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La década perdida: 10 años sin Luciano Arruga
Símbolo de las violaciones a los derechos humanos en democracia, la desaparición y muerte del joven de 16 años cumplió una década. Sin grieta, la mano dura convertida en fuente del delito. La hermana de Luciano, Vanesa Orieta: las nuevas madres, el Estado, los barrios y la construcción colectiva de la condena social. POR LUCAS PEDULLA
en la habitación principal, después de entrar por una puerta de madera tras flanquear las rejas del chalet pintadas de colores, hay varios estantes con libros de poesía, de política y derechos humanos, pero Rocío ubica el tiempo y el espacio en menos de un segundo: “Estamos donde se recepcionaban las denuncias”. Hay novelas, cuentos y guitarras, un pasillo que conecta con un baño, otras dos habitaciones y una cocina donde se sale a un patio que ahora tiene pinturas, murales y una huerta comunitaria. Hace diez años este lugar era un destacamento policial donde se torturó a Luciano Arruga, joven de 16 años.
Es un chalet en un barrio residencial convertido en destacamento policial por pedido expreso de un grupo de vecinos que lindan con el barrio 12 de Octubre, de Lomas del Mirador, La Matanza, donde vivían Luciano y su familia. Según consta en denuncias que encontraron culpables a efectivos policiales, Luciano fue torturado allí tres meses antes de que lo vieran por última vez, en ese mismo lugar, luego que comenzara a ser hostigado porque se había negado a robar para la policía. El pedido vecinal de “mano dura” y “empoderamiento de la seguridad” y la realidad: una fuente de reclutamiento de menores para que roben para la policía.
Pero Luciano dijo no. El 31 de enero de 2009 Luciano desapareció, y el 17 de octubre de 2014, cinco años y ocho meses después, hallaron su cuerpo. Según la reconstrucción, Luciano había cruzado a las 3.21 de la madrugada del 31 de enero con ropa que no era de él por un lugar inaccesible de la General Paz “desesperado, como si estuviera escapando de algo”, según declararon testigos. Lo atropellaron, murió en el Hospital Santojanni -donde su familia fue a preguntar si había ingresado algún joven y le respondieron que no-, lo derivaron al Cuerpo Médico Forense y fue enterrado como NN en el Cementerio de Chacarita. El circuito revela cuál fue la trama de encubrimiento de uno de los hechos más resonantes de nuestra democracia, y cómo el Estado no está preparado para buscar a un joven desaparecido. Las prendas nunca aparecieron, y un testigo declaró ante el Juzgado Federal de Morón que vio desde la autopista una camioneta doble cabina de la Bonaerense con las luces bajas.
En el medio, una causa por desaparición forzada y un juez de garantías (Gustavo Banco) y dos fiscales (Roxana Castelli y Celia Cejas) con pedido de jury político por pinchar los teléfonos de la familia y desviar la investigación que apuntaba a la Bonaerense.
Ahora, en este lugar que fue recuperado con acampes, radios comunitarias y una expropiación de la Legislatura bonaerense, funcionan talleres de música, de teatro y apoyo escolar. Hoy es el Espacio Social y Cultural Luciano Arruga y aquí está su hermana, Vanesa Orieta, que junto a su mamá, Mónica Alegre, son dos de las voces más fuertes que denuncian las violaciones a los derechos humanos en democracia y el carácter sistémico de esa violencia estatal que no reconoce colores políticos ni grietas sociales.
Aquí están, también, Rocío, Laura, Natasha y Matías, algunxs de lxs integrantes de Familiares y Amigos, el colectivo que corporizó la búsqueda de verdad y justicia.
Salir del gris
¿Cómo hay que dimensionar estos 10 años?
