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¿Qué pasó con Camila? Santa Fe: un femicidio que se intenta ocultar

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Camila Flores se fue de San Fernando a vivir en lo de su novio en Santa Fe, pero quiso volver durante la cuarentena porque algo no andaba bien. Antes de que sus padres la buscaran, el novio les envió un mensaje de Whatsapp para decirles que se había suicidado. Ellos habían hablado con ella minutos antes. Los testimonios que revelan el contexto de violencia machista, la causa que no investiga lo que en verdad pasó y el reclamo por una investigación independiente, a kilómetros de distancia. Por Delfina Pedelacq.

¿Qué pasó con Camila? Santa Fe: un femicidio que se intenta ocultar
Analía, mamá de Camila Flores, lleva a su hija tatuada en el brazo. Foto: Lina Etchesuri

La provincia de Santa Fe. El pueblo tiene unas treinta cuadras y está atravesado por la ruta provincial 23.

Tenía 19 años cuando armó la valija y comenzó el viaje. Analía cuenta que en un principio sería solo una visita, pero que después les dijo que se quedaría allá, viviendo con él y su familia. Seis meses después volvió para festejar su cumpleaños, el 5 de febrero de 2020. Se quedó una semana en San Fernando y volvió con su novio. Desde ese momento y con el comienzo de la pandemia y la reducción de la circulación, Camila no regresó.

Diez meses después, el miércoles 9 de diciembre de 2020, cerca de las 23.30hs, Camila se comunicó con su madre para contarle que se quería volver, que “la estaba pasando horrible” pero que no sabía cómo tenía que gestionar el pase sanitario que le permitiría circular. “Le conté cómo era que tenía que bajar la aplicación Cuidar, la bajó pero estaba tan nerviosa que no podía hacer el permiso”, cuenta Analía. 

La hora de muerte está fijada a las 00.00 horas del jueves 10 de diciembre, día siguiente de la llamada. Nueve minutos antes habló por teléfono con su madre. “Le dije que me pase el teléfono con Damián. Ella estaba en el baño y yo insistí para hablar con él. Lo que yo quería decirle era que me la cuidara, que la pusiera en un micro y me la mandara o espere que yo la vaya a buscar, se lo quería decir a él, para que ella no se ponga nerviosa” explica Analia. Antes de cortar el teléfono, Camila dijo que en diez minutos la volvería a llamar.

La pregunta es qué sucedió con Camila en ese lapso de diez minutos. “Hacía un ratito nos habíamos acostado, ya estábamos decididos que la íbamos a ir a buscar” cuenta José. Cerca de la 1.30 de la madrugada llegó un mensaje de audio donde Boetti, con una falsa congoja, anunciaba que Camila se había suicidado. Así, sin más que un audio de Whatsapp.

En ese mismo instante, José llama por teléfono. Después de un rato sonando atiende la hermana de Damián Boetti, que es policía en el pueblo. “Pasame con mi hija que quiero hablar con ella” manifiesta José esperando que lo que ese audio expresaba fuese una mentira. Después de una pausa, contesta: “Ella murió” y corta la comunicación. “Volví a llamar y ya nadie atendió”, recuerda José mientras se lleva las dos manos a la cabeza y las desliza por la cara para frotarse los ojos.

En el lugar donde supuestamente Camila se suicidó hay cámaras, pero la familia nunca pudo acceder a ese registro. Después de trasladar el cuerpo de Camila a San Fernando, se solicitó la exhumación y fue llevado nuevamente a Santa Fe.  El 4 de enero un portal de noticias de la provincia confirmó que el resultado parcial de la autopsia había determinado “suicidio”. Pero estos resultados nunca fueron comunicados a la familia. La fiscal Hemilce de los Milagros Fissora brindó información a los medios de comunicación antes que a la familia, lo cual los motivó a que se pidiera su apartamiento de la causa. 

