Derechos Humanos
Iglesia de la Santa Cruz: la primera de las Madres desaparecidas, la infiltración de Astiz y la genética de una resistencia

Hoy se cumplen 47 años de la desaparición y muerte de tres Madres de Plaza de Mayo, incluyendo a la fundadora del grupo, Azucena Villaflor de Devincenti, dos monjas francesas, y familiares que las acompañaban, un total de 12 personas, en un operativo perpetrado entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977 que tuvo como centro a la iglesia de la Santa Cruz, en Buenos Aires. El acto principal de este domingo 8 de diciembre será a las 17 en esa iglesia ubicada en la calle Estados Unidos y Urquiza, y se exhibirán pinturas de Remo Berardo, uno de los desaparecidos aquel día.
El episodio de 1977 sigue siendo un manual de historia argentina, cruzado tanto por la infiltración y traición de Alfredo Astiz, como por el sencillo heroísmo de mujeres como Esther Careaga, que pudo encontrar y rescatar a su hija pero decidió seguir acompañando a las otras madres en su búsqueda. Muestra también la hipocresía de los militares que decían estar librando una guerra mientras secuestraban clandestinamente a mujeres indefensas, familiares, y monjas que tenían la generosidad de acompañarlas. Este es uno de los abordajes posibles a esa historia, para entenderla no como memoria en freezer, o reducida a la grandilocuencia, sino como parte de lo que contiene la genética de una sociedad.
Aquí, el trabajo realizado por lavaca.org en 2007, que en la propia iglesia de la Santa Cruz ha sido frecuentemente tomado como tema de lectura, reflexión y sensibilización. Una crónica que sirve para relacionar tiempos y situaciones, y para que el recuerdo no paralice sino que estimule vida y acciones pensadas en tiempo presente.
Por Sergio Ciancaglini.
EL ALTAR DE LA MEMORIA
La primera Madre de Plaza de Mayo secuestrada por la dictadura argentina fue Esther Ballestrino de Careaga, el 8 de diciembre de 1977 en la misteriosa y bella iglesia de la Santa Cruz, ubicada en la calle Estados Unidos al 3100, de Buenos Aires. La segunda madre desaparecida estaba un paso más atrás y se llamaba María Eugenia Ponce de Bianco. La tercera, fue secuestrada dos días después. Su nombre: Azucena Villaflor de Devincenti, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo.
Tal fue el resultado de la operación de infiltración que realizó el oficial de la marina Alfredo Astiz (disfrazado de “Gustavo Niño”) que le permitió identificar a quienes desde ese día siguen sin aparecer: además de las madres, las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet, Patricia Oviedo, Gabriel Horane, José Julio Fondevilla, Horacio Elbert, Raquel Bulit, Remo Berardo y Angela Aguad de Genovés.
Sobre lo que aquí se narra debe aclararse que cualquier parecido con la ficción, lamentablemente, es pura coincidencia.
Esther Careaga no usaba su nombre. Todos la conocían como Teresa. Un apodo que le pusieron casi al azar en la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Paraguaya, militante política del febrerismo en su país, opuesta a la dictadura de Alfredo Stroessner, ella y su marido terminaron exiliándose en la Argentina, y conocían las ventajas de los apodos en tiempos de represión.
Esther-Teresa era un personaje particular en el grupo de madres, que en gran medida venían de tener nula participación política, mucha tarea como amas de casa, y la sorpresa tenebrosa de descubrir de pronto que sus hijos ya no estaban.
¿Dónde estaban?
Empezaron a buscar. Fueron a comisarías, juzgados, cuarteles. Comenzaron a reconocerse, y a conocerse. Esther comenzó por ser una suegra de desaparecidos. El marido de una de sus hijas, Manuel Cuevas, había sido secuestrado. Cuenta Ana María Careaga, la otra hija de Esther:
-A Manuel le decían Pancho. Su familia era muy humilde y mi mamá los ayudaba a buscar. En mi casa la política había sido siempre una cuestión cotidiana. Recibíamos a todos los perseguidos del Paraguay, estuvo de visita Salvador Allende antes de ser presidente de Chile. Mi mamá había llorado cuando mataron al Che Guevara: quiero decir, la política con un alto grado de compromiso era cosa de todos los días.
Un caso bien diferente, si se quiere, al de la actual integrante de la Línea Fundadora de las Madres de Plaza de Mayo, Nora Cortiñas, que reconoce que hasta aquel momento ni siquiera había pensado en trabajar, salvo dictando clases de costura a sus vecinas.
La locura de la misericordia
Esther buscaba a su yerno y conoció a otras mujeres, entre ellas Azucena Villaflor de Devincenti. Uno de los puntos de encuentro de estos familiares era la capilla Stella Maris, en Retiro, donde un monseñor, Emilio Graselli recibía a quienes buscaban, revisando un fichero. Su actitud servía para enloquecer aún más a esas
personas. Recuerda Nora Cortiñas:
-A mí una vez me informó que mi hijo Carlos se había ido con otra mujer, por eso había desaparecido. A otra mamá la recibió mostrándole una cruz roja junto al nombre de su hijo: «Está muerto, pero venga dentro de 10 días». A los 10 días le dijo que no estaba muerto. A mí me dijo: «Su hijo debe estar bien alimentado, vestido, andando en auto para ‘marcar’ por la calle a amigos o conocidos». Me estaba diciendo que mi hijo era un delator.
Un día de abril Azucena reunió a los familiares que sostenían estos diálogos con tal personaje, y dijo lo obvio. Nada positivo surgiría de tal contacto con la perversión:
-Tenemos que ir a la Plaza de Mayo, que nos vean, que nos escuchen.
Graselli actualmente enseña religión a jovencitas en el Colegio de la Misericordia, confirmando que hay zonas de la Iglesia impermeables a la verdad, o con memoria esclerótica.
Azucena propuso que quienes se arriesgaran a tal exposición fueran las mujeres, creyendo que los militares y policías no se sobrepasarían con ellas. El 30 de abril de 1977, 14 mujeres lograron sobreponerse al miedo y se reunieron en la Plaza de Mayo. Era sábado. Descubrieron que muy poca gente andaba por allí. Azucena comprendió que convendría ir un día hábil. Alguien propuso el viernes siguiente. Una madre planteó un reparo:
-El viernes tiene la letra «r». Trae mala suerte. Es día de brujas.
Esto eliminaba también martes y miércoles, por lo que se sugirió los lunes. Recuerda Nora:
-Parece que otra madre dijo que los lunes es día de lavado de ropa. Así que quedó el jueves. Y Azucena propuso las 15.30 porque era el horario de más tránsito, después del cierre de los bancos, la Bolsa, y con mucha gente andando por allí.
Las madres comenzaron a adueñarse de la plaza.
Había algunas tías, como las hermanas de María Adela Gard de Antokoletz, y una suegra. Pero Esther Careaga se transformaría literalmente en una madre de Plaza de Mayo el 30 de junio de 1977, cuando secuestraron a Ana María, su hija de 16 años.
El saco de lana rosa
Ana María Careaga estaba embarazada de tres meses. La panza ni se notaba en ese cuerpo de niña grande, pero ella reconoce que vestía de embarazada y caminaba como embarazada, como para que el mundo estuviese al tanto de la noticia.
Ella y su marido Jorge habían buscado con entusiasmo un bebé, y ni soñaban con ocultar esa felicidad.
La militancia de Ana María, por obvias razones de edad, correspondía a la escuela secundaria, pero además era la entera familia Careaga la que estaba en la mira; su domicilio había sido allanado por la policía más de una vez, y habían secuestrado material de Naciones Unidas que los Careaga poseían por su carácter de exiliados.
El 13 de junio hacía frío, Ana María iba a encontrarse con su padre y su marido en Corrientes y Juan B. Justo. Su madre le había tejido un saco de lana gruesa, rosa fuerte, y ella andaba con la cabeza revoloteando entre el embarazo y el futuro, sin percibir un gran operativo de «zona liberada» (que permitía a los grupos paramilitares secuestrar impunemente): la policía había desviado el tránsito de ambas avenidas, lo que permitió que un par de individuos capturaran a Ana María introduciéndola a la fuerza en un automóvil que aceleró rumbo a lo desconocido.
Empezaba a ser una desaparecida.
El Club Atlético fue uno de los campos de concentración manejados por la Policía Federal, bajo la órbita del Primer Cuerpo de Ejército. Quedaba en Paseo Colón entre San Juan y Cochabamba. Los secuestrados eran vendados (tabicados), arrojados en celdas, les ponían grilletes en los pies, y así eran conducidos a las cotidianas sesiones de tortura.
La intensidad de los tormentos aplicados sobre el cuerpo de Ana María Careaga queda descripta por un dato técnico: ocho años después, con motivo del Juicio a las Juntas Militares, ella tuvo que pasar por exámenes médicos que corroboraron lo que había ocurrido. Fue uno de los pocos casos en los que pudo darse por físicamente probada la existencia de torturas, según consta en la propia sentencia, por sus secuelas verificadas años después.
