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La forma del fuego
Mu en la Comarca Andina. La intencionalidad de los incendios patagónicos como símbolo de un modelo en llamas que tiende a expulsar a la gente de los territorios para beneficio de negocios y corporaciones. Voces de una Comarca que aprendió a resistir a la minería, y se organiza después del desastre para construir otro futuro.
Por Francisco Pandolfi.
Tan cerca del cielo. Y tan cerca del infierno.
En esa dualidad vive, muere y renace la Comarca Andina, al noroeste de Chubut y al suroeste de Río Negro, donde el martes 9 de marzo se desataron incendios que arrasaron con todo lo que se les apareció en el camino.
La Cordillera de los Andes por momentos pareciera acariciar las nubes y así borrar las distancias con el techo celeste e infinito. Ese paisaje de ensueño y tan atractivo para el turismo –aun en medio de la emergencia, el sector tuvo un 90% de ocupación para Semana Santa– se convirtió en pocas horas en una geografía de terror. El día más triste en la historia de la zona.
Los ojos no pueden creer lo que ven. Los oídos, lo que escuchan. A cada paso, una historia de vida que rozó la muerte. Kilómetros y kilómetros apagados, sombríos, descoloridos. Olor a ceniza, sabor a ceniza, color de ceniza.
Seis focos de incendios nuevos (Las Golondrinas, Cerro Radal, El Hoyo –los más grandes–; Epuyén, Loma del Medio, Mallín Ahogado –los más chicos–) y dos preexistentes (El Maitén y Cholila) devastaron la región: tres personas muertas –Sixto Liempe Garses, María Briones y José Luis Rivero–; 400 casas totalmente destruidas, más de 100 viviendas con pérdidas parciales; barrios enteros destruidos; a la fauna natural hay que agregarle perros, gatos, chanchos, gallinas, vacas, bueyes y ovejas como parte del aniquilamiento. Y cipreses de la cordillera, raulís, robles pellín, radales, coihues, ñires, son algunas de las especies que comprende una flora arrasada.
Según el Servicio Provincial de Manejo del Fuego, en los incendios del 9 de marzo se quemaron 13 mil hectáreas. Sin embargo, desde la Asamblea de Vecinxs Autoconvocadxs en Defensa del Bosque desconfían de ese número por la extensión abarcada y detallan que, en lo que va del año, sumando los últimos fuegos y los iniciados a fin de enero en las localidades de Los Repollos, Nahuelpán y Cuesta del Ternero, se quemaron alrededor de 47.500 hectáreas, que equivale a más de dos ciudades de Buenos Aires.
Llamas intencionales
No hay pruebas, pero tampoco dudas de que los focos prendidos nacieron por causas antrópicas, “por negligencia: fogón mal apagado, o fuegos intencionales para deforestar”, según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, organismo que asegura que el 95% de los incendios forestales son producidos por intervenciones humanas. Y los recientes no fueron la excepción. El ministro Juan Cabandié lo confirmó al día siguiente: “Los registros y la información indican que el fuego se prendió intencionalmente y el que lo hizo sabía perfectamente cómo hacerlo para perjudicar”.
Existe unanimidad sobre la intencionalidad del fuego. “No hay dudas de que fue a propósito. Primero, por cómo se sucedieron varios focos al mismo tiempo; además, el clima ayudó a que el fuego se extendiera por el viento que había. Lo hizo gente que sabe, en connivencia con sectores mineros e inmobiliarios vinculados a la reforestación”, argumenta Martín, de la Asamblea en Defensa del Bosque. Añade: “Una semana atrás se frenó el tratamiento de la rezonificación minera, llevamos tres décadas apagando el fuego”. Los fuegos fueron funcionales a la idea de presentar a la minería como la salvadora económica de la situación provincial. Pero Chubut es una provincia con historia de organización comunitaria frente al modelo extractivo.
Recuerda Martín: “Hace un par de años hubo una serie de incendios en Cholila sin repercusión porque fue en zona rural, pero se quemaron 70 mil hectáreas. Por eso hablamos de la responsabilidad. Negocios que pueden ser inmobiliarios, mineros o forestales, que quieren hacer lo suyo a costa de todo, y el Estado que no previene”.
