación de la ley. Juan Giménez padre argumenta: “El Estado no es el de los 70, cambió, es más abarcativo; no puede dejar afuera a la gestión social. Nosotros no somos una escuela de gestión privada, nos van a tener que reconocer, hacemos una función para las familias que no tiene ningún tipo de lucro. Si se cobra una cuota es porque el Estado no mantiene un montón de cosas”. Expresa lo que esperan como primer paso: “A veces la solución está de abajo para arriba pero no es el caso. La solución es de arriba para abajo, que se cree una Dirección y que vaya ordenando las escuelas cooperativas, los jardines comunitarios, las escuelas como la nuestras”.
Juan Brunati tiene 45 años y es profesor de matemáticas. Desde el 2000 integra Creciendo Juntos. Piensa: “El peronismo tiene una tradición de reconocer derechos. Pero en el caso de estas escuelas hay una deuda evidente. Lo mismo ocurre con los jardines comunitarios, que es impresionante lo que hacen”. Añade: “La gestión estatal perdió la oportunidad de autogestionarse más, delegó todo y eso es un problema. Que para observar una clase el mismo directivo de una escuela no pueda autorizarlo, es de un grado de esquizofrenia terrible”.
El 5 de diciembre de 2015, a cinco días de dejar el gobierno, el por entonces Ministro de Educación nacional, Alberto Sileoni, hoy Ministro de Educación bonaerense, firmó la Resolución 3300 donde reconocía a las escuelas de gestión social y sugería la reglamentación. Sin embargo, no lo llevó a cabo en los años en que tuvo el mando, ni ahora tampoco. Vocifera Cristina: “A nivel personal, basta para mí, nos dejaron con esa resolución que quedó dormida. Alberto Sileoni la firmó porque sabía que se iba. En 2019 volvieron para ser mejores, ¿no? Pero la ley sigue sin reglamentarse”.
Sin posibilidades en el macrismo, ¿cambió algo con Nicolás Trotta, primero, y ahora de Jaime Perczyk al frente de la cartera educativa? Contesta Juan Giménez padre: “No pasó nada. Sí se mantuvo el diálogo, pero ninguna solución. Trotta nos prometió que íbamos a empezar a calificar para programas estatales, pero quedó ahí. De la gestión actual nos recibió el Jefe de Gabinete de Perczyk, nos dijo que nos iba a llamar y tampoco pasó nada”.
La pandemia en la cabeza
Matías tiene 10 años y cuenta que en su cole “enseñan bien”, “bastante bien”, repite. Suena creíble, pero necesita desarrollarlo: “Es un buen lugar, son buena onda los profes”. A su lado está Sofía, con una carpeta en su regazo y una sonrisa contagiosa. Tiene 11 años y muchas curiosidades: “Lo que me gusta es que hay un montón de cosas para ver y hacer, como las excursiones a museos”. Enzo, de 10, la escucha atento y, cuando siente que termina, recién ahí deja salir la voz. Comparte que le encantan las matemáticas, sobre todo los cálculos, y otra cosas más también: “Nos sentimos libres, acá podemos hablar”.
Tres alumnas de sexto año se toman un tiempo para conversar largo. Una particularidad casual es que sus nombres empiezan con la letra M: Martina, Morena y Malena. Otra, nada casual, es la potencia de lo que dicen y hacen. Escucharlas da placer e ilusión. Martina, 17 años, es la presidenta del Centro de Estudiantes parido a mediados de 2018. “Venía de una escuela con una mirada individualista, similar a la de mi familia; de los discursos del ‘yo puedo sola’, del ‘sálvese quien pueda’. Acá se hablaba mucho de política y empecé a ver distinta la vida. Aprendí a compartir. A empatizar. A que si mi compañero está mal, yo voy a estar mal. Que si a mi grupo le está dificultando algo, yo también voy a hacer parte de esa dificultad. Así entendí cómo trabajar en grupo”.
Malena, 18 años, está en la escuela desde jardín de infantes. “Me despertó gustos que nunca pensé tener. Cuando me reciba, voy a estudiar el profesorado de Artes Plásticas”.
Morena, 18 años recién cumplidos, también conforma el Centro de Estudiantes. “Es raro encontrar este tipo de escuelas donde la esencia es estar para el otro. La participación en el Centro de Estudiantes siempre fue muy fomentada desde el equipo directivo y el personal docente. Se ha perdido la politización en los barrios y la Creciendo apunta a revertir eso, a politizar a los pibes con muchas actividades dentro de la escuela: talleres de rap, documental, radio, teatro, animación. Se estimula lo artístico permanentemente”.