“Suicidio”, fue la conclusión que también firmó Fissora, al aceptar apresuradamente la determinación de la forense Marianela Barbero, sin siquiera haber realizado una autopsia. Mediante la ayuda de un abogado lograron que se la apartara, pero la fiscal actualmente a cargo, Favia Burella, hace un año que tiene la causa y, según la familia, “no hizo nada todavía”. En su momento la familia pidió que la autopsia se llevara adelante en un lugar neutral, ya que de ninguna manera creen que Camila se haya suicidado y porque en Santa Fe la complicidad de policías, fiscales y jueces que encubrieron a Damian Boetti se sigue sosteniendo. 

¿Qué pasó con Camila? Santa Fe: un femicidio que se intenta ocultar
Reclaman que se haga una autopsia imparcial y se investigue el contexto de violencia machista que, según averiguaron ellos mismos, sufría su hija antes de morir. Foto: Lina Etchesuri

Infierno grande

La familia de Camila sigue sin tener un abogado para afrontar esta pelea y sin siquiera saber el resultado final de la autopsia. El problema es en parte por la distancia: estando tan lejos tienen que conseguir un abogado con jurisdicción en Santa Fe pero también afirman que debe ser alguien que pueda hacerle frente a todo el entramado de complicidades en esa parte de la provincia, “y que se anime a todo lo que hay atrás: siempre que hay alguien que nos dice que nos va a ayudar, miran la causa y desaparecen”, cuenta Analía.  

A partir de una convocatoria por redes sociales que inició la familia para realizar una marcha, diez días después de la muerte de su hija, vecinos y vecinas del pueblo San Guillermo se enteraron quién era Camila y de que tenía una familia. Ni siquiera sabían su nombre: la conocían como la “chica de pelo rojo”. A partir de esto se pusieron en contacto para contar lo que habían visto y lo que sabían; “de antemano afirmaron tener miedo”.

“La gente nos dijo que vieron salir a Damian Boetti con otras personas con un bulto en bolsas negras en una carretilla hacia el lugar donde después dijeron que Camila se suicidó”, revela la familia. También expresaron que había noches en las que los gritos y golpes dentro de esa casa se escuchaban en el barrio. Por más que las autoridades policiales hayan expresado que Camila no sufría violencia de género, varios testigos la vieron golpeada en distintas oportunidades. Camila llegó a contarles a algunas personas lo que estaba viviend. Nadie la ayudó. 

Damián Boetti trabaja en la Municipalidad de San Guillermo cortando el pasto y arreglando los árboles; mucha gente le contó a la familia que a Camila la hacía hacer su trabajo. “La llevaba y ni una botella de agua le dejaba, la sacaba para eso nada más. No la dejaba tener contacto con nadie”. 

Analía y José afirman tener suficientes pruebas de que Camila no se suicidó, y que en el pueblo hay siete muertes previas a la de Camila sin resolver, con la participación de la misma policía, fiscal y juez.

Desde octubre de 2021 Analía foma parte del colectivo “Familiares Sobrevivientes de Femicidio”, un grupo de familiares que se da cita los primeros miércoles de cada mes en la Plaza de Mayo para recordar a las víctimas y pedirle una reunión al Presidente. El objetivo es acercar una serie de propuestas, paridas desde la experiencia de haber pasado por situaciones de desidia, complicidad estatal e impunidad judicial. Si bien eso nunca se concretó – al cierre de esta edición iban 17 encuentros- Analía cuenta que es un espacio de contención para encontrarse con personas que están pasando o pasaron situaciones parecidas, y luchar en red por justicia.

Sobre su causa particular, cuenta: “Está todo como al principio, no avanzó nada”. Analía afirma que quienes llevan adelante la causa se comprometieron a investigar la idea de la “instigación al suicidio”. Pero luego de esa promesa, nadie les atiende el teléfono. Por eso están realizando un petitorio en el que le exigen a la fiscal que cualquier avance en la investigación sea comunicado a la familia. Analía: “La distancia nos juega en contra y hay tantos que quieren que las cosas queden así, en nada, que simplemente no sabemos cómo seguir”.