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Desde algunos espacios políticos responsabilizaron a la comunidad mapuche. Marilin Cañio repudia la acusación cargada de estigma: “Da impotencia que mientan. En nuestra tierra tuvimos el fuego que nos rodeaba. Sentíamos que nos íbamos a morir quemados y encima debemos aguantar estas agresiones”. Se pregunta, indignada: “¿Qué nos queda después de esto? Mataron el bosque nativo y nuestras fuerzas ancestrales”.
La causa judicial caratulada “incendio”, en la que se investiga el origen de los últimos fuegos, está a cargo del fiscal general de Chubut Carlos Díaz Mayer, reconocido por su persecución al pueblo mapuche. Tres semanas después, no hay avances en el proceso: “Está parada la investigación; hubo un intento de peritaje y se rumoreó que culparían a un desperfecto eléctrico. Si bien las líneas son un desastre, sería ilógico pensar que se pueden dar seis desperfectos al mismo tiempo y en diferentes lugares”, explica Patricia Dambielle, presidenta de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de la región, quien agrega: “Pocas veces encuentran a alguien, pero cuando lo hacen las penas son ridículas en proporción al daño. En este caso, no creo que encuentren a los responsables”.
Cómo es la trampa
Basta caminar un par de horas por la Comarca Andina para verificar el peligro latente que existe cuando cables de alta tensión yacen por encima de los bosques mientras Chubut se encuentra en emergencia eléctrica y ambiental. Sin supervisión en las conexiones y en las podas de los montes, el resultado es tan visible como evitable: un cóctel que presagia el desastre. “Acá los fuegos no son naturales, siempre está metida la mano del hombre, como en la falta de mantenimiento de las líneas de tensión. Este año el 90% de nuestras intervenciones fueron porque un árbol tocó un cable, cayó al piso y se empezó a incendiar”, narra Joaquín Aguilera, jefe del cuartel de bomberos voluntarios de El Hoyo.
A esa cornisa se le suma otro agravante: si no hay luz, no hay agua, porque esta se obtiene mediante bombas eléctricas. El cóctel mortal se agrava cuando se prenden fuego los cables y se corta la luz; y entonces se incendian las cosas y las casas pero no hay agua para apagar el fuego. ¿Y entonces?
Entonces el pueblo está en el medio, prendido fuego.
Rolando Pol Huisman, del Frente de Todos, es intendente de El Hoyo. Explica a MU: “El grupo de intendentes de la Comarca de la parte de Chubut –El Hoyo, Lago Puelo, Maitén, Epuyén y Cholila–reclamamos esto desde hace más de un año. La Secretaría de Energía de la Nación ahora se comprometió a acompañarnos en las inversiones que desde hace años no existen. El problema de una línea de alta tensión que pasa por un bosque es la falta de poda; las ramas generan chisporroteos que provocan incendios. Tampoco se hicieron las inversiones en mantenimiento”. Y agrega: “Estamos buscando que se soterre el cableado y conseguimos el compromiso de Nación para hacerlo. En realidad, esta es una obra que debe hacer la provincia de Chubut con la de Río Negro”.
Al cierre de esta edición, El Hoyo y alrededores continuaban sin suministro de luz y, por ende, también de agua. Reconoce el intendente: “Al principio hubo una rápida respuesta que se frenó por un conflicto entre la provincia y el sindicato de Luz y Fuerza. Estamos dentro de una trampa, en una pandemia, con incendios y sin agua en muchos sectores. No sabemos bien a qué se debe, porque nadie nos contesta”.
Lo que quema es el estado
Mauro Sánchez Gallardo es brigadista de la central de Golondrinas, en Lago Puelo, que depende del Servicio Provincial del Manejo de Fuego. Tiene 43 años, es bombero desde hace dos décadas y desde un principio acumula broncas. “Hace quince años Golondrinas está declarada como zona roja; tuvimos más de cuatro incendios en alta montaña y nunca se hizo nada; en indumentaria, en equipamiento, en salarios; cada vez más decadencia”. Sigue: “En 2001 debíamos cargar los camiones con plata de nuestro bolsillo; lo mismo para comprar guantes y arreglar las máquinas”. Sigue: “Mi chaqueta es de 2005; es la única que tengo con el líquido retardante, aunque el retardante ya no existe. La conservo porque es con la que puedo entrar al monte y no quedarme enganchado. Ni ropa ignífuga tenemos”.
