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Planeta sub 20: Bruno Rodríguez y los Jóvenes por el Clima
El argentino que habló en la ONU sobre el “comportamiento criminal” de las corporaciones contaminantes y reivindicó las acciones en la calle junto a trabajadores y comunidades marginadas. Jóvenes por el Clima nació en febrero enlazando justicia climática, derechos humanos y justicia social. Bruno y su charla con Greta Thunberg (ambos diagnosticados de Asperberg); el encuentro bizarro, y los desafíos para una generación que se propone cambiarlo todo. SERGIO CIANCAGLINI
Manuel tiene esa seriedad que se alcanza con el transcurso del tiempo y las experiencias de la vida, a los 17 años.
Explica con voz grave y sacudiendo el mechón de flequillo: “Somos un movimiento ambiental, latinoamericanista, popular y combativo. Buscamos detener el cambio climático a través de la movilización de dos sujetos que siempre fueron relegados por los ambientalistas: la juventud y los sectores populares”.
Mirando las 10 o 12.000 personas que nos rodean frente al Congreso, podría agregarse que los sectores populares en este caso están simbolizados por cooperativas de reciclado de basura y representantes de pueblos indígenas. Pero lo masivo del acto está compuesto por el sujeto juvenil básicamente sub-20, e integrado en su mayor parte por mujeres.
Ileana, 17, sentada en el piso, informa: “Esta generación trae otro paradigma que plantea preguntarse qué comemos, qué hacemos, cómo se produce. Venimos a cambiar todo”.
Iara, 18, pecas y rulos: “Cuando se habla de cambiar el sistema no es porque el planeta está mal. Los que estamos mal somos nosotros que tenemos que dejar de destruir y de provocar injusticias. Hay que cambiar de enfoque”.
Leyla, que empuña un termo para el mate y es vegana: “Tenés explotación de los recursos naturales, de las personas y de los géneros. El capitalismo no está funcionando”.
Pasa un grupo con convicciones, hormonas y una pancarta: “Si el Amazonas fuera un banco ya lo hubieran salvado”. Y detrás: “El capitalismo nos está extinguiendo”.
El prejuicio según el cual aquí solo late un ambientalismo a la moda, europeizado y teñido se derrite mientras la gente canta sonriendo: “El pueblo consciente defiende el medio ambiente”.
Pero canta también, sin tantas sonrisas: “Fuera Monsanto, fuera Chevron, fuera el modelo de saqueo y extracción”.
Niña en huelga
La aventura que gestó en Argentina a este movimiento comenzó silenciosamente en Suecia hace poco más de un año, el 20 de agosto de 2018. Una niña de 15 años, trenzas rubias y gesto preocupado, en lugar de ir a clases se instaló frente al parlamento sueco en Estocolmo con un cartel escrito a mano en el que se leía “Skolstrejk för klimatet”: huelga escolar por el clima. En medio de una ola de calor e incendios forestales en su país, Greta Thunberg reclamaba que el gobierno redujera las emisiones de carbono según lo pactado en el Acuerdo de París y frenar la crisis climática que los negacionistas consideran inexistente, mientras la comunidad científica acerca cada vez más al diagnóstico de catástrofe.
Greta estaba sola, porque nadie quiso acompañarla. Repartió volantes y anunció su acción callejera por Twitter e Instagram. El hecho se viralizó. Empezaron a acercarse periodistas a relatar la rareza. Más viralización. La huelga continuó hasta las elecciones suecas de septiembre, sacudiendo mentes y cuerpos adolescentes, y no tanto, que desde distintas comarcas empezaron a plegarse a esa niña que dejaba de estar preocupada para estar ocupada. Luego Greta concentró su reclamo los viernes, y nació Fridays for future.
