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Javier Ortega. Re-evolución rap

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Conocido hasta hace un tiempo como Asterisco, Javier Ortega lanzó su nuevo trabajo que simboliza una mirada crítica y a la vez creativa sobre el presente, lo cotidiano y la rebeldía. El mundo de las redes, secretos para forjar una voz diferente y un enigma: ¿Qué es un lumpen? Por Franco Ciancaglini.

Javier Ortega. Re-evolución rap

El último disco de Javier Ortega se llama Lumpen y comprende un puñado de canciones grabadas en los estudios del sello Peñi. Es el trabajo siguiente a los discos Parafraseo y a Quelvulgarria, entre otros temas disponibles en las plataformas, grabados junto a distintos artistas. Y es el primero luego de que culminara una larga etapa en la cual Javier, además de rapear, militó en distintos barrios y organizaciones. “Siempre me hizo ruido la palabra Lumpen, porque se usa mucho despectivamente desde los lados progres o de izquierda que, para no decirte negro de mierda, te dicen lumpen. Lumpen es la gente del barrio, o mejor dicho, es la gente que no produce para el sistema. Solamente se ve como sujeto revolucionario al hombre que trabaja y aporta sus impuestos, y el lumpen no solo está fuera eso, sino que es hasta es contrarevolucionario. Pero desde lado donde yo vengo, de conocerlo, a mí siempre me salvó el lumpen. Mi vieja no tenía que darnos de comer y por ahí venía el lumpen y nos regalaba algo. Muchas veces no fue el Estado: fue el lumpen. Hago esta reivindicación desde el lado que yo vengo”. 

Javier Ortega viene de Comodoro Rivadavia (o “Comoduro”, como la canta él) y rapeó desde los 11 años hasta el 2016 como Asterisco, antes de volver a usar artísicamente su nombre de pila, o como dice él, “el que me puso mi mamá”: Javier Ortega. 

Después de Comodoro y la vecina Chile, Javier pisó el conurbano en 2009 y vivió por Lanús, Pilar, y en La Plata. Allí  armó (junto a otros raperos como Orión XL y las pibas de Acá a la China) el  Colectivo Resistencia Hip Hop “un colectivo político-cultural con el cual íbamos a los barrios a hacer talleres de autoformación: los llamábamos así porque nos formábamos todos”. 

Resistencia Hip hop estuvo presente en La Plata de 2014 a 2016, pleno macrismo y post, barrios arrasados. “Me di cuenta de que mi lugar es la cultura”, dice Javier hablando  de lo que hizo y vio. “A mí el rap me llegó diciendo que yo podía contar mis denuncias. Pero antes, el rapero que la pegaba estaba muy lejos de mí, en Estados Unidos por ejemplo. Hoy en día no: está a la vuelta de tu casa, vive en tu barrio. Hoy la tecnología les muestra a los pibes de 13 años que vivir de la música es posible. Y nosotros tenemos que estar pillos en cómo entregamos esa información, cómo la hacemos posible. Entonces, un taller hoy es una herramienta, que es una salida emocional pero también te permite pensar: ¿por qué no puedo trabajar de esto?”.

Está claro que Javier Ortega piensa la cultura mucho más cerca de un obrero que de un pintor. “Hay que darle un sustento a los pibes”, insiste sobre el poder del arte al que, después de muchos años, le fue encontrando la vuelta: “Hace un tiempo atrás yo fluía nomás, salía a tocar mucho, militaba. Pero en un momento te empieza a apretar el cinturón y decís: hay algo que estamos haciendo mal. Y hacés la lectura y es esto: el recambio generacional, las nuevas redes. Si no estás actualizado, quedás fuera. Y de vos depende: tampoco está mal quedarse afuera. Pero yo no quiero mulear para nadie, entonces tengo que meterme adentro”.

La esencia de lo virtual

Quelvulgarría, editado en 2014, fue el último disco físico y el último bajo el nombre de Asterisco. Lumpen, a diferencia de Parafraseo, salió en todas las plataformas virtuales: “Yo tenía específicamente un problema que era que me había costado subirme al barco de la actualización. Y mucha gente que escucha música desde sus celulares me pedía que entre a otras plataformas”, cuenta. Lumpen ingresó a todas las plataformas requeridas, y dio entrada al resto del material de Javi también a ese este mundo virtual.

“Yo siempre fui autodidacta en todo, y siempre fui muy bueno, pero para la tecnología soy muy malo”, dice Javier, con mucha vida en la calle y conocido a través de los escenarios (y de YouTube). “Y si vos no tenés un equipo, tenés que ser autodidacta: o aprendés o te juntás con alguien que sepa”. Javier creó así un equipo de trabajo que lo sigue en los beats, en las grabaciones, en las voces, y también en las plataformas: “La necesidad de reinventarse está siempre, pero sin perder lo esencial, lo que a uno lo hace especial al oído de las otras personas. Y yo sé muy bien qué es lo esencial dentro de mí”.

