Plantear una mirada amorosa del cuerpo tiene un impacto, obvio, porque rompe contra otras miradas establecidas desde hace mucho tiempo.

El cuerpo se mide, se pesa, se evalúa, y así se le atribuyen características binarias: lindo o feo, flaco o gordo, bueno o malo, saludable o insalubre. Solamente dos posibilidades ante la diversidad de lo vivo.

Socialmente pensamos los cuerpos como algo lineal: flaco es saludable; gordo, no.

No se tienen en cuenta nuestros hábitos alimenticios o la actividad física; simplemente viendo la forma de un cuerpo podemos definir su salud.

Gordo es sinónimo de comida chatarra, sedentarismo y falta de voluntad. Y eso es, para mí, peligrosísimo, porque además pensar a la salud como algo que responde a lo visual, es pensarla como algo muy chiquito, reducido. El bienestar es físico, pero también es mental, emocional y social.

Yo soy gorda y me siento saludable y mi cuerpo no es un cuerpo de transición. No estoy buscando tener otro que no sea éste y parece que eso le da derecho a otras personas a hablar de mi salud, a decirme que es muy lindo mi discurso sobre el amor propio… pero que debería de todos modos bajar de peso, ir al doctor, hacer una dieta, hacer ejercicio.

Sucede que el sistema de salud física suele alejar a las personas gordas, eyectarlas.

Ir a una consulta médica por un dolor de muelas, para chequear el ciclo menstrual o por dolor de cabeza se resume en que también te envíen a la nutricionista, o te hablen de voluntad y de logros, como si fuese el mayor logro de mi perra vida tener un cuerpo diferente al mío.

No tengo ninguna posta, ni puedo dar cátedra de nada, pero sí creo una cosa: las agresiones disfrazadas de preocupación atentan sobre la salud mental y emocional, que son igual de importante que la salud física. Y pensar que solo con ver a alguien podemos darle un análisis clínico y  atribuirle enfermedades es clausurar toda posibilidad de diversidad corporal. A esta altura de la historia ya sabemos que la diversidad existe, sucede y no hay ninguna Organización Mundial de la Salud que la puede frenar.

A los nueve años, como muchos otros chiques, hice mi primera visita a la nutricionista; mi abuela le decía “dietóloga” y a mí me daba mucha vergüenza que mis amigos lo sepan. Esa fue a la puerta a un sinfín de tratamientos, hasta que pude decidir que no tenía sobrepeso sino que tenía mi peso.

No sé hablar de “Cuerpos” sin hablar del mío, porque es el único que conozco y el que más amo.
Soy esto y, como dice Susy Shock, reivindico mi derecho a ser gorda.

Que otros sean lo normal.