Dice Ana:
-Los médicos me sacaban pedacitos de piel, muestras de las marcas que me habían hecho con cigarrillos. Hicieron estudios histopatológicos. Los rastros de picana desaparecen antes, por eso la usan tanto.
No alcanzan las palabras. Decir que Ana fue torturada «salvajemente» sería una descortesía hacia los salvajes.
Lo inquietante es que fue racionalmente torturada.
Además de la picana y las brasas, tuvieron que operarla posteriormente de un absceso en el brazo, y le rompieron un tímpano de un golpe.
Nunca les dijo a sus captores –los policías– que estaba embarazada. En abstracto podría suponerse que revelar ese dato podría haberla ayudado. A ella le funcionó, en cambio, un instinto de conservación muy primario:
-Mi terror era, por ejemplo, que agarraran a alguien de mi familia, o a un amigo. Y me parece que sentí lo mismo con lo del embarazo. Me parecía que en la tortura me iban a amenazar hasta con eso.
Ana sintió que callar era proteger al bebé, aunque la violencia de la tortura le hizo pensar que lo había perdido.
-Pedías ir al baño, y te sacaban para torturarte. Te hacías encima, y te sacaban para torturarte. Llorabas, y te sacaban para torturarte. No podías hablar. En la celda tenías que estar acostada porque si te parabas o caminabas se escuchaba el ruido de las cadenas, y te llevaban a torturar. Una vez que me llevaban al baño me rasqué la nariz, pensaron que quería sacarme la venda de los ojos y empezaron a pegarme.
Ana decidió aguantar, quedarse quieta, no llorar jamás, y pronunciar los mínimos susurros posibles.
Cada secuestrado tenía un código compuesto por una letra y dos números. Ana era K04. Pero también le endilgaron espontáneamente un apodo acorde con su edad: Piojo.
¿Qué es resistir?
Tuvo otra reacción que todavía hoy Ana no sabe a qué atribuir: nunca gritó mientras la torturaban. Respiraba profundamente, resistía la picana, luego soltaba el aire. Los policías creyeron que estaba haciendo una especie de yoga antirrepresivo. La respuesta fue incrementar la intensidad de las descargas eléctricas.
Tuvo como compañera de celda a una psicóloga de 40 años. Se apoyaban y alentaban mutuamente cuando una de las dos quería ir al baño. La idea de resistencia debía aplicarse a tales situaciones.
-En una cárcel hay otras formas de resistencia colectiva. Golpear platos, gritar, hacer gimnasia. Aquí no. Aquí era resistencia darle un pedacito de pan a alguien. O decirle unas palabras. O como con la psicóloga, darnos ánimo para aguantar.
Si lograban resistir, para ir finalmente al baño los secuestrados tenían que salir tabicados de las respectivas celdas. Cada miembro de la hilera daba medio giro, se tomaba del hombro del de adelante, y así marchaban.
Las marcas de tortura sobre la piel de Ana llegaron a tal nivel, que los policías consideraron que lo que tenía era un brote masivo de hongos.
Por miedo al contagio, para ir al baño ya no la llevaban con los otros, sino que salía sola de su celda. Le acercaban un palo, ella debía tomarlo y la conducían desde el otro extremo. Para curarle los supuestos hongos la untaban con merthiolate –una pomada desinfectante– hasta que en cierta oportunidad un secuestrado que oficiaba como médico le murmuró: «Piojo, vamos a decir que te curaste de los hongos, porque estas son las marcas de la picana y los cigarrillos, y no se te van a ir por más merthiolate que te pongan».
En ese lugar, la enfermería, el mismo secuestrado le dijo: «¿Querés ver la luz del sol?»
-Me corrió la venda y pude ver hacia arriba, había un ventiluz que daba a la vereda. Después supe que era la avenida Paseo Colón. Se veía la luz del sol y la sombra de la gente que pasaba, o de los autos.
Ana María Careaga estaba a diez cuadras de la Plaza de Mayo, de la Casa de Gobierno, a metros de una avenida tremendamente transitada.
-Es increíble… haber estado ahí tan cerca de la supuesta civilización, y a la vez desaparecida. Recuerdo que una vez pasó por ahí la hinchada de Boca, festejando algún triunfo. Adentro, los policías hacían lo de siempre: jugaban a las cartas, y ponían un casete con discursos de Hitler para que los escucháramos todo el tiempo. Siempre me dio mucha impresión. Afuera, los hinchas de Boca. Adentro, las arengas nazis.
Recuerda otro sonido: los policías mataban el tiempo jugando incansablemente al ping-pong, un compás levemente disrítmico que acompañaba los discursos de Hitler.
Sostiene Ana:
-Ahí te estabas muriendo en vida. No hay palabras para el horror del campo de concentración. La máxima humillación, la despersonalización absoluta.
Una vez Ana-Piojo pudo quitarse la venda. Vio a sus compañeros, y la imagen le recordó –otra vez– a la Alemania nazi que había visto en fotos y películas. Rapados, enjutos, contenidamente aterrados.
Volver a los 17
Otra vez escuchó que una mujer lloraba en una celda del otro lado del pasillo. Percibió que no había guardias cerca y la llamó. La mujer no le contestaba. Ella le dijo: «Si estás triste y querés hablar, llamame. Soy Piojo».
Al rato la mujer la llamó. Sobre las puertas de cada celda había un ventiluz.
Ana se trepó para ver a la otra.
La otra se trepó para ver a Ana.
Hablaron unos minutos. Al rato se dieron cuenta de que se habían conocido unas semanas antes. Era Teresa Israel, abogada de presos políticos. Se conocían de afuera, no se reconocieron adentro.
-Estábamos desfiguradas. Una vez otra presa me cortó el pelo porque por primera vez en mi vida tenía liendres. «Mirate», me dijo. Había un metal pulido en una pared, que usaban como espejo. Me miré y fue muy raro: no me reconocí a mí misma.
Algunos días la rutina cambiaba y el Club Atlético se sumergía en el silencio. Eran los momentos de «traslado». Tabicaban a todos los presos, los encerraban, reducían al mínimo las guardias, y ni siquiera había quien les diera de comer. Aparecía alguien con una lista de 20 o 30 personas, que eran llamadas por su código:
-Decían: «Z23, M12» y así iban llamando uno por uno. Las versiones que teníamos entre nosotros era que te llevaban a otro campo de concentración, algunos decían que había campos de recuperación. O que directamente te mataban. Cualquiera de esas opciones para mí era una forma de salvarme de la tortura permanente. De hecho, cuando me torturaban, yo quería morirme. Paradójicamente, ahí la muerte es una salvación.
K04, o Piojo, lloró una sola vez en el Club Atlético.
Fue cuando sintió que algo se movía en su panza.
El bebé estaba vivo.
Si Ana María Careaga decidiera volver a los 17, como en la canción de Violeta Parra, debe recordar que cumplió tal edad el 10 de septiembre de 1977, en el Club Atlético. La panza ya era visible y generó reacciones fuertes de parte de los anfitriones.
-El que conducía los interrogatorios vino y me dijo: «hija de puta, ¿por qué no me dijiste que estabas embarazada? ¿querés que te abra de piernas y te haga abortar?».
Una reacción inversa de uno de sus compañeros de suplicio resultó, a la vez, otro momento de resistencia:
-Uno de los tabicados me pidió tocarme la panza. Lo habían secuestrado con su mujer, que estaba embarazada. No sabía qué se sentía. Cuando nos llevaban al baño se ponía cerca de mí, y me tocaba la panza cuando el bebé se movía.
El psiquiatra austríaco Víktor Frankl vivió la experiencia de los campos de concentración nazis, y relató luego sus conclusiones en su obra El hombre en busca de sentido. Algunas de sus ideas en ese libro.
– «El prisionero que perdía la fe en el futuro –en su futuro– estaba condenado. Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual; se abandonaba y decaía, y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y moral».
Ana no leyó a Frankl, pero me dice:
-La única resistencia y la única garantía que tenías desde el punto de vista de tu integridad, eras vos mismo. A mí lo que me salvó fue no perderme a mí misma. Y lo que parece una frase, es lo esencial.
Escribió Frankl:
-«Y allí siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico».
¿Cuánto hay de elección, cuando el propio cuerpo, el dolor absoluto y el terror están en juego?, pregunta Ana. Hubo muchos que no pudieron elegir, dice.
Acaso baste saber que ella no fue una reclusa típica.
Ella repasa aquellos pequeños gestos de resistencia, esas decisiones como la de hablar con quienes lloraban, pese a la amenaza de terminar en la tortura:
-Eso te daba una fuerza interior, algo tuyo en donde no podían entrar. Era lo único que uno tenía. Tenerte a vos mismo.
Y revela otra clave. Frankl habla de «proyecto de futuro» y de no dejar que a uno le arrebaten su yo más íntimo. Reflexiona Ana:
