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Cometierra y Dolores Reyes: censura, femicidios y literatura

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La escritora Dolores Reyes no necesita a fanáticos para promocionarle los libros, pero lo hicieron. Y no son fans. Los ataques oficialistas y gubernamentales (con Victoria Villarruel a la cabeza) pretendiendo censurar su novela Cometierra, distribuida en la provincia de Buenos Aires como parte del material para lectura de los últimos años de la enseñanza media, generaron el efecto inverso: consolidaron como best seller al libro que ya lleva 17 ediciones, mientras ahora volverá a imprimirse.

Como homenaje volvemos a publicar aquí la nota realizada en MU 182, La república de las brujas, que es a la vez el anuncio de la continuación de Cometierra con otra novela –Miseria– que los fanáticos de la censura tal vez se lancen a promocionar próximamente. Algo similar podría ocurrir con las obras de otras autoras cuestionadas, como Inés Garland, Aurora Venturini, Sol Fantin y Gabriela Cabezón Cámara.

Cometierra es el personaje de esa novela tan cuestionada y alabada: una adolescente a la que le llevan botellitas llenas de tierra que pisaron mujeres, niñas y jóvenes que se encuentran desaparecidas, para que ella la coma y cuente lo que la tierra le permite ver.

En la nota Dolores cuenta cómo es escribir en medio de la maternidad de 7 hijos. Su trabajo como docente en el conurbano. Su paso por un taller literario. Habla de la inspiración, de lo cotidiano, de Liniers como territorio de brujerías y desapariciones.

Nos cuenta: “La adolescencia es una etapa donde se pone más de manifiesto un cierto desamparo, y a la vez es una etapa súper vitalista: todo es posible. Los pibes son preciosos, tienen una energía increíble. Todo es posible en el sentido de la potencialidad de esa edad y de esas vidas, y a la vez están muy desamparados”.

La construcción de un mundo y ciertas consultas de Finlandia sobre La Salada. La voz de lo que es nuevo y desde dónde escribe Dolores Reyes. Aquí, el texto completo de La república de las brujas.

Por Anabella Arrascaeta

Dolores Reyes está parada sobre las vías del Tren San Martín donde de niña jugaba con sus hermanos, aunque el cruce de autos no era tal como hoy lo vemos. Pocos metros más allá está la casa de su abuela. A algunas cuadras, la primera escuela donde trabajó de maestra de grado, oficio que dejó hace escasos dos meses. Cerca, su propia casa. Y ahí nomás, la parada del colectivo 237 que va desde Pablo Podestá hasta General Paz, al límite de entrar a la ciudad de Buenos Aires. Para quienes conocen este micromundo real y ficticio, es el colectivo que se toman Cometierra, el Walter y Miseria en el final de su primera novela, Cometierra (2019), hacia su nueva casa.  

Ese punto de llegada es, a la vez, el punto de partida de su segunda novela, Miseria (2023) que acaba de publicar Alfaguara. La primera edición de 7.500 ejemplares se agotó en diez días. La historia, como se ve, sigue lo que el primer libro empezó. 

Cometierra es una adolescente a la que le llevan botellitas llenas de tierra que pisaron mujeres, niñas y jóvenes que se encuentran desaparecidas, para que ella las coma y cuente lo que la tierra le permite ver. El Walter es su hermano, y Miseria su cuñada, de 16 años, que está embarazada, esperando su primer bebé. Su voz, periférica en la primera novela, se vuelve central en el segundo libro. 

El relato va y viene, y se completa entre la voz de Cometierra y la de Miseria, pibas que comparten todo, mientras arman familia, buscan a quienes no están y batallan contra las violencias del propio territorio.

Estamos en Caseros, localidad de la geografía bonaerense.

Desde acá escribe Dolores Reyes. 

Cómo es parir

Dolores nació en 1978. Estudió el Profesorado de Enseñanza Primaria y también Griego y Culturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. El primero de sus libros fue traducido a trece idiomas y Miseria a tres, en la etapa apenas inicial de su recorrido.  

