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Al por mayor: Comercialización agroecológica

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La Unión de Trabajadores de la Tierra posee en Avellaneda un mercado que mueve 625 toneladas mensuales de alimentos agroecológicos. Calidad, cantidad y los precios competitivos que atraen cada vez más a verduleros y compradores. El rol de la comercialización, de la tierra a la mesa. La idea de un plan federal de distribución de comida de verdad. Tendencias que están prefigurando un cambio alimentario, social y cultural que es una necesidad y no una moda. Datos de lo que crece, y cómo hacer para lograr un tiempo mejor en medio de enfermedades, desigualdades y monopolios. Por Sergio Ciancaglini.

¿Cuáles son los mejores alimentos del país?

Respuesta pragmática y bastante obvia: los agroecológicos. 

Razones: 

No están contaminados por pesticidas y tóxicos a los que son sometidos los comestibles agroquímicos. 

Evitan por lo tanto el estallido de enfermedades de todo tipo asociadas a la malnutrición, desde obesidad y sobrepeso hasta las provocadas por estos químicos (disruptores endocrinos) que se acumulan en el cuerpo pudiendo provocar a mediano plazo daños respiratorios, cardiovasculares, metabólicos, hormonales, oncológicos, cognitivos, reproductivos, por nombrar solo algunos.  

Los alimentos agroecológicos tienen todos sus nutrientes, pero los de origen agroquímico se han ido vaciando de nutrientes por su propio proceso de producción. (Ver MU 157: Cómo como).

Por eso mismo los productos agroecológicos alimentan (incorporan nutrientes a nuestro cuerpo), cosa que no ocurre u ocurre en menor medida con los comestibles agroquímcos a los que generosamente se suele llamar “convencionales”. 

Por sus nutrientes los alimentos agroecológicos son mucho más ricos, más sabrosos. Los producidos con agroquímicos suelen tener el gusto diluido o irreconocible.   

Su precio es equivalente o menor al de los productos agroquímicos, y muy inferior a los que tienen sello orgánico.  

La forma agroecológica de producción recupera la fertilidad del suelo,  combate de modo directo la crisis climática, preserva el agua. Es de las pocas actividades productivas que en lugar de dañar al planeta, ayudan a recuperarlo.

El precio barato para quienes consumen significa a la vez un precio justo para quienes producen, ya que ganan entre el doble y el triple de lo que les pagaría el circuito comercial masivo. Rompen la intermediación, pero a la vez están creando nuevos canales de distribución. 

Por esta última razón, las asambleas de agricultoras y agricultores dedicados a la agroecología, establecen los precios de los productos dos veces por año y los mantienen por 6 meses dándole a quien consume previsibilidad y tranquilidad frente a la psicosis inflacionaria. 

Se podrían seguir agregando razones gastronómicas, de salud pública y personal, culturales, de sostenibilidad, sociales, ambientales, ecológicas, éticas, pero en este caso se abordará algo mucho más prosaico y práctico: la comercialización. 

Números y legumbres

Gran parte del cambio cultural y de hábitos con respecto al rol de la alimentación tiene como protagonistas a miles de personas que empezaron a considerar críticamente lo que consumen y a cientos de familias agricultoras. 

El punto de encuentro entre ambas visiones se instaló, por ejemplo, en la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra), el mayor gremio campesino del país, que está fomentando la transición productiva de sus integrantes a la agroecología. Es decir: producción sin pesticidas ni agrotóxicos de ningún tipo, haciendo policultivos en lugar de monocultivo, que ubica en un rol central al cuidado y fortalecimiento de la tierra para que recupere la vida –microorganismos, nutrientes– que luego pasa a los alimentos y luego a quienes los consumen.  

La UTT nació en 2010. En 2014 comenzó a trabajar agroecológicamente una familia, la de Rosalía Iturbe y Miguel Reyes. Resultados con la lechuga: “De no creer, era espectacular por la cantidad y la calidad” contaron a MU. El beneficio fue también de salud y económico al prescindir de venenos y fertilizantes químicos que cotizan según el dólar. El circuito comercial no le prestaba atención a lo agroecológico. Seguían cobrando mal y tarde. La organización empezó a preparar bolsones para venderlos por su cuenta. La idea confluyó con un incipiente número de consumidores que buscaban comer sano y a precios accesibles (porque los productos con certificación “orgánica” simbolizan un negocio destinado a sectores de alto poder adquisitivo). 

A los dos años eran 80 familias. A los tres eran 200. Hoy son más de 500 las familias productoras de alimentos agroecológicos de la UTT, número que no deja de multiplicarse, que además abastece a una demanda creciente, y que se está entrelazando con otras experiencias y otras geografías de producción alimenticia.