-Creo que para mí fue un privilegio estar embarazada. Sé que es raro que diga esto: pero yo no estaba sola. Eso que tenía interiormente, no sólo en lo simbólico sino en el cuerpo, no me lo podían sacar. Era alguien con quien habíamos resistido y sobrevivido al horror. Siempre sentí que eso me salvó.
El perfume
La rutina cambiaba no sólo los días del traslado, sino las veces en que había visitas.
Los guardianes silenciaban a Hitler, abandonaban el ping-pong y tabicaban a todos los presos, pero además Piojo se daba cuenta de que ocurría algo extraño por el olor.
Perfume.
Muchos testimonios han hablado de las visitas del general Guillermo Suárez Mason a los campos de concentración. Para Ana no es posible determinar quiénes eran esos individuos perfumados que iban a observarlos. Sólo les veía los zapatos impecables, mirando hacia abajo, por el resquicio que dejaba la venda.
-Una vez uno me preguntó si me habían torturado. Le contesté que sí. «Muéstreme», me dijo. Yo tenía la panza con merthiolate. No dijo nada más y se fue.
En septiembre comenzó a haber nuevos indicios de traslado. Piojo y otros secuestrados fueron llevados a tomarse fotografías de frente y perfil. La idea de que no existe documentación sobre los desaparecidos es una superstición que alguna vez caerá en desuso.
-Me decían: «no vas a contar nada, dedicate a tu bebé, mirá que cuando te agarremos de nuevo no vas a estar embarazada». Yo pensaba que si alguna vez salía no podía hacer otra cosa que contar lo que estaba pasando en ese lugar. Había personas vivas. ¿Cómo no iba a contarlo?
El 30 de septiembre unos 15 o 20 desaparecidos del Club Atlético fueron liberados. Acaso la presión internacional, tal vez los familiares que denunciaban, algún motivo laberíntico en la irracional racionalidad de la dictadura llevó a soltar a estas personas, en un momento en el que ya comenzaba a desmantelarse el lugar porque el terreno sería parte del trazado de la futura autopista 25 de Mayo.
Ana se puso el vestido de embarazada, ahora sobre una panza visible y los zapatos abotinados abiertos, destruidos. Le robaron el saco de lana rosa que le había tejido su madre.
Las fantasías de la libertad
Fue llevada en automóvil a la casa de sus padres, en Parque Chas. Tocó el timbre, le abrió un empleado de la empresa familiar de productos químicos y cosméticos. Ana le pidió que encerrara a Liza, la perra de la familia, que era bastante agresiva con extraños: no se había encontrado a sí misma en aquel espejo de metal pulido, y temió que su perra tampoco pudiese reconocerla.
Los Careaga se habían mudado, intentando alejarse de los allanamientos y de nuevos secuestros. Debían llamar a esa casa, que ahora utilizaban como lugar de embalaje de los productos de la empresa. Mientras esperaba, Ana quiso hacer realidad una de sus fantasías en el campo de concentración:
-Con la psicóloga siempre imaginábamos qué haríamos al salir en libertad. El hambre era tan desesperante que yo contaba los segundos y los minutos y las horas en mi cabeza, para que llegara la comida, que era asquerosa. Así que yo decía que lo primero que iba a hacer sería comerme todo lo que tuviese adelante. Ella decía que no, que su fantasía era irse a Rosario, a la casa de su mamá, meterse en la cama, y que le trajese un té con galletas. Cuando llegué a casa, fui a la heladera. Este señor me preparó un churrasco. Pero Liza, la perra, estaba como enloquecida arañando la puerta. Le abrí, se me tiró encima y me lamió toda la cara. Ahí me puse a llorar. Y el churrasco ni lo probé.
El padre de Ana llamó a la casa, y pasó para llevársela al nuevo domicilio. Esther estaba con las otras madres, en la Plaza de Mayo. Al regresar, habían escondido a Ana en un cuarto. No querían darle a su madre la noticia de la reaparición tan de golpe. Tenía problemas cardíacos, y temían matarla de la alegría.
Esther llegó entusiasmada, diciendo que suponía que una chica de la que se decía que estaba viva podía ser Ana. Le insinuaron que había noticias mejores aún, y la fueron haciendo caer en la cuenta de que su hija estaba viva. Ana abrió la puerta y se abrazó con su madre.
-Siempre sentí que hubiera querido abrazarla más, mucho más.
La decisión de Esther
Comenzaron los trámites para sacar a Ana del país. Pudo obtener su documento de identidad. La foto –tomada días después de su salida del campo de concentración– fue incorporada en el Juicio a las Juntas, como prueba de lo que puede hacer la represión con el aspecto de las personas.
Esther Careaga se reencontró con las otras madres, y con esa noticia esperanzadora: una de las secuestradas había reaparecido. Ana recuerda que las madres le enviaron papelitos con los nombres de sus hijos, por si ella sabía de alguno. Pero no. Ningún nombre, ningún apodo le pareció conocido.
Las madres felicitaron a Esther, a quien seguían conociendo como Teresa, y le pidieron que nunca volviese a la Plaza de Mayo: «Ya está, ya encontraste a tu hija» le dijeron. Pero la mujer negó con la cabeza y dijo:
-No, no. Yo me quedo con ustedes. Hasta que aparezca el último.
A los 17 años, con su embarazo de siete meses y la compañía de una de sus hermanas y de su madre, Ana viajó a Uruguay, y de allí a Brasil, en donde efectuó la primera de sus denuncias sobre lo que había vivido en el Club Atlético.
Tomaron su caso como de extrema gravedad y la subieron a un avión rumbo a Suecia, pese a las recomendaciones en contrario por su embarazo. Pero temían por la seguridad de Ana en Brasil, en vista de los lazos fraternos que unían a los militares del Cono Sur en su entusiasmo represivo. Ella recuerda:
-A las embarazadas les hablan de lo que tienen que comer, los cuidados y un montón de cosas. Y yo comía cualquier desastre. Salí súper anémica del campo, más el terror, la tortura, todo al revés de lo que pueden recomendarte. Sin embargo el embarazo siguió.
Viajó a Suecia con su hermana y su marido, con quien se había reencontrado en Brasil. Esther Careaga, ya con su hija a salvo, decidió seguir su propio camino: volvió con las Madres de Plaza de Mayo.
La corona sueca brindaba la posibilidad de hacer dos llamados telefónicos a los asilados. El primero lo utilizaron para avisar que habían llegado bien.
El segundo llamado lo efectuó el marido de Ana, para avisarle a sus padres que a las 21.10 del 11 de diciembre de 1977, había nacido Ana Silvia Fernández Careaga, con un peso de 2 kilos 780 gramos, y perfecto estado de salud.
Del otro lado de la línea, llegó la noticia más oscura: Esther había sido secuestrada el 8 de diciembre, en la iglesia de Santa Cruz. Le ocultaron el dato a Ana que, después del parto de su hija, no podía dejar de llorar.
Se lo dijeron unos días después.
Ana señala hoy:
-Por apenas tres días, no pude reunir dos maravillas de mi vida: mi madre y mi hija. Mi reacción fue terrible. Pensé lo peor, pero después me hicieron ver que tal vez a las madres y a las monjas francesas no les hicieran nada. Al final entendimos que era al revés: nunca iban a dejarlas salir porque era un reconocimiento de los crímenes que estaban cometiendo.
Ana tuvo otro matrimonio y dos hijos más. Volvió a la Argentina del exilio y declaró en el Juicio a las Juntas. Es psicóloga, fue secretaria de Derechos Humanos de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires y dirigió el instituto Espacio para la Memoria.
El Club Atlético fue literalmente destapado en abril de 2002, debajo
de la autopista. Es la arqueología del horror. Allí estaban el dibujo de las celdas, el del «quirófano» (como llamaban a la sala de torturas), el piso original, restos de uniformes, escudos policiales, palos y machetes, las botellas de detergente que, como improvisados papagallos, servían para que los secuestrados orinaran.
Las excavaciones pusieron en riesgo la propia columna que sostiene la autopista, que había sido simplemente apoyada sobre los escombros.
Los militares y los concesionarios quizás pensaron que jamás nada sería removido.
En julio de 2005 se conoció la noticia: el Equipo de Antropología Forense logró reconocer restos encontrados en el Cementerio de General Lavalle.
Determinó que esos cuerpos habían sido arrojados vivos al mar.
Eran los de Esther Careaga, María Bianco y Azucena Devincenti, las madres, y el de Leonie Duquet y Angela Aguad. Las cenizas de Azucena quedaron en Plaza de Mayo y también en la Iglesia, donde están los cuerpos de Esther, María, Leonie y Angela.
En este 2024 se están cumpliendo 47 años del comienzo de lo que aquí se ha narrado.
Y Santa Cruz seguirá siendo, como siempre, el lugar donde está sembrada la memoria.
Derechos Humanos
Nueve relatores de Naciones Unidas ante “el grave deterioro de las libertades fundamentales” en Argentina