Cuenta que, para poder escribir, se levanta muy temprano. Cometierra, por ejemplo, la escribió amaneciendo a las 4 de la mañana. “No hay ningún momento mágico en el que esté toda la casa hecha, haya plata en el bolsillo y tenga todas las condiciones dadas para escribir. Eso no existe. No existió nunca”, dice. Entonces pone el despertador temprano y se levanta. “Soy metódica porque no me queda otra. Si no, no haría nada. Nada”. Tal vez ayude a entender el panorama el hecho de que, además de las (pre)ocupaciones de muches, Dolores tiene siete hijes.

Su primer libro lo escribió mientras hacía un taller literario con la escritora Selva Almada (autora de Ladrilleros, Lo que el viento se llevó y No es un río, entre otras). Dolores iba al taller cada semana y leía sus avances. Con las correcciones de Selva y las sugerencias de compañeres volvía a escribir, hasta que terminó. En cambio, el segundo libro lo escribió sola, sin rebotar los textos contra nadie. 

Sabía que quería contar la continuación de la historia y que quería hacerlo sin repetirse, por lo que decidió narrar a dos voces. “No me resultaba necesaria una polifonía de un montón de voces por lo que iba a contar, pero sí sabía que Miseria pasaba de ser un personaje periférico a coprotagonista”. 

Intermediadas por ellas, aparecen también otras voces. Por ejemplo, mientras Cometierra busca desde la tierra a quienes no están, se desespera por encontrar quien ayude a Miseria en el nacimiento del Pendejo, su primer hijo; así llegan las manos de Tina, una mujer que sabe cómo ayudar a nacer. “Me interesaba mostrar saberes que tradicionalmente fueron enseñados y transmitidos de mujer a mujer, respetados incluso, y en algún momento nos los arrebataron directamente. Pasamos a parir en un lugar metálico, con instrumentos espantosos, a veces directamente te atan las piernas; todo para la comodidad de un médico hombre que está ahí mirando. A mí me ataron, no estoy hablando de mi abuela. A mí me dijeron cosas horribles: ‘mirá, 19 años, tercer embarazo’, y yo los veía cómo se miraban, como si esta vida no valiera nada, desde un lugar de lejanía y distancia que muchas veces viven las pibas y los pibes adolescentes. En algún momento nuestras tareas pasaron a ser tareas de cuidado, dejaron de ser trabajo, y nuestra sabiduría fue totalmente arrancada y profesionalizada en manos de otros géneros y otras clases sociales”. 

Cuando a Miseria le llega el momento de parir ahí están Tina, Cometierra y Walter. Llegar al mundo e irse no son cosas que haya que hacerlas sola, dice el libro. Es Miseria quien relata desde su propia voz el parto. 

¿Por qué? “Hace tiempo vengo pensando en cuáles son los relatos de un parto. Siempre son una mujer gritando, llorando descontrolada, unos gritos inexplicables, y de repente todo se llena de sangre, no importa si es paulatino o no, y después aparece un bebé que generalmente tiene un mes y medio. A veces me enojaba, les decía a mis hijos ‘esto no tiene nada que ver un parto’. Me llamaba mucho la atención incluso la falta de disputar esa representación, de algo que es central en la vida de muchísimas mujeres”. 

Cuando Miseria termina su relato –que habrá entonces que ir a leer– dice simplemente: “Y así nacemos”. 

La escuela de la vida

Antes de subirse al colectivo, en el final del primer libro, Cometierra, Walter y Miseria pactan quedarse a vivir donde termina el recorrido. Dolores respetó esa promesa, y como el colectivo que se tomaron termina en General Paz, los hizo cruzar y ahí arranca la segunda parte de la historia. “Me tiran un montón de cosas de Liniers”, explica y enumera: “Es como una micro Latinoamérica. Hay todo lo que quieras: frutas, especies, fiesta de colores, locales que tienen montañas de jugos y un vestido de novia a la venta… Tenés a San Cayetano, y del lado de Ciudadela, el cementerio; cruzando, una cantidad enorme de santerías, una al lado de la otra. Cuatro cuadras para allá y tenés toda la parte de Liniers más antigua de los pasajes, que es una belleza, unas casas que no podés creer lo que son, de gente blanca. Te movés un poquito y aparecen presencias marrones, mestizas. Caminás diez cuadras y te dan diez volantes de hechicera: adivina, adivino indio, adivino de todo lo que se te ocurra; y las desapariciones de pibas, intensísimas en esa zona. Está también la terminal con gente que llega, y gente que va cargada con bártulos porque se va. Es un territorio un poco magnético, ¿no?”. 

