La Cotorral, por Susy Shock.

Cuando se acerca un sueño, pensamos muchas veces si todo termina ahí, si ese sueño, por recorrido, por pateado en el fango y en la memoria de tantas, termina ahí, o si es el presagio de mucho nuevito naciendo, y ahí una recuerda a Nelly Fernández Tiscornia, en eso de que “no sé si lo voy a ver, pero bien vale el compromiso para que suceda”. 

Mucho de todo esto es lo que sentimosvibramos cuando estamos junto a las crianzas y las juventudes travestis trans, no importa donde nos encontremos, en ese lugar está el abrazo que nos proyecta hacia el infinito y a la vez el guiño furioso y conmovedor de las ancentras, que nos amparan en ese abrazo. 

Nos pensamos en una vejez absolutamente ligadas con ellxs, porque no queremos repetir el fracaso de geriátricos, esos depósitos de personas que molestan al resto, queremos compartir meriendas y cuentos, y rayar todas las paredes con los colores de nuestros sueños. 

Queremos que nos pinten soles en el rostro y reírnos tanto, pero tanto, que le dé miedo a los villanos nuestra alegría, tanto que eviten nuestra cuadra y nuestro barrio, que esquiven la puerta porque allí no andamos solas y nos protegemos. 

Eso es un nido por soñar, la mezcla potente de algarabía y el silencio profundo de espiar a los pichones cómo van despertando a la vida. No se equivoquen, no soñamos mucho, ¡lo soñamos absolutamente todo!, y ahora que estxs pichones crecen al amparo de nuestras canciones de cuna y nuestro strass, iremos desbocadas y preciosas a la cola de ese trencito de la aventura trava trans sin sentirnos nunca más solas, nunca más.