Hoy la UTT tiene sus Almacenes de Ramos Generales en Capital (Almagro y Devoto), Monte Grande y La Plata, almacenes de campo en San Vicente, Lisandro Olmos, Domselaar, Alejandro Korn y Jáuregui. 

En Avellaneda, en la zona de Dock Sud, abrieron además un Mercado Agroecológico y el primer Mayorista Agroecológico del país. Daniela Carrizo, del área de Comercialización, explica sobre el Mayorista: “Abastecemos a 100 clientes al por mayor que tienen sus almacenes o verdulerías, a 160 nodos de compra que llegan a unas 3.000 familias. Hay unas 300 compras comunitarias que implican otros 3.000 bolsones de verduras. También abastecemos a los almacenes minoristas de la UTT y a unos 70 comedores. A diferentes provincias enviamos unos 8.000 bultos semanales de 12 kilos cada uno y localmente son unos 6.000 bultos semanales de 10 kilos cada uno”. El total que mueve el Mayorista de Avellaneda es de unas 625 toneladas mensuales. En el caso de los almacenes minoristas el de Almagro, por ejemplo, tiene un promedio de 220 clientes diarios, con picos de 350 según el día.  

Juan Pablo Della Villa es el secretario de Comercialización de la UTT: “En Buenos Aires abastecemos a más de 25.000 familias y a otras 20.000 a través de las ventas de alimentos al Estado” (municipios como el de San Martín y ministerios como el de Desarrollo). A esas redes se han sumado unas 85 cooperativas productoras de alimentos de valor agregado (embutidos, vinos, yerba, miel, lácteos de todo tipo, dulces, harina, aceite, pastas, arroz, legumbres y todo un universo productivo de calidad que no existe en los supermercados) que integran la Federación de Cooperativas Federadas (Fecofe), con impacto de generación de trabajo para 2.500 familias. 

“Estamos muy movilizados con la experiencia en la Comarca Andina”, plantea Juan Pablo. “Nos organizamos para poner allí a disposición alimentos de la UTT como verduras, frutas y carne de cordero, pero también los productos cooperativos que enviamos desde Buenos Aires. A través de las compras comunitarias llegamos a más de 4.000 familias de la Comarca, con unos 600.000 kilos de alimentos a más de 17 ciudades, pueblos y parajes rurales. Con el tema de los incendios, directamente nos dedicamos al reparto de comida. Y además ya tenemos un galpón de acopio en El Bolsón y otro Almacén de Ramos Generales en El Hoyo”.   

Todo esto puede resultar pequeño frente al consumo masivo (en el Mercado central se comercializan 106.000 toneladas de frutas y verduras mensuales) pero puede resultar enorme si se lo toma como el indicador de una tendencia que crece en Argentina y en el mundo en busca de comida de verdad.

La publicidad de Coca

Juan Pablo recuerda: “Hace un tiempo me dijeron que la Coca es un veneno, y tiene que montar herramientas comunicacionales para venderlo. En cambio nosotros estamos sobrepasados de contenidos legítimos, pero sin esas herramientas. Nuestros contenidos son que producimos alimentos sanos, a precios accesibles, y además eso mejora la calidad de vida de las familias agricultoras y campesinas, e impacta sobre pueblos y comunidades”.   

Se queda pensando: “Todo bien con los bolsones, los nodos, todo lo que nos ha permitido crecer. Pero ahora hay que agregar un salto más porque estamos en un país cagado de hambre. Hay que romper otra barrera de crecimiento que abarque la comunicación, la distribución y lo comercial. Estamos haciendo lo de los almacenes y los mercados mayoristas en el marco de un proyecto que es aplicar la agroecología en escala, con niveles cada vez mayores de producción y de consumo”. 

Lo que está germinando es la idea de un plan nacional y federal que, imagina Juan Pablo, “contenga las necesidades de los pueblos que tienen tierra y no tienen trabajo, y de las ciudades que tienen gente y no tienen comida sana. La agroecología puede ser un motor, una tracción en cada geografía”. 

Dos ejemplos: “Salta produce banana, pero podría dejar de ser artesanal, aplicando esa agroecología a escala con tecnología que facilite la producción y que luego no tenga que pasar por Buenos Aires para desde ahí ir a Córdoba. Es un delirio. En las producciones de verduras podríamos tener galpones de primer nivel para la elaboración de bioinsumos en escala, o la maquinaria que en cada caso se precise. O por ejemplo en Tapalqué hay 400.000 hectáreas de tierras, 12.000 habitantes, y no se produce ni un kilo de verdura. O mandamos a Misiones acelga cultivada en La Plata, cuando allí podrían producirla. Ahí funciona el enfoque agroecológico. Promover la producción local. Y lo que no se puede producir en una provincia como Misiones y sí en otra como Rio Negro, por ejemplo, debe ser enfocado comercialmente para ver cómo abastecer todo con precios accesibles”. 