Vanesa: Los familiares vamos transitando procesos. Hay muchas cosas que las movilizamos desde el dolor más descarnado, pero hay algo que te da la posibilidad de organizarte y luchar con otros, que es ir formándote y tener un panorama más completo de lo que pasa. Quizás en algún momento me reconocía mucho más en el lugar de víctima. Ahora me planto desde otro lugar, despojándome, y aunque seguimos siendo víctimas de un proceso cruel que nos tortura sistemáticamente, nos afirmamos como sujetas, como madre o hermana, intentando poner una palabra desde ahí. No es una mirada como víctima sino como cualquier persona que salió de ese lugar gris y se presenta con nombre y apellido con una voz analizada, que ya no parte solo del dolor sino desde un proceso de formación. Pero son 10 años en los que cae la ficha de que no hemos podido avanzar en una causa judicial que necesita una resolución, porque los familiares necesitamos cerrar una etapa y que se condene a los responsables. Pero la Justicia es el lugar que más nos revictimiza, pone en peligro y genera impunidad.
¿Cómo se sale del lugar de víctima?
Vanesa: El grupo tiene una importancia fundamental, porque diferente hubiese sido si tanto mi mamá como yo nos quedábamos solas. Este grupo tiene un factor humano enorme que corrige, en buenos términos, muchas situaciones. No siempre los familiares nos movemos de la mejor manera, por lo que tener un grupo que pueda darte una palabra en una situación concreta, donde todo es poner el cuerpo, es formativo. Tener un colectivo que contenga y abrace es un salto de calidad. El factor humano no se puede dejar de lado. Es lo que nos permitió avanzar y relacionarnos, entender la problemática desde el barro más barro. Pero siempre volviendo a un grupo en donde lo volcamos todo. Y así vas saliendo del gris que te genera ser absolutamente víctima.
Rocío: Desde el inicio de la desaparición, se armó una coordinadora. No nos quedamos en dolor sino en avanzar en poder construir politicamente. El actor es siempre colectivo. Y la mirada fue más allá, de plantear que Luciano es un desaparecido en democracia, una figura que hasta el año pasado la seguían discutiendo. Luego pasó lo de Santiago Maldonado, y se pudo poner sobre la mesa. Pero por algo conseguimos más cosas desde lo político que desde lo judicial, porque allí sigue habiendo un nudo que no se puede romper.
Desde lo judicial lograron la condena a 10 años de prisión de Julio Torales, el oficial a cargo del destacamento, por las torturas a Luciano en 2008.
Vanesa: Esa causa no está volcada a la de desaparición forzada. Lo entendemos como un acto inteligente de parte de la Justicia para seguir generando impunidad, porque parcializa causas e investiga por separado hechos que tienen una relación directa. El daño que se hizo en la causa es tan irreparable que pueden seguir por esa vía para que no sigamos en el proceso de verdad. Han pasado cuatro jueces y tres fiscales diferentes y terminamos quedando en el rol de tener que confiar en cada nueva fiscalía que aparece. Pero ya no se puede. Porque hablamos de pruebas que se perdieron, datos que no podemos recuperar. Ya no nos queda en quién confiar. Podríamos haber encontrado un cuerpo que hablara, pero obtuvimos restos óseos. Y yo tuve que reconocer los restos de mi hermano por la paliza que le dieron en 2008. Fueron 10 años sin escuchar a la familia. Al revés: nos investigaban a nosotros. Pero nunca generar datos para ir hacia los culpables. Y en la medida en que esta información no aparezca en la causa principal, vamos a estar siempre recordando fechas, denunciando a la justicia y van a pasar 20 años y vamos a estar en la misma situación. Salvo que la justicia termine sacando un disparador inesperado.
Matías: Lo vemos en el juicio por los desaparecidos en La Tablada: militares ocultaron todo durante años, en el juicio se largaron a llorar y contaron todo. Hagan la prueba: sienten a los policías ahí. Los dos compañeros de Torales, en el juicio, se declararon presentes en el lugar del hecho mientras torturaban a un menor. La Justicia podría avanzar. Y el juicio dejó algo fundamental: más allá de las pericias sobre las lesiones de Luciano, se tomó la voz de la familia y de los testigos para que hablen por la víctima con peso probatorio y condenatorio. Ahí está el correlato: tres meses antes, policías de ese mismo destacamento habían torturaron a Luciano.
