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Desde las trincheras del Borda
Organizaciones de arte y terapia que trabajan desde hace dos décadas en la intemperie del Hospital Borda. Van a contramano de la lógica insalubre de una estructura manicomial. No reciben apoyo ni valoración por parte de la institución.
Y sí obtienen el reconocimiento y el prestigio de la sociedad de los cuerdos. Trabajan de manera separada, aunque se conocen y reconocen en el hacer. Hoy representan, además, tres de los proyectos amenazados por el plan del macrismo de desguazar los servicios neuropsiquiátricos públicos.
G uillermo cuenta que ingresó al Borda a fines de la década del 80. En esa época, la institución era un ámbito hermético, cercado por las opresiones de la dictadura. Durante la internación sufrió la sobremedicación y la violencia de “ver la miseria humana”, algo que, en sus 24 años de entonces, ignoraba. Asegura que esas imágenes y vivencias lastiman en la mente, en el corazón y en el alma. Tiempo después, el hospital lo devolvió a la calle “desvalido y marcado”. Lo dice con un cigarrillo en la mano. Otras palabras no podrían describir mejor esa situación que parece continuar. Guillermo busca trabajo y no encuentra. Cree que su internación es la razón de ese “lo vamos a llamar” que nunca llega. Entonces, no le queda otra que tramitar una pensión por invalidez: 350 pesos. Guillermo es ahora un paciente ambulatorio, que acude a una terapia grupal. Pero lo que lo mantiene aferrado al hospital son los talleres del Frente de Artistas del Borda.
Carlos, que debe andar por los 35, fue llevado al Borda en 2005 y ahí se quedó casi por 24 meses. Su diagnóstico: los médicos “medican de acuerdo a sus propias patologías”. Sí, las de los profesionales. Lo poco que rescata de su forzada estadía son los lazos de solidaridad entre los pacientes, que se dan en acciones simples, como pedir y convidar con un cigarrillo. Carlos no tiene ningún sostén económico y su voluntad está, ahora, en no volver a quedar internado, en “no volver a caer”, dice. Aunque sabe que el afuera también es para él ese agujero negro que lo escupe y lo atrapa. De ese abismo lo separa el grupo del taller de poesía de Cooperanza.
De estas historias al paso surge una secuencia casi inalterada en la cotidianidad de los “internos” del Borda, los lugares de poder y no poder, la lógica insalubre de una estructura manicomial. A contramano de esa inhospitalidad, entre las grietas de esos muros, comenzaron a surgir a mediados de los 80 proyectos que abrieron espacios de esperanza. Estas trincheras de sociabilización fueron sembrando reconocimiento y prestigio en “la sociedad de los cuerdos” y, a la vez, fueron dejando huellas concretas en las personas allí depositadas. Son experiencias diversas y parecidas entre sí, que se conocen y reconocen en el hacer, que no compiten, pero tampoco comparten trabajos. Como un tejido sin red, creció a espaldas de la institución.
Hoy, todos y cada uno enfrentan una misma amenaza: el gobierno macrista anunció un plan de descuartizamiento de la asistencia pública psiquiátrica. El proyecto contempla que el Hospital Borda se transforme en sede de la administración porteña, para internar allí a sus funcionarios.
Los éxitos del fracaso
El proyecto macrista se agita como un fantasma en los jardines del Hospital. Es que ahí, a la interperie, nacieron justamente esos proyectos pioneros de una batalla con nombre y filosofía propia: desmanicomialización.
Un ejemplo: el Frente de Artistas del Borda, un movimiento que nace en 1984 con el objetivo de ayudar en los procesos de desmanicomialización, basados en experiencias de la década del 70 en Italia. Allí, luego de una década de trabajo en esa dirección, se cierra por primera vez en el mundo un hospital psiquiátrico.También, por primera vez, el Estado implementó para el paciente mental un dispositivo comunitario social y no sólo médico. Es decir, que toda persona que sufría de un padecimiento psiquiátrico ya no ingresaba en un manicomio, sino que era atendido en un hospital general, en el servicio de salud mental. “El movimiento de desmanicomialización entiende que el sufrimiento mental no se resuelve con internaciones, sino de forma ambulatoria, contemplando la situación afectiva y social: la vivienda, el trabajo, la educación”, explica Alberto Sava, director del Frente. “En los primeros años de la democracia se trajo esa idea a nuestro país. Inclusive vinieron los italianos a asesorar al gobierno. A la vez, se convocaron a especialistas jóvenes de distintas áreas para implementar este sistema. Y, entre otros, también me convocaron a mi, como artista.” El plan se implementó con éxito en Río Negro -donde se cerró el manicomio y se lo transformó en un hospital general-; en Córdoba la experiencia quedó a mitad de camino y en el Borda, en la nada. Hubo una intervención y luego otra, con asesores que habían sido funcionarios de la dictadura, más afines a colocar vallas que a abrir ventanas. Pero a esa altura, la grieta ya estaba: Cooperanza, el Frente de Artistas y La Colifata, entre otros proyectos autogestivos, habían comenzado a hacer su magia. “Y el costo político de arrancarlos era demasiado alto” señala Sava.