La profundidad del pensamiento, basada en la acción, da ganas de seguir conociéndolas. Martina: “Creciendo Juntos es la comunidad organizada en una de sus mayores expresiones. Ese término tan usado lo vivo en primera persona a través de esta escuela, desde la que tratamos de replicar la iniciativa afuera. Por ejemplo, soy militante del Movimiento Estudiantil Secundario de Moreno desde el que organizamos Centros de Estudiantes en otras escuelas”. Malena: “Yo no estoy en el centro, pero las actividades que se hacen me sirven mucho. Cuando era chica no sabía sobre el aborto, lo charlamos y me hizo muy bien”. Morena: “Acá nos forman como sujetos políticos, para repensar lo que está pasando a nuestro alrededor. En la mayoría de las clases cuestionamos la sociedad donde vivimos. Trabajamos sobre comunidades nativas y como fueron corridas, la problemática de los agrotóxicos o documentales sobre luchas de trabajadores”.
En la pandemia, desde el Centro de Estudiantes se sostuvo dos años una olla popular “porque muchos vecinos no tenían nada para comer al haberse quedado sin trabajo”, reflexiona Martina y ahonda sobre lo que agudizó el aislamiento: “Notamos falta de empatía en muchos pibes y nos preocupa un montón, porque son el futuro. Otro problema es la falta de ganas de venir a la escuela. Estamos pensando más actividades extracurriculares para ayudar a quienes están mal en algunas materias y así regenerar la apropiación. La pandemia nos encerró, hizo que nos aislemos. Lo que le pasa al de al lado siento que importa cada vez menos. Es preocupante. Hubo un retroceso y más teniendo en cuenta que veníamos de otra pandemia que fueron cuatro años de macrismo, donde se te decía ‘vos podés solo’”. Morena suma: “En nuestro caso fue diferente porque nos autogestionamos, pero en la mayoría de las escuelas públicas de Moreno los chicos estuvieron cuatro años casi sin escuelas: dos en el macrismo por la falta de gas y lo que pasó con Sandra y Rubén, y dos de pandemia. El resultado es que cada vez estamos más fragmentados”.
No todo está perdido. “En el centro de estudiantes somos 30 chicos, de 180 en total. Somos bastantes, casi un curso entero. Vienen con muchas propuestas. La participación del último 2 de agosto fue increíble y mucho tuvo que ver que pibes de primer año quisieran contactar con aquellos que mostraban no sentir nada con lo que pasó. Se movieron para hablarles, para hacerles entender. Los impulsaron a participar”.
“Sandra y Rubén” y “2 de agosto” se enlazaron para siempre desde 2018, cuando irrumpió la tragedia evitable y se consumó en unos segundos un abandono estatal que llevaba décadas. En la escuela 49 de Moreno una explosión en el sistema de gas, tantísimas veces denunciado, derivó en las muertes de la vicedirectora Sandra Calamano y el portero Rubén Rodríguez. En Creciendo Juntos están presentes en murales, en actos y en cada una de las entrevistas para esta crónica. Hablan de ellos para pensar el pasado y sobre todo para abordar el futuro. Entre ambos colegios hay 5 kilómetros de distancia, pero la explosión se escuchó igual. Sus ausencias se siguen sintiendo y pensando: “Si en la escuela 49 hubieran tenido la posibilidad de trabajar con la experiencia de gestión social, donde se toma el problema para resolverlo y no depender de elevar una nota acá y allá, de pedir una y otra vez que la reparación se hiciera sin tener ninguna respuesta, no hubiera pasado lo que pasó. Sandra se cansó de reclamar que fueran a arreglar el gas. Con la gestión social sus muertes no hubieran ocurrido. Estoy convencida de mi hipótesis”, razona Verónica, que amplía: “Sabemos que el responsable no fue el gasista, que había problemas estructurales desde hacía mucho tiempo, lo cual es muy común en escuelas estatales. Quedó claro cuando se destapó la olla de cómo estaban los demás edificios. Por esto es fundamental que reglamenten las experiencias de gestión social, que nos hacemos cargo de lo que pasa dentro de nuestra comunidad”.
Después de todos esos argumentos, Verónica lanza un puñado de oraciones que hielan: “Uno vive para morirse de viejo, no para morirse trabajando. Se aprende a vivir con dolor y como nos enseñaron las Madres de Plaza de Mayo, hay que seguir exigiendo justicia. Yo soy la cuñada de Sandra. Mi marido es hermano del marido de Sandra. Ella era familia de esta escuela, porque venía a hacer la adaptación de mi hija Olivia, su sobrina. Éramos cuñadas pero mucho más que eso. Teníamos una amistad muy fuerte”.