Y sigue, porque cambia lo que cuenta pero no la impotencia: “Estamos peor que en 2001. No nos dieron nada desde Provincia; todos los empleados estatales estamos así. A nosotros nos deben un sueldo todavía y el mes pasado recién nos pagaron el aguinaldo”. Dato: “La jurisdicción de Golondrinas es de 44.624 hectáreas. ¿Saben cuántos metros de manga de motobomba tenemos? No llegamos a los 90. Sin eso, no podemos hacer nada para atacar inicialmente el fuego”.
Desde lo macro puede entenderse lo micro. Y al revés también: el Sistema Federal de Manejo del Fuego del Ministerio de Ambiente reveló que en 2020 se quemaron más de un millón de hectáreas. Sin embargo el presupuesto de 2021 fue, teniendo en cuenta la inflación, menor que en 2019: para este año cuenta con 282 millones de pesos, sólo 300.000 pesos más que dos años atrás (en 2020 no hubo presupuesto).
Carlos Catrinao es brigadista de Esquel y participa de las diversas medidas de fuerza que se están llevando a cabo “porque estos días dejaron al desnudo las necesidades insatisfechas de los trabajadores en los diferentes servicios contra incendios, dependan de Nación o de Provincia”. Las movilizaciones incluyen a las y los brigadistas del Servicio Provincial del Manejo de Fuego que responden a la secretaría de Bosques de Chubut; además de los brigadistas de Parques Nacionales y de la Brigada Nacional del Servicio Federal del Manejo de Fuego, bajo el ala de Nación. “Demostramos la unidad en la lucha contra el fuego como ante la falta de políticas hacia los diferentes sectores, que dejan entrever la falta de políticas medioambientales de protección a nuestros recursos y bienes naturales”, explica Carlos, que exige la apertura de paritarias porque desde marzo de 2019 tienen los sueldos congelados.
Luciana Cárdenas tiene 36 años y es la segunda jefa del cuartel de Bomberos Voluntarios de El Hoyo. Clama: “Este incendio nos devastó: quedamos con dos móviles y mangas rotas, con los botines derretidos”. Su compañero Joaquín Aguilera, jefe de la base, profundiza: “Dependemos de lo que hacemos localmente. El único subsidio que recibimos es 1.800.000 pesos de Nación con el que compramos móviles, pero ya no nos alcanza para nada. Vestir a un bombero sale 300 mil pesos, y somos 27. La ropa ignífuga se vence cada tres años. Tenemos todo vencido pero salimos igual”. En cuanto a la actitud provincial, el panorama es desolador: “Nos adeudan mucho, ya no recuerdo la última vez que nos pagaron. Igual, tampoco es gran dinero: 30 mil pesos por año para todo el cuartel”.
4.000 pesos por tu casa
Chubut se declaró en emergencia económica desde 2019. Pero la emergencia también es social, ambiental, educativa, ígnea y muchos etcéteras más. La Comarca no es la excepción en una provincia en la que prevalece la crisis habitacional, hídrica y eléctrica. Se trata de un Estado provincial que se aduce quebrado, endeudado y que adeuda salarios, mientras sale a la luz el tráfico de coimas para apoyar al extractivismo minero por parte de legisladores tanto oficialistas como opositores. Chubut arde. Los bosques y las casas, de manera literal, y la política, ante la conducción desgastada de Mariano Arcioni como gobernador. Arde todo y se agrieta por donde se quiera mirar.
Una muestra: la partida que la provincia destinó a la Comarca fue de 1.725.000 pesos. Si ese dinero fuera para las familias que padecieron la destrucción total de su vivienda (400), a cada una le correspondería 4.312 pesos. Otro ejemplo lo refleja el intendente Huisman al ahondar en la falta de recursos para prevenir los incendios: “No hay cisternas, ni capacidad de agua, ni senderos en las montañas. Hay montes sucios sin regulación y hay deforestaciones. Entonces cuando llega el fuego suceden este tipo de explosiones inmanejables”. Alejandro Marqués, viceintendente de Lago Puelo: “Hace un mes que la policía provincial no tiene móvil y desde la Municipalidad debimos prestarle una Kangoo para que el servicio no deje de brindarse”.
