Por Susy Shock. Ilustración: Anahí Bazán Jara.

El tren pasó por la estación de Rosario sin detenerse, inexplicablemente; las personas esperando en los andenes y al borde de las vías no intentaron nada más que gritarnos y arrojar una que otra piedra a nuestro paso. 

-¡Primera prueba superada!-, gritó La Morena que manejaba y hacía sonar la bocina del Estrella del Norte como momentánea victoria. 

Es verdad que una fila de uniformados organizó la espera de la gente agolpada y la mantuvo limitada; y supongo que también el miedo, producto de las habladurías durante días y días sobre las verdaderas intenciones de nuestro viaje, hizo que esta vez fuera fácil. Solo esta vez. 

-Andá a saber qué esperaban estos pakis, ¿que les arrojemos misiles?-, dijo la Misha con esa voz de lechiguana, con ese tono trava que no deja de arrojar humoradas en el medio de cualquier cataclismo. 

Ella fue vital para organizar a las que vinieron de Santa Fe y se nos unieron semanas antes de comenzado el viaje; supo adelantarse al rumor de que algo andábamos tramando en la Terminal de trenes en Retiro. 

-Es imposible imaginar que vamos a hacer parada en Rosario y poder subir, vamos a tener que salir todas juntas desde Buenos Aires-, propuso. Y tuvo razón. 

Ella organizó a las propias y se vinieron en un micro alquilado y pararon, repartidas, en nuestras casas, y pusieron acción en reparar la locomotora que hace años, desde la privatización de trenes de los 90, estaba parada y sin uso; ella armó grupos de cocineras y fue la que avanzó en la ejercitación de todas en nociones básicas de defensa personal y artes marciales. 

-¡Porque la revolución se hace bien preparadas!-, agitaba en cada entrenamiento. Ella, la Misha, como nos sucede siempre, asume un espacio de cacica que todas aprueban de inmediato, porque nos sabemos frente a la grandeza y a la entereza y a la ternura, esos condimentos vitales de nuestro alado lumpen liderazgo. 

Ella, como casi todas las de su edad, tiene más amigas muertas que vivas, más nombres propios perdidos que presentes; ella es una de las tantas guerreras del Mañana, atrincheradas en este tren de la polilla fortuna, cantándoles y llenando de mimos a nuestras crianzas, que ajenas a todo, juegan y juegan.