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Blanco Teta: rompan todo
Banda cooperativa que apuesta al ruido para romper los moldes de lo cómodo, lo servido en bandeja y lo comercial. De gira por Europa, cerraron contrato con un sello suizo. Del transfeminismo y lo queer, a los sonidos que hacen temblar el escenario, y al status quo.
Texto: Julián Melone.
La expresión ‘disruptivo’ está de moda. Pasó de significar algo real a figurar en publicidades de zapatillas primera marca, auto descripciones de fascistas empoderados y otros elementos que sostienen el statu quo. Entonces, ¿cómo descontaminarse de esa banalización y volver al honorable concepto original de la palabra? Carlos, baterista de Blanco Teta, recuerda: “En uno de nuestros videos alguien comentó: ‘no sé si esto es lo mejor o lo peor que escuché en mi vida’. Hay algo muy real en sentirse incómodo y no saber dónde estás parado”.
Cualquier peatón describiría a Blanco Teta como puro ruido… y no lo podríamos culpar. Pero cuando se supera el shock inicial, lo intangible empieza a ser más nítido, las texturas comienzan a revelarse y entendemos que está pasando algo más, que nos está pasando algo más, aunque no sepamos qué. Blanco Teta milita la incomodidad.
Sin embargo, su estudio es comodidad pura. Fresco, amplio, con un sillón para desparramarse e iluminado por la luz que entra desde la calle. Adentro están Carlos y Carola, la mitad de la banda que reside en Argentina. Carlos nació en Colombia y hace 15 años que “se está yendo de Argentina”; para contrastar, a Carola la señalan como ‘la porteña’. Violeta y Josefina viven en Europa, pero a pesar de la distancia transatlántica (y una cantidad innumerable de inconvenientes que podrían haber destruido a cualquier otra banda) el proyecto se encuentra vital y activo.
Carola: ¡No queríamos de que se extinga! Estábamos con muchas ganas y las seguimos teniendo. Con ganas es suficiente. Y fuego, mucho.
Carlos: Somos un buen equipo. Ya de por sí mantener una banda es muy difícil, la gente no suele entablar ese tipo de responsabilidad con otros. Acá nadie dirige: todos tiramos el bocado, tanto en lo creativo como en lo organizativo
Carola: Hoy es difícil conectarse y sostener lo colectivo a nivel laboral y vincular. Siento que la gente está cada vez más en plan unipersonal. Si vas a los festivales mainstream te das cuenta de que las bandas son cada vez más resumidas… Yo pienso que está costando un poco vincularse, realmente conectar. Porque el plan no es juntarse, es todo lo contrario, entonces…
Carlos: …Entonces nosotros tocamos y la pasamos re bien, eso no es joda. Y eso sigue estando ahí, sosteniendo un montón de cosas.
Carola: También por eso me dan ganas de sostener Blanco Teta, porque la siento muy revolucionaria. Es una cooperativa hecha y derecha con todas las mutaciones que eso implica. Estamos todo el tiempo reformulando, resignificando cómo vincularnos, cómo organizarnos y cada vez va mejor. Me gusta desarrollar la cooperativa, porque el mundo propone otra cosa: el neoliberalismo nos está morfando a niveles estratosféricos.
Puro deseo
Presenciar uno de sus shows es someterse a la sobrecarga sensorial. Todo está diseñado para conmocionar al distraído y desagradar al rígido. Cuando tienen control de las luces, se generan escenas que bien podrían remitir a las torturas de Guantánamo, pero en donde todos disfrutan. Una escena a contramano de los gustos hegemónicos. En un mundo donde todos buscamos agradar al otro y conseguir su like, surge una pregunta: ¿Por qué hacer… esto?
Carlos: Siento que hay algo en esta música, del género noise, que es el fenómeno de ver cómo alguien la está haciendo en vivo. Y que en un concierto se te frunza un poco el cuerpo… uno va a vivir una experiencia. Porque ahí no te cuestionás, estás recibiendo información, ves gente haciendo algo, ves una performance. No es lo mismo que ver un video o una obra de teatro desde tu casa.
Carola: También hay un hartazgo: yo estoy harta de la música que ya sé cómo va a ser, que no me va a sorprender o que es re condescendiente. Como en el boom de las cervecerías artesanales, que todo el mundo se puso una cervecería artesanal. ¿Qué me voy a poner? ¿Otra banda indie igual a lo que esté de moda?