Su imagen y sus demandas se multiplicaron al infinito y más allá. Estuvo en la cumbre por el Cambio Climático de la ONU en Polonia, en el Foro de Davos con Christine Lagarde, fogonera de los incendios económicos argentinos. Estuvo con el Papa Francisco que la elogió públicamente. Fue tapa de la revista Time con un largo vestido verde, y referente de dos huelgas globales contra la crisis climática. El mes pasado viajó a Nueva York a la Cumbre de la Juventud por el Clima de la ONU y así, cada minuto de su vida fue transformando a Greta en una mezcla de estrella mediática internacional, ícono para millones de adolescentes y jóvenes en todo el mundo, la voz más escuchada sobre la crisis climática, involuntaria candidata al Nobel de la Paz y otras cuestiones menos publicitadas.
Cómo llegar a la ONU
El siglo tiene apenas 19 años, pero ya parece rancio y decrépito. La sociología de mercado llama a los nacidos en esta etapa Generación Z, definición de por sí inquietante por lo terminal. La ventaja es que lxs jóvenxs no se resignan a ser zombis como el tiempo que les toca vivir. Un indicio local del tema fue la llamada Marea Verde que rompió las burocracias e inundó las calles en 2018 frente a la discusión de la Ley de Aborto. Greta sería una Generación Z, cuyo Big Bang cultural y mediático llegó a la Argentina en febrero de 2019.
Cuenta Bruno Rodríguez, con palabras inclusivas: “Sabía lo que Greta estaba haciendo pero este verano exploté definitivamente. Había terminado el secundario. Con compañeres del colegio (ORT de la calle Yatay, en Buenos Aires) y de otras escuelas pensamos que era importante hacer algo pronto, sobre todo por el año electoral. Mi compañero Eyal Weintraub tuvo la lectura del momento. Fue el que dijo: ‘bueno, hagámoslo’, y me sumé a su iniciativa. Ahora está viviendo en Nueva Zelanda pero sigue de cerca todo el movimiento”.
Mercedes Pombo tiene 19 años, como Bruno y como el siglo: “Conocía a Bruno de actividades organizadas por la ONU en las escuelas, me enteré por las redes, me sumé, y empezamos a usar todas las herramientas incluyendo a Instagram para comunicarnos, No Facebook, que es de otras generaciones”.
El 21 de febrero nació Jóvenes por el Clima de Argentina llamando a una movilización al Congreso para el 15 marzo, simultáneamente a la convocatoria que se hizo en unas mil ciudades del mundo a una huelga de estudiantes por el cambio climático.
“En Buenos Aires vinieron 5.000 personas” calcula Bruno. Jóvenes por el Clima se convirtió en la expresión argentina de Fridays for future. Ese 15 de marzo, además, entregaron al presidente de la Cámara de Diputados un petitorio exigiendo que se aplique Ley de presupuestos mínimos ambientales, que la Argentina cumpla con las condiciones del Acuerdo de París sobre emisiones de gases de efecto invernadero (que recalientan el planeta), y que se condene a las empresas que violen las leyes ambientales. ¿Por ejemplo? “En el caso de la Ley de Bosques las topadoras siguen talando la selva. Entre 1990 y 2017 arrasaron 7 millones de hectáreas de bosques, el 80% en el Chaco” informa Bruno.
El 24 de mayo hubo nuevas movilizaciones globales convocadas por Fridays for future. En Buenos Aires hubo 7.000 personas (números reales). Se propuso agitar en cada país la declaración de la emergencia ambiental. En el caso argentino el objetivo se logró casi mágicamente el 17 de julio, cuando el Senado por unanimidad declaró la Emergencia Climática y Ecológica a partir de la movilización juvenil. Argentina se convirtió en el primer país latinoamericano y cuarto del mundo en hacerlo. Bruno había redactado el proyecto “con asesoría de abogados ambientales de otras organizaciones”. En esa misma sesión se dio media sanción a la Ley de Presupuestos Mínimos para la adaptación y mitigación del cambio climático, presentada por Pino Solanas.
¿Cómo lograron esa llegada al poder legislativo? “Presentás cartas, recorrés pasillos, abrís puertas y te movilizás en la calle. Hablamos con todos los bloques y los diputados terminaron queriendo ser parte. Que los pibes ambientalistas me voten. Obvio que al ser chicos de clase media, algunos de colegios privados, les bajan las defensas. Te reciben, aunque nuestras críticas seguían siendo muy fuertes. Pero te ven, te diría, como un compañero de clase”, dice Bruno, y no se refiere a las aulas.