Salir y volver a entrar
La organización del Frente de Artistas del Borda es horizontal, aunque hay roles a cumplir. “Los viernes nos juntamos en asamblea. Los talleristas, los coordinadores, los colaboradores, todos, integramos este colectivo y de este modo decidimos las actividades que vamos a llevar adelante”, detalla Sava.
Para los que participan de los talleres el objetivo es claro: quieren formarse como artistas y, en lo posible, trabajar como artistas. Dice Sava: “Saben que el arte provoca un efecto terapéutico en ellos, los hace sentirse personas, y además hay un plus: ellos son militantes de un proyecto ideológico que es la desmanicomialización. Se ponen al frente de un cambio, una transformación”.
Para el Frente, en cambio, la producción de los talleres tiene otro objetivo: salir del hospital. “Primero, porque le hace bien al paciente, al creador de un espectáculo, de una obra. No solo sale su producción, sino él como persona. De esta manera, incluso puede denunciar todas las violaciones a los derechos humanos que se dan dentro del hospital. Segundo, porque lo que se muestra afuera genera movimiento interno. Y tercero, por lo que representa socialmente: la gente piensa que adentro del Borda viven monstruos, discapacitados, personas que no saben nada. El contacto directo hace que ese imaginario pueda modificarse” enumera Sava.
Pablo Pintos, coordinador del taller de teatro del Frente, explica lo mismo de otra manera: “Creo que la búsqueda de un artista del Borda es igual a la de cualquier otro: es humana. Se diferencian en el nivel de opresión. Dentro del hospital está más claro: hay un encierro y un padecer concretos. A esto se suma la estigmatización por parte de la sociedad. Por eso es fundamental salir para mostrar lo que se está cocinando acá: el público va a ver locos actuar y es interesante ver qué hace uno con eso. La gente va dispuesta a compadecerse y nosotros tiramos bombas. Ahí dicen: esto es serio. Y en general, el resultado final tiene muy buena repercusión. “
Salir, entonces, representa para el Frente todo lo que representa, más un inquietante desafío: acompañar el regreso de los internos al hospital. Responde Pintos: “Volver desde un espacio de libertad a una estructura manicomial es lo más difícil. Esto también puede ser pensado como un desafío, preguntarse: ¿cómo hago para salir del lugar donde me pusieron?”. La respuesta a esta pregunta es lo que intentan construir desde hace años.
Ahora, frente a la amenaza del desguace del hospital y el traslado de los internos, Sava advierte varios peligros: “El proyecto de Macri no es un iniciativa en pos de la desmanicomialización. Propone cerrar el Borda y el Moyano, en el lapso de dos años y crear diez manicomios de cincuenta camas, y casas de medio camino. Sin embargo, este plan-trampa busca ´aggiornar la estructura manicomial´ justificándose en una mirada médica clínica, lejos de lo social y lo comunitario. Para nosotros los manicomios no tienen razón de ser, simplemente desde lo humano. Estos espacios no se deben tirar abajo: se deben reconvertir. Que la estructura manicomial actual sea tan decadente también tiene que ver con cuestiones económicas: el hospital es municipal, pero su funcionamiento interno es privado. Es privada la limpieza, la comida, la medicación, y la seguridad, que ahora se comparte con la Policía Federal”.
Romper los muros
Talleres al aire libre, todos con orientación artística (letras, plástica, música, lo que sea) forman parte del entramado que surgió a instancias del psicólogo social Alfredo Moffat y que lleva el nombre de Asociación Civil Cooperanza. “Trabajamos con la población más lastimada del hospital, la que no tiene visitas, ni familiares, la que no posee permiso para salir, la que tiene condiciones económicas más desfavorables y hace quince o veinte años está aquí adentro. Es decir, los pacientes cronificados por el hospital.”, cuenta Leonardo Paniagua, uno de los coordinadores del proyecto.
