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Tejer el futuro: comunidades La Puntana, Alto La Sierra y La Nueva Curvita

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En el Departamento de Rivadavia, Salta, zona declarada en emergencia sociosanitaria, estas comunidades confeccionan productos con fibra de chaguar: mochilas, paños, riñoneras, hamacas, yicas (bolsos), muñecas. Un emprendimiento liderado por casi 180 mujeres que pasaron de intercambiar arte por comida a vivir de la venta. La producción contra la discriminación, el cambio de vida y un principio para todas: “Aprendimos a ser valientes”. Por Francisco Pandolfi.

Tejer el futuro: comunidades La Puntana, Alto La Sierra y La Nueva Curvita
María Belén Díaz, de Thañí, con su hija Betania. Fotos: Nacho Yuchark

Acá se habla bajito, pero se sueña en grande. Acá no hace falta levantar la voz ni gritar, para transformar la realidad. No hacen falta maltratos ni modos violentos, para construir emancipación. Acá, es la comunidad wichi La Puntana, municipio de Santa Victoria Este, Departamento de Rivadavia, provincia de Salta. Acá, es tan al norte del país, que a 45 kilómetros se emplaza la triple frontera con Bolivia y Paraguay. Acá el celular marca “sin servicio”; no llega la señal. “La única que a veces engancha es de Bolivia, donde hay conectividad en todo el territorio; estamos a solo un kilómetro”, cuentan en “La casa de las artesanas”, el centro cultural donde reciben a MU.

La falta de servicio no es exclusiva del teléfono. Acá tampoco hay agua potable, ni gas natural. Ni cloacas, ni alumbrado, ni transporte público. Las casas son de adobe y de chapa. Los caminos para llegar son casi intransitables cuando no llueve, e impenetrables los días de lluvia. Esta descripción le cabe casi a la totalidad de las más de 200 comunidades originarias asentadas en la localidad, donde más del 75% de sus 17 mil habitantes es de pueblos ancestrales. La mayoría wichi, la minoría repartida entre chorotes, tobas, tapietes y chulupíes.

La Puntana es un territorio costero, lindante al ingobernable Río Pilcomayo. De cultura nómade, su población wichi se vio obligada a instalarse en uno de los lugares más olvidados del chaco salteño, en un clima semiárido, siempre seco, cuyas temperaturas en invierno oscilan entre mínimas de 9 y máximas de 34 grados. Y en verano superan los 50. Acá hay un monte deforestado, saqueado por las corporaciones madereras que trasladan sus camiones repletos de algarrobos ante las narices de las comunidades, sin pudor, ni escrúpulos, ni controles estatales.

Acá, en medio de la pobreza, a fines de 2017 un grupo de mujeres artesanas creó Thañí, un colectivo que realiza tejidos en fibra de la planta nativa chaguar. “Vivir en el monte no es fácil, pero nos da los alimentos necesarios mediante la caza de animalitos, la recolección de miel. Aunque no hay oportunidades. Hay mucha necesidad de conseguir comida; la salud es escasa, no hay atención médica”, arranca Maribel, de 39 años. Frente a ella, escucha y asiente Claudia Alarcón, de 27, quien es coordinadora de Thañí. Se remonta a sus inicios: “Antes de empezar con el proyecto, sentíamos que no había nada, que estaba a punto de perderse todo lo ancestral. Hacíamos tejidos pero lo intercambiábamos por comida, no había venta, ni compradores locales, hasta que empezamos a reunirnos y hoy somos la primera organización de mujeres de esta comunidad, es un orgullo”.

Vienen del monte

La decisión de crear Thañí tuvo varios motivos para sus integrantes: “Empoderarse como mujeres, generar ingresos para mejorar la calidad de vida y revalorizar nuestra cultura ancestral”. El nombre fue un consenso: “Thañí significa ‘Viene del monte’, porque nosotras somos de acá; sin territorio no tendríamos el chaguar, esta planta sagrada con la que fabricamos lo que vendemos”, explica Claudia.

