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El rey León

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Hizo de la rebeldía un arte y del arte, un capote rojo que agita para que las formas más bestiales de intolerancia salten al ruedo. Su padre pintaba murales en iglesias que él convirtió en íconos de una obra que deja en claro sus obsesiones. “Me llevo mal con el poder”, sintetiza el hombre que exigió la anulación del Juicio Final.

El rey LeónEn diciembre de 1997 León Ferrari le escribió una carta al papa Juan Pablo II en la que le reclamó que tramitara la anulación del Juicio Final. Decía allí que a su criterio, la existencia del Paraíso no justifica la del Infierno. “La bondad de los pocos salvados no les permitirá ser felices sabiendo eternamente que novias o hermanas o madres o amigos y también desconocidos y enemigos (prójimo que Jesús nos ordena amar y perdonar) sufren en tierras de Satanás”.
Me acuerdo de esa carta ahora, cuando le pregunto qué significa para él ser de izquierda. Estamos en la cocina de su taller, una cocina tan llena de esculturas, dibujos y extraños objetos que parece un cuarto de trabajo más. En realidad, todos los espacios de esta antigua casa de la calle Pichincha donde Ferrari tiene su atelier están invadidos por una suerte de superproductividad creativa.
Hace unos minutos, cuando entramos a la casa con el fotógrafo y seguimos a Ferrari en busca en un lugar donde sentarnos a charlar, tuvimos que esquivar primero unos caballetes con collages; pasamos a un hall cubierto de antiguas fotos en blanco y negro (él contará después que son del padre) y textos enmarcados (“son cuadros para leer”), cruzamos junto a una habitación atiborrada de pinturas que nos dejaron envueltos en un tenue olor a barniz y por otra con esculturas y maniquíes. Siempre en busca de un espacio, terminamos en la cocina. ¿Pero es realmente una cocina? En los estantes, en lugar del previsible frasco de café y la azucarera, hay vírgenes y santos de yeso. Y del techo cuelga un globo terráqueo con cucarachas de utilería.
Nos acomodamos en un mínimo cuadrado que encontramos libre (lo que no es tan fácil como podría creerse). Ferrari queda sentado entre un esqueleto y un muñeco de poliuretano. Por detrás de su hombro asoma un crucifijo dorado. “Así que están buscando por dónde anda la izquierda”, dice.
¿Usted se define como de izquierda?
Con mis contradicciones, sí, pero no milito. O milito un poco con lo que hago.
los 87 años, Ferrari es autor de una obra con dos vertientes, el arte abstracto y el político. Esta última centrada en cuestionar al catolicismo, especialmente a las ideas bíblicas sobre el castigo al diferente y la condenación en el infierno. Comenzó en los 60 haciendo esculturas de alambres y cuadros escritos (grafismos con textos incomprensibles) que le valieron la atención de la crítica, tan elogiosa que Romero Brest lo invitó a participar del premio nacional del Instituto Di Tella. Ferrari decidió dar un giro y presentó cuatro obras contra la guerra de Vietnam, entre ellas un avión de combate norteamericano con un Cristo. Le prohibieron mostrarla, en un episodio de censura que todavía se recuerda. Aquella fue la primera de sus grandes provocaciones. Ya nunca dejaría de hacer arte político con trabajos que mezclan la ironía y la denuncia: el Papa envuelto en un preservativo, santos y vírgenes cociéndose en una sartén, una página del diario del Vaticano que propone “Sigamos el ejemplo de María” y en la que Ferrari pegó, describe él mismo, “una imagen lindísima de una pareja japonesa cogiendo”.
Cuando el Centro Cultural Recoleta presentó en el año 2004 una retrospectiva de su trabajo, el cardenal primado de Argentina, Jorge Bergoglio, rápidamente la consideró “blasfema” y grupos de católicos se convocaron a rezar el rosario frente a la puerta. Ferrari ascendido a la categoría de demonio. Es curioso que sea hijo de un pintor que hacía murales en las iglesias. “Mi padre no sólo las pintaba –hizo los murales de la capilla de San Miguel Arcángel– sino que también las construía, porque era arquitecto”, cuenta ahora.
¿Usted lo acompañaba a la iglesia cuando iba a pintar?
No; hizo los murales antes de que yo naciera.
Y él, ¿llegó a ver las obras que usted hizo?
Sí, porque murió en 1970, cuando yo ya había empezado a hacer cosas. Por ejemplo, ya había hecho el avión con el Cristo. Pero no le molestaba.
Entonces, que su padre pintara iglesias no tiene nada que ver con que…
No, no. A él no le molestaba.
¿Por qué empezó a hacer arte político?
Porque tengo una enemistad con la represión, tanto religiosa como política. Me llevo mal con el poder.
Lo primero que hizo fue la serie Cartas al general en el año 63. Gobernaba José María Guido, un civil, pero las ffaa manejaban el país. “Tenían líneas de escritura en las que no se entendía nada. Después vino lo del avión con el Cristo, contra la guerra de Vietnam. Los diarios repetían que la invasión se hacía en defensa de la civilización occidental y cristiana. Me rompí la cabeza para encontrar una imagen de esa civilización, y encontré esa: un avión bombardero y el Cristo. Cuando lo vio, Romero Brest se puso pálido. Creo que lo que más chocó es que el Cristo no era hecho por mí, sino un Cristo que compré en una santería, ´con ojos de vidrio´, me había remarcado el vendedor”.
¿Es cierto que como le prohibieron exhibirlo, dejó de exponer en galerías por mucho tiempo?
Dejé de exponer cosas que no fueran políticas.
¿Por qué?
Como me censuraron las obras políticas, dejé de hacer todas las otras.
 