En el libro, Miseria responderá que Liniers no es solamente “el shopping del conurbano”, sino la “capital nacional de las videntes”. Cometierra va a decir, cuando ve todos papelitos fotocopiados que llevan caras, nombres y teléfonos, pegados en las paredes como murales: “Acá todas somos desaparecidas, putas o videntes”. Millones de ojos negros como semillas arrojadas al aire, dice en el libro. Pero hay una razón más por la que Dolores va hasta Liniers: “Están todos los mayoristas de las librerías: todas las maestras del mundo compramos en Liniers”. 

Es que hasta el último 15 de marzo Dolores trabajaba en educación, lo hizo durante décadas, en escuelas públicas de Caseros y Pablo Podestá, como docente y secretaria. Mucho de esos años compartidos con pibes y pibas se refleja en el libro. 

Cometierra, Miseria y Walter son adolescentes. En algún momento se definen: somos esto de nuevo, pibes que comparten todo. Dolores construye su relato desde esas voces jóvenes. “La adolescencia es una etapa donde se pone más de manifiesto un cierto desamparo, y a la vez es una etapa súper vitalista: todo es posible. Los pibes son preciosos, tienen una energía increíble. Todo es posible en el sentido de la potencialidad de esa edad y de esas vidas, y a la vez están muy desamparados”.

La primera escuela en la que trabajó fue la n° 49, a la que llegaban pibes y pibas de todo Pablo Podestá: abre a las 8 y cierra a las 5.30 de la tarde, garantizando desayuno, almuerzo y merienda. “Eso de que la adolescencia se extiende hasta los 30 o más en sectores medios acá no existe: tenés que salir a parar la olla. A la escuela venían los lunes con las manos infectadas porque van al Ceamse a buscar cosas con los carros, lata, cartón. Yo no romantizo, incluso el embarazo adolescente tampoco lo romantizo, pero existe. No me interesa construir miradas con prejuicios morales: me interesa acompañar la experiencia de los personajes sin juzgar”.

De nuevo, los alumnos de Podestá, y de tantos otros lugares del país: “La sociedad los desprecia tan fácilmente, se habla desde una distancia impresionante, de quien nunca estuvo ahí, que ni siquiera pisó un barrio precario. Miseria en un momento dice: ahora estoy bien, tengo amigos, heladera y agua. Cosas que damos por sentado, acá hay un montón de pibes que no tienen agua”.

Dolores traza un puente hasta hoy, pasando por el 2001, año de revueltas y del nacimiento de su cuarta hija. Recuerda de esos tiempos que los lunes en la escuela los pibes se caían, se desmayaban porque no comían el fin de semana. Ahora, dice amargada: “Se empieza a ver de nuevo, porque a la noche es té y pancito: la comida está carísima”. 

Su novela Miseria, tal vez también hable de este país en el que la mitad de les niñes menores de 14 años viven en la pobreza. ¿Cómo salimos de esta? Sigue, trazando una fina línea entre ficción y realidad: “Hay muchísimas creencias mías que están en los libros. Una de las principales es que dejamos una huella en la tierra, que la tierra que habitamos nos conoce. No es solamente carne, huesos y sangre que pasa a la tierra, hay algo de la experiencia, algo del alma, de la historia, que hace que Cometierra sea una suerte de médium que puede ver y contarles a las personas que buscan eso que la tierra nos muestra. Y la otra creencia fundamental es: nadie se salva solo”.  