Ante el vacío provincial, la ayuda de Nación era más indispensable y urgente todavía. Cuatro días después de la catástrofe, arribó el presidente de la Nación, Alberto Fernández, pero su visita tuvo varios condimentos que desviaron el eje de los incendios: un pésimo dispositivo de seguridad; un pase de facturas entre Nación y Chubut endilgándose responsabilidades por el operativo; una apedreada a la comitiva presidencial; un gobernador que nunca había ido a la zona incendiada y que debió esconderse para no ser descubierto por los manifestantes que repudiaban el proyecto megaminero, justamente respaldado por ambos gobiernos; un circo mediático dispuesto 48 horas después por el ministro de Seguridad provincial Federico Massoni, que incluyó la detención de 14 personas, la mayoría docentes, solo para notificarlos de la acusación por “atentado a la autoridad y daños” durante los incidentes. Tras algunos días de tensión entre las dos gestiones, hubo una tregua cuando Nación giró a Chubut, vía Aportes del Tesoro Nacional (ATN), 225 millones de pesos para afrontar la emergencia de los incendios: 150 millones se repartieron entre los municipios de El Hoyo, Lago Puelo, Epuyén, El Maitén y Cholila; mientras que los 75 restantes fueron a las arcas provinciales.
Desde las intendencias afectadas confirmaron a MU las gestiones para firmar con el Gobierno Nacional una serie de convenios que abarcarán: 1) la restitución de los servicios públicos; 2) la construcción de viviendas transportables y provisorias para quienes hayan perdido sus casas; 3) subsidios para mejoramiento habitacional destinados a quienes hayan sufrido la destrucción parcial; 4) construcción de las viviendas definitivas.
En cuanto a las casas destruidas, Huisman explicó que no habrá una solución en el cortísimo plazo: “Haremos lo posible para que en el término de un mes o 45 días la gente tenga la vivienda provisoria. Mientras tanto, las estamos localizando en cabañas, aunque tampoco tenemos mucha disponibilidad porque estamos en medio de la temporada turística”. La intendencia de Lago Puelo vaticina “60 días para la instalación de las viviendas provisorias”.
Ni una crema
En una región donde no es menor la discriminación al pueblo mapuche ni la persecución a quienes defienden el medio ambiente, el fuego tiene sus propias reglas, autónomas, autoritarias, sin segregación alguna: las llamas no llaman, no avisan; arrasan por igual. No hacen diferencia.
Vivian Martinengo es artesana, tenía su casa en el alto de Golondrinas y aún le cuesta asimilar lo que pasó: “Cuando vi el humo, empecé a guardar las cosas despacito: una caja con documentos, con fotos, y me acordé que hace un tiempo una amiga que no estaba bien me había dado una carpeta para que se la guardara. Nunca la abrí, pero sé que era importante; fue de las pocas cosas que salvé”, describe. Salvar lo que le importa a otra persona es también una estrategia contra la destrucción. “Horas después de escaparme llamé a mis vecinos y quedé shockeada. Había perdido todo” cuenta, y se abre en llanto. Están para contenerla su papá y su hija María, que viajó desde Mar del Plata con su hermano Francisco. Arropada por abrazos, Vivian contagia valor: “Es difícil asimilar perder todo a los 54 años. Gracias a mi vieja que me dejó un terreno había podido construir esta casita, que siempre fue mi sueño. Y como es mi sueño, lo voy a reconstruir”.
Eva Álvarez tiene 47 años, es maestra de plástica y su familia sufrió la quema de su chacra de dos hectáreas, donde vivían en comunidad: “Mi viejo Tato y cada uno de los hermanos teníamos nuestra casa. Se quemaron las ocho, incluso la de mi sobrino que estaba por estrenarla. Había frutales, recuerdos de la infancia, de mi abuelo. No quedó nada. Teníamos los restos de mi madre fallecida, que ahora no sabemos dónde están. Lo único que quedó es una pileta en la que hace muchos años se ahogó mi hermanito”. Cada historia es así: infinita.