Las actividades comienzan cada sábado, a las 14.30 y puntualmente, a las 5 de la tarde confluyen en una asamblea, para que todos los participantes se sienten en círculo y compartan sus producciones: los dibujos, las poesías, o las canciones que fueron naciendo durante la jornada. Así, el grupo intenta que cada uno recupere su identidad: “Yo persona, me nombro, y me inscribo, con los demás, en una realidad, en un espacio y en un tiempo compartidos”, resume el coordinador.
La jornada no termina allí. “Cuando cerramos Cooperanza los que trabajamos en la coordinación abrimos un espacio para procesar grupalmente lo vivido. Se trata de desentrañar en grupo toda la maraña que nos atravesó. Se trata de laburar la cuestión subjetiva de ese día. Y ese día te lleva a otros días. Porque durante toda la semana te siguen cayendo fichas. Nos vamos del hospital atravesados por cuestiones realmente dolorosas y hay que irse fuertes, para poder volver el sábado siguiente.”
El proyecto de Cooperanza tiene dos patas: una muy grande, hacia adentro del hospital y otra, siempre a alargar, que tiene que ver con el afuera, con los voluntarios. “Nos paramos de una manera política para romper los muros, no sólo de los edificios, sino los muros de las cabezas. En ese sentido, que venga gente de afuera es una manera de abrir el Borda a recursos que hay en la comunidad. Recursos que se ponen a jugar de manera solidaria en la restitución de vínculos. Además, no es necesario que sean profesionales en la materia. Todos pueden encontrar modos de compartir el proceso de reparar, acompañar y recuperar un sentido al existir, a lo cotidiano”, resume el coordinador. Queda claro que ninguno de estos objetivos es posible si no existe un punto de reunión, como el que Cooperanza ha logrado mantener en la interperie del Borda a lo largo de tantos años.
Contra el exilio
A esta altura de la historia, lt22 Radio La Colifata no necesita presentación. Le sobra creatividad para hacerse su propio nombre, abrirse sus propios espacios y obtener sus propios recursos para sobrevivir a la indiferencia de la institución que tantas veces la combatió. Uno de los fundadores del proyecto, el licenciado Alfredo Olivera, define su mágica fórmula así: “Entrar en La Colifata es entrar en la clínica del asombro, del acontecimiento”. La Colifata es, sobre todo, un viento saludable que sopla en los patios de este manicomio, todos los sábados, desde las 14 hasta las 19. Transmiten lo que quieren y como quieren y con quien quiera acompañarlos: cualquiera puede ingresar al hospital en ese horario para compartir ese momento de libertad. “Cuando termina La Colifata hay quien vuelve a su servicio, a esa realidad ordinaria y de tipo cerrada, y hay quienes también vuelven a sus casas, a una realidad ordinaria y de tipo cerrada. Sin embargo, lo común en estas experiencias es que algo pasó, algo que nos modificó a todos”, sintetiza Olivera.
“La Colifata ha jugado, incluso más allá de su voluntad, un rol importante hacia dentro del hospital, especialmente al conjurar la muerte de la ilusión de los profesionales. Es difícil hacer una buena tarea profesional si no hay pasión, si no se puede conectar con el deseo de llevar a cabo tu vocación, tu querer hacer, tus ganas. Nosotros, quizá, sólo generamos algunos interrogantes. Y proponemos algunas líneas de acción que, cuando logramos articularlas con algún profesional de algún servicio, el primer beneficiado es la persona, el colifato, el paciente”.
Frente al anuncio del gobierno porteño de cerrar los hospitales Borda y Moyano como parte de su plan de salud mental las expresiones contrarias se concentraron en lo que olía peor: la posible especulación inmobiliaria con los estratégicos predios que ocupan los dos neuropsiquiátricos y el reclamo por la continuidad de la fuente laboral. Alfredo Olivera, fundador de La Colifata, va más allá: “Personas internadas por más de veinte, treinta años han podido, sin embargo, crear vínculos y crear cotidianidad en el encuentro con otros. En silencio y poco a poco. Ahora, ¿los separaremos y los recluiremos en pequeñas clínicas psiquiátricas? ¿O resolvemos el problema esperando que se mueran? ¿El presente de un paciente internado en el Borda o en el Moyano vale menos que el de cualquier otra persona? Creo que no hay que condenarlos a otro exilio enviándolos a casas de tránsito que son eso: transitorias. Este mismo hospital podría ser lugar de sociabilización, para los internos y para los otros. Porque es parte de esta sociedad la responsabilidad de reparar tanto dolor y abandono”.
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