“Supe que la Secretaría General de la ONU emitió una aplicación para activistas que quisieran asistir a la primera Cumbre Mundial de Jóvenes por el Clima. Había que relatar logros concretos en tu comunidad para combatir la crisis climática y ecológica”, explica Bruno. “Yo describí la experiencia de organización que tuvimos con Jóvenes por el Clima en esos meses, con dos movilizaciones muy importantes y la presentación del proyecto que aprobó el Senado. No somos una ONG aunque en algún momento tendremos que formalizarnos, así que el proyecto lo presenté como autor. Creo que por todo eso me seleccionaron”. El viaje a Nueva York era con tickets “verdes”: “Un monto equivalente a lo que se gasta en huella de carbono por el viaje en avión, se reinvierte en proyectos sustentables” explica no muy convencido.
De 7.000 postulantes se eligieron 100, y en septiembre Bruno llegó como único latinoamericano al escenario de la Cumbre sentado junto al Secretario General, el portugués António Guterres, y a Greta Thunberg.
Saco azul, camisa celeste, pelo negro revuelto. Algunas frases de su intervención leídas en inglés:
“Nuestro movimiento entiende que el poder no hará nada si no se lucha. Y es por eso que decidimos pelear en la calle junto a los trabajadores de todo el país y las comunidades marginadas organizando manifestaciones masivas frente al Congreso Nacional para decir basta al comportamiento criminal de las grandes corporaciones contaminantes, y poner fin a la indiferencia de los políticos”.
“La historia de nuestra región es la historia de cinco siglos de saqueo. Para nosotros el concepto de clima y justicia ambiental es una cuestión de derechos humanos, justicia social y soberanía nacional en relación con nuestros recursos naturales”.
“Jóvenes activistas por el clima en el mundo entero están construyendo una nueva conciencia colectiva. No hay fronteras para luchar por cambios estructurales”.
Si se repasan los conceptos se entiende por qué Jóvenes por el Clima se considera un movimiento disruptivo frente a lo que llaman “ecologismo de brillantina”.
Hola, Mauricio
Su encuentro a solas con Greta en septiembre. “Le dije: sos una de las figuras que hace que el movimiento exista. Estás dando un ejemplo de lucha, pero al ser latinoamericanos, reivindicamos nuestras raíces de los pueblos originarios, que son atacados y desplazados, aunque eso no lo ve el ambientalismo oenegeísta. Ella me frenó agarrándome el brazo y dijo: ‘yo tengo que estar en un tercer plano, porque los movimientos del sur global tienen que estar al frente de la lucha’. Entré mucho más en confianza al entender que esa es su lectura. Con Guterres fue distinto, se había leído lo que íbamos a plantear y hacía comentarios a modo de quedar bien”.
El des encuentro: “Vi al presidente de Suecia, a Michelle Bachelet, al francés Macron y también estuve con Mauricio. Entré con su equipo diplomático a la Asamblea y hay un gif muy gracioso donde se ve que todos lo están aplaudiendo menos yo: se notaba que había un infiltrado. Después crucé unas palabras con él, pero me cortaron como para que no circulara el diálogo. Yo decía ‘Mauricio, cumplí con la Ley de Bosques’ pero lo sacaron. Me pareció que estaba muy perdido ahí, no sabía dónde ubicarse, era una imagen muy bizarra”.
Bruno se enojó con las coberturas mediáticas a su discurso en la ONU: “Da bronca la atención que se le da a un pibe de clase media, porteño, que dio un discurso con acento británico, pero cuando tenés a los pueblos originarios reprimidos y desplazados durante años, ahí las cámaras están ausentes. O con los pibes de las villas que tienen plomo en sangre. O cuando hablamos de los efectos de los pesticidas, o cuando tenés a un presidente que promueve que no dejen de fumigar a las escuelas Por eso ver en vivo a Greta fue muy emocionante, porque tiene una crítica sistémica de lo que pasa en el mundo, es consciente de que su discurso puede sonar neocolonial, pero es consciente también de haber gestado un movimiento que tiende a criticar de raíz al sistema. Rompemos la lógica discursiva del ecologismo liberal”.