Marcelo Cárdenas es mecánico y tiene 47 años. Su hogar se destruyó, al igual que el taller donde se le prendieron fuego 14 autos. “Los primeros dos días fueron de mucha tristeza. Me repuso la ayuda de la gente. Me sorprendió lo buena que es. Yo pensaba: ¿cómo mierda salgo adelante? ¿Cómo arreglar con los dueños de los coches? Y ellos vinieron a ayudarme para volver a empezar”, relata señalando carcazas quemadas: “El dueño de esa Kangoo me trajo ropa y me ofreció ladrillos. El dueño de aquel Clio estuvo tres días ayudándome en el terreno y me trajo comida”. En dos días pudieron levantar un ranchito provisorio. Concluye: “Hay un grupo de mecánicos de Neuquén, Buenos Aires y otras provincias que se enteró de lo que me pasó y vendrán a traerme herramientas que están juntando. No puedo creer tanta solidaridad”.
Aunque al fuego poco le importe de clases sociales, las zonas de construcciones más precarias sufrieron las peores consecuencias, como siempre. En la ocupación El Pinar, de Lago Puelo, tenía su casa Silvina Sugezky, 42 años y dos hijos. Está muy triste, sobre todo por su amiga Andrea, internada en Esquel con varias quemaduras. “Todas mis amigas también perdieron sus casas, se sufre el dolor ajeno. No queda otra que volver a empezar, aunque no tengo la misma fuerza porque construir acá lleva mucho esfuerzo físico. Toda la casa la había hecho a motosierra, no tenía ni luz ni agua”, relata, y vuelve a hablar de su amiga: “El Estado está ausente y no solo porque acá nadie vino a hablarme. Ni una crema para mi amiga quemada le reconocen desde Provincia. O sea, mi casa la reconstruiré en algún momento, ¿pero mi amiga? Ella es prioridad”.
Del otro lado de la ruta 40 se emplazan otros dos asentamientos: Bosques al Sur y EcoAldea, ambos arrasados por completo. En esas tierras fiscales la cordobesa Giuliana Vila empezó a construir su hogar hace menos de un año. “Esto fue un atentado, no un accidente. Sé que obras de gran magnitud como el agua, la luz, el ripio no se hacen de un día para el otro, pero ya pasaron tres semanas y no apareció nadie de la Municipalidad ni de la provincia. Eso refuerza lo que pienso: nos quisieron matar. Solo rescato a la gente ayudando, lo más lindo que nos pasó”.
Los ojos no pueden, no quieren acostumbrarse a la flora extinguida, a la fauna devastada. Y esto no terminó: existen focos que si no encienden con mayor intensidad es porque no encuentran qué seguir quemando. “Hay incendios activos en Golondrinas, Cuesta de Ternero y también en el Río Pico, al límite con Chile, que sigue fuera de control. Como ahí no vive gente, tiene poca prensa, pero sigue perdiéndose el bosque nativo”, denuncia Carlos, brigadista de Esquel.
Martín, de la Asamblea por la Defensa del Bosque, indaga: “Ahora atacamos la consecuencia, pero hay que mirar más allá: las montañas deben tener reservorios de agua y conexiones de mangueras. De esa manera, cualquiera de los incendios puede contenerse en una hectárea, no en 50 mil. Esto se podía haber hecho en 1996, desde que existe el Plan Nacional de Manejo del Fuego”. Y completa: “Los bosques están preparados para regenerarse, pero requiere de un tiempo sin volver a incendiarse. Además, hay especies preparadas para regenerarse y otras que no. Por ejemplo, los bosques de lengas quemados no se recuperan nunca más”.
Ignacio Sentana vive en Lago Puelo y es técnico en Información Ambiental. ¿Cómo entender el contexto? “Lo que se quemó conforma la eco-región del Bosque Andino Patagónico. Es una zona más húmeda y lluviosa en invierno, por la influencia de los vientos del Pacífico; y más seca en verano, cuando se producen generalmente los incendios. Este año fue mucho más seco y cálido que los anteriores, lo cual generó que el incendio se propagara a una mayor velocidad”.