La llama eterna
A finales de los 60, Ferrari formaría parte de los movimientos que buscaron hacer del arte una herramienta revolucionaria. En 1968, junto a unos 30 artistas de Rosario y Buenos Aires integró Tucumán Arde, un colectivo que anunció su decisión de “abandonar la elite cultural, renunciar a las becas y fundaciones y cambiar de público para dirigirnos al pueblo explotado con sus problemas y con su lenguaje”.
El grupo se dio a conocer con una muestra que denunció la situación de los obreros en los ingenios. Dispuestos a romper con las formas conocidas hasta entonces, mezclaron fotografías, noticias periodísticas y documentales. Era un trabajo cuyo principal objetivo ya no radicaba en la belleza ni la novedad, sino en lograr el cambio de las conciencias. “Hubo varios que viajaron a Tucumán donde se hicieron pasar por periodistas y entrevistaron a gente vinculada al gobierno” e incluyeron los reportajes en la exposición, recuerda. La muestra, que se hizo en la cgt de los Argentinos, mezcló datos sociales y económicos con recursos de la publicidad y acciones políticas. Al entrar a la muestra, el visitante encontraba en el piso cuadros sinópticos que mostraban las relaciones entre el gobierno y los ingenios. Las entrevistas se transmitían por altoparlantes, y se proyectaron las imágenes y filmaciones tomadas en los ingenios. Al mismo tiempo, se pedía al público su opinión, testimonios que se incorporaban a la muestra. Ferrari preparó un montaje de recortes de diarios con los que tapizó una pared. “¡No es arte!”, recuerda que decían los críticos. Se divierte: “Lo dicen todavía hoy”.
Pasó una cosa muy curiosa con Tucumán Arde, y es que fue un fracaso completo en nuestras intenciones, que era que el arte sirviera para hacer la revolución. Porque nosotros a los dos meses, chau, cada uno andaba por su lado. Alcanzamos a hacer dos muestras, una en Rosario y otra acá y se terminó. Algunos se fueron a la guerrilla, otros dejaron de pintar, de modo que políticamente fracasamos. Pero con el tiempo, Tucumán Arde se convirtió en uno de los hitos del arte argentino.
Pero eso no estaba en los planes.
!Para nada! Lo que queríamos nosotros era algo muy distinto, irnos de la historia del arte.
 