Nueve relatores especiales de Naciones Unidas expresaron en una carta remitida al gobierno argentino su “seria preocupación” ante “el deterioro grave de las libertades fundamentales y del espacio cívico en la República Argentina desde diciembre del 2023”. La carta fue enviada el 12 de mayo, pero los representantes de Procedimientos Especiales del Consejo de Derechos Humanos de la ONU la difundieron recién el viernes 11 de julio, tras dos meses de indiferencia por parte del Gobierno nacional. Recién entonces, a través del ministerio de Relaciones Exteriores, se solicitó “una prórroga con el fin de dar respuesta”.
Los expertos han requerido al gobierno argentino información sobre once puntos, entre ellos:

El foto reportero Pablo Grillo, tras el ataque policial sufrido el 12 de marzo.
- “Explicar la racionalidad de los operativos policiales” y “especialmente en relación a la proporcionalidad”, es decir, la relación entre la fuerza policial desplegada y la cantidad de participantes de la manifestación.
- También solicitan “el detalle de la cantidad del armamento usado” y el número de personas afectadas por su uso, discriminando número de mujeres, niños y niñas afectadas”.
- Otro requerimiento: “información detallada sobre las acciones implementadas para prevenir y sancionar los actos de intimidación y estigmatización contra manifestantes, periodistas y personas defensoras de derechos humanos, incluyendo: a) las investigaciones iniciadas sobre estos actos; b) las medidas de protección ofrecidas a las víctimas y, c) las sanciones impuestas a los responsables, si las hubiera.”

