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Volveré y seré hip hop

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 La banda de Ciudad Evita nació al calor de la hoguera de año 2001 y lleva la marca en el orillo de su barrio y de su época. Sus estribillos son proclamas que enuncian sin metáforas cómo es la realidad desde los bordes.

Volveré y seré hip hop

Cuenta la leyenda que si uno sobrevuela Ciudad Evita puede ver claramente cómo la disposición de las construcciones forma la imagen de la abanderada de los humildes, con rodete y todo. Estoy, entonces, caminando sobre un monumento que sólo el cielo sabrá si existe o no. “Nos tocó nacer acá, pero no somos peronistas y la figura de Evita nos chupa un huevo”, dice Quique, frontman de una banda compuesta por casi una decena de varones, que tomó el nombre del barrio como su documento musical de identidad.
La historia de Ciudavitecos está llena de altibajos, momentos de crisis y baches, como la de cualquier proyecto colectivo que haya surgido en el inestable 2001. En ese año Quique, Marian(o) y Tato salían a tocar sin instrumentos: sólo voces en los micrófonos, sobre unas pistas ya armadas. Ser la primera banda de hip hop de Ciudad Evita les trajo unos cuantos dolores de cabeza. El prejuicio de un público no acostumbrado a escuchar grupos que tocan con máquinas era la obligada prueba que tenían que pasar en cada show. Pero no la única.
A fines de 2001 estalló el argentinazo, y la crisis se sintió fuerte en el suroeste del conurbano. “Lo que pasó en 2001 fue algo muy triste y que nos hizo sentir mucha indignación e impotencia. Pero al mismo tiempo, lo espontáneo y lo masivo de ese 19 de diciembre fue algo groso, algo que hoy ya no se ve. Ahora todas las movidas están craneadas, hasta hay piqueteros del gobierno, ¿qué es eso?”, reflexiona Marian. “En esa época a nivel banda estábamos contentos, preparando el primer disco, pero lo que veíamos era un bajón. Y en La Matanza se sintió: hubo mucho saqueo, mucha violencia, mucha muerte”.

Nombre propio
La banda comenzó llamándose r.e.y. Kaníbal (Rico El Yuyo Kaníbal), y bajo ese nombre sacaron, en noviembre de 2002, su primer disco que titulado Ciudavitecos. Pero el camino de este grupo parecía destinado a los conflictos. “Estuvimos tocando dos años hasta que una banda nos dijo que tenía registrado el nombre Rey Caníbal. Nos intimaron judicialmente e hicieron una oposición cuando quisimos registrar nuestro nombre. Nos pidieron plata y no aceptamos. Lo tuvimos que cambiar, y hasta pagarle a los abogados de ellos. Encima nos rompieron las tapas de los discos en la cara. Eso fue lo que más nos dolió”. En 2004, entonces, decidieron que Ciudavitecos, el nombre de ese primer disco, fuera el nombre oficial de la banda. De yapa lo reeditaron, y estuvieron otros dos años presentándolo como si fuera la primera vez.
No es difícil definir lo que se puede escuchar en esa primera producción: letras con una mirada ideológica de la realidad, hijas de esa Ciudad Evita que se quedó sin metáforas:
Hoy vengo a cantar
para que escuches realidad.
No todo es color rosa,
acá pasan muchas cosas.
Micrófono en la mano,
como un revólver cargado.
Y no me vengan con censura
por palabras duras.
Si lo que pasa en Argentina
es evidente
los políticos son todos delincuentes.