Eran épocas en que una muestra verdaderamente exitosa terminaba con la clausura de la policía. Así pasó con la puesta porteña de Tucumán Arde. Más tarde, con Yuyo Noé y Ricardo Carpani organizarían Malvenido Rockefeller, en repudio a la gira del multimillonario a América Latina enviado por el presidente Nixon. Épocas de acción. Durante la inauguración del Premio Braque, un protesta contra la censura terminó con nueve artistas presos. Y de búsqueda de insólitas maneras de expresarse: en su libro Prosa Política, Ferrari recuerda que una obra de Roberto Ruano para el premio Ver y Estimar consistió en armar una reproducción exacta de las vidrieras de la biblioteca Lincoln de la usis (United States Service Information). Luego, el autor arrojó un ladrillo contra ella, “en momentos en que el mundo de la cultura celebraba alegremente la inauguración de la muestra”.
Pero usted nunca militó en un partido…
No, porque soy una especie de amarrete de tiempo. Y además no me siento capacitado… Me acuerdo de que mi padre siempre buscaba quién iba a seguir con el nombre de él, con el apellido, y por eso les preguntaba a los nietos “¿Vos que vas a hacer?” Un día, uno de los nietos le dijo “Yo voy a ser político”, y él le advirtió: “Primero fijate si cuando hablás, te escuchan”. (Levanta las cejas en un gesto de sarcasmo) Es lo que me pasa a mí: cuando yo hablo no me escuchan”.
 
El infierno
En 1976 debió exiliarse en Brasil. “Tenía un hijo montonero y otro que era del po. A pesar del golpe, al principio queríamos quedarnos, pero vinieron a buscarlo a Ariel y decidimos irnos, toda la familia; era lo mejor para nosotros y para su propia seguridad. Nos fuimos nueve personas, entre ellas su novia. Ariel se quedó y poco después lo desaparecieron, murió en un tiroteo con Astiz”.
Ferrari reafirmó su certeza de que hay un hilo conductor entre cristianismo y represión. “La influencia que tiene la iglesia en nuestra cultura, la intolerancia que te manda al infierno por no creer, es una intolerancia que se prolonga durante los dos mil años que nos separan de entonces”, señala. Para él el catolicisimo, “esa religión que se mueve entre el diluvio y el apocalipsis, dos matanzas que ningún ser humano podrá jamás igualar”, sustenta con su pasión por el castigo la violencia política.
Ferrari no cree en los católicos que “están en contra del tormento acá pero los anuncian en el más allá. Para mí esos son católicos incompletos, los que eligen sólo una parte del evangelio. La Iglesia, en realidad, es toda de derecha”.
¿Y lo católicos vinculados a la izquierda?
La izquierda dentro de la iglesia, fray Betto, Boff, creen que están libres de culpa y cargo pero no, porque reclutan gente que no estaría con la Iglesia si ellos no estuvieran.
 
La cinta del grabador hace tope. Aprovechamos para movernos; el fotógrafo pasa al otro lado de donde estamos sentados y estamos a punto de tirar al piso, sin querer, una sartén con la docena de santas. Estuvo expuesta en la muestra “Infiernos e Idolatrías”, en el ici. En esa oportunidad un desconocido tiró una granada de gas lacrimógeno dentro del recinto. Ferrari dijo que a fin de cuentas le gusta que sus obras se completen con la intervención del público.
En el 92, expuso un trabajo que llamó Justicia en la que una gallina defecaba en una balanza. “Me escribieron de todo: “Qué culpa tiene la gallina de que vos quieras hacer arte”, “Gallo, cagate en este arte deshumanizante” y “Ojalá te encierren a vos”. Con eso armé al año siguiente una muestra que se llamó Autocensura. La gallina, esta vez, estaba embalsamada.
En realidad, lo que me importa es encontrar una forma de decir las cosas… Por ejemplo, yo también escribo, pero me leen poco. Así que estoy preparando una muestra a la posiblemente mande textos enmarcados. Como no me dan bola, los pongo como obra de arte, en el medio de manuscritos y ahí pongo a todo el mundo a leer.
Como decía su padre, “primero que lo escuchen”
Busco hacerme escuchar, pero con la pintura. ¿Quiere que le muestre las fotos?
Volvemos al hall para verlas. Estan colgadas cubriendo dos paredes, en blanco y negro. En una se ve al padre y la madre disfrazados de feligreses, representando las bodas de Caná.
En la iglesia de San Miguel ella quedó pintada. Fue modelo del mural.
¿Hizo de virgen?
No – dice, y con una sonrisa– hizo de esclava. Desnuda y con el pelo largo.

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