- Piden, además, información sobre “ la situación de los jueces que han sido objeto de agresiones verbales por parte de funcionarios del Poder Ejecutivo” y” las medidas adoptadas para garantizar que todos los jueces de Argentina puedan ejercer sus funciones profesionales sin temor a represalias, intimidación o interferencias indebidas, de conformidad con los estándares internacionales y regionales”. Este punto está especialmente motivado por las situaciones denunciadas ante la CIDH en relación a los agravios y persecuciones que sufrieron los jueces que no convalidaron las detenciones arbitrarias ni los operativos policiales, como el caso de la jueza Karina Andrade y el juez Roberto Gallardo.

La carta suscritpa por los nueve relatores especiales tiene 25 carillas. Las primeras 16 resumen los informes recibidos sobre criminalización de manifestaciones pacíficas, ataques a la prensa, uso desmedido y desproporcional de la fuerza policial, ataques a jueces y denuncias sobre personas heridas –como el caso del fotógrafo Pablo Grillo- o detenidas arbitrariamente. Luego de puntualizar la información requerida en once puntos, le adjunta al gobierno argentino el marco legal que está obligado a cumplir, entre ellos el derecho a libertad de reunión, de opinión y expresión, a la libertad y seguridad personal y a la independencia del Poder Judicial. Ese marco legal desarrollado en extenso tiene la siguiente frase introductoria: “En relación con las alegaciones anteriormente expuestas y, sin implicar, de antemano, una conclusión sobre los hechos, nos gustaría llamar la atención del Gobierno de su Excelencia sobre los estándares y normas internacionales aplicables”.
Aquí el texto completo de la carta.
Derechos Humanos
Tilcara: violencia, desalojo y recuperación de tierras de una comunidad originaria

La comunidad kolla Cueva del Inca de Tilcara, Jujuy, fue desalojada aplicando un apagón eléctrico en la zona, al estilo de lo ocurrido en 1976 en el Ingenio Ledesma. La policía local destruyó las casas que están en una zona considerada Patrimonio de la Humanidad y agredió a los pobladores, que decidieron volver a sus tierras para recuperarlas. El trasfondo de los negocios inmobiliarios y mineros, el rol del poder judicial y la reflexión de la gente de Cueva del Inca.
Por Francisco Pandolfi
Fotos: Uma Nielsen
Los desalojos de las comunidades originarias se volvieron una característica más en esta gestión del gobierno nacional. El terreno para esto lo allanó el decreto que puso fin a la Ley de Emergencia para la concreción del reconocimiento a la posesión comunitaria de tierras, que mantenía la suspensión de los despojos. Ese decreto fue firmado por Javier Milei a un año de asumir su mandato, el 10 de diciembre de 2024. La fecha no fue elegida por casualidad: se trata del Día Internacional de los Derechos Humanos.
Con esa dinámica, la comunidad kolla Cueva del Inca de Tilcara, Jujuy, fue desalojada en medio de violencia y varias irregularidades este lunes 7 de julio:
1) No fue notificada del desalojo.
2) El despojo ocurrió a la madrugada, incumpliendo toda legalidad.
3) La policía encargada del operativo ejerció violencia física y cortó la luz eléctrica en la zona.
4) La comunidad cuenta con personería jurídica.
5) Cueva del Inca es parte de la Quebrada de Humahuaca, territorio considerado Patrimonio de la Humanidad desde 2003 por la UNESCO, por lo que está prohibido cualquier desalojo.
Este lunes a la madrugada, todo eso no importó.

La reconstrucción en Tilcara, después del desalojo.
La jueza, el hotelero y la violencia
Miriam Alfaro tiene 39 años, hace artesanías y es la presidenta de la comunidad Cueva del Inca, emplazada en la Quebrada de Sarahuaico, a pocos metros del acceso por ruta nacional 9 a Tilcara. Con el viento de fondo, algunas whipalas flameando y su casa destruida, habla con lavaca: “Sin ser notificados, la jueza Liz Valdecantos Bernal ordenó al juez de paz de Tilcara, Pedro Apaza desalojarnos de nuestro territorio comunitario, que ya habían intentado desalojar en abril. Alrededor de 50 efectivos de la Policía de Jujuy, sin identificación, entraron a nuestra comunidad antes de las 6.30, todavía de noche, al grito de ‘váyanse usurpadores’ y nos desalojaron de forma muy violenta”.

Miriam cuenta que la Policía cortó la luz y que la comunidad se quedó sin señal de comunicación. Y que luego entró a su casa derribando la puerta, insultándolos, diciéndoles narcotraficantes. “Ni bien entraron tiraron un gas lacrimógeno que cayó en mi cabeza. A un hermano lo tiraron al piso y lo golpearon, a otra hermana lo mismo. Yo tengo una discapacidad motora y cuando estaba intentando salir por voluntad propia de mi casa, un policía me jaló, me tiró al piso y se tiró encima mío. Todo fue brutal y violento, más que un desalojo parecía un allanamiento por la magnitud que ha tenido. De hecho, detuvieron a doce integrantes de la comunidad, que ya fueron liberados”. Agrega: “Fue totalmente ilegal, no solo por ser en plena oscuridad y sin notificación, sino porque tenemos todo en regla”.
La técnica utilizada para concretar el desalojo retrotrae al histórico Apagón de 1976, en plena dictadura, en el ingenio Ledesma de Libertador General San Martín, cuando se utilizó el corte masivo de luz para perseguir a trabajadores, con un saldo total de tal metodología represiva de 400 personas secuestradas, 55 de las cuales siguen desaparecidas.