Acné, Clarín y Walsh
runo estudia Ciencias Políticas y Derecho, tiene algo de acné, vive en La Paternal, jugó al rugby en San Martín y Hebraica, y acompañó la toma de AGR-Clarín contra los despidos en 2017: “Me voló la cabeza. Me hizo pensar en el privilegio propio: que haya problemas tan fuertes de los que uno, de un contexto diferente, se siente ajeno. Yo vengo de clase media, pero creo que se puede construir conciencia a partir de empatizar con realidades distintas. Me volvió loco entender eso, y me llevó al tema de los derechos humanos. Porque el salario, la vivienda, la salud, la distribución de alimentos, también son parte de esos derechos. Es lo que plantea Rodolfo Walsh en la Carta Abierta al describir las medidas económicas de la dictadura y hablar de miseria planificada. Que es lo que se repite hoy. Y el tema de los derechos humanos para mí está totalmente enlazado con el de la justicia climática”.
¿De qué modo? “La aparición de Greta me hizo ver cómo se vulnera el derecho a un ambiente sano y a nuestros derechos en general. Tenemos una legislación tremenda, el Artículo 41 de la Constitución, que establece el derecho al ambiente sano como un derecho humano, que es un deber defender. Y es muy taxativo en cuanto a que las actividades productivas no tienen que afectar a las generaciones presentes y venideras. Esa idea de futuro me terminó de convencer de la necesidad de un movimiento como Jóvenes por el Clima.
Integró Bruno la organización La Poderosa en Villa Soldati: “Si no vas a estar el 100% en el territorio, no milités. Para mí fue una experiencia buenísima, pero no podía estar al mango y la militancia es dar la vida por poder estar en el territorio”. Participó también en actividades de Amnistía Internacional: “Que te da formación más que nada en cuestiones técnicas”
No le interesa el fútbol y se le diagnosticó, como a Greta, el síndrome de Asperberg: “En mi caso es bastante asintomático en comparación, pero lo tengo. A ella le complica entablar relaciones, pero me parece que también puede vérselo como un instrumento político porque implica la utilización del sentido común, la lógica de la racionalidad y decir las cosas como son al hablar de la tremenda irracionalidad de lo que está pasando”.
Tanto la familia paterna como la materna de Bruno son de Salta. La madre es empleada administrativa en Telefónica y el padre es ingeniero de sistemas de Tenaris, empresa de la multinacional Techint, proveedora de las petroleras: “Las discusiones con él a veces son acaloradas, pero positivas. Apoya todo lo que venimos haciendo por el clima. Cuando hay un movimiento disruptivo a nivel cultural como el nuestro, hay que deconstruir lo que generaciones previas creen sobre el progreso y el ambiente, cuando hay un ambientalismo que no está asociado a la problemática social”.
Su crítica: “El establishment plantea la lógica de ‘reciclá tu casa’, ‘separá los residuos’, ‘hacete vegano’, y la suma de pequeñas acciones que a nivel mundial van a solucionar la temática. No es cierto. Reivindicamos las acciones individuales, la toma de conciencia, pero si no hay una crítica que apunte a la responsabilidad del Estado, vamos a seguir en una situación catastrófica. En Naciones Unidas di la cifra de que el 71% de todas las emisiones a nivel global las producen 100 corporaciones. Entones no hay tiempo para el cambio individual, que es válido como batalla cultural. Pero el cambio tiene que ser sistémico y colectivo”.
Por eso mismo, reivindica a Greta: “El corazón de lo que dice como militante política es un cuestionamiento dirigido a las clases dominantes. Ella es una expresión física de cómo se tiene que motorizar la denuncia porque es completamente directa, nombra a los sujetos, a enemigos que son los grandes bancos, las petroleras, y lo dice explícitamente, sin dobles discursos”.