El pueblo wichi, originalmente cazador y recolector, utilizó la fibra del chaguar desde tiempos inmemoriales para confeccionar diversos objetos en pos de la subsistencia, como ropa, bolsos, redes para pescar, hamacas. Hoy, la historia continúa por esa senda y se aprecia en el vasto catálogo de venta al público: mochilas, paños, riñoneras, caminos de mesa, hamacas, yicas (bolsos), paneras y muñecas.

“Aprendemos de nuestros antepasados a sobrevivir gracias a la tierra, a alzar una planta como la chagua. Obtenerla es un proceso largo, debemos caminar muchos kilómetros. Una vez que sacamos la materia prima debemos machucar la hojita –o sea, desfibrarla–, dejarla secar, pintarla, volver a secarla y recién ahí, ya con el hilo listo, fabricar lo que se quiere”, comenta Maribel, con un tono de voz tan bajo como claro y dulce. Para teñir los hilos utilizan semillas, hojas, yuyos, raíces o resinas de diferentes plantas, según el color que necesiten.

El chaguar es una planta de hojas largas y verdes, con espinas, que crece en el norte del país, en Bolivia y Paraguay. “Solo cortamos las plantas madres para que sus ‘hijitas’ sigan creciendo”, describen las mujeres sentadas en ronda, la mayoría con polleras multicolores.

Para el primer empujón, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Santa Victoria Este brindó talleres de formación, sobre todo vinculados a las nuevas tecnologías. La creación en La Puntana dio sus frutos en dos territorios más: La Nueva Curvita y Alto La Sierra, que hoy también integran el emprendimiento colectivo.

Melania Pereyra vive en la comunidad wichi de Alto La Sierra, pegada a la provincia de Formosa, a 70 kilómetros al sudeste de Santa Victoria Este. Tiene 24 años, una hija y un hijo. Fue una de las primeras que se sumó a Thañí: “El grupo de nuestra comunidad se llama Suwanhas, que significa hormigas; le pusimos así porque trabajamos en conjunto y no tenemos notoriedad”. Expresa con una vocecita que se le llena de emoción: “Me pone muy feliz ver cuánto avanzamos, hoy somos más de 70 mujeres solo de nuestra zona. Antes yo manejaba todo: pedidos, distribución, ahora nos dividimos en cinco grupos y cada uno tiene su representante”. Pide por favor no olvidar el principio: “Fue fundamental una ex técnica del INTA, Andrea Fernández, que no solo buscó organizarnos; sobre todo, nos ayudó a ser valientes”.

Andrea Fernández es artista plástica, tiene 38 años y permanece vinculada a Thañí desde lo artístico y lo emocional. Las comunidades la ponderan como referencia por su acompañamiento permanente. Desde Salta capital, donde vive, narra: “Llegué al Pilcomayo como tallerista del INTA para responder como Estado a las demandas de Lhaka Honhat (asociación histórica que nuclea a varias comunidades) y en especial escuchar a las mujeres, quienes no estaban participando del proceso de consulta y gestión territorial que se estaba llevando a cabo. Desde 2017 comenzamos este camino cuyo desafío era pensar cómo transformar la falta de trabajo de las chicas, sus saberes y la importancia de que se respeten, valoren y se paguen sus tejidos. De esa necesidad nació esta marca colectiva que fue creciendo”. Suspira, como quien emite palabras con el alma: “Hoy estoy en un rol de curadora, abriendo caminos en ferias, exposiciones, porque lo que se hace excede a la economía social; los tejidos se realizan como memoria, como testimonio, similar a lo que para los blancos es el arte. Y ese espacio también hay que disputarlo para ganar derechos”. Habla tierna, habla profundo: “Cuando me conocieron me decían ‘suluj’, mujer blanca, ahora para ella soy ‘chisuk’, una mujer loca, una mujer rebelde. Es una experiencia que me cambió la vida, fue lo más hermoso que me pasó; Thañí es una historia de amor, donde encontré que tenía algo para dar, ser útil, estimular la imaginación, los sueños. Había que acompañar ese grito”.