Vanesa: La condena sirve para que no se naturalicen los golpes que padecen los pibes. Parece normal que pibes villeros se encuentren con cachetazos, sin ver que ahí hay una relación de poder, y que hay una persona avalada de privarte de tu libertad y ponerte una mano encima sin que la sociedad se plante. Es una pequeña batalla ganada para poner en palabras: no son apremios ilegales, es tortura, física y psicológica, sobre un pibe de 16 años en una relación desigual de poder. Pero hoy los policías acusados por su desaparición siguen libres, seguramente pensando cómo poner más obstáculos para atravesarnos con el miedo, porque así buscan paralizarte. Hay que romper eso.
Otras madres
Si existe una condena social respecto de estos casos, ¿es porque hubo una organización que de manera colectiva politizó este tipo de hechos?
Vanesa: Nosotros aparecemos en un momento determinado, pero antes hubo madres que denunciaron hechos represivos que vincularon a distintas fuerzas. Todos tenemos a Rosa Bru, la mamá de Miguel, denunciando la desaparecion de su hijo en la mesa de Mirtha Legrand, en un contexto democrático. O los familiares de Darío Santillán y su sentido de constancia en la lucha. De María Millacura, la mamá de Iván Torres, que se plantó en una comisaría en Comodoro Rivadavia para saber dónde estaba su hijo. Luciano también trae algo puntual: discute la figura de pibe chorro. Él se negó a robar para la policía, pero si hubiese sido un pibe chorro, nos hubiéramos plantado de igual manera, porque el hecho violento es la desaparición forzada de un joven de 16 años en democracia. Todo lo demás lo tenemos que discutir en una problemática que es la pobreza, el lugar del que se sirven estos actores con poder para seguir explotando la vida de nuestros jóvenes. Necesitamos discutir qué pasa con estos pobres, porque hay un control, y ya no sirve ocultar la problemática o suavizar palabras, hablar de “violencia institucional”: es represión estatal. Discutamos el concepto. Y también qué esta pasando en la vida de nuestros pibes y pibas. Sin embargo, del otro lado tenemos al poder que va a intentar suavizarlo para dejar de lado responsabilidades, y empezar a hablar de gobiernos un poco más buenos que otros. Lo que hay que decir es que el tema represivo atraviesa a todos.
Sin grieta
En 10 años, sólo en la provincia de Buenos Aires, pasamos de Scioli a Vidal.
Vanesa: Lo que nos parece injusto al querer discutir es que nos planteen mirar particularidades de los gobiernos. Nos corren desde un lugar en el que si me decís que estoy poniendo en mismo lugar un gobierno que el otro, me estás cagando. Los familiares tenemos la necesidad de discutir la problemática represiva. Y, ahí, las lógicas son similares. Claro: pasa que yo pido condena para personas que otros quizá deban amar. El tema es que, en esto, somos los familiares de un pibe que no está. Y buscamos responsabilidades. Ahora, si hay que discutir, hagámoslo en serio y pensemos qué puntos en común atraviesan a todos los gobiernos en la era democrática. Algo han alimentado gobiernos anteriores para que hoy tengamos funcionarios que se declaren públicamente a favor de que la policía tire y mate. La doctrina Chocobar no se construye de la noche a la mañana: hay un recorrido histórico.
Desde esa noción de cómo conmover a la sociedad, ¿cómo perciben el barrio?
Vanesa: Me cuesta mucho pensar si cambió o no. Quisiera que la gente tenga acceso a todos sus derechos. Que una niña y un niño puedan crecer felices. Que tengan la posibilidad de elegir, aun atravesados por muchas cuestiones culturales que influencian ese deseo, pero que lo puedan hacer en la mayor libertad posible. Ese cambio nos gustaría, donde la gente deja de pedir limosnas que le sobran a un Estado. Para evitar que se sigan formando culturalmente futuros hombres machistas y violentos, pibes que salgan a chorear o pibas que terminen rehenes de diferentes formas de explotación. Como organizaciones podemos hacer cosas, pero otras nos exceden. Acá tiene que aparecer el Estado. Y fuerte: acompañando procesos de las familias que sufren estos hechos, políticas de proteción, de promoción. No basta con familias que politicen esto si después no hay un acompañamiento real. Y eso cuesta dinero: en lugar de poner recursos allí se los pone en función de más patrulleros. El 12 de Octubre es un barrio chiquito, pero la Santos Vega es más grande, con muchos pibes asesinados y muchísimas problemáticas. La pasta base está arrasando la vida de los pibes. Hay que ser cuidadoso en no criminalizar a los barrios, pero tenemos que hablar de lo que pasa: hay una reproducción de la violencia que hace que muchas vidas se pierdan. Y eso no se resuelve con un grupo de militantes, sino con una política de Estado bien clara.