Un párrafo del documento de Jóvenes por el Clima leído en la marcha del 27 de septiembre dice: “Exigimos realizar un cambio profundo del sistema de producción de alimentos. Basta de industrialización animal. El modelo de producción agroindustrial está devastando ecosistemas y comunidades. Necesitamos una transición agroecológica inmediata, soberanía alimentaria y una reforma agraria integral y popular”. Agrega Bruno: “Compartimos esas reivindicaciones de los movimientos campesinos, que te muestran que se puede hacer una producción sana a gran escala. Además habría que criminalizar a los empresarios que contaminan y destruyen, enjuiciarlos y encarcelarlos por violar las leyes vigentes. Que son hermosas, pero no se aplican”.
Servidores públicos
Para Jóvenes por el Clima el Estado es un terreno de disputa: “Hablamos con todos los políticos y funcionarios porque si no generás una interpelación directa y privada, nunca vas a saber qué criterios usan. O sea: vamos como militantes políticos pero la lógica más importante a establecer es que los funcionarios son servidores públicos. Tenés el derecho y la obligación de interpelarlo. No están arriba nuestro en absoluto. Y hay que hablar más allá de la doctrina que cada uno tiene. La frase es: no podés postergar las necesidades del pueblo en función de tu manual ideológico, de tu libretito”.
Cree que el ambientalismo debe discutir la reforma a la ley electoral reciente para que las empresas no puedan aportar a las campañas electorales: “La democracia se ve degradada porque tenés a tus servidores públicos que son títeres de los grupos corporativos que los financian. Para atacar a Greta dicen que alguien la financia, pero no se habla de quién financia a los servidores públicos”.
O sea: estxs jóvenes no parecen aceptar ser representadxs, ni virtualizadxs, sino que se movilizan personal y grupalmente para que la política sea un servicio. Tienen actitud crítica y directa. No rosquean, exigen. Reivindican la militancia, pero no necesariamente lo partidario. Muestran una cultura antipatriarcal, no machista, no subordinada a mandatos de supuestos “dirigentes”. Ejercen lo colectivo para discutir el sistema. Buscan lo creativo, eficiente y concreto para transformar en vida lo que avizoran como desastre. Hacen suya otra frase de Greta ante los líderes mundiales: “El poder real pertenece al pueblo”. El tiempo, si alcanza, narrará en que deriva esta saga.
¿Cómo se plantan frente a la hipótesis según la cual el progreso y la salida económica están en la minería, el fracking y el agronegocio? Sostiene Bruno: “Lo que hacemos es incidir en el marco institucional y también en los frentes políticos, que tienen sus sectores juveniles. Es esperanzador que se invierta la pirámide de poder en los partidos. Yo creo que no se le va a permitir al próximo gobierno que avance en la explotación de recursos en beneficio de las multinacionales, porque eso implica depredación y no progreso. Desarrollarnos es progresar ambientalmente. Y si quieren ahorrar y ganar plata, que inviertan en una industria nacional de energías renovables. Pero el fracking, la minería, la soja, van a traer más miseria, más hambre y más agravamiento de las desigualdades sociales. Nuestros recursos naturales tendrían que ser administrados por los pueblos originarios. Eso sí sería un progreso”.
Así habla Bruno Rodríguez, quien cree que muchas veces estos reclamos, movilizaciones y proyectos son infantilizados: “Nos subestiman. Tenemos una juventud disruptiva con el deseo y la voluntad política de ser protagonista y no turista de nuestras propias luchas, aparece la cultura adultocéntrica. Desde los medios nos asignan un comportamiento infantil, adolescente, de pibes incapaces de entender o de cuestionar. Creo que es al revés, como dice Greta: los dirigentes, los adultos, son los que no están maduros para entender y reconocer las cosas como son. Ya no hay tiempo para eso. Hay que actuar. Y uno de nuestros desafíos para el futuro es no ser como ellos”.
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