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Tan cine: Gustavo Fontán
Acaba de estrenar una película a tono con la época que narra el periplo de una empleada para devolver un dinero que no tiene. Qué nos dice con planos largos y palabras sencillas este director que se las trae. Por Néstor Saracho.
Gustavo Salvador Fontán llega a MU Trinchera Boutique y logra entrar por la puerta. Se podría decir que es grandote por su altura, pero luego de un rato de charla notaré que la escala de sensibilidades en su forma de producción cinematográfica se mide con un sensitómetro extraordinario.
Preparamos unos mates y pongo a rodar el grabador. Le mostramos la MU de agosto mientras hablamos de las fotos que acompañarán la nota; Gustavo se imagina posando con alguna de las prendas autogestivas que se ofrecen en el local, y se ríe. Martina, la fotógrafa, realizará tomas con fondos negros y la presencia de un fotómetro.
La excusa de la charla es su flamante film La deuda que, si bien tiene una connotación muy coyuntural, fue escrita hace bastante tiempo: “Estuvo guardada unos cinco años. Luego, las circunstancias históricas en Latinoamérica, en el país y algo del avance de la derecha me llevaron a profundizar ese guión que habla sobre qué pasa con los vínculos humanos cuando están atravesados por el dinero”, declara Fontán y continúa: “En ese momento se suma la novelista Gloria Peirano para coescribir; esto aportó una dimensión a los personajes y a la narración que le dieron mucho más solidez”.
Luego vino el encuentro con Lita Stantic, productora de La ciénaga y La patota, entre otros peliculones, que se sumó al habitual equipo.
Trabajo en equipo
La primera película de Gustavo Fontán es casi desconocida. Se llama Donde cae el sol y es una ficción. Recuerda esos comienzos, y traza puentes con la actualidad: “Había aprendido a hacer cine en la CERC (hoy llamada ENERC) y algo de ese trabajo con lo real, algo de lo que el mundo venía a aportar a una estructura ficcional, fue una búsqueda muy fuerte. Todo esto da una vuelta, un giro, y volver a rodar una ficción desde otro lugar, sin perder los aportes de lo que fuimos descubriendo no solo a nivel personal sino en el trabajo con un grupo. El grupo es el mismo. Lo novedoso es contar con Lita y El deseo (productora de los hermanos Almodóvar), pero el grupo de trabajo es el mismo con quien vengo haciendo las películas”.
Algunos de quienes conforman este equipo fueron estudiantes de Fontán: Mario Bocchicchio era pintor y fue mi estudiante. Para La orilla que se abisma confié en que podía aportar algo desde el acto de pintar y ser útil para esa película: desde ahí ya hace el montaje de todas las películas”. Diego Poleri también fue su estudiante y hoy está a cargo de cámara y fotografía: “Es uno de los más grandes en el trabajo con el video”, reconoce Fontán. Completan la selección Abel Tortorelli, dirigiendo sonido, y Alejandro Mateo en el arte.
El grupo de trabajo se fue consolidando película a película. Las nuevas incorporaciones son en el área de producción. “Lita es una productora muy particular y de mucho prestigio. Sabe mucho de producción y sabe mucho de cine. Respeta mucho el trabajo y también realiza aportes muy valiosos. Cuando se dedica a una película, lo hace poniendo su cabeza y sensibilidad al servicio de esa película. No es que está haciendo cinco películas al mismo tiempo. Acompaña de verdad el proceso de realización, desde lo que se pueda discutir en un guión, hasta el montaje. No diciendo lo que hay que hacer, sino sugiriendo. Por ejemplo, los actores los elegimos juntos, a Belén Blanco la propuso ella”, enfatiza Gustavo y sigue: “Estoy convencido de que el trabajo del cine es una creación colectiva direccionada. No alcanza con la historia. Hay algo más hacia dónde vamos, eso invisible que queremos filmar, esa sensación que queremos conseguir es lo que el director propone. Luego las áreas se vuelven creativas en relación a eso. Yo confío absolutamente en las sensibilidades de la gente con la que trabajo, entendiendo que los aportes son muy valiosos para que la película crezca. Hay cosas de sonido y de fotografía que no se me ocurrirían nunca. No solamente desde lo técnico, sino que no podría pensar cuáles recursos ayudan a profundizar aquello que estoy tratando de abordar. Cada pieza del equipo le da solidez a una película porque son creadores y tienen una sensibilidad que ponen a disposición de la película y mi responsabilidad como director es que todas esas sensibilidades vayan en una dirección, ver por dónde vamos, por dónde nos desviamos”.
Normalmente anormal
La normalidad dice que primero una película tiene que pasar por festivales para luego estrenar en salas. Sin embargo, La deuda hará el camino contrario: estrenará en salas de Argentina el 19 de septiembre y luego se proyectará en los festivales de Hamburgo y Viena.
Pero esa no es la única particularidad de la película. La deuda sobresale por algunos planos que, por su duración e intensidad, invitan a reflexionar y acercarse de otra manera al cine. ¿Están puestos desde la dirección, o son sugerencia desde el montaje? Responde Gustavo: “Ambas cosas. Son sugerencias del montaje pero con una decisión de cómo vamos en la dirección. Luego lo discutimos, lo pensamos como un trabajo en conjunto: nos interesa qué profundiza un poquito más o un poquito menos en el tiempo. En los momentos en los que la acción se detiene un instante, la construcción del tiempo en los viajes finales, el viaje en taxi o el viaje en tren. Hay algo de esos tiempos que es donde algo se cataliza del sentido. Los aportes están ligados a una intensión expresiva”.
Sigue Fontán: “Hay un momento muy importante que es cuando la historia se disuelve en montones de historias, donde de algún modo la historia individual que cuenta ese personaje nos alcanza y se transforma la historia de muchos y de muchas. Para nosotros la lectura política debe estar, no en un sentido directo, sino de percepción. La acción de la protagonista es conseguir el dinero, que no es mucho. Pero sí nos importaba de qué modo conseguía ese dinero, qué pasa con los vínculos humanos cuando están atravesados por el dinero: en ese punto se vuelve política. ¿Qué pasa con el dinero cuando atraviesa las relaciones cercanas? La película pone el acento en aquellos que todavía están en el sistema, pero en el borde. Está enfocada en una pregunta: en qué nos vamos transformando adentro de un sistema que nos va dejando cada vez más solos”.
Pienso entonces en esta estructura y en qué te obliga a convertirte. Busco y le muestro el afiche de Susy Shock, que dice: “No queremos ser más esta humanidad”. Dice Fontán: “¡Claro! Lo que no debemos perder es la conciencia de lo que nos sucede, cómo es lo que nos ocurre, cómo de algún modo la vida se va deshumanizando… Y recuperar eso humano”.
Se acerca el momento de las fotos entre libros y emprendimientos autogestivos, y la pregunta se me sale de la boca: ¿Qué porcentaje de cooperativismo y autogestión hay en tu trabajo cinematográfico y también en tu vida diaria? Fontán: “Lo busqué siempre. No es fácil: una cosa es la conciencia y otra la vida cotidiana. Pero me parece que es una de las formas de resistencia que todavía conservan esto que llamamos humanidad, es decir, un encuentro de pares con un objetivo, con una propuesta en común, pero en otra dinámica vincular. Me parece que, paradójicamente, estos proyectos florecen en épocas de crisis, como una consecuencia. Y uno encuentra un conjunto de elementos positivos en sus asociaciones. Por supuesto tienen miles de problemas, no significa una idealización: no hay trabajo humano que no tenga complicaciones. Pero la idea que siembran es muy contagiosa”, dice señalando lo que lo rodea.
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