En la Marcha contra el Gatillo Fácil del año pasado, fue muy impactante ver a todas las mamás marchando, entre ellas Mónica. ¿Qué se está urdiendo ahí?
Vanesa: Las familias nos terminamos convirtiendo en receptores de muchas denuncias. Se nos pone en un lugar que a veces lo relaciono con el Estado: nos preguntan qué hacer en la causa, conseguir un abogado, y la desesperacion es muy grande porque querés encontrar que el organismo se acercque, pero hay limitaciones muy grandes que se tienen que discutir al interior de cada grupo. No sólo estamos atravesados por el dolor de haber perdido un familiar sino que, al mismo tiempo, somos atavesados por el dolor de otros familiares. Ahí nos ponemos una exigencia más: formarnos. En lo juridico, para ver que hacer en las primeras instancias. Se está construyendo un movimiento de madres que es muy interesante. Es un momento de acompañarlas fuerte. Es un grupo de mujeres que, en este contexto, viene a discutir los derechos violentados pero también los que queremos conquistar. Además, no son la mujer hegemonica: son la villera, la pobre, la negra, la india. Están discutiendo un montón de cosas. No sólo tenemos que hablar quienes terminamos colocados como “referentes”, sino todas las mamás y papás, porque incluso desde el dolor más absoluto te están hablando de una problemática y una lógica.
Hay organizaciones, hay palabras, hay demandas. ¿Es necesario pensar en canalizarlas en nuevos organismos o alguna otra forma específica?
Vanesa: Hay una verdad: la mayoría de los familiares que sufren estos hechos no tienen resuelto nada. Mientras denuncian al Estado, tienen un hijo con un problema de adicción, otro está encerrado; están apretados por la policía, con quilombos con el transa, y viven 10 hacinados en una casa, sin un trabajo fijo. Cuando hablamos de lo humano, hablamos de ver esto en la vida de todos los familiares. Eso hace más difícil armar una práctica cotidiana, y ahí nos detenemos en el cómo. Cómo hacemos para acompañar, si estamos hechos mierda. Aprendimos mucho de las agrupaciones de familiares, de las Madres y de las Abuelas. De Nora Cortiñas, siempre presente. De Pablo Pimentel, de la APDH de La Matanza, la primera persona que nos acompañó.
prendimos de la historia de lucha de esos organismos de derechos humanos. Hay que discutir la independencia de los organismos pero también pensar organizaciones de familiares entendiendo que es una realidad diferente a otras lógicas y otros momentos de la historia donde estábamos en otra situación económica y social. Acá ocurre que a una madre le matan a un pibe, pero en esa familia está todo detonado.
Matías: Al haber una ausencia total del Estado, y más allá del proceso interno nuestro, fuimos acompañados y acompañamos a un montón de familias con las que empezamos a pensar otra manera de hacer las cosas, de hablar. Desde ahí, ¿estaría bueno otro tipo de organismo? Sí, pero no sé si para construir algo téorica o físicamente superador, sino para cambiar las formas y no reproducir estructuras verticalistas donde no hay lugar para lo humano. Cuando te encontrás con un familiar, hallás una paz y comprensión que en otro lugar no hay. Y en las estructuras que existen hay pocos lugares que permitan una cuestión genuina. A veces se le exige a un familiar estar presente en tal escenario, con tal bandera y con tal “compañero de militancia”, cuando no se resolvió si ese familiar tiene para parar la olla a la noche. Y ni hablemos del abogado o cuestiones de salud. Ahí está la clave: el cómo. Eso sería lo fundacional de alguna nueva forma de acompañar estos procesos.
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