Miriam: ¿qué intereses hay detrás de este desalojo?
En 2017, el empresario hotelero Carlos Vázquez denunció por usurpación a uno de los integrantes de la comunidad, Javier Mamani. O sea, individualizaron el proceso. Javier siempre fue uno de los miembros más luchadores y ya no vive en nuestro territorio, pero igual vinieron a desalojarnos, en otra irregularidad del proceso. Vázquez, dueño del hotel El Canto del Viento, quiere quedarse con nuestras tierras en complicidad con el gobierno de turno, que busca hacer acá un negocio inmobiliario. Nosotros como comunidad tenemos personería jurídica, la carpeta técnica que nos exigen así como el relevamiento territorial indígena (ReTeCI, Registro Territorial de Comunidades Indígenas). Cumplimos con todos los requisitos. Y además tenemos una sentencia judicial de 2006 a nuestro favor para que el gobierno jujeño nos entregue el título comunitario. Si aun así debemos enfrentar estas situaciones es porque detrás no sólo hay intereses inmobiliarios y turísticos, sino también mineros. En los cerros de la Quebrada de Humahuaca hay muchos minerales, que no nos pertenecen a nosotros, sino a la Pachamama.

¿Cómo entender la orden de la justicia?
Porque hay una mafia judicial. Es de la única manera en que se explica que un hotelero mueva tantos policías para sacarnos del foco a nosotros. Los emprendimientos privados siempre llegan a un acuerdo con el sistema judicial y con todo el gobierno provincial para quedarse con los territorios comunitarios. Acá está todo confabulado, son todos cómplices. Un ejemplo: para demoler mi casa el lunes, trajeron a los bomberos de la provincia.
La pueblada y 100 familias
El 20 de junio pasado se cumplieron dos años de que el entonces gobierno de Gerardo Morales aprobó una reforma constitucional viciada de todo tipo de irregularidades (sin consulta previa a las comunidades; debatida y votada de manera express, sin licencia de la sociedad), que derivó en el levantamiento popular más grande de la historia de la provincia, con 100 mil personas en las calles. Y en una feroz represión policial (disparos a la cabeza –4 personas perdieron la vista en uno de sus ojos–; persecución a periodistas y fotógrafos; hostigamiento a dirigentes sociales; amenazas de despidos a manifestantes; allanamientos ilegales, entre varios etcéteras).
“Esto es una consecuencia de haber estado en contra de la reforma. Quisieron avasallarnos en ese momento y siguen ahora en el gobierno de Carlos Sadir, maltratándonos, porque este no es el primer desalojo. Ya hubo otro en la localidad de Guerrero, hace unas horas quisieron desalojar una comunidad en la finca El Pongo y así muchos otros”.
En la comunidad Cuenca del Inca viven alrededor de 100 familias y hay un sitio arqueológico y cultural donde descansan los ancestros. Hay animales: llamas, cabras, ovejas, chivos. Hay plantas: cardones, churquis, sumalaguas, molles. La mayor parte de la comunidad vive de la artesanía, ganadería, albañilería y de administrar un circuito turístico que está dentro del territorio. Este miércoles, 48 horas después del desalojo, la comunidad organizada resolvió en asamblea retornar al territorio y comenzar la reconstrucción de lo destruido y en vigilia permanente. Por ahora, la Policía no volvió.

Al lado de los escombros, y junto a las paredes que poco a poco vuelven a levantarse, concluye Miriam: “Volvimos porque este es nuestro lugar y de acá no nos iremos. Vivimos dentro de una zona declarada Patrimonio de Humanidad, pero la otra cara de la moneda es la realidad que vivimos: un constante hostigamiento y persecución. La codicia del empresario Vázquez, la complicidad del poder judicial y todo un gobierno. Destruyeron mi casa y todas mis pertenencias. Ahora mismo, mientras estamos hablando, están en un depósito judicial que está dentro del hotel de este empresario. Ese hotel, hoy es un búnker donde salen y entran policías. Es una incoherencia total, que ya no nos sorprende, pero que no nos hará dejar de resistir. No vamos a permitir que nos vengan a sacar, ni nos vengan a atropellar, ni nos vengan a maltratar, ya fue suficiente todo lo que hemos pasado. Es hora de decir basta”.

Derechos Humanos
#140: otro nieto recuperado

El hijo de Graciela Romero y Raúl Metz –pareja desaparecida desde fines de 1976– fue hallado y se convirtió en el nieto recuperado 140. Estela de Carlotto encabezó el anuncio que derivó en un brindis de Abuelas al que lavaca tuvo acceso. Las palabras de Estela, lo que contó Adriana Metz, el blog “Poncho de lana” y la historia de otra hazaña abuelística que vence al negacionismo, la resignación y la muerte. Un proyecto: “Todavía falta encontrar a 300 nietos y nietas apropiados durante el terrorismo de Estado. Sigamos siendo ese país que iluminó al mundo en el camino de la Memoria. Luchemos para que la verdad no se apague”.
Por Sergio Ciancaglini
Fotos Sebastián Smok
La señora apareció con su bastón sobre el escenario y frente a la lluvia conmovedora de aplausos largó el bastón, se puso a aplaudir también ella, abrió los brazos como para abrazar a cientos de personas que había allí, y movió su cabeza de un lado al otro como en un baile, sacudiendo su cabello canoso con una sonrisa que casi no entraba en ese salón.

Fotos: Sebastián Smok para lavaca
El hecho ocurrió en la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, en la Ex Esma, cuyo auditorio estuvo colmado de gente y de varias otras cosas.
Estela de Carlotto dio comienzo así al anuncio formal de la aparición del nieto número 140, número redondo que es a la vez un símbolo redondo de un milagro terrenal y humano: el que ocurre cada vez que se repite esa especie de hazaña abuelística de vencer al negacionismo, a la resignación y a la muerte.
A su lado estaba Adriana Metz con remera verde, jeans gastados, zapatillas rosas y unos cartelitos como de diálogo de historieta: “El 140 es mío” y “Vivan las Abuelas”. Adriana es la hermana de ese nieto recuperado y desde hace años forma parte de la nueva camada de la organización, como referente marplatense. Este lunes contagiaba una alegría que hacía brillar todo alrededor. Y guardaba otro globito de diálogo que mostró después: «Soy la que encontró a su hermano».

Fotos: Sebastián Smok para lavaca.
Adriana describió así el primer encuentro: “Mi hermano me contó que había sido criado como hijo único y que no tenía familia. Entonces, cuando me dice eso, yo le respondo: «Ey, acá estoy yo. Y él me contesta: Sí, ya sé, boluda». Eso me parece que resume bastante bien cómo fue nuestro primer encuentro”, dijo, entre las risas del público y el inevitable grado de emoción que inundaba tantas miradas.
Contó también: “Nos comunicamos con él para decirle que estaba la posibilidad de que fuera hijo de desaparecidos. Ante la información que le fue dando CONADI, se le preguntó si accedía a hacerse la extracción y comparación de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Él aceptó. Desde que la muestra entró hasta hoy, tuvo su tiempo para pensarlo. Esto lo llevó a entrar en la página de Abuelas, fijarse los grupos familiares y hubo un dato que lo hizo pensar que podía ser nuestro. Se imaginó que podía dar positivo, pero no dijo nada porque no quería ilusionar… y menos ilusionarse él”.