La Salada en Finlandia

Cometierra descubre su don después de que asesinan a su mamá; hija de una víctima de femicidio a la que la tierra le habla. Como se para desde ahí narra la violencia sin espectáculo, el personaje conoce el costo de lo que ve, y su relato no puede ser un mensaje más de la máquina violenta. “No me gusta lo que hacen los diarios sensacionalistas con la violencia”, dice Dolores, quien en sus viajes se nutre de lo que ve y lee. Por ejemplo, recomienda ahora mismo el libro Madres terras que compila una serie de retratos de madres de jóvenes asesinados en Colombia. En las fotos se las ve semienterradas. O libros del norte de México que cuentan la historia de los varilleros: “Clavan unas varillas enormes metálicas en la tierra, las sacan y las huelen. Lo que hacen con un olfato mucho más desarrollado es sentir olor a cuerpos en la composición. Así encontraron fosas comunes. Es el método lo que me interesaba”. Es que Dolores construye un personaje que utiliza otro sentido que no es el de la visión tradicional de los ojos, que siente con la tierra en la boca, y así busca. “Somos una sociedad que buscamos todavía a nuestros desaparecidos, la gran mayoría desaparecidos por violencias estatales, por supuesto en dictadura, pero muchos también en democracia. Buscamos por ejemplo a Tehuel. La violencia institucionalizada contra los pibes en barrios precarios es infernal en este momento mismo: se sigue culpabilizando a los pibes por portación de cara y de pobreza hasta el día de hoy. Y ni hablar del asesinato a las mujeres”. 

Cometierra la llevó a viajar por muchos países, algunos cercanos, otros muy ajenos. El último idioma al que la historia fue traducida su primera novela es el finlandés. ¿Cómo llegó hasta ahí? “Los nórdicos tienen una atracción por los policiales, por el género negro que les encanta. Pero por el otro lado, tengo que hablar 500 veces con las traductoras”. Por ejemplo, cuenta que para entender cómo era La Salada le mandaban fotos de un shopping. “No me alcanza con explicarles y por ahí les mando fotos, artículos periodísticos, trato de armar todo un contexto para que lo vean”. 

¿Cómo fue su experiencia en Europa? “Me acuerdo en Estocolmo de preguntar cosas como ¿hasta qué hora puedo andar sola? Me miraban y no entendían, y a la vez parece que estás en un policial negro, todo lleno de neblina… Vas mirando para todos lados, pero eso es típico de mujer latinoamericana. Es distinto, pero a los pocos días se acercaban mujeres y me contaban que también hay femicidios, obviamente”. 

En cambio, cuando le tocó recorrer Latinoamérica las coincidencias aparecían más fácilmente. “Estás en un barrio y hacés 20 cuadras y tenés una ranchería sin luz, sin agua al costado del basural. También ves las violencias institucionales de los Estados hacia los distintos grupos, y la fosa común, que va desde los enemigos políticos, los crímenes narco y la violencia machista. La fosa común, sacar la identidad, desaparecer un cuerpo: eso es tan Latinoamérica”. 

Por algo de todo esto Dolores dedicó su segunda novela a las Abuelas y a las Madres de Plaza de Mayo: “ellas me enseñaron a luchar”, dice y aclara que no es una entelequia. “Yo en la adolescencia las tenía como modelo en militancia y de mujeres, que pese a todo lo que les habían hecho no tenían miedo y seguían organizándose. Nací en el 78, en medio de las desapariciones más horrorosas que hemos tenido, y crecí viendo organizaciones de mujeres que buscaban a sus hijos en la tierra, no como una metáfora, sino como algo absolutamente material y real”. Esas historias, también, son parte de su experiencia a la hora de sentarse a escribir: “Tuvimos una violencia en la dictadura infernal e innegable, pero estamos en democracia y tampoco es todo color de rosas. Seguimos con una desaparecida mujer o una asesinada mujer por día: muchos de esos cuerpos se niegan y no se encuentran”. 