Contra la corriente

El 26 de junio de este año las vecinas de La Puntana inauguraron “La casa de las artesanas”, su lugar de encuentro. Comparte Claudia: “Ese día nosotras hicimos historia; me sentí muy contenta de ver el fruto de nuestro trabajo. Estoy muy feliz de pensar que empezamos menos de 20 y hoy en nuestra comunidad somos más de 80 mujeres las que trabajamos”. ¿Cómo se sostienen económicamente? “Con la tienda virtual que abrimos en 2020 (www.vienedelmonte.com.ar), donde la gente puede comprar y se le envía a su domicilio; en ferias cercanas o cuando nos invitan a otras ciudades”, detalla.

El proceso para evitar a los intermediarios no fue sencillo. A través de las capacitaciones del INTA se sumergieron en el uso de computadoras, teléfonos y redes sociales, así como en manejar y hacer crecer los contactos. Álvaro Penza es el Jefe de la Agencia de Extensión Rural del INTA en Santa Victoria Este. Recuerda: “También debieron construir el precio justo de sus productos, porque siempre las cagaban. En un principio, vendían una yica que les lleva un mes de trabajo por dos paquetes de azúcar. Cuando les pagaban con dinero, los intermediarios se aprovechaban y les daban miseria; en una tienda de Buenos Aires aparecía la artesanía a un valor 6 veces más del que se pagaba en el territorio”. 

En la página web aparecen los logos de la Secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, del ENACOM, así como los Ministerios de Ambiente, de Agricultura, Ganadería y Pesca, y de Desarrollo Social. Arremete Claudia: “Figuran que nos acompañan pero no sucede nada de eso. Tampoco tenemos apoyo del intendente municipal ni del Estado provincial o nacional. Estamos totalmente solas”.

Álvaro Penza ratifica: “La ayuda que se recibe es cero desde el Municipio y la Provincia. Las mujeres se mueven solas; buscando compradoras, viajando a las ferias; cuando podemos las apoyamos para que hagan algún viaje, pero en materia económica nuestro apoyo es chico. Desde 2016 en adelante, atravesamos todo el macrismo sin guita ni para la asistencia técnica, por lo que debimos buscar fondos extrapresupuestarios para el acompañamiento”. 

El titular del INTA amplía: “Los logos se pusieron para diseñar la página y que se financie el mantenimiento, pero por fuera de eso el apoyo no existe. A veces pienso que tampoco lo necesitan, porque cuando se introducen recursos mal distribuidos, generan más quilombos. El crecimiento de Thañí es enorme, y así también son las tensiones, más aún cuando en un proceso como este, de autogestión, autonomía, pautas de cooperación, acción colectiva, irrumpen prebendas. De hecho pasó que nos llevó puesto la misma provincia con un proyecto de Desarrollo Social de Salta, que bajó 16 tablets para 150 artesanas. Dejó un tendal, las rompió internamente. Por eso, o hay para todas o no hay para ninguna”. 

Maribel, tejedora de La Puntana, exterioriza su bronca por una reciente donación de tinacos para almacenar el agua, que le mejoró la vida a un montón de personas, aunque no cubrió a todas las familias de su comunidad y de Alto La Sierra: “Es mejor que no vengan si no hay para cada una. Las divisiones no nos hacen bien. Lo mismo pasa con el Estado cuando empezó a traer bolsones alimentarios: no alcanzaban y eso hizo que nos dividiéramos”.

La necesidad de que llegaran los tanques evidencia un derecho básico incumplido, como el acceso al agua potable. “El agua es lo más importante para el ser humano, pero no nos llega; no tenemos respuesta por parte de los gobiernos. Siete pozos hicieron el año pasado en distintas comunidades cercanas y no se sabe qué pasó; lo único que sí sabemos es que seguimos sin agua. También vinieron a poner un tanque a nuestra comunidad y al día siguiente se cayó; no lo solucionaron”, dice Claudia, que le da pie a Maribel: “Los pozos que hay no son profundos, entonces la poca agua que hay tiene arsénico, lo que genera vómitos, diarrea, esa es nuestra real inseguridad”. Y repite Maribel, sin levantar la voz, porque lo vital es el contenido: “En el monte hay víboras y arañas venenosas, leones, tigres, pero lo que nos da inseguridad y nos hace infelices es cuando alguien viene y no cumple su palabra. Estamos acostumbradas a soportar el dolor; cuesta mucho sobrevivir acá, más siendo mujeres”.