Fotos: Sebastián Smok para lavaca.
Sobre el Estado y la desnudez
El documento de Abuelas, que por su interés y su valor reproducimos y sugerimos leer de modo completo, fue leído por la propia Estela y por uno de los nietos recuperados, Manuel Gonçalves, Allí se plantea:
- “Para que estas búsquedas se sostengan es imprescindible que el Estado siga existiendo. Por eso exigimos que se derogue el decreto N°351/2025, que deja en extrema vulnerabilidad al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG)”.
El otro elemento crucial es que cada uno de estos hallazgos desbarata todos los intentos negacionistas, empezando por los que le brotan al actual gobierno. Dice el documento:
- “Cada restitución revela de manera irrefutable que la dictadura ejecutó un plan de exterminio, que cometió un genocidio. Cada nieto viene a confirmar que el Estado terrorista secuestró personas, las mantuvo ocultas en Centros Clandestinos de Detención bajo torturas, las asesinó y desapareció sus cuerpos. Que en esos campos de concentración existieron maternidades clandestinas, donde las detenidas, como Graciela Romero, dieron a luz a sus hijos en condiciones infrahumanas. Que hubo un plan sistemático de apropiación de menores, condenando a esos niños a vivir en la mentira y a sus familias biológicas a buscarlos indefinidamente”.
La conferencia de prensa en la Ex Esma derivó en un brindis más privado. Allí estaba Estela, copa de Champán en mano, rodeada por los nietos y nietas que colaboran en Abuelas. Dijo a lavaca: “Me enteré ayer. A mi edad, te imaginás la felicidad de seguir encontrando nietos. Cada vez es como si fuese la primera vez. ¿Y sabés qué pasa? Que eso nos ayuda a seguir por algo muy sencillo: sabemos que están”.

Fotos: Sebastián Smok para lavaca.
Adriana agregó: “Mi hermano se enteró el viernes a la tarde, yo el sábado. Cuando Manuel Gonçalves me pasó la carpeta me empecé a sentir rara, como una bolsita, el cuerpo me iba de aá para allá, no estaba mareada, pero me movía sin entender. Me dijo: “Lo encontramos” y me abrazó. Ese fue el desahogo. Lloré y me reí. Todos saben que soy muy llorona, pero la verdad es que fue más risa que llanto. Hablé con mi hermano por videollamada primero. Fue increíble. Yo siempre busqué para encontrar, pero a la vez sabés que a lo mejor esa búsqueda no llega a concretarse. Estoy recontraorgullosa y recontracontenta de haber encontrado a mi hermano. Si yo no lo lograba, mis hijos iban a tener que continuar. En cambio ahora mis hijos tendrán sus propias búsquedas, ésta ya está resuelta. Es una gran noticia, y las buenas noticias me ponen en este estado, me siento muy inspirada”.
Estuvieron también en el encuentro Horacio Pietragalla (ex secretario de Derechos Humanos, y también nieto recuperado), Teresa Laborde (nacida en un patrullero cuando su madre, Adriana Calvo, era secuestrada durante la dictadura) y el diputado Eduardo Valdés. Dijo Teresa: “Tenemos las herramientas legales para hacer las cosas, el problema son los que ejecutan, que están queriendo romper los organismos de investigación, como lo están haciendo con la ciencia, la salud pública, la educación o las jubilaciones para después subsidiar iglesias evangélicas. Pero aquí apareció una persona. No es un milagro sino el producto de una lucha. Así que tenemos que seguir adelante. Están muy en off side, y todo es muy visible. Está muy desnudo el rey”. Dijo Valdés: “Esto demuestra cómo la esperanza continúa y como hay que insistir en la importancia de no cerrar los ámbitos de investigación como el Banco de Datos Genéticos”.
En la edición de marzo de MU, en la nota Mundo Abuelas, Adriana había explicado: “En 2012 dije: quiero tener una participación activa en la búsqueda de mi hermano. ¿Qué implicaba tener una participación activa? Bueno, aprender. De la búsqueda, del amor. Ese trabajo que las Abuelas empezaron a hacer sin saber cómo se hacía se fue sistematizando. Ellas sembraron esto y son muchos los que estamos para continuar. De hecho, soy hermana, nunca voy a ser una Abuela, y por una cuestión biológica soy la referente de la filial. La búsqueda continúa más allá de quién esté. Es lo que nos enseñaron”.