Testigos y parte
El barrio dice presente en muchos de los temas, casi siempre explícitos y combativos, sin lugar para la lectura entrelíneas. Una violencia esperanzada atraviesa las canciones del disco debut y sirve de puente entre aquel primer trabajo y la placa que lanzaron el año último, La inspiranza. “En Ciudad Evita ves de todo. Yo nací en el barrio Querandí que es el más pobre. Si hasta se olvidaron de hacer las casas que prometió Evita –dice Quique en tono irónico–. Ahora, vos cruzás la vía para este lado y ves a un pibito de 18 años que tiene una tremenda camioneta”, agrega. La desigualdad se hace bien palpable, y las letras de Ciudavitecos quieren dejar registro de su disconformidad. ¿A quiénes le apuntan? A la clase política y a la policía, en primer lugar, y a cualquier persona o institución que quiera impedirles levantar vuelo. “Ahora la cana no rompe tanto las bolas, están más tranquilos, aunque de vez en cuando les agarra el raye y salen a molestar a los kioscos”, relata Cui, otro de sus integrantes. Y cuenta una anécdota bien ciudaviteca, de la que ahora puede reírse. “En una época había un boliche que tenía de dueños a unos policías. Entonces, los tipos lo que hacían era ir por el barrio cerrando todos los kioscos, haciendo un operativo tipo ’embudo’ para que todo el barrio termine adentro del boliche de ellos. Sí o sí tenías que ir ahí. El problema era que a nosotros no nos dejaban entrar”.
Por momentos las canciones denuncian estas realidades de una manera impersonal, como en las oscuras letras de La Matanza y Puta realidad. Otras, narrando alguna historia particular, testimonio que sirve de muestra para ver un entorno más amplio. Es el caso de Tratamiento, la historia de un vecino que se enganchó con la merca, y por afanarle guita a su viejo para poder comprar terminó internado en una granja: “Estoy en tratamiento/ trato pero miento”.
La banda crece musicalmente cuando se mete con la cotideanidad y le suma al barrio su propia mirada. El mejor ejemplo: Vendedores, un tema que con humor y grandeza rescata aquello que sólo ellos no ven insignificante: los vendedores ambulantes barriales. El video, actuado por ellos, puede verse en Youtube.

Estudiá, boludo, estudiá
Otro clásico del territorio ciudaviteco: el tema de las drogas parece sacarles el sueño. Mientras reclaman a gritos una entrevista en la revista thc –dedicada íntegramente al tema– la despenalización de la tenencia y el consumo de marihuana es una de las banderas que flamea más alto. “Nosotros consumimos y formamos parte de la movida para que se despenalice. Algunos incluso cultivamos. De lo que estamos en contra es del narcotráfico”, explica Marian. Uno de los hits de su primer disco, El mañanero, deja bien en claro su posición:
Legalicen la marihuana
que es natural, no es artificial
no tiene químicos como las demás
renueva lo emocional
y alimenta lo espiritual

En el disco nuevo el tema sigue presente, especialmente en las letras de Superpinito y Apaga la luz. La cruzada obliga a la acción, por eso la banda busca articular con quienes estén de acuerdo. “Todos los años vamos a Córdoba para los actos que se organizan por la despenalización, y la verdad que nos gustaría engancharnos en otros lugares”, cuenta Tato.
Otro de los temas que los obligó a articular para aunar esfuerzos es la defensa del medio ambiente en Ciudad Evita. El proyecto de instalación de una planta purificadora del ceamse en los bosques del barrio hizo que los vecinos se autoconvocaran para resistir el atropello. La banda se hizo cargo y acompañó la movida, tocando en las asambleas y las marchas. “A veces vamos a tocar ahí, son las cinco de la tarde y ves que están todos bailando, desde pibitos de 8 o 9 años hasta tipos de 70”, se emocionan. En esos recitales, el agite de la banda incluye consignas que lanzan desde el escenario con didáctica pasión: “Estudien, boludos, estudien. Que los que mandan nos quieren ignorantes.”
Ellos saben que el proyecto de la planta sigue su curso, pero están dispuestos a dar pelea el tiempo que sea necesario, al igual que todo el barrio.