¿Qué pasó con Camila? Santa Fe: un femicidio que se intenta ocultar
Analía muestra el video donde se la ve cantando junto a su padre, José. Foto: Lina Etchesuri

La voz de Camila

Camila medía 1.70 y tenía una contextura “grandota, como yo” cuenta José y señala uno de los tantos portarretratos que tienen en la pared del living. Sobre la biblioteca, llama la atención una de cuando visitó el zoológico de Luján, “mucho tiempo antes de que lo cerraran” dicen. Está sentada sobre un tronco con una sonrisa que le salta de la cara y dos guacamayos verdes y amarillos parados uno en cada hombro. Hay algo distintivo en todas las imágenes, algo que pareciera que las conecta: en todas las fotos Camila rodea con sus brazos el cuello de su padre o madre. “Vivía demostrándonos amor”, dicen.

“Era muy inocente: creía en las personas pero eso, esta vez, le jugó en contra” afirma Analía, mientras busca en su teléfono un video que quiere mostrar.  “Iba al hospital de San Fernando con sus compañeras disfrazadas de payaso para hacer reír a la gente que estaba internada”, cuenta José y esboza una sonrisa.

Analía encuentra lo que estaba buscando en su teléfono y antes de darle play, anticipa: “Le gustaba mucho cantar”. El video retrata a Camila y a su padre sentados en dos reposeras; de fondo una carpa con la que habían salido de vacaciones a Entre Ríos, algunos años antes. José con los ojos cerrados y recostado sobre el respaldo disfruta la voz de su hija. Es una canción de Casi Angeles y por un momento Analía y José vuelven a ese instante, con los ojos vidriosos y una sonrisa apretada. Mientras Camila canta:  “y si te vas, también me voy, y si no estas tampoco estoy y nada importa nada sirve nada vale, nada queda sin tu amor”.

El primer equipo de música se lo compraron con un objetivo: que pudiera practicar con su micrófono. “La habíamos anotado en la academia de Valeria Lynch, que tiene una sede en Tigre”. Fue un año y en el espectáculo que hicieron para fin de clases, a Camila le tocó cantar a dúo. “Estaba medio molesta porque quería cantar sola, para lucirse” cuenta José. Pero en la casa familiar todos los días era un espectáculo: cantaba todo el tiempo, con y sin auriculares; su principal recorrido era desde su pieza hasta el baño. 

La pieza tiene una puerta azul que parece recién pintada. La cama está hecha y sobre la almohada está extendida una remera con su foto y una consigna: “Fue femicidio. Justicia por Camila”. El diploma de la academia de comedia musical, canto y baile está colgado en la pared rosa con un marco rojo. Sobre el placard está la valija envuelta en una bolsa de consorcio negra. “Esa fue la que se llevó, y así como está la trajimos” dice Analía. El techo está prácticamente cubierto con posters de Justin Bieber y otros cantantes. Su escritorio es más parecido a un altar: santos, estampitas y una foto de Cami cuando era chiquita. Sobre el marco de la puerta, con un marcador claro que apenas se distingue, se lee: “No debes jugar con los sentimientos de alguien solo porque estás inseguro de los tuyos”. 

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La Barby trans

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Barby Guamán, actriz, dramaturga y directora de teatro. Es la primera directora trans contratada por el Teatro Nacional Cervantes, pero a ella no le gusta alardear de eso: “Debieran ser muchas más”. Allí dirigió una obra de la serie Teoría King Kong, travistiendo el mítico texto de Virgine Despentes, interpretado por Susy Shock. El resultado, a sala llena todas las funciones. Secretos tucumanos de una india negra, pobre y sudaka que encarna otro anti-modelo sobre cómo cumplir los sueños más inesperados. Por María del Carmen Varela.

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Compartimos parte del exquisito prólogo de Paul Preciado al nuevo libro de la activista y teórica boliviana. En esta primera intervención Preciado repasa la increíble biografía de Galindo, las condiciones, formas y sitios en los cuales parió su nueva tesis: la violación a la india como génesis de la poscolonización, y no el mestizaje, para hablar del bastardismo como herencia, saber y desobediencia. Por Paul Preciado.

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Por Lucas Pedulla.

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