Empoderadas

Entre las comunidades La Puntana, Alto La Sierra y La Nueva Curvita, casi 180 mujeres conforman Thañí. Los distintos grupos organizan qué van a tejer para evitar la competencia y ampliar el catálogo. Se organizan para su independencia económica, se organizan para decir. Dice Andrea Fernández: “Las mujeres wichi no suelen hablar en español. Son los varones quienes están en contacto con los criollos, entonces era muy difícil saber lo que pensaban las mujeres porque no querían hablar, no sentían que podían hacerlo frente a los blancos, como nos dicen. Fue transformador cuando se animaron”. Dice Claudia: “Antes de que empezáramos con Thañí, no podía hablar, no podía sacar los sueños. Ahora, de a poco van saliendo”.

Dice Melania –a quien se le entiende perfecto el castellano–, no sin antes aclarar que le cuesta el idioma español, porque no es el suyo: “De a poco estamos perdiendo la timidez; como antes no teníamos participación, no decíamos nada, no teníamos derecho de hablar, de participar en reuniones. Desde que nos juntamos, eso está cambiando”.

El sentimiento de pertenencia construido es notorio, palpable, oíble. El lugar de la mujer ha mutado y es hora de exteriorizarlo. Claudia: “La unión nos permite soñar con más fuerza, levanta el ánimo apoyarnos entre todas y tomar nuestras propias decisiones. Estamos demostrando que las mujeres indígenas sí podemos”. Maribel: “Con Thañí se sorprendieron. Recién ahora nos sentimos respetadas, escuchadas”. Melania: “Antes las mujeres no teníamos participación en nada, solo los hombres hacían proyectos, solo a ellos les daban trabajo”.

A la discriminación, se le suma una lógica instaurada en las provincias del norte argentino, basada en violaciones a mujeres originarias por parte de criollos. Se trata de una práctica que conjuga el machismo con el racismo denominada “chineo”. No se calla Melania: “La fuerza de Thañí nos ayudó a denunciar la discriminación por parte de los criollos y el chineo. Sufrimos violencia de género y todo tipo de violencias. Gracias al grupo aprendimos a defendernos, nos hicimos más valientes”. Los abusos no son exclusivos del afuera, también existen intracomunidad. No se calla Maribel: “Yo me siento abusada como mujer, porque para muchos hombres aborígenes tampoco somos nada”. No se calla Andrea: “Se viven muchas violencias cotidianas sobre todo en el contacto con los criollos que llegan de afuera. Incluso quienes lo hacen con las mejores intenciones, pero sin paciencia, imponiendo su ritmo, su idioma. No se da el tiempo de esperar al tiempo que ellas digan. Lo mismo con las instituciones cuando suponen…, y en general, se cometen errores suponiendo”.

El horror

En este territorio empobrecido y postergado conviven el espanto y la resiliencia; el terror y la vida; el dolor y la fuerza colectiva. Acá, se multiplican los embarazos prematuros, muchos por abusos sexuales. Abundan las madres niñas, las madres y los padres adolescentes. “No hay educación sexual integral y sí hay un montón de niñas embarazadas… embarazos que en la mayoría de los casos no son consentidos”, afirma Valentina Fernández Alberdi, pediatra que trabaja junto a las comunidades de Santa Victoria. En esta zona perteneciente al Departamento de Rivadavia –y al igual que en los Departamentos de Orán y San Martín– desde el 29 de enero de 2020 se declaró la emergencia sociosanitaria tras la muerte de seis niños y niñas wichi. La emergencia continúa; las infancias fallecidas también.