La flora y su relación con el hábitat: “Este es un ecosistema donde hay especies de árboles o arbustos que toleran grandes períodos de humedad y, al mismo tiempo, presenta una temporada estival con mucho calor. Tuvimos temperaturas entre -10°C y este verano llegamos a los 37°C”. Sin embargo, esa caracterización les cabe a las especies nativas. “Pero en la década del 60 la industria maderera reemplazó plantas nativas que tardaban en crecer, por árboles foráneos, sobre todo el pino oregón. Esa combinación de flora autóctona y de árboles introducidos, más otras especies que invadieron, generaron un ambiente propicio para que los incendios se propaguen a mucha velocidad”. Ignacio culmina: “El impacto es brutal para el ambiente porque trastorna las estructuras de todos los bienes comunes, como el agua, el suelo, los bosques, la flora y la fauna. Por todo esto nuestra calidad de vida se vio gravemente afectada”. La vida quedó en el abismo.
Salvar la Patagonia
Pese a todo, en cada porción de tierra desolada hay una semilla que nace sin agrotóxicos, con el combustible de la hermandad. En medio del caos, del atentado, de la catástrofe; del humo como si hubiera explotado una bomba, y de muchas otras metáforas sobre el padecimiento colectivo, hay una comunidad levantándose unas a otros, poniendo el cuerpo para salvar a la Patagonia.
Adrián Sandoval integra la Fundación de Bosques Nativos Argentinos para la Biodiversidad. “Es muy doloroso ver barrios enteros arrasados”, expone antes de largarse a llorar: “Les juro que lloré en cada casa que fui. La gente está muy enojada con el gobierno provincial. Lo dice el policía, el enfermero, el médico, lo decimos los bomberos”. Adrián dirige uno de los Centros Operativos de Emergencia que se armaron espontáneamente para centralizar las donaciones: “Lo que está salvando a la zona es la Argentina entera, que manda lo que puede de corazón”.
Mariano, 40 años, carpintero, frena unos minutos la reconstrucción voluntaria de una casa, mira al horizonte y no cree lo que ve: “Se perdió el trabajo de generaciones. Siento el abandono estatal y la certeza de que se trató de imponer miedo a la gente para que no reclame contra la megaminería”. ¿Cómo se reconstruye el futuro? “Con esfuerzo y tiempo. Pasarán años para recuperar el bosque”.
Marcelo Fernández vive en Mallín Ahogado, Río Negro, a 30 kilómetros de los incendios, y se dedica a la construcción de viviendas: “No conocía a nadie en la zona pero sentí que debía ayudar. Cargué las herramientas, vine, y se fue armando un grupo”. El grupo, lo colectivo, como primer escalón para que nadie quede a solas. “Llegó una chica donando clavos, trajeron chapas, vino gente a dar una mano. Así fue cada día, para cambiar la realidad”.
Marcelo trabaja en los asentamientos más desprotegidos de Lago Puelo: “Es un desastre la situación, hay mucho por hacer”. ¿Qué falta? “Presencia del Estado, que no la hay, sobre todo porque estamos trabajando en tomas regularizadas. Un ejemplo: necesitamos aserraderos portátiles para hacer madera, pero la burocracia no lo permite. No se pueden aserrar troncos sin la autorización de la secretaría de Bosques, pero si vas a pedir la autorización, al ser una toma te dicen que le corresponde a la municipalidad. Y la Municipalidad te dice que le corresponde a Bosques. Se pasan la pelota unos a otros”.
En el medio anda la gente, ayudando, ayudándose, organizándose entre bolsas de comida y ropa provenientes de muchísimos pueblos del país; esperando donaciones de materiales y herramientas para levantar nuevamente sus casas, porque las lluvias y el frío no saben de burocracias ni de un modelo que está en llamas. En el medio siempre la gente, como tantos, como tantas, como Marcelo, que habla de la dimensión del futuro: “Tengo una chacrita, no me sobra nada pero tenemos huerta y unas gallinas, así que ya avisé en el trabajo que hasta que esto no remonte no haré otra cosa que venir a ayudar. Mucha gente se quedó con lo puesto, no sé si se toma real dimensión de lo que significa. La prioridad es ponerse en el lugar del otro”.
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