Cómo reinventar la escuela
Hay salitas de 3, de 4 y de 5 llenas de infancias. Hay primaria y secundaria repletas de estudiantes. Entre los tres niveles son 590, y 65 personas entre educadores, maestranza y administración.
Hay un patio cubierto donde hacen gimnasia. Hay otro descubierto en el que se corre sin cesar. Hay un estudio de radio donde la expresión se hace culto. Hay aulas que están por nacer. Hay rotación entre alumnas y alumnos como encargados de los espacios que habitan, para mantenerlos en buenas condiciones. Hay docentes que ponen ladrillos, auxiliares que discuten el devenir de la institución, familias que piensan lo pedagógico. Hay un colegio que tiene abiertas sus puertas los sábados y domingos para actividades extracurriculares, reuniones, jornadas de trabajo voluntario. Hay una escuela que rompe estructuras por estar en constante movimiento desde hace 40 años. “Hicimos gestión social antes que existiera ese término, previo a que estuviera en la ley”, sintetiza Cristina, que no negocia la autogestión. “Y lo hicimos con una propiedad colectiva, porque si nos convertíamos en estatales perdíamos el terreno, debíamos donarlo al Estado”.
Mariana López tiene 43 años y es la directora del nivel inicial. Habla contenta y maravillada desde el estudio de radio donde hace minutos las infancias filosofaron sobre por qué salen la luna y el sol. “Cuando se agacha la luna, ahí aprovecha el sol y sale”, dijeron hablándole al micrófono, en un programa que sale en vivo por la FM REC 89.5.
“Si llegamos a los 40 años fue por habernos formado en el hacer, el hacer trabajando con los pibes. El tener claro lo que cada pibe y cada familia necesitan porque la prioridad es transformar. El concepto moderno de educación inclusiva acá se construye desde los inicios, mediante la pedagogía del hacer”, describe Mariana, envalentonada por lo que acabó de ver, y sobre todo por lo que ve a diario: “Lo que verdaderamente cala hondo es el estar convencidos de lo que hacemos, el estar abiertos a que el otro nos esté formando todo el tiempo y así nos vamos haciendo, colectivamente”.
Augusto es el maestro mayor del cuerpo docente y mantiene la voluntad intacta. Dice que todo lo que se hizo, fue sin la perspectiva de en algún momento empezar a cobrar los salarios. Dice también que lo que son tiene que ver “con aquellos pensadores que pensaron las sociedades y el modo que la injusticia pueda ser reparada. La construcción de esta escuela tiene que ver con esas ideas de Paulo Freire, sobre el para qué pensaba la escuela, y también las de Rodolfo Walsh, vinculadas a la justicia social. Ese es el espíritu. No es solamente un trabajo; hay que poner un plus, apropiarse, no solo desde la voluntad intelectual ideológica, sino también material. No es una tarea separada de la propia vida. Es la propia vida”.
El pensar es parte del hacer, y Juan Giménez padre empieza a cerrar esta nota, abriendo un debate hacia el futuro de la educación: “Hay que reinventar la escuela, dejando de lado un poco los aprendizajes”. ¿Cómo sería? “Poder socializar la escuela, darle cabida a las redes sociales que ya están influyendo enormemente. Hay que buscar la forma en que sean parte también, porque hoy la relación con los chicos está muy alterada. Sé que no es fácil, no estamos preparados para eso y a los docentes les cuesta mucho porque ya tienen sus materiales preparados para enseñar tal o cual ejercicio, pero es indispensable contar con ese nuevo pensamiento de los chicos, para que se sientan partícipes. Por eso digo que hay que empezar otra escuela, con el objetivo en la emancipación social junto a las familias”. Cuentan que una vez les dijeron que la escuela es un techo. “Nosotros no estamos de acuerdo; tiene techo si la comunidad no está adentro”. Cristina le pone la frutilla a la torta del cumpleaños 40 de Creciendo Juntos: “No podemos perder el oído en la comunidad, en qué está pidiendo, qué está viendo. Hay que seguir poniendo el cuerpo, pero para eso es importante lo pedagógico. No puede haber cursos de 30 para un solo maestro y los hay de 40 también. La solución es que pongan plata, invertir en educación, volver a capacitar docentes en encuentros pagos. No se dan las cosas de manera milagrosa. Y tiene que ser ya. No pensarlo como algo del futuro; las injusticias duelen ahora y la escuela es un lugar para cambiarlas. No hay techo, el techo se lo pone uno. No hay nada arriba. Yo tengo el cielo, las nubes. Y el cielo no sé dónde termina. Es infinito”.
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