Fotos: Sebastián Smok para lavaca.
El comunicado de Abuelas
Bienvenido nieto 140
Abuelas de Plaza de Mayo comunica con enorme felicidad la restitución de otro nieto apropiado durante la última dictadura cívico militar. Hoy damos la bienvenida al hijo de Graciela Alicia Romero y Raúl Eugenio Metz: ¡Bienvenido nieto 140!
El nieto 140 nació el 17 de abril de 1977, en el centro clandestino “La Escuelita” de Bahía Blanca, como se supo a través de testimonios de compañeros de cautiverio de Graciela, y hoy podemos confirmar a partir de su restitución. Su hermana Adriana lo buscó desde siempre junto a sus abuelos Oscar Metz y Elisa Kaiser, con quienes se crió y, desde que ellos partieron,continuó esa búsqueda. Siempre sensible, inquieta y risueña, con su habilidad de tejedora Adriana fue construyendo una red que la cobija y hoy también abraza a su hermano, en este encuentro tan esperado.
Con la restitución del nieto 140 confirmamos, una vez más, que nuestros nietos y nietas están entre nosotros y que, gracias a la perseverancia y el trabajo constante de estos 47 años de lucha, seguirán apareciendo. El acompañamiento de la sociedad que sigue brindando información sobre posibles hijos e hijas de personas desaparecidas y acompañando a quienes dudan de su origen demuestra que la búsqueda no puede ser en soledad.
Este encuentro ratifica, además, lo imprescindibles que son las herramientas construidas por el Estado y la labor silenciosa de decenas de trabajadores y trabajadoras de la Comisión Nacional por el Derecho a la identidad (CoNaDI) y del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG), que aún hoy, en condiciones precarias y con enormes dificultades, continúan trabajando con la convicción de que este delito debe ser resuelto. También la importancia del trabajo de todos y cada uno de los compañeros de Abuelas y de la gran familia que se extiende en la República Argentina y el exterior difundiendo esta búsqueda, que sigue tan vigente como lo demuestra esta restitución.
Los nietos y nietas que faltan están entre nosotros, viven en nuestros barrios, trabajan y comparten actividades, transitan nuestras calles, están cerca. Necesitan ser acompañados para animarse a conocer su verdadero origen. Hay que insistir en que su consulta no molesta y cualquier sospecha, por mínima que parezca, es motivo para acercarse a las Abuelas. Por eso, si alguien tiene algún dato, también le pedimos que lo acerque, son esas informaciones guardadas hace años las que nos permiten hallar a nuestros nietos y nietas.
La historia familiar
La mamá del nieto 140, Graciela Romero, nació el 21 de agosto de 1952 en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires. Su familia la llamaba «Peti» y tenía tres hermanos. Su hermana menor, María Elena, también fue asesinada por la dictadura en 1977. Graciela era estudiosa, emprendedora y aguerrida. Tenía buen humor, cocinaba bien y también cosía. Estudió economía, hasta que se casó y se abocó a la militancia.
El papá, Raúl Metz, nació en Bahía Blanca el 24 de agosto de 1953. Sus amigos lo apodaban «El Melli», porque tenía un hermano gemelo. Los Metz eran diez hermanos. Se criaron en un hogar politizado, ya que el abuelo Metz era militante del Partido Comunista y trabajador ferroviario. Raúl tenía sentido del humor, aunque era un poco calentón. Comenzó su militancia en la Federación Juvenil Comunista, junto a su gemelo Néstor. Eran compinches, militaban, iban juntos al colegio, compartían salidas y amigos. Desde los 13 años trabajaban como cadetes en una tintorería. Luego ingresaron al Ferrocarril, como su padre.
“Los Mellis”, como los conocía todo el barrio, sufrieron su primera detención bajo la dictadura de Onganía. Con 19 años, fueron llevados a la cárcel de Bahía Blanca y luego como “presos de máxima seguridad” a Devoto. Mientras estaban detenidos en Bahía se realizó una campaña pidiendo su liberación. Entre las organizadoras estaba Graciela. Cuando Raúl y Néstor salieron de la cárcel se alejaron del PC, pero siguieron militando en comedores barriales. Allí Raúl conoció a Graciela y se enamoró. Juntos ingresaron al PRT-ERP. Al tiempo se casaron y llegó Adriana, su primera hija. Vivieron en Bahía Blanca, hasta que la persecución los acorraló y decidieron mudarse a Cutral-Có, provincia de Neuquén.
Graciela y Raúl fueron secuestrados el 16 de diciembre de 1976 en Cutral-Có, ella embarazada de cinco meses. Por testimonios de sobrevivientes pudo saberse que permanecieron detenidos en el centro clandestino «La Escuelita» de Neuquén, donde fueron torturados física y psicológicamente. Luego fueron llevados al centro clandestino “La Escuelita” de Bahía Blanca, donde también sufrieron brutales tormentos.
Raúl Metz fue sacado de ese centro clandestino a fines de enero y desde entonces se encuentra desaparecido. Graciela, con 24 años, durante su cautiverio dio a luz un varón en abril de 1977. Ese bebé, hoy adulto, hasta el viernes último desconocía su verdadera identidad y que una familia entera lo estaba buscando. Graciela continúa desaparecida.
Adriana tenía un año cuando las fuerzas represivas se llevaron a sus padres, unos vecinos -Edelvina Guiñez y Miguel Panijan- la cuidaron hasta que sus abuelos paternos Oscar y Elisa fueron a su encuentro.
Las búsquedas
Las familias Metz Romero buscaron a Graciela, Raúl y el bebé que estaba en camino desde el instante que supieron de su secuestro. Oscar y Elisa llevaron la iniciativa de esta búsqueda: hábeas corpus, denuncias internacionales, presentaciones, hasta el final de sus días. Con la mayoría de edad, Adriana hizo suya la búsqueda, siempre cercana a la institución, a donde acompañaba a su Abuela Elisa desde pequeña. Su tía, Elisa Metz, muchas veces visitaba a la filial de Abuelas La Plata buscando alguna novedad sobre su sobrino.
En 2009, como una botella tirada al mar, Adriana abrió un blog, “Poncho de Lana”, en el que le contaba a su hermano quién era, cómo lo buscaba y lo esperaba. Allí le escribió una carta para su cumpleaños. Desde entonces cada 17 de abril lo saludaba, con la ilusión de ser leída. Adriana participó de cada producción y actividad institucional, con la certeza de que sólo encontraría a su hermano buscando a todos. Y al final, hay recompensa.
A partir de información que Abuelas recibió de manera anónima, se inició una investigación que luego se trabajó de manera conjunta con la CoNaDI y la Unidad Especializada para Casos de Apropiación de Niños durante el Terrorismo de Estado (UFICANTE). Este trabajo conjunto permitió reforzar la hipótesis de una posible apropiación, reunir la documentación necesaria y profundizar en el caso. En este marco, y una vez finalizada esta etapa, en abril de este año, la CoNaDI tomó contacto con el posible nieto para brindarle toda la información recabada. Así, él accedió a concurrir al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y dejar su muestra de ADN, para ser cotejada con las familias que buscan.
Finalmente, el viernes último el BNDG comunicó a la CoNaDI el resultado de ADN y la Comisión le informó al hombre que efectivamente se trataba de un caso de apropiación y que su perfil coincidía con el de la familia Metz Romero. Durante el fin de semana ambas familias fueron notificadas, lo que hoy nos permite comunicar a la opinión pública que hemos encontrado al nieto 140.
La prueba irrefutable
Cada restitución revela de manera irrefutable que la dictadura ejecutó un plan de exterminio, que cometió un genocidio. Cada nieto viene a confirmar que el Estado terrorista secuestró personas, las mantuvo ocultas en Centros Clandestinos de Detención bajo torturas, las asesinó y desapareció sus cuerpos. Que en esos campos de concentración existieron maternidades clandestinas, donde las detenidas, como Graciela Romero, dieron a luz a sus hijos en condiciones infrahumanas. Que hubo un plan sistemático de apropiación de menores, condenando a esos niños a vivir en la mentira y a sus familias biológicas a buscarlos indefinidamente.
Cada restitución de un nieto es también la confirmación de que el trabajo sostenido y colectivo nos permitirá seguir encontrándolos. Esta restitución nos reúne para darnos fuerzas y ratificar que el rol del Estado, las políticas públicas, la solidaridad, el acompañamiento, el amor y la perseverancia, son la garantía del Nunca Más. Pero para que estas búsquedas se sostengan es imprescindible que el Estado siga existiendo. Por eso exigimos que se derogue el decreto N°351/2025, que deja en extrema vulnerabilidad al Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG).
Hoy el Estado restituye un derecho fundamental para cualquier persona: el derecho a la identidad. Las Abuelas hacen justicia por los abuelos que no están y por toda la familia Metz Romero que buscó sin descanso. Una vez más, la verdad arrasadora vuelve a imponerse al olvido y florece la identidad. Todavía falta encontrar a 300 nietos y nietas apropiados durante el terrorismo de Estado. Sigamos siendo ese país que iluminó al mundo en el camino de la Memoria. Luchemos para que la verdad no se apague.
¡Bienvenido nieto 140!
Ciudad de Buenos Aires, lunes 7 de julio de 2025.

Fotos: Sebastián Smok para lavaca.
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