Mientras otros optan vender un fierro, un tiro, mujeres y autos, Javi se mantiene en la denuncia, incluso, hacia esa industria cultural: “Me gusta el artista real, sea gángster o sea político: si es real, a mí me ceba. Hay pibes que son gángster en sus letras, pero la viven: son lo que te cuentan. Lo consciente también tiene que ser un compromiso con la palabra, pero sobre todo con la acción”.

¿Cómo saber qué es real y qué virtual en tiempos de likes? Javier: “Antes, tener 20 mil reproducciones era una guasada, y hoy no es nada. Hoy tenés reproducciones de 20 millones, de 200, de billones de reproducciones… Las cifras son extremas, comparadas con las nuestras. Eso te puede desmotivar, o yo la veo de distinta manera: si esto crece, yo crezco. Está todo conectado. Si el trap crece, yo crezco. Si estoy activo, crezco haciendo la mía. Yo no lo veo mal, no lo veo desesperanzador. Y no es compararse con ellos. Sí creo que hay que hacerla bien como hacen ellos; la calidad con la que sacan las ideas, usarla nosotros. Vos juntándote con gente que tiene buenas ideas hacés buenos productos. Entonces estamos en esa: si nuestro rap tiene un mensaje político, social, que no tenga que sonar mal, que suene muy bien”.

A sus redes, Javier sube videos fumando un porro o tirando un freestyle, invitando a una fecha o tocando con algún rapero amigo. Asegura que entendió que hoy en día la gente está dispuesta a que el artista le dé algo más que música, por ejemplo que le cuente historias. Y él está probando eso, jugando. Por eso, en plena pandemia, lanzó junto a una serie de secuaces el ciclo El sillón de Javi: “Estábamos sin poder tocar, y teníamos una sala de ensayo así que dijimos: pongamos una cámara y empecemos a transmitir”. Así, entre el freestyle, mucha marihuana y charlas espontáneas transcurren más de dos horas que pueden verse y seguirse desde el canal de YouTube del artista. 

Entre los recitales, las plataformas y el Sillón se arma lo económico: “Al programa le pusimos  un QR para recaudar fondos. Y empezó a tomar forma y ahora ya es un programa al que le falta un montón, pero ya nos hicimos cargo de eso: hay que seguirlo”. 

El programa también sirve como un puente generacional con artistas de la nueva escena, a los que Javi no conoce pero igual invita: “El hip hop lo que tiene es eso: si vos caminaste bien, la escena te respeta mucho. Y ahora cuando levantamos el teléfono siempre hay un sí del otro lado. Entonces, se ve que algo hemos hecho bien”.

Como si fuera la primera vez

“Es la primera vez que vivo en un barrio lindo”, dice sobre su nuevo destino, Villa del Parque, al que llegó de casualidad y después de vivir en “un lugar muy feo” en Constitución. 

La casa a donde llegó, sorpresa, no era cualquier casa: en la casa está La Lebreta Estudio, una sala de ensayo que, entre otras cosas, siempre trabajó con La Delio Valdez: “Es un lugar donde transita mucha gente, todos músicos y músicas, y ahí es donde juego yo un papel: al vivir ahí, conozco a todos y pegamos muy buena onda”.

Así y allí, Javi se fue armando el equipo de trabajo y conoció a gente que viene de otros palos musicales: “Me gustó salirme de mi formato hip hop, que fue en el que más cómodo me sentí y me siento”. 

Algunos resultados de esta mudanza artística:

Con Lebreta editará su próximo disco.

Anuncia que empezará clases de canto, en intercambio con un profesor que quiere hacer rap.

Este cronista confirma que ahora Javier baila en el escenario, y hasta sonríe alegre en su rap de denuncia: “Eso me lo ha dado la cumbia. En el rap, si te invita una banda y estás con mochila, te subís con mochila. Y si querés rapear con las manos en el bolsillo, rapeás así: nadie te va a decir nada, incluso hasta se ve bien que el rapero haga eso. Y la cumbia no, te demanda otra cosa: tenés que bailar”. 

Existe un proyecto llamado Los Tercos, con todos los músicos “que andan dando vueltas por la casa”, mezcla de rap y cumbia: “Una delirada”.

Si bien se confiesa fanático del rap clásico, el cual ejerce, Javier se reconoce “más abierto” en relacionarse otros géneros musicales: “He aprendido a dejar de romantizar la música, la cultura. Hay que hacer lo que se te cuenta, como te salga, no importa. Mientras no seas facho ni yuta, está todo bien”.

Entre evitar el purismo y mantener la esencia, Javi va. Con sonido sucio, pistas oscuras, con bombo y caja bien marcados, asociándose a beatmakers y músicos. 

Buscando su nuevo color.

Y entre esos nuevos colores, al final de Lumpen la canción Todos lloran, cantada junto al cantante de la Delio, Pedro Rodríguez, habla del y al corazón: “Por las vivencias que uno ha tenido, uno forma una coraza. Porque además, tenemos miedo: el mundo es una mierda, la gente es ventajera… Pero, bueno, uno tiene que aprender a ser de otra manera, y entendí que al famoso hombre nuevo que hablaba el Che hoy está en lo cotidiano, en las acciones pequeñas”.

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