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Ganaremos como querría Yashin
La profecía de una madre en el cementerio de Vakangovo. Una foto en la tumba de Lev Yashin, el arquero ícono ruso. El optimismo frente al partido contra Croacia por los cuartos de final. Otra aguafuerte mundialista, por Ariel Scher para lavaca.org
Por Ariel Scher desde Moscú
Qué suerte tiene Ludmila que sabe lo que nadie: el futuro. “Ganaremos”, le anuncia a Alexander, que es su hijito, que luce una camiseta de Rusia y que recibe ese “ganaremos” como pago para una paciencia que no todos los hijos ofrendan. “Ganaremos”, repite Ludmila, apostando desde la lengua a una victoria de los rusos frente a Croacia en los cuartos de final del Mundial y apostando, a la vez, a que Alexander, ese primor tan suyo, acepte sonreír para la foto que ella le sugiere, le pide, le impone que se saque. Dirán quienes no conocen ni a Ludmila ni a Alexander que una foto, en esta edad de la historia humana entretejida de imágenes, no se le niega a nadie y menos aún a una madre. Y es cierto. Sólo que la foto que le sugiere, le pide, le impone Ludmila a Alexander se enmarca en una geografía que no es cualquiera: un cementerio.
Algo más dirán quienes no conocen ni a Ludmila ni a Alexander: que eso no se le hace a un hijo, que es una locura retratarlo en un cementerio, que el planeta es lo suficientemente ancho, diverso y, sobre todo, vital como para andar estampando a un pibe en un sitio así. Una pena: como en tantas ocasiones, quienes dirán algo lo dirán de más. Verdad que la circunstancia transcurre en un cementerio, verdad que hay una lápida abrazada a otra lápida, verdad que el lugar es grande y ofrece la sensación de que allí caben los muertos de varias Rusias. Sin embargo, hay un detalle: la foto a la que aspira Ludmila posee como fondo a la tumba de Lev Yashin, el mejor futbolista de la historia rusa.
“Ganaremos”, insiste Ludmila. “Ganaremos como querría Yashin”, añade aunque Yashin, arquero extraordinario, el hombre cuya figura funciona como póster del Mundial, murió en 1990, cuando la mamá de Alexander ni siquiera imaginaba la piel o las pasiones que la acercarían al papá de Alexander. Pero el espacio de Yashin es atracción principal en el paseo turístico e histórico que implica recorrer el cementerio Vagankovo, seguramente el más notorio de la capital rusa, en funcionamiento desde 1771, muy atrás en el tiempo, en días en los que Alexander ni quiere pensar porque, hijo como es y futbolero como se volvió, en lo único en lo que quiere pensar es en que la selección de su Rusia superará a la de Croacia en la ciudad de Sochi.
Un coche ultramoderno del sofisticado parque automotor de la Moscú mundialista acelera en el perímetro externo del cementerio en el instante en el que Ludmila sonríe porque intuye haber doblegado las resistencias de su niño. Desde el vehículo surge una música estruendosa con ecos de raggetón, quizás poco convergente, según las tradiciones, con un predio así de solemne al que acuden muchos para descubrir donde yacen actores o deportistas de renombre, pero otros y otras lo hacen para aproximarse a sus afectos. Alexander, hijo y turista ruso, no se concentra en el raggetón y le sugiere, le pide, le impone a su mamá una condición: “Sólo una foto”.
A Alexander, como a otros visitantes del cementerio Vagankovo, los sacude más la promesa de Ludmila, ese “ganaremos” estimulante, que marchar entre árboles y sepulcros. Inclusive, la tumba de Yashin, en la que la efigie del arquero se planta fuerte delante de cualquier ojo, impresiona un poco menos que la de Konstantín Beskov, entrenador nacional de fútbol para la Unión Soviética en los sesenta, ya que ahí las estatuas de dos niños permanecen inevitablemente inmóviles frente a las letras que detallan frente a qué vida y a qué muerte se está desfilando. Para un argentino que se entusiasmó y se preocupó en el debut mundialista de su equipo con Islandia en el estadio del Spartak, el nombre escrito en cirílico más llamativo es el de Nikolai Stárostin. Lógico: en el estadio de Spartak se levanta una estatua que tributa a ese crack. Alexander observa todo eso con su pestañeo fresco, pero más le llaman la atención los idiomas múltiples que se oyen en las inmediaciones de donde enterraron a Yashin. La historia y la muerte son atracciones más tenues que la Plaza Roja o que la Catedral de San Basilio, pero, aunque sea en cuentagotas, se las arreglan para ser convocantes.
Sonríe, entregado, Alexander de cara al lente ansioso de su progenitora. Ataja esa ansiedad tanto como, a su espalda, el gran Yashin parece seguir atajando en su viejo oficio de arquero. Ludmila también sonríe y sentencia: “Quedó hermosa”. Luego advierte que el fútbol, además de un marco para un recuerdo fotografiado, es un juego y una esperanza. Entonces, lanza de nuevo su “ganaremos” mundialista. Difícil medir si, realmente, es experta en el futuro o pronuncia lo primero que le viaja a los labios. Después se aleja de Yashin sin despedirse y continúa detectando tumbas. Lo importante está hecho: ella consiguió su foto, o sea que ya ganó.
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