Lorenzo tenía 2 años hasta el 13 de julio pasado. Cuando nació, su mamá tenía 12, su papá 14. Lorenzo llegó al mundo en la comunidad originaria Vertientes Chicas, de donde Lucinda Romero es la única enfermera. Cansada de denunciar el vacío sanitario y de políticas públicas, llora del otro lado del teléfono: “Es muy triste lo que sigue pasando, este tipo de cosas atroces suceden siempre en la zona. Cuando nació el niñito estuvo un tiempo en Tartagal, internado en incubadora, hasta que se recuperó. Acá le hacíamos controles permanentes porque necesitaba muchos cuidados. Luego los papás se separaron y la mamá de la nena se llevó a su hija y a su nieto a la comunidad Pozo El Toro y ahí perdí el día a día. Cuando murió, hacía cuatro meses que el niñito estaba enfermo”. Se frena el relato por un sollozo. Pide disculpas. Sigue: “Los agentes sanitarios fallaron, era un niñito sin control, de bajo peso, con baja talla toda la vida. Murió desnutrido, con bronquitis, fiebre, tos, inflamación en su garganta, en su lengua, con retenciones de gases porque tenía el abdomen distendido; no comía hace tiempo, no podía tomar la leche, alguien lo tenía que haber visto. Ya no aguanto más, es mucha la injusticia”.

Se le entrecorta la voz. Dice que está angustiada, enojada, dolorida. Continúa: “La mañana en que murió, me fueron a avisar que el niño estaba muy mal, que vaya; fui, pero el chiquito ya había fallecido y también lo habían sepultado. Lo comuniqué al hospital y al rato llegó la policía, que no examinó el cadáver porque para hacer el acta de defunción necesitaban la orden del juez, que en vez de hacerla automáticamente se demoró. Seis días después, el abuelo paterno me fue a buscar para decirme ‘habían sacado los trapitos de donde estaba enterrado’ su nieto. Informé la situación y recién ahí fueron las autoridades, quienes encontraron que al cuerpito se lo habían comido los chanchos y los perros”. Para. Llora. Sigue, porque necesita contarlo para que algún día la crueldad termine: “Es una noticia escalofriante. Yo no me puedo recuperar, la sensación que tengo es bronca, impotencia, está todo mal, me duele tanto”. Desde hace tres meses los pedidos de entrevista por parte de MU al gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, y al Intendente de Santa Victoria Este, Rogelio Nerón, nunca fueron contestados.

Una luz llamada Thañi

Para que no se corte el fino hilo de la vida, cada uno de sus tejidos es 100% artesanal, único e irrepetible. Hechos a mano, no hay dos iguales. “Cada pieza tiene un por qué, un significado ancestral; en cada artesanía que hacemos, está nuestra historia, nuestra cultura”, dicen en ronda. Avizoran un futuro más esperanzador, integrando a las más jóvenes: “La iniciativa nos está permitiendo generar un diálogo con las adolescentes para que se acerquen a las costumbres milenarias. El estímulo es diferente cuando existe una salida concreta”.

Thañí crece para afuera y para adentro. La experiencia de este emprendimiento colectivo ha salido fuera de Salta, con participación en ferias de distintas provincias y en otros países, como en Paraguay hasta Alemania. En junio del año pasado, sus creaciones integraron la muestra “La escucha y los vientos” en Ifa-Galerie, Berlín, la galería de arte del Instituto de Relaciones Exteriores alemán. Recuerda Andrea Fernández, porque lo que verdaderamente tiene valor, nunca se olvida: “Para esa exposición, las mujeres confeccionaron tres tejidos enormes, como banderas. Debían elegir un mensaje unificador. ‘Que estamos vivas’, definieron. Y cuando les pregunté si valoraban más el haber hecho tejidos grandes, me miró Claudia y me dijo: ‘Para nosotras es lo mismo el tamaño. Siempre vimos la belleza y la importancia de nuestros tejidos; los hicimos grandes para que ustedes los vean’”.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Actualidad

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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