Generar espacios
No sólo la lucha contra la punición del consumo de marihuana y contra los rellenos sanitarios los lleva a armar movidas con otros actores sociales. La masacre de Cromañón, a fines de 2004, también los obligó a hacer nuevas lecturas y posicionarse de otra manera en el mundo de la música. “Cromañón fue un garrón. Como banda no teníamos ningún lugar para tocar, se nos cayeron un montón de fechas. La solución de la gente que tendría que haber evitado lo que pasó fue cerrar todos los espacios. Mataron a un montón de gente, y la solución fue matar además a un montón de músicos”, reflexiona Quique. Ciudavitecos no se quedó quieto, y buscó la manera de esquivar la sentencia. “Nosotros tuvimos que generar el espacio para las bandas independientes: tocar en el barrio, coordinar con otras bandas, e ir armando los lugares. Pero fue muy duro, estábamos todos bastante paranoicos, teníamos miedo que a algún pibito le pase algo en un show, estábamos pendientes de los matafuegos y de cosas que antes no te fijabas”, dice Marian y asiente el resto. Es que allí estuvo la clave: en la autogestión y la articulación con la gente del barrio y con otras bandas. De esa manera se logró abrir un espacio que parecía imposible. “En ese momento se armó un movimiento que se llamó mur (Músicos unidos por el rock) y así se consiguieron dos lugares en Capital: el Centro Cultural Centeya y el Carlos Gardel. Pudimos rescatar esos lugares para bandas chicas, y lograr que además nos pagaran por tocar”. Ese fue el comienzo de una movida que parecía más grande de lo que finalmente fue.
Hoy no saben si el mur sigue funcionando, los lugares donde tocan volvieron a los vicios pre-Cromañón, y sigue pendiente por parte de muchas bandas una lectura política más profunda de lo que sucedió el 30 de diciembre de 2004. “Yo viví mucho tiempo en Villa Madero, y ahí murieron muchos pibes. Muchas familias quedaron re locas, y los quieren arreglar con 800 pesos por mes”, relata Quique. La indignación es un buen punto de partida, pero no alcanza como meta final.

Bomberos voluntarios
Ciudavitecos hace todo a pulmón. La elaboración de los discos, la organización de las fechas, y las giras por el interior del país. La falta de plata nunca fue un obstáculo para lo que se proponían, sea grabar en un buen estudio, o irse a Capilla del Monte en malón todo un verano. “Este verano fuimos de gira a Capilla del Monte y entre la banda, los hijos, las novias, los amigos, éramos 26. Juntamos la guita con los shows, esa plata no la repartimos sino que va toda a una alcancía. Lo mismo cuando ensayamos: en lugar de pagar una sala de ensayo tocamos acá, y cada uno pone algo de guita en la alcancía. Sumale la venta de discos, pines, remeras que hacemos nosotros, y ahí ya tenés la plata”, cuentan como si fuera tan fácil como ir a comprar una docena de facturas. Marian relata la experiencia de presentar el primer disco, allá por 2002. “El primer disco lo salimos a tocar en todas partes: en Capital, todo el conurbano, y después nos fuimos a Mendoza y a Córdoba. Acá en Ciudad Evita enchufábamos los bafles en cualquier kiosquito que nos dejaba y le dábamos para adelante”, recuerda. Y es que el hazlo tú mismo es una de las filosofías de Ciudavitecos. Aunque, vale aclararlo, ninguno de ellos vive de lo que genera el grupo. Cada uno tiene su actividad, y le dedica a la música el tiempo que puede. “Todos laburamos, ninguno vive de la banda. Somos como bomberos voluntarios de la música: dedicamos un tiempo de nuestra vida al arte como hace un voluntario”, se sincera Quique.
La noche helada cae sobre el conurbano. Pienso en Evita y su rodete inmutable. ¿Lo estaré pisando? Seis de los integrantes de la banda se preparan para un nuevo ensayo semanal. Suben los equipos a la sala y ponen en marcha un ritual que les es conocido. Tanto como las calles de este barrio que, mochila al hombro, camino de regreso a otra ciudad. De fondo, me despide una melodía y una arenga:
“Aunque nos corten la lengua
seguiremos cantando
aunque nos corten las piernas
seguiremos bailando”.

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