Carlos: Y según donde suene requiere otro tipo de escucha. Obvio que si ponés esta música en una reunión familiar todos se van a escandalizar, pero no pierde valor por eso. Yo hago ruido y música gede desde que tengo uso de razón. Hay mucha música easy listening que me gusta, como reguetón, canciones que me encantaría que me salieran. Agarro la guitarra, y aunque me sepa todos los acordes, no me va a salir ni en pedo. Valoro a la gente que lo hace, pero a mí me sale subir al escenario y hacer caca. Me sale re bien. Y hay que aceptarse, viste. Así somos, y contra eso es muy difícil pelear.
Carola: Viene de la honestidad. La Pochi toca el chelo así, Carlos el bajo así, yo la batería así… somos amigos, nos juntamos, nos quisimos, armamos equipo: fin. Y no hay una búsqueda de pegarla o mercantilizar. Ahora estamos laburando un poco más, pero viene pasando que la gente se junta a hacer música para ganar guita, que no me parece del todo inválido, pero… no arranca ahí. Todo lo contrario: es puro deseo.
Lo políticamente (in)correcto
Hay una pregunta incómoda y que se repite como un leitmotiv de sus entrevistas. Aparece inmortalizada incluso en uno de sus videos más vistos, donde hacen un show-entrevista para KEXP. ¿Son referentes del transfeminismo y el colectivo LGBTIQ+? Tienen una respuesta: sí. Pero los verdaderos significantes se encuentran unas capas más por debajo.
Carola: Es raro el hecho de que se les pregunte tanto a los músicos cuál es la verdad con respecto a algo tan gigante como el transfeminismo, o lo queer, ¿no? Es un movimiento muy diverso como para que haya representantes, incluso. Eso es lo que me incomoda y me cuesta, porque somos una porción ínfima de ese movimiento. Nosotros hacemos lo nuestro y el que se siente identificado, groso, y el que no, no. Al ser un proyecto que suena distinto, y que encima tiene pibas, automáticamente va a un point queer que no reniego ni a palos; lo amo, es mi lugar a full. Pero no siento que representamos porque… mirá, hemos tocado en Campana, en un centro cultural con unos pibis que incluso vimos transicionar en su percepción de género haciendo grindcore [N del T: grindcore es una rama especialmente pesada dentro del heavy metal, género (el heavy) que además tiene una historia muy fuerte vinculada al machismo]. Tremendo. Pasan tantas cosas, para que nosotros estemos “representando”…
Carlos: No tenemos una militancia tan activa, pero es lo que podemos. Yo sé que todo es político, pero la militancia política es otra cosa. La representación es una cosa muy extraña y cada quien se siente representado o validado con quien puede.
Carola: Está buenísima la inclusión. De hecho, ahora está “mal” si no hay una mujer: se fue al otro lado casi. Onda, a mí me llaman todo el tiempo porque soy mujer y no por como toco la batería, cosa de la que estoy podridísima: “Te llamo porque nosotros somos todos tipos y tenemos que tener una chabona”… Y no sé si es el camino. Creo que es algo que todos tenemos que ir repensando individualmente, ¿no? A ver, voy a escuchar en serio lo que hace esta piba ¿La voy a llamar porque realmente me gusta o porque es políticamente correcto? Pero también se agradece: si soy pibite de 11 años y veo a alguien que me representa a nivel género en la tele o en Youtube, automáticamente pensaría que yo también puedo hacerlo. Eso es increíble, celebro y aguante. Se va a acomodar, yo creo… Se van a aflojar las cosas, a tener menos miedo.
Blanco Teta viene de una espectacular gira en Europa que les permitió firmar contrato con un sello discográfico suizo. Su nuevo disco (próximo a editarse) es tan ecléctico que lo catalogaron de world music, género usualmente reservado para ritmos folklóricos por fuera de Europa y EE.UU.
Entienden la imposibilidad de un catalogado correcto: aseguran que su nuevo trabajo es una ensalada rusa, una obra multigénero indefinible que va a sonar a Blanco Teta.
Pero entonces, ¿a qué suena Blanco Teta?
La sola búsqueda de la respuesta les divierte.
Buscan complicidad entre ellos para llegar a una respuesta hasta que la definen entre risas: “Vísceras y electricidad… y sangre”.
Algún catedrático egresado de la Universidad de Berkeley ya encontrará el cajoncito donde clasificarlos y así tranquilizar a la incómoda plebe.
Mientras tanto, presenciarlos es enfrentarse a la catarsis del descubrimiento de los límites propios para destruirlos.
Dicen que el arte es algo así.
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