Al final de la segunda novela, Cometierra vuelve a Pablo Podestá; no se sabe cuánto durará esa estadía, ni si Dolores ya está escribiendo cómo seguirá esta historia que por ahora queda detenida ahí, nuevamente a pocos minutos de su propia casa, en medio de la vía del tren; ahí donde está el cementerio en el que están Melina Romero y Araceli Ramos, dos pibas de 17 y 19 años víctimas de femicidios que estuvieron desaparecidas y que, gracias a la lucha familiar, hoy tienen donde descansar.

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CEPA: La naranja mecánica

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Son las personas de chaleco naranja que todos los miércoles asisten a jubilados, jubiladas, reporteros y manifestantes heridos por las fuerzas federales. El CEPA, Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios nació en 2001 y se convirtió en un emblema de acción voluntaria. De Haití, Ucrania y Sudán del Sur al Congreso como zona de guerra. Las armas traumáticas y el spray pimienta y el kit que armaron para enfrentar las represiones de los miércoles. La doctrina Manaos. En tiempos de la tiranía del individualismo, un ejemplo de cómo mover la solidaridad para ayudar a curar esta época. Por Lucas Pedulla.

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Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

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La noticia es que esta vez no los reprimieron. Jubiladas y jubilados se plantaron cerca de Congreso, con nuevos carteles, nuevas ideas y nuevos dilemas frente a lo electoral, Trump, y todos los etcéteras del momento.

Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi

Fotos: Teo Escobar/ lavaca.org

El cartel tiene los rostros en caricatura de José Luis Espert, de Milei y de su hermana. 

Una frase: “Te paso mi alias”.

Y tres sustantivos: “narco.libra.coima”. 

Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Señales de tránsito.

Pasó otro miércoles de jubilados y jubiladas y la calle volvió a exhibir el “marchódromo” que las represiones de las últimas semanas habían fraguado. Nuevamente el vallado del operativo de seguridad cruzó de punta a punta la Plaza de los Dos Congresos a la altura de Entre Ríos, desde Hipólito Yrigoyen hasta la esquina de Avenida Rivadavia. Por eso mismo, la marcha hoy comenzó más temprano, cuando un grupo caminó por la calle Solís, dobló por Alsina y luego desembocó en Entre Ríos, gambeteando el vallado y mirando de frente el tránsito de vehículos y colectivos, para cantar el hit de moda:

  • “Son todos narcos”.
Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Un eslogan colorado, ahora en modo jubilado.

Al instante apareció un cordón de la Policía Federal. A los cinco minutos, un refuerzo de la Prefectura. “Nos vamos, muchachos, dejémoslos solos cortando”, propone un jubilado. La marcha volvió a entonar el estribillo –“son todos narcos”– por Alsina, dobló por Solís y regresó al Congreso, dando inicio a una primera ronda, que luego se acopló a la movilización de la Mesa de Organizaciones. Uno de los que marchó en esa tanda, despacito, secundado por dos muchachotes, fue Alberto Samid, el empresario llamado “Rey de la carne”, y candidato a diputado nacional por el Frente Patriota Federal: “Yo también soy jubilado. Hay una teoría en economía que es que sobra gente.  Por eso, el loco que tenemos de presidente reprime todos los miércoles. También hay chantas que cobran 7 millones de pesos, como Diego Santilli, que le niegan a los jubilados aumentos que equivalen a dos kilos de milanesas”.

Algunos escucharon y lo aplaudieron: “Samid, poné el asado”.

Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Sobre transferencias.

Otros pasaron indiferentes.

Hubo quienes no dejaron a un lado la conferencia de Donald Trump frente a la delegación argentina y un séquito de periodistas en Estados Unidos, que ató la supuesta ayuda económica –“dependiente y colonial”, resume una jubilada– al resultado de Milei en las próximas elecciones del 26 de octubre. Una escena que aunó carteles: “Milei mulo de Trump. Mulo de los yanquis”. 