¿Cómo se combina lo social con lo comercial? “Es lo que estoy pensando cada día de mi vida. Pero no es que empezamos armando una empresa: la construcción de sentido de lo que hicimos fue siempre de abajo para arriba. Las necesidades del territorio nos fueron construyendo el sentido. Entendimos que el camino para que la gente esté mejor es la agroecología. Después entendimos la importancia de la comercialización. Y ahora entendemos que hay que ampliar esa idea. Hace un par de años el problema era cómo llevar verduras de El Pato al almacén de Almagro. Hoy es cómo mandar bananas de Salta a Chubut. Pero además, ¿Con qué vuelvo de Chubut?”. 

La UTT está cultivando este sueño, o proyecto. “Pero estamos en un sistema que hasta te regula qué come la gente. Hay que poner eso en discusión. Lo que pasa es que creemos que la forma de poner las cosas en discusión es con acción. Hacerlas. Si no, nos pasamos cuatro años pintando pancartas contra intendentes o funcionarios que nunca te dan bola. Te quedás en la denuncia y no hacés nada”. 

La clave: “Pensar la autonomía, incluso la autonomía económica con una empresa social que encima está en la trinchera contra 70 injusticias por día. ¿Cómo mejoramos la capacidad económica del negocio en buenos términos, para que los números den bien, sacando al alimento del rol de mercancía y poniéndolo en su rol social? Así es que estamos mandando alimentos a la Comarca que allí no pueden comprar, porque encima todo depende de los supermercados monopólicos. Por eso todo esto lo pensamos en el marco de un plan nacional y federal de distribución, comercialización y consumo que genere trabajo en las economías regionales”. ¿El rol del Estado? “Nos dicen: ‘te financiamos las heladeras del almacén’. No, flaco, las pagamos nosotros, pero recuperá los trenes, comprá camiones y armemos una logística nacional y federal no para la UTT, sino para que este sea un país distinto”.  

Necesidad y porotos

“Se necesita cambiar el modelo de producción no por una cuestión ideológica sino por una necesidad”, dice Agustín Suárez, ingeniero agrónomo y uno de los integrantes de la coordinación nacional de la UTT. “Así construimos nuestra propuesta para que las familias productoras estén mejor, mientras rompemos la idea de que la comida de calidad solo puede ser consumida por cierta clase social”.  

Algunos ejemplos actuales: lechuga, $70 el kilo; tomate, 80; zanahoria, 45; papa, 55; naranja, 50; banana, 110; cebolla, 55; queso cremoso, 410; fideos, 49; yerba, 150 (medio kilo); aceite, 262 (900 cc); leche, 60 (un litro). 

“Demostramos que se puede producir sano y que la barriada puede acceder a precios económicos. Con la fijación de precios semestralmente por asambleas, también transparentamos cuánto gana el productor, cuánto se lleva el intermediario y a cuánto la comunidad paga luego los productos”. Suárez cuenta que han lanzado un Programa de Impulso a la Agroecología, de créditos en plantines para facilitar la diversidad de la producción. “Así como lo hacemos nosotros, el Estado podría planificar la producción, para independizarte del mercado y del valor del dólar. Empezás a tener una proyección sobre las cadenas de producción que es algo que no pasa, por ejemplo, con la exportación de granos. Un barco se va por lo legal, y cinco no sabemos por dónde. Entonces no tenemos control de precios, ni de impuestos ni de nada. Nosotros intentamos mostrar cómo se pueden hacer las cosas de otra manera”.

El concepto: “En esta propuesta hay volumen y potencial enorme de crecimiento, de llegada a toda la sociedad. Apostamos al acceso a la tierra de más campesinos. No por la reforma agraria sino por créditos, o con tierras del Estado totalmente en desuso que pueden albergar colonias agroecológicas en todo el país y multiplicar la producción”. La soja y la necesidad de dólares van a seguir existiendo, reconoce Suárez: “Pero el modelo de monocultivo, la lógica de arrasarlo todo con transgénicos nos tiene hace 30 años en el mismo lugar. Los intelectuales afines a este gobierno te dicen que hay que aumentar la hectáreas de soja, la minería, todo lo extractivo, porque eso ‘da más inclusión’ (brinda fondos al Estado para reforzar el asistencialismo). Es una lógica que ya vimos que no da resultados. Ahí no hay grieta: estamos en el horno si seguimos profundizando ese modo de pensar”. 

Juan Pablo llama “porotos” a cada uno de los pasos de crecimiento que van dando (cada almacén, cada colonia, cada proyecto): tal vez como los que se juntan durante un partido de truco, o como semillas de lo posible y de lo que no se resigna a estar en el horno.   

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