Y otros se ríen de esta realidad, como Luis, que escuchó un llamativo spot de La Libertad Avanza. La Cámara Nacional Electoral rechazó la reimpresión de las boletas en la provincia de Buenos Aires –principal bastión electoral por su caudal de votos– y mantuvo en primer lugar la figura del Espert, quien renunció a su candidatura tras el escándalo por el cobro de al menos 200 mil dólares del empresario Federico “Fred” Machado, extraditado a Estados Unidos por su vinculación con el mundo narco. Por eso, el oficialismo lanzó un singular slogan: “Para votar al colorado (por Santilli), marcá al pelado”. 

Pero Luis armó otro cartel:

  • “Si votás al colorado, te gusta el pelado”.

Se ríe: “No hace falta explicar nada”.

Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Diálogos con la pared.

Clima electoral

Tito no quiere hablar. Está cansado. Dice que lo que tiene para decir está en el cartel: “Recomposición de las jubilaciones ya”. Pero antes de irse, se arrepiente y dice que quiere decir una sola cosa: “En mi juventud inventamos el término de vendepatria. Bueno, hoy están en el gobierno”. Tito se va caminando y se sumerge en la marcha, que palpita el factor electoral desde el pulso de los múltiples sectores que convergen en estos miércoles.   

Las elecciones legislativas del 26 marcan la segmentación que se percibe esta tarde. La UTEP y Jubilados Insurgentes por un lado. La izquierda por otro. Y otro grupo de autoconvocados más allá. La unidad se da en la marcha que bordea la Plaza de los Dos Congresos y en la que esta vez (es noticia), no hay represión. 

Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Andar pese a todo, con energías para Pablo Grillo.

Rubén, jubilado, analiza: “Con las elecciones tan cerca estamos viviendo un impasse en cuanto a nuestra propia coordinación como sector. Noto un proceso de desmovilización de cara a una cierta esperanza que se da a partir de lo que dicen las encuestas y es que este tipo (Milei) va a perder. Entonces muchos esperan a ver qué sucede, esperando una nueva constitución del Congreso. Si confiamos en que eso dará una solución, estamos liquidados. Por eso nuestra única alternativa es seguir en la calle”. 

Agrega: “Todos los partidos repiten 100 veces en sus discursos la palabra unidad y coordinación y yo me pregunto ¿dónde está el espacio asambleario en el que estén todos los sectores golpeados? No existe, no hay nadie que se anime a hacerlo. Ese es el problema”. 

Marcha de Jubilados: creatividad y dilemas a 10 días de las elecciones

Keiko integra la organización Jubilados Insurgentes. “La antesala a las elecciones viene a mostrar que los jubilados estamos prácticamente solos. No nos apoya nadie, ni en el Congreso donde ratificaron el veto a la suba jubilatoria que eran 7 pesos por mes, ni en la calle”. Keiko dice que las y los jubilados tienen dos misiones: 

  1. Seguir, miércoles a miércoles, marchando. 
  2. No confundir. 

¿No confundir a quién? “Que la lucha no es contra un gobierno. No se trata del ‘afuera Milei’ y listo. Nuestra pelea es contra un sistema. ¿Qué ganamos con que se vaya Milei si viene otro (seguro que menos violento y menos loco) pero que tampoco nos representa? Si creemos que el eje es la lucha electoral, chau”.

Algunos terminan la ronda cantando la marcha peronista. Otros, flameando banderas por Gaza y llamando a votar diputados y diputadas de izquierda. Samid sigue sonriendo, como figura de su propio frente. Otros grupos, terminada la marcha, se reúnen a discutir en asamblea la pregunta del momento, la pregunta de tantas veces: ¿qué hacer?

Lo hacen mirando al 26 de octubre. Y mucho más allá también. Faltan 10 días. 

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Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

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La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.

Fotos: Juan Valeiro.

Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos. 

“Pan y circo”, dice. 

Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro. 

Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.

Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.

Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.

Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El poco pan

La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:

“Si no hay aumento, 

consiganló, 

del 3% 

que Karina se robó”. 

Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”. 

Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”. 

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El mucho circo

Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes. 

Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena. 

“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial. 

Silencio. 

“¿Me pueden decir sí o no?”. 

Silencio.  

Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.

Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”

“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.

La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival. 

Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:

  • “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
  • “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